jueves, agosto 31, 2006

Nueva histeria: el fantasma enamorado

El caso es excepcional debido a que el fantasma que nos ocupa y que no hace más de tres meses se encontraba preso en el cuerpo de un varón de setenta y tres años ha contado con una valoración favorable de sus evaluadores y no ha sido condenado, como suele ocurrir en la mayor parte de los sujetos evaluados, a vagar por toda la eternidad en su domicilio familiar, en el que cohabitó con su esposa durante cincuenta y dos años y del que no guarda en absoluto malos recuerdos. No tiene pues la obligación de asustar hasta el infarto a tres personas para deshacerse de penitencia alguna, por lo que ha quedado a su elección tal tarea. El fantasma que nos ocupa no está interesado, sin embargo, en esa inquina natural que dedican los fantasmas a aquellos que están encerrados en un cuerpo. Su decisión ha sido la de permanecer en su domicilio, pero por motivos de índole muy diferente de los expuestos hasta ahora. Este fantasma presenta una excepcional característica que le diferencia, con mucho, del resto de fantasmas: no guarda rencor a nadie, ni fue asesinado en extrañas circunstancias, tampoco sacrificó niños baptistas haciéndose pasar por un chamán, ni recurrió a la magia negra u otros artificios esotéricos. Tal vez el problema de este fantasma es que aún ama a su mujer y desea tenerla cerca aunque ella no advierta su presencia. Él se queda mirándola (si se puede decir que un fantasma mira, o se mueve, o besa) mientras ella realiza las tareas de la casa, un tanto abstraída, en otros pensamientos que nada tienen que ver con la actividad que en esos momentos la ocupa. Ella mira sin cesar las fotografías del cuerpo que habitó el fantasma y llora durante horas sosteniéndolo entre sus manos. Él desea ayudar a la que fue su esposa pero se ve impedido para hacerlo. Tampoco cree que cuando ella muera ambos puedan volver a estar juntos. A cada alma le resta una eternidad en absoluta soledad. Por eso, el fantasma que nos ocupa decide engañarse a sí mismo y estudia con minuciosidad, como si nunca antes la hubiese visto, a su mujer. La estudia mientras duerme, mientras cocina, mientras acude al supermercado para realizar la compra semanal. El fantasma estudia todos sus movimientos y aprende a anticiparse a ellos y, mientras, se ve a sí mismo junto a ella, tumbado junto a su cuerpo, sus piernas enrolladas entre las de ella, mientras duerme; se ve besándola mientras ella observa su fotografía; se ve sonriéndola desde el otro extremo del pasillo del hipermercado señalándole algún producto que deben comprar. Desde fuera, todo aquello podría verse como La invención de Morel, pero sólo nosotros sabemos que es al revés y que es el fantasma el que se cree real, el que quiere ser real, y comienza ya a sentirse real, y tan sorprendentemente eficaz es su engaño que ya casi puede sentir el cuerpo de su esposa junto al suyo, o sus labios, o la humedad de sus lágrimas depositadas en su dedo índice, que las recoge con toda la ternura que un fantasma puede mostrar por su esposa viva.

Pedro Garrido Vega.

sábado, agosto 26, 2006

Las ideas del escritor.

Un señor que es escritor y al que no daremos nombre para evitar susceptibilidades en los lectores e identificaciones que, en este caso no serían en absoluto beneficiosas para el identificado con este señor, piensa sobre la creación literaria. En realidad llamarle escritor es una forma de calificarle que tal vez no sea precisa, pues aún no ha escrito una sola línea, pero llamémosle escritor para animarle a escribir y porque en cierto modo, la buena disposición para escribir ya define en cierta manera al escritor y este señor se encuentra en esa buena disposición y por tanto más cerca de ser escritor que de no serlo. Otros podrían alegar que podría denominársele proyecto de escritor o posible escritor o escritor en potencia pero podría refutarse tal alegación con el siguiente enunciado que es, en realidad, un cúmulo de preguntas: ¿cuándo comenzará este señor a ser escritor?¿en el momento en que escriba la primera línea?¿en el momento en que escriba un cuento hiperbreve?¿en el momento en que escriba un cuento, o una menuda pieza teatral?¿o cuando escriba su primera novela o un voluminoso ensayo de excepcional erudición?¿o cuándo publique alguno de esos trabajos? ¿Sería Cervantes, si tan sólo hubiese pensado el Quijote un escritor, o tan sólo un excelente soñador? Abandonemos la defensa de las capacidades de este señor y centrémonos en sus proyectos, en lo que piensa y desea escribir, en cuáles son los motivos que le impulsan ello y le impiden concentrarse en otra tarea que no sea la de pensar futuras novelas y enlazar frases y más frases en su mente. Le gustaría saborear cada letra, poder rozarla con los dedos y colocarla junto a otras en una sucesión indefinida de perlas concatenadas. Le gustaría asir las palabras y sentirse un alcahuete, y que ellas se uniesen como enamorados, en una orgía de sonido y ritmo que nunca se apagase, que permaneciese durante el resto de la vida percutiendo en aquel que leyese, tocase y sintiese esas oraciones. Le gustaría escribir un libro (de cuentos, una novela, drama, poesía, eso le es igual) donde cada una de sus oraciones fuese una suerte de canon, una cita imprescindible que no pudiese faltar en el resto de composiciones, una obra a la que el resto de escritores tuviesen que recurrir indefectiblemente en algún momento de su creación. Le gustaría escribir un libro que pudiese leerse en cualquier sentido, que la lectura de una sola de sus oraciones abriese múltiples caminos, infinitas obras, que incitase a la reflexión durante el resto de la vida del lector. Le gustaría escribir una obra que tal vez fuese como un diccionario, que cada una de sus páginas fuese una referencia ineludible, que no fuese libro sino vida, o un reflejo perfecto de ésta, o que el lector piense que ese libro es la vida y no lo que le dicen que es la vida. Le gustaría que al escribir todo eso fluyese de una vez, le gustaría que surgiesen las palabras y él fuese un mero transcriptor, algo así como un médium entre ese mundo inmaterial de las ideas y ese otro, tangible y material de la tinta sobre el papel, de los caracteres sobre la pantalla del ordenador. Le gustaría verse rodeado de letras y palabras que se fuesen enrollando sobre sí mismas, acoplándose como el ouroboros, la serpiente que muerde su cola, el signo del infinito. Le gustaría que todo eso ocurriese y que él fuese espectador de excepción de ello. Este señor, sin embargo, o, mejor dicho, este escritor, o mejor dicho, este señor que era escritor pende de una soga en el centro de su habitación. Sobre el escritorio una hoja en blanco, algo amarillenta ya, y junto a ella un libro de Pascal abierto en el que puede (y debe) leerse: al escribir que he tenido una idea tan sólo escribo que he pensado que he tenido una idea.

Pedro Garrido Vega.

viernes, agosto 25, 2006

A propósito de...El mal de Montano, de Enrique Vila-Matas.


Que me gusta Vila-Matas es algo que no puedo ocultar. Que todos sus libros se parecen mucho es algo que él no puede esconder y nosotros no podemos obviar. Pero a pesar de eso me gusta Vila-Matas, una especie de Borges moderno, salvando las infinitas distancias entre ambos.
Digo que es un Borges moderno porque es un enfermo de literatura como lo era el genial argentino. De hecho, el título de la obra, El mal de Montano, hace referencia precisamente a la enfermedad literaria, a pensar todo en forma de literatura.
La novela (si es que puede llamarse novela a esta obra) está compuesta por cinco grandes secciones, en las que se suceden nombres de autores y obras, sin dejar de mantener un cierto argumento central que permite a Vila-Matas exponer algunas de sus convicciones en torno al mundo de la literatura.
La primera parte es seguramente la más novelada en tanto que cuenta la historia de un crítico literario que visita a su hijo (Montano), que es escritor y en esos momentos se encuentra bloqueado. El padre intenta ayudar al hijo y de paso intenta también curarse él mismo de la literatura, algo que no logra en absoluto. La segunda parte es un diccionario de autores que escribieron diarios porque el crítico decide escribir un diario, que poco a poco se le vuelve novela, aunque irá haciendo confidencias acerca de su verdadera identidad y descubriremos que muchas de las cosas que se nos han contado en la primera parte no son veraces. Después aparece el texto de una conferencia que el autor da en Budapest, y muchas otras cosas, todas plagadas de autores y citas, sobre todo de Kafka, Musil, Gide, Borges o Pitol.
Entre el texto se filtra la idea de que el protagonista desea crear una especie de grupo que luche contra los enemigos de lo literario (citas a directores de editoriales, economistas o directivos de marketing), a los que, afirma, le gustaría poner bombas mentales en sus conciencias. Me gusta la definición de autor literario que aparece en una de las páginas del libro: la necesidad de que un escritor sea alguien que otorgue particular importancia a las palabras, alguien que se mueva entre ellas tan a gusto, o acaso más, que entre los seres humanos: alguien que destrone a las palabras para sentarlas en mejores sitiales y las palpe y las interrogue y las acaricie con delicadeza y hasta las pinte con los colores de lo imposible y que, después de tanta intimidad con ellas, sepa también ser capaz de ocultarse por respeto a ellas.
Vila-Matas propone la literatura como una forma de salvación: Precisamente porque la literatura nos permite comprender la vida, nos habla de lo que puede ser pero también de lo que pudo haber sido. No hay nada a veces más alejado de la realidad que la literatura, que nos está recordando en todo momento que la vida es así y el mundo ha sido organizado así, pero podría ser de otra forma. No hay nada más subversivo que ella, que se ocupa de devolvernos a la verdadera vida al exponer lo que la vida real y la Historia sofocan. Magris, por ejemplo, lo sabe muy bien, le interesa mucho lo que pudo haber sido si la Historia o la vida humana hubieran tomado otra dirección. A todos los que les interesa eso, les interesa leer.
También lei hace tiempo París no se acaba nunca y Bartleby y compañía. Si tuviese que quedarme con alguno de ellos creo que me quedaría con Bartleby y compañía, un estudio de aquellos autores que dejaron de escribir. Esperemos que no se le ocurra a Vila-Matas dejar de hacerlo. Yo, al menos, lo sentiría.
Pedro Garrido Vega.

jueves, agosto 24, 2006

Paha Maa

Después de un año tan duro como interesante (en demasiados aspectos de mi vida como para comentarlos aquí), con tantos desafíos, nuevas amistades, decepciones pasajeras y amoríos varios, me voy, por fin, de vacaciones; lo cual significa, entre otras muchas cosas, que no colgaré nada aquí durante un tiempo estival aproximado de veinte días; dejándoos, pues, ante las capaces y más interesantes (en todos los términos) manos de Pedro. Tratádmelo bien o se chivará a mi regreso...

En este verano que para mi comienza ahora veré cumplidos uno de mis deseos de estos últimos fugaces años: viajar a Finlandia. Desde hace tres años, más o menos, mi obsesión por ese frío y hermoso país ha ido en aumento hasta tal punto de comenzar a mi vuelta a estudiar finés (suomi, para los puristas) o plantearme medio en serio medio en broma el emigrar a tierras nórdicas. En efecto, este primer viaje que realizo al país del kalevala es casi un viaje de iniciación, al término del cual, además de un hígado forrado de koskenkorva y salmiaki, espero sacar determinadas conclusiones, ya sean del tipo “vaya país más aburrido”, “me ha encantado, pero su padre se va a vivir allí” o “¿cuándo hacemos las maletas?”. En resumidas cuentas, lo que llamaríamos una toma de contacto.

No os alarméis (si es que hay alguien al otro lado de la línea que se alarme), el marcharme a la tierra de la sauna y el mustamakkara es cuasi-improbable, apenas un sueño en voz alta. Lo único cierto es que ese puñetero y despoblado país (cinco millones en un territorio ligeramente más pequeño que España) me chifla. Comprobaré, pues, in situ si es una obsesión vana o tiene algún fundamento.

Así pues, os digo adiós hasta dentro de unos días, agradeciéndoos vuestra perseverancia y por estar ahí. Espero volver de la tierra de los lagos y los bosques con un buen recuerdo, al menos... ya os contaré.

Kiitos!
Mina Olen Cayetano

miércoles, agosto 23, 2006

El Viaje, Capítulo V: The price you pay - Drama de incierto final en tres actos


Tercer Acto – Final

(Se alza el telón. El escenario ha cambiado radicalmente. Se halla a oscuras, salvo por una única luz, que ilumina a El Niño y a Carlos. Frente a ellos, la tumba abierta de Antonio. Es un ataúd sencillo, de madera de roble, rústico. El cadáver se encuentra radiante y hermoso en su muerte)

- EL NIÑO: Aquí hemos llegado, entonces, al final del camino. Ante el único inocente de esta farsa, de esta conjura de los necios. Este hombre tenía todo aquello de lo que carecíais los demás, y con eso creo que ya lo he dicho todo.

- CARLOS: (Críptico) Sí, todo está dicho.

- EL NIÑO: No, todo no. Aún queda pendiente tu destino, si no te importa que te tuteé. (Suspira) Todo esto que nos rodea, todo lo que ves y has visto, el juzgado, la gente, los muertos, etc.; todo es una mera ficción, un teatro de las sombras que he desplegado para ti, lobo estepario.

- CARLOS: Quién... ¿Quién eres?

- EL NIÑO: Eso no importa. Tu cerebro ya me buscará un nombre. Lo importante es que nada de esto es real. Lo único real es que te encuentras destrozado dentro del lavabo de un avión accidentado. En este instante, he paralizado la escena hasta que conozcamos la resolución de tu particular historia universal de la infamia.

- CARLOS: (Sorprendido) ¿Sigo en el avión?

- EL NIÑO: Sigues tendido en el suelo con el cuerpo partido y lacerante, sí. Lo único que queda pendiente, lo único que necesitas saber, la pregunta final que permanece inédita es: ¿cómo quieres morir?

- CARLOS: ¿Perdón?

- EL NIÑO: ¿Cómo quieres morir? Recuerda, esto es un juicio. Puedes morir como un ser humano, reconocer tus fallos, renegar de tu naturaleza cruel y despiadada. Te prometo que será rápido e indoloro. Mantente en tus trece, y tu viaje no habrá hecho más que empezar.

- CARLOS: ¿Naturaleza cruel y despiadada?

- EL NIÑO: Como te dije, tú eres un caso aparte del resto de culpables. Tú eres la encarnación viviente, todavía, de lo peor que puede llegar a ser una persona. Eres egoísta, cruel, desagradecido, vanidoso y sádico. Te gusta que te alaben, que te coreen. Vas de culto por la vida porque has leído tres libros que no entendiste. Eres tan típico. Sois tan típicos. Salís del instituto siendo sus matones, los que pegan a los empollones, y vuestros amigos descerebrados os ríen las gracias. La vida os resulta fácil, tan fácil. No tenéis que sufrir por nada ni nadie. Conseguís a la chica tonta de moda encarcelada a las rebajas de Zara, obtenéis vuestra cuota mensual de polvos tanto dentro como fuera de casa, seguís con el mismo coro de amigos-rata que os iban lamiendo el culo en el instituto. Además y, como colofón a vuestro sistema métrico, trepáis laboralmente a base de comer pollas y apuñalar a la gente hasta donde vuestra carencia total y absoluta de escrúpulos os permite. Así, os repartís por el mundo como ejecutivos, políticos, militares, religiosos, periodistas. Así, vais aumentando la cuota de destrucción. Pasáis de sacudir al gafotas de clase a hacer puntos para mandar al garito el ecosistema terrestre. Sois el cáncer de este mundo, el mal, el auténtico mal que nos consumirá a todos. Pero la gente no lo ve. Os inventáis enemigos a los que pagáis un alto precio por serlo, para que puedan ser juzgados por la opinión pública. Aborregáis al mundo con terrorismo, religión, fútbol, porno, con todo aquello que valga para que estén calladitos y abiertos de piernas. Perpetuáis un sistema injusto que a duras penas podrá sostenerse unas décadas más, cuando el mundo entre en un colapso medioambiental sin retorno.

- CARLOS: (Titubeando) Yo...

- EL NIÑO: ¿Tú? Tú sólo tienes que elegir la postura. Se acabó el tiempo. Vas a morir. Decide cómo. ¿Reniegas de todo el mal que has hecho? ¿Te arrepientes de tu naturaleza? ¿Reconoces ser un ser infame? Tic, tac, no tengo tiempo...

(El Niño se acerca a Carlos. Apoya una pistola sobre la sien de éste)

- CARLOS: Antes de responder a tu pregunta, (duda y tiembla) ¿quién eres?

- EL NIÑO: Ya te lo he dicho. Es irrelevante.

- CARLOS: Tengo que saberlo. Por favor.

- EL NIÑO: (Suspira) Jesucristo.

- CARLOS: ¿Jesucristo?

- EL NIÑO: (Suspira de nuevo y empieza a hablar muy rápido) Jesucristo, Buda, Mahoma, un pedo del cosmos, un dios quántico, la naturaleza, un accidente genético, tu conciencia, tu imaginación, la imaginación de otro, Palas Atenea, Osiris, una hoguera en medio de un bosque, etcétera. (Le quita el seguro a la pistola y aprieta el arma contra la boca cerrada de Carlos) Responde. Y, por favor, habla por el micrófono.

(¿Cómo describir lo que tiene que procurar manifestar un actor en esa circunstancia? Difícil cometido es, sin duda. Esa mezcla de miedo, estupor, incredulidad y desafío. El silencio debe durar sus buenos diez minutos. Las dudas eternas deben latir en la frente de Carlos. Es sudor debe caer de su cara al suelo, y convertirse en palomas cenicientas al contacto con el frío linóleo. Al final, lo que debe imperar es la resolución, cuando Carlos mire fijamente a El Niño y, con la pistola en la boca, le diga...)

- CARLOS: Creo que me arriesgaré con la segunda opción. Seguiré siendo el que soy. Nadie tiene derecho a juzgarme.

(El Niño deposita la pistola bajo la barbilla de Carlos)

- EL NIÑO: Nadie. Salvo yo. (Dispara)

(Telón)


Epílogo

La lluvia golpea el hermoso rostro de Antonio mientras espera a encontrarse con Carlos. Su pesado abrigo repele el agua como por arte de magia. Piensa en los tiempos pasados, en los errores, en todo lo que quiere decirle. Quiere explicarle, hablarle, exponerle la situación de la forma más amigablemente posible. Decirle que lo ocurrido con Elena fue un error, un capricho pasajero. Que no le interesa ya lo más mínimo. Quiere decirle que se marcha, que no aguanta más Madrid ni su pueblo, que desaparece. Quiere decirle que no se fíe de María ni de Jorge, que son personas non gratas. Que tampoco se fíe de Elena mucho, ya puestos. Quiere decirle que mañana se marcha de viaje, que coge un vuelo a no sabe dónde, que no le volverán a ver. Quiere decirle que quería despedirse de él antes de marcharse definitivamente. Quiere decirle que, a pesar de todo, lo considera su amigo. Su único amigo. Y que desea que lo perdone más que nada en el mundo. Quiere decirle tantas cosas que casi no lo ve llegar, envuelto en un abrigo ligero. Antonio levanta su mano para que Carlos lo vea. Éste levanta su mano derecha a su vez. Con la izquierda busca algo en su bolsillo. Antonio sale al encuentro de su amigo.

Fin
Cayetano Gea Martín

martes, agosto 22, 2006

Histeria cruel (¿o no?)


Y ocurrió que un señor se separó de una señora de una forma un tanto desaforada. Las palabras pronunciadas por el hombre en tal trance -y que no conviene repetir aquí para no despertar remembranzas que puedan permanecer en la memoria de algún lector desengañado recientemente- se refirieron a la visible mediocridad de la relación que compartían, aparte de ciertos calificativos, evitados con escrupuloso esmero por el señor durante meses, dirigidos al aspecto físico de la señora, que los acogió con honda sorpresa y efusivo odio. El hombre, tras la prolongada sarta de duras palabras, se retiró a un piso alejado del que compartía con la señora, pensando en recuperar el tiempo perdido y comenzar de nuevo. El primer día que salió de allí creyó ver a la señora en el metro. Fue tan sólo un instante pero lo creyó de veras. Después se convenció de que no era ella (dos lunares situados en su mejilla izquierda lo corroboraron). El día siguiente, al volver a casa, creyó verla de nuevo, en un coche que pasó junto a él. Creyó ver su cabellera rubia y los pendientes de aro dorados que siempre llevaba, pero llevaba gafas y ella nunca llevaba gafas. A partir de entonces la vio en el supermercado, en un partido de fútbol, en la biblioteca, en un bar que solía frecuentar, en un parque repleto de niños y perros, en un bosque a cincuenta kilómetros de la ciudad, y todos aquellos lugares que frecuentase con cierta asiduidad . Nunca era ella pero se le parecía. Siempre había algún detalle- el color de ojos, algunas mechas en su cabellera rubia, unos pendientes diferentes, una ropa poco usual- que no correspondía con ella. Siempre la veía de un modo fugaz pero ese instante era suficiente para crear en él un desasosiego que no lograba calmar. Se sucedieron días y meses y con ellos, los encuentros fugaces entre ambos. El señor siempre había oído decir a sus amigos que cuando algunas mujeres les abandonaron y ellos estaban aún enamorados de ellas creían verlas por todas partes- bajando del autobús, de la mano de otro hombre, sentadas en un banco, charlando con una amiga- para darse cuenta al instante de que no eran ellas sino alguien que se les parecía mucho. Pensó el señor que tal vez no seamos tan diferentes como pensamos y que en realidad nos reducimos a cinco a seis tipos que se repiten sin cesar, con leves modificaciones. Pero lo que atormentaba al señor era pensar que tal vez amase a la mujer, que tal vez su ruptura fue precipitada y debió meditarlo algo más. Siguió viendo a la mujer en cualquier lugar, y reprochándose a sí mismo, cada vez con más ahínco, el no haber sabido descubrir esos sentimientos antes. En estas penosas circunstancias el señor decidió hablar con la mujer y pedirle una nueva oportunidad. La mujer le recibió con gesto serio, atenta a lo que él fuese a decirle. El señor le dijo que no podía olvidarla y que su vida era un tomento (y aquí puso especial cuidado) desde que decidió romper con ella, que la veía en cualquier rincón de la ciudad, que no había pasado un solo día sin que no la viese en algún sitio. Que la amaba. La mujer soltó una risotada y le dijo que ella ya no le amaba, que se fuera por favor, que no quería saber nada de él, que si no podía olvidarla era su problema y que la dejase en paz, que ella ya había rehecho su vida. El señor salió cabizbajo, confundido y lamentando lo que ya no debe lamentarse, es decir, lo que ya se hizo. La mujer, en su casa, hizo una llamada rápida, se dirigió a su dormitorio y se colocó con esmero una peluca morena y unos pendientes de aro plateados.

Pedro Garrido Vega.

lunes, agosto 21, 2006

El Viaje, Capítulo V: The price you pay - Drama de incierto final en tres actos

Segundo Acto – Friends will be friends

(Se vuelve a alzar el telón. El Niño Juez se ha bajado del estrado y se encuentra de pié ante la figura blanquecina del acusado, que a duras penas se mantiene consciente. Cuatro féretros de diversos estilos y épocas yacen a sus pies. No queda nadie más en la salvo Cortázar, que no para de teclear y de fumar. El humo que exhala se eleva formando figuras, dioses telúricos, mitos ancestrales, la cara del Che. El Niño se estira. Su columna vertebral suena al colocarse en su sitio. Se masajea las costillas)

- EL NIÑO: Qué gusto poder bajarse de ese potro de torturas. (Hacia Carlos) Espero que sepa bien usted lo que está haciendo, porque, como le dije en el acto primero, no creo que saque ningún tipo de beneficio. Sólo quiero saber de usted una cosa. El resto, como se dice, es historia.

- CARLOS: No… no importa, yo… sólo quiero…

- EL NIÑO: (Interrumpiéndole) No tenemos tiempo que perder, mi balbuceante condenado. Venga, venga. Contemple a la persona que lo defiende, a su abogado, el difunto señor Jorge.

(Un pesado féretro egipcio se abre y aparece el cadáver de Jorge, hinchado por la putrefacción, con un agujero de bala en la frente. Carlos se aparta asqueado y palidece todavía más)

- EL NIÑO: ¿Qué le parece? Este gordo desecho humano era lo único que tenía usted en su defensa, pero ya ve, está muerto. (Mira el cadáver con repentino interés) Curioso. Tanta lealtad en alguien tan simple… Es un rasgo de los perros bien entrenados, y eso, me temo, era lo que el señor Jorge era. Saltaba cuando usted quería y le reía las gracias. Ah, y murió por su culpa. Pero no se entristezca demasiado. Él era tan culpable como el resto de la muerte de Antonio, al negarle el auxilio solicitado.

- CARLOS: Pero…

- EL NIÑO: Ni pero ni pelotas. Es hora de que el fiscal opine, creo yo. La acusación particular y todo eso. (Se rasca la cabeza con incredulidad) No sé. Nunca he sido muy versado en leyes, me va más la justicia.

(Ahora se colocan enfrente de un sarcófago transilvano, donde, envuelta en gasas, reposan los restos mortales de María)

- EL NIÑO: Claro que la fiscal tampoco puede darnos excesivas lecciones de moralidad. Se la ve entera para haberse caído desde un avión en marcha, ¿verdad? Eso es porque ella siempre ha estado muerta, acusado. La putrefacción que anidaba en su pecho era tal que la expelía por todos los huecos de su cuerpo. Marchitaba lo que tocaba y vendió a Antonio al mejor postor, es decir, a usted.

- CARLOS: (Extrañamente sereno) Pobre María…

- EL NIÑO: ¿Pobre? Sí, desde luego lo era. Pero por su propia culpa. Por ser incapaz de mirar más allá de nada. Verás, hay gente en este puto mundo que son incapaces de mirar más allá de su ombligo. Se creen el centro del cosmos, los seres más hermosos de la creación. Sin embargo, son peores al contrario, cuando no pueden ver más allá de su fealdad. Cuando se sienten impelidos a destruir todo lo hermoso que en la vida hay. Y créeme, hay mucho.

- CARLOS: Yo…

- EL NIÑO: ¿Tú? Tú eres una tercera clase, pero ya llegaremos a eso. Sigamos.

(Se detienen frente a un féretro barroco, blanco, decorado ostentosamente y, por lo tanto, sin el más mínimo sentido del buen gusto. Dentro yace Elena, con el cráneo destrozado. Su cerebro, desmigajado, asoma por él)

- CARLOS: (Lloroso) ¡Oh, no! ¡Elena!

- EL NIÑO: Oh, sí. Tu amante. O novia, anyway. Con un nombre bien puesto, la verdad. Elena, como Elena de Troya, la instigadora. (Suspira) Los hombres, y me refiero al sexo masculino, habéis cometido las mayores atrocidades que existen, os asesináis unos a otros en guerras fraticidas y xenófobas desde que tenéis uso de razón. Destrozáis todo lo que tocáis y os cagáis en el desarrollo sostenible. Pero eso sí, la culpa es de las mujeres. Ellas trajeron el pecado al mundo, por su culpa pecáis. No hay cultura, filosofía o religión en la cual, de un modo u otro, no sea la mujer la instigadora, la culpable. ¡Ella os obliga a pecar! ¡Os obliga a fornicar, a beber hasta el delirio, a aniquilar a vuestros enemigos! Je. Qué incapaces sois de enfrentaros a vosotros mismos, a aceptaros. Total, siempre tenéis a mano un chivo expiatorio. Esta mujer, por ejemplo. Es culpable como todos vosotros, sí. Pero créeme (le mira con fiereza), créeme si te digo que no permitiré que cargue por tus pecados o por los de otro. Esta vez, por una vez, no. En este cuento no.

(Telón)
Cayetano Gea Martín

A propósito de...Nieve y Opio, de Maxence Fermine.

Maxence Fermine es un autor relativamente joven que ha escrito un gran libro y un libro muy decepcionante. Prefiero pensar que es un buen escritor que tuvo una mala idea, a pensar que es un mal escritor que tuvo una buena idea (cosas del optimismo).
El gran libro al que me refiero es uno de los que figura en el título de este artículo (siempre es mejor referirse a lo agradable que a lo desagradable): Nieve es una hermosa novela corta escrita al estilo oriental (muy influenciada por el haiku), con oraciones breves pero con un alto contenido simbólico, que se deslizan como si de una letanía se tratase. Este estilo es indispensable para comprender lo que se narra, digamos que es una de esas obras que son como una esfera, en la que nada escapa porque son construcciones casi perfectas.
La novela narra la historia de un joven japonés que es poeta y pintor y todas sus obras giran en torno a la nieve. Un día le visita un poeta de la corte y alaba sus obras pero le dice que en ellas falta color y que sólo conoce a alguien que pueda adiestrarle en el uso de los colores, un anciano maestro que es ciego. Prefiero no desvelar el resto de la trama, en la que figura una historia de amor muy del estilo épico que gusta a los orientales (y que tanto nos gusta a nosotros cuando lo descubrimos). La narración y su estilo recuerdan a otra obra quizás más conocida de Alessandro Baricco titulada Seda. Imagino que Maxcense Fermine sabrá de su existencia.
Y por otro lado se encuentra Opio, otra obra de este mismo autor que desmerece por completo a la primera. Intenta emplear el mismo estilo para una historia que tal vez no lo precise. El lenguaje que emplea Fermine, y los diálogos que se suceden, así como algunas de las metáforas que contiene el texto, son más bien ramplonas y sencillas, de folletín más que de novela seria. La trama es más o menos sencilla y no demasiado original: un hombre que viaja a China para conocer los secretos del té y allí se enamora de una mujer que está atada supuestamente a un gran productor de té en China que finalmente no existe porque es ella misma. Aparte de lo ya explicado en cuanto al estilo, el contenido de la obra es más bien pobre. De hecho, pasa casi de puntillas por las guerras del opio (la novela se desarrolla justo en ese momento), es poco creíble que una mujer sea la propietaria de la mitad de las plantaciones de toda China en el siglo XIX (incluso me parecería raro que lo fuese hoy día, no por falta de valía sino por sexismo puro y duro), y las escasas informaciones que se dan sobre el té y el opio parecen insertadas con un calzador, de cualquier manera. Vamos, que esta novela no me ha gustado nada, nada.
Pero no quiero terminar sin volver sobre Nieve, cuya lectura recomiendo fervorosamente, así como la ya mencionada Seda, de Alessandro Baricco. No os arrepentiréis.
Pedro Garrido Vega.

viernes, agosto 18, 2006

El Viaje, Capítulo V. The price you pay - Drama de incierto final en tres actos (I)

Escenario:
Un tribunal de la Santa Inquisición, rodeado de bosque, y con adornos de templos budistas que doran una luz plateada que surge de ninguna parte. De todas las partes.

Personajes:
El Niño, Juez del tribunal
Carlos, el acusado,
Elena, la instigadora
Antonio, la víctima
Jorge, el abogado del diablo
María, fiscal, demonio alado
Cortázar, guardián de las palabras
Dante y Virgilio, alguaciles
Jurado
Testigos


Primer Acto - La recolecta

(Se alza el telón. El tribunal se encuentra en penumbra, penumbra que irá disipándose a medida que se termine de alzar el telón y el viejo, rico y gordo público que abarrota el teatro apague sus móviles, gracias. Todos los personajes se encuentran en la sala. El Niño, en calidad de juez, destaca sobre el resto. Carlos se encuentra en el estrado, enfrente del juez y flanqueado por Dante y Virgilio. Elena, Antonio, Jorge y María están tumbados y muertos, dos a la izquierda y los otros a la derecha. Sentado cerca del estrado, Cortázar toma buena nota de todo lo que ocurre en la sala. En el fondo, el Jurado arma gresca, se insultan, insultan al acusado y fornican entre ellos como las bestias camufladas de seres humanos que son. Se supone que deben ser una especie de metáfora de la humanidad y todo eso.)

- EL NIÑO: ¿Quiere el acusado ponerse de pié?

- CARLOS: ¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? (Confuso) Recuerdo un avión, un accidente, mi cuerpo destrozado y ahora…

(Sus reflexiones se ven drásticamente interrumpidas por un golpe que le atiza en la cabeza Dante con un grueso volumen de La Divina Comedia. Virgilio le mordisquea una oreja)

- EL NIÑO: Gracias, alguaciles. (Hacia Carlos) Comprendo su confusión, acusado, pero le aconsejaría que hablase solamente cuando se le de permiso para ello. ¡Bien! (Efectúa una voltereta y vuelve a caer en su gran asiento de juez, que debe recordar vagamente a la silla del Emperador de Star Wars) Entonces, voy a dictar sentencia, que para eso soy el juez, ¿no? (El jurado se troncha de risa como si fuera lo más gracioso que ha oído nunca. Una pequeña ninfa, no más grande que la palma de una mano, mordisquea con furia el glande de un gorila albino, y éste eyacula inmediatamente un torrente de billetes de quinientos euros) ¡Orden en la sala! ¡Orden! (Cortázar enciende un puro tras otro, emulando fielmente a Fidel Castro) ¡Orden o hago desalojar el tribunal! (Se recoloca la toga).

- CARLOS: Pero…

- EL NIÑO: ¡Bien! No siendo oídas ambas partes, ni habiendo deliberado los miembros del jurado, yo declaro al acusado, por el poder que me da el castillo de Greyskull, culpable de todos los cargos. La pena capital le será aplicada en breve.

- CARLOS: ¡¿Cómo?! (Asustado) ¿Pero dónde estoy? ¿Quién me…? ¿En qué pesadilla me encuentro? ¡Oh, Dios!

- EL NIÑO: Repito, comprendemos su confusión, pero ahora no tenemos tiempo ni ganas de andarnos con absurdas y complicadas explicaciones técnicas que nos llevarían a un brete sin salida, sin ton ni son, y eso no puedo ni debo permitirlo (El jurado ruge onerosamente). Ah, qué caramba, me debo a mi público. ¡Está bien! ¡Que pasen los testigos!

(Un bullicioso número de personas irrumpen en la sala. Deben representar lo más variopinto de todos los destacamentos de la sociedad. Diez de ellos se adelantan y, uno a uno, irán pronunciando su frase)

- AMA DE CASA: Intentó abusar de mi hija.

- INDIGENTE BORRACHO: No me dio dinero para pagar el autobús.

- POLICÍA: No quiso colaborar en una rueda de sospechosos.

- MAESTRA: Siempre quería levantarme las faldas.

- EJECUTIVA AGRESIVA: Me abandonó tras romperme el corazón.

- AMIGO ANÓNIMO: Me engañó para quedarse con todos mis ahorros.

- TENDERO: Se reía de mí a mis espaldas y me los ponía con mi mujer.

- MUJER DEL TENDERO: Se reía de mí a mis espaldas y me engañaba con mi mejor amiga.

- PINTOR EN PARO: Me compró una acuarela en Viena, escupió en ella, la tiró al suelo y me pegó una hostia, incitándome así al nazismo.

- BENEDICTO XVI: Me demostró la existencia de Dios.

(Los testigos se retiran, ante una ovación festiva y futbolera del jurado. Unos elfos hacen la ola)

- EL NIÑO: Bien, creo que no hay nada más que añadir, señor acusado. Se te condena a…

- CARLOS: (Balbuceando) ¡Un, un momento! ¡Un momento! Si esto es algo así como un juicio, ¿no tengo derecho a una defensa? ¿Quién me representa? (Ante tamaño esfuerzo de raciocinio en medio de tan estrafalaria situación, se desmaya. Su cuerpo, al golpear con el suelo, levanta nubecillas de polvo que se convierten en rosas grises)

- EL NIÑO: No creo que sea buena idea, Mister Acusado Desmayado. No creo que lo sea en absoluto. Peeero, el cliente siempre tiene razón, y, al fin y al cabo, todo este tinglado lo paga usted, con lo cual, que no se diga. Pero créame, lo lamentará. Lo lamentará y mucho.

(Telón)


Cayetano Gea Martín

jueves, agosto 17, 2006

Tercera histeria: los recuerdos.

Un señor harto escrupuloso en sus razonamientos y que recientemente ha advertido que ama a una mujer, se dirige hacia una esquina muy concurrida de la ciudad donde ha concertado la primera cita con ella. Desconoce si la mujer le ama o él supone un mero entretenimiento para ella. Se inclina más por la primera opción. Pero de camino hacia la cita el señor piensa que todo es una pérdida de tiempo y que ahora se dirige a una cita con la mujer para ir al cine, cenar algo en un lugar apartado y, después, si los astros se encuentran alineados y ella en buena disposición (él siempre lo estará) tal vez pueda disfrutar de una noche de sexo, lo que se traducirá al día siguiente en el recuerdo de todo ello, y nada más. Dentro de unos años ese día tal vez se haya esfumado o tan sólo queden indicios neblinosos de lo que fue, apenas islas recónditas en un mar de recuerdos. De qué sirve todo eso, piensa, si tal vez se dirija a la cita y la mujer se muestre reacia a abrirse a él y entonces no será grato volver al recuerdo de ese día o incluso no habrá tal recuerdo en tan solo un par de semanas. O puede que todo vaya bien y se sucedan las citas y, con ellas, los días, las semanas, los meses, e incluso los años y un buen día la mujer se siente frente a él en la casa que compartan y le diga que ya no le quiere, que le va a dejar, situación en la que los recuerdos no tendrían ningún significado ya para él y desearía verse privado de ellos si es que eso fuese posible. Se encuentra cerca de la esquina en la que han concertado la cita, con el ánimo implacable de deshacerse de una vez por todas de la mujer que ama, para no tener que verse esclavizado por los recuerdos que su posible vida en común generase. Al llegar besa tímidamente a la mujer, que le mira con arrobamiento y le susurra al oído unas atrevidas palabras con romántico interés: te voy a querer siempre. Por lo que sabemos, viven juntos y son felices, están buscando el primer retoño. El señor trata de olvidar el recuerdo de los pensamientos que le atormentaron de camino hacia su primera cita.

Pedro Garrido Vega.

miércoles, agosto 16, 2006

El Viaje, Capítulo IV. Este cruel cabaret de frustraciones

Matrimonio.
Matrimonio vacío, con sabor a fiasco.
Silenciosas mesillas sin patrimonio.
En una sala mortuoria al ocaso
En un paritorio,
Se cimientan las bases del fracaso.

A cada triste paso que doy
Él da el contrario, cambia la cadencia.
Mi alma es bella y hermosa hoy,
La suya es una vida simple, sin incidencias.
Incompatibilidad del ser y el estoy:
María y Jorge, la fea y la bestia.

Hoy viajo, viajo, sin placer
En un pájaro metálico
Que surca un rojo atardecer.
Viajo y lloro y sufro sin pánico
Por el mal que hice, que haré
Al que amo y odio: inmundo ser fálico.

A mi alrededor, desconocidos de cera
A los que servir sobres individuales
De comida, de bebida, de males.
Compañera nueva, belleza hueca:
El mundo entero se abre en canales
Ante el contorno de sus caderas.

Imagino lápidas y nichos de sodio
Donde enterrarte, alma,
Donde enterrarte, demonio.
Oh, monstruo cuatricéfalo con canas:
Carlosjorgelenantonio,
Perdición de mi sexo sin cama.

¿Y yo? Quinto elemento
Elemento de discordia de animales
Vida aburrida, narcótico aliento
De noches en vela, deseando males
Al lado de la bestia panzuda lamento
No arrancar con mi mente sus genitales

Primer elemento: Carlos Fuego.
Imbécil, ególatra, saco, manta de
Trajes caros y machismo en juego.
Basura yuppie sorbiendo chaite latte,
Mente cargada de vanos conceptos.
Destructor de mundos, Azazel de la tarde.

Segundo elemento: Elena Agua.
Estúpido montón de curvas muertas,
Con el piloto automático en sus enaguas,
Con el radar en cero en busca de presas.
Colonoscopia sin anestesia, lluvia sin paraguas.
Ruina de Troya, mamporrera de Paris, Eva.

Tercer elemento: Jorge Aire.
Típico varón de hispana referencia:
Holacariñoquehaydecena, envuelto en caries.
Bufquedetrabajohoyenlaagencia.
Carne, carnero, cornudo signo de Aries.
Conversor casero de entropía, La Bestia.

Cuarto elemento: Antonio Tierra.
Pastoril mitema sembrando el secano mar,
Inteligente músculo enamorado de quimeras.
Cliché hispano, casi un titular:
Desafortunado se enamora de un poema.
Canalizador de mi desgracia, Adán.

Quinto elemento: María Sombra.
Clave que sujeta el arco de la mansión.
Mente poderosa que soporta
Un envoltorio feo, estriado, velludo y simplón.
Inteligencia frustrante que se enamora.
Ruina del universo, Absalón.

Juntos siempre, los cuatro mitemas
Básicos más el quinto elemento,
Más el humo que los cubre con pereza,
Y que los maldice en sueños,
Y que reirá con fuerza,
Cuando los vea muertos.

¡Muertos! ¡Condena! ¡Muertos! ¡Condena!
Rostros enterrados en la arena,
Cadáveres hinchados que se alimentan
De su propia y repugnante alacena.
Mutantes lentos que se merecen la cuarentena,
El desenlace fatal que al final les espera

El niño, el niño
El niño me observa desde su libro
El niño sabe, conoce, comprende
Me obliga a recordar, a medrar

Salgo y navego por la Babilonia triste, llena de crisantemos que cantan en noches sin luna, sin corazón y sin un libro sagrado bajo el brazo, bajo el fuerte brazo del cual me enamoré, antes que del rostro, sí, antes que del también hermoso rostro gitano curtido al sol de su campo idealizado cargado de

Flores rojas, blancas, rosas
Color de las sencillas cosas

De las necesidades básicas de un pueblo gris, tercer mundo del primero: el campo español, tan lejos de Europa, de los viajes y de los descubrimientos en tierras lejanas, pero un vida, al fin, una vida, me enamoré de su vida, del color de sus ojos, de su serenidad, de su torso masculino, de su pelo pajizo, de sus manos fuertes de campesino, de hombre que no le debe nada a nadie, nadie, y de su cuerpo hercúleo, como se suele decir, mientras

Imaginaba indecencias con el crespo pelo cubierto de algas
Mientras él azotaba con su miembro eréctil mis feas nalgas

Escenas subidas de tono que sé que jamás se cumplirán, que seguiré medrando en esta vida de mierda, de supermercados, de tirar del carro, del gordo retrasado mental de mi media naranja, de mis descendencia que odio y que asfixiaría debajo de la almohada si no tuviera demasiado miedo a la cárcel, a la condena de los hombres, ¡hombres!, cómo los odio, de día no hay luna llena para las mujeres, mujeres, y me enamoro como una quinceañera de él, de él, de Antonio

Antonio, Antonio, Antonio
Daría mi vida entera al demonio
Porque me comieras todo el

Alma que surge y que sabe que todo le ha salido mal en la vida por el mero hecho de ser fea, fea, fea, como si nada más importara, y por eso odio al resto de la humanidad y me gustaría que, oh, sí, me gustaría que

Una guerra, un Dios vengativo
No dejara a ninguno vivo

Ninguno, por eso no me arrepiento de lo que hice, no, señores del jurado, no, ja, fui yo, fui yo, yo le conté al otro, al cerdo, al chovinista, a Carlos, toda la película, por venganza, sí, por despecho, por vendetta, por odio, por condena, si no me quería a mí, me jodería pero me tragaría el sapo, pero caer en las garras de la otra

Zorra babilónica que se frota con ardor
El rosado y jugoso botoncito del amor

Amor que nunca tendré ni yo ni nadie ni ahora ni nunca porque soy fea, fea, y odio mi vida y a todos los cabrones y putas que han conseguido que mi felicidad sea imposible

Impacto

Impacto, impacto, impacto:
Posible muerte de entreacto.
Salgo despedida de mi asiento de colores.

Oigo a lo lejos murmullo de motores,
De turbinas que giran sin control.
Veo cumplirse entre horrores

Mi deseo, oh, sí, mi mayor ilusión
De muerte, para todos, para mí.
Mi venganza cumplida, mi pasión.

Morir de triste azafata aquí.
¿Pero acaso soy yo azafata en verdad?
Algo anda mal lo sé, es así,

Alguien alteró el tejido de la realidad:
El niño, el niño, el niño es la clave,
La puerta entre los mundos, disparidad

El niño me mira, chasquea los dedos, posee la llave.
El caos se convierte en pandemonio cierto,
Desaparece la parte trasera de la nave;

El vacío me arrastra hacia cielo abierto.
El niño me dice adiós en medio de la marejada
Mientras no me resisto y me entrego

Al gélido aire que azota mi cara,
Mi feo rostro feliz por primera vez.
¡No recordaba tamaña felicidad sin tara!

El avión se aleja nubes a través,
Con movimiento uniformemente acelerado
Mientras desciendo tan rápido que

Mis lágrimas se desparraman a mi lado;
Y azotan mi rostro y lo cortan en mil
Finas líneas rosas de viento enamorado.

Mi cuerpo es un proyectil,
Y nunca me he sentido tan bien,
Aunque hace mucho frío aquí.

Grito sin voz de puro y simple placer,
Pasa ante mí mi vida sin gloria ni culpa,
Doy gracias porque al fin voy a desaparecer.

Sólo espero que sufran
El resto de los actores
De esta furiosa burla.

Que paguen el mal de amores
Al igual que yo, como yo,
Que muero sepultada entre azul y algodones.


Cayetano Gea Martín

A propósito de...Dictamen sobre Dios, de José Antonio Marina.

Es esta una obra decepcionante , tratándose de un divulgador de prestigio al que profeso un profundo respeto tras su obra, La inteligencia creadora. Desde el inicio de la obra Marina desplaza el debate sobre la existencia de Dios de cualquier discusión científica y, especialmente, de las investigaciones sobre el cerebro, que parecen estar dando pistas sobre cómo podría gestarse el fenómeno religioso. Afirma que la neurología no dice nada acerca de la verdad o falsedad de los contenidos mentales que produce, sean matemáticos o religiosos. El problema de esta afirmación es que mientras que las matemáticas son algo abstracto y ciertamente mediante la actividad cerebral no podemos saber si dos más dos son cuatro (porque hablamos de símbolos), en el caso de Dios y más concretamente, del Dios de las grandes religiones, se trata de un ser existente y que ha revelado su palabra a ciertos escribientes. Más adelante afirmará Marina que la alucinaciones sí que pueden constituir situaciones en las que a pesar de que un individuo percibe algo ese algo no existe más que en su mente. ¿Por qué entonces la existencia de Dios no puede situarse en ese plano? ¿No es cobardía en el debate?¿De dónde proceden entonces las voces, y son voces según los que las perciben, sino de sus propias mentes, si ningún otro las escucha, y menos aún los no creyentes?
El concepto de Marina acerca de Dios es difuso. No es el ser inmaterial que todos imaginamos, principio de todas las cosas y rector universal, sino un constructo que él define como la dimensión divina de la realidad.
Él plantea la existencia de un Dios que representa a todo lo material, algo que termina convirtiéndose, a mi modo de ver, en un panteísmo puro y duro, impregnado de ideas hinduistas y budistas y que coincide sorprendentemente con las tesis defendidas por Jesús Mosterín en su último libro, La naturaleza humana, que si no contase con ese último capítulo sería un excelente libro de divulgación.
Marina se aleja de todo lo divino, pero no de lo espiritual y, aunque afirma que su Dios es material (claro, es todo lo material) no explica muy bien qué es eso de los divino pues en mi opinión no es más que un sentimiento exaltado de la existencia, que se definiría mejor en términos poéticos que en términos científicos.
Por último Marina plantea que la ética, que surgió de la moral impuesta por las religiones, hoy se ha vuelto contra ellas y, de hecho, las ha evaluado en ese mismo terreno y en algunos casos con resultados gravosos para las religiones. Él propone una ética universal, que se encuentre por encima de las religiones y de lo científico, pero yo no veo cómo eso puede hacerse. Si bien Marina establece muy bien la diferencia entre ciencia y religión partiendo de la objetividad de la primera y de la subjetividad de la segunda, él afirma (y, en mi opinión, de forma poco convincente) que la ética es intersubjetiva y que podrían establecerse una serie de reglas éticas que podrían ser universales. No veo cómo pudiera hacerse eso desde la multiculturalidad, salvo en casos de generalidades muy obvias que ya se encuentran redactas en los Derechos Humanos y que ni siquiera todos los países cumplen, a pesar de haberlos firmado en su día. Por tanto una ética a un nivel inferior a ese me parece imposible y tan irreal como esa dimensión divina de la realidad de la que habla. Táchenme si quieren de carácter relativista.
Pedro Garrido Vega.

martes, agosto 15, 2006

Segunda histeria: los bultos.

Hay un señor que cada mañana, cuando aún nadie se ha levantado y la noche oculta a las sombras, desenrolla la calle y la deja lista para que los viandantes y los automovilistas puedan transitarla durante toda la jornada. Pero sólo él sabe (y el gobierno, que es quien le paga) que por debajo de las calles hay bultos que se mueven. Cuando él desenrolla la calle los bultos dejan de moverse y se quedan aprisionados bajo la gruesa capa de asfalto. Los habitantes de la ciudad creen que son baches en la vía pública ocasionados por dilataciones de los materiales con los que está construida. Lo que no saben es que cuando por la noche, cuando el señor recoge de nuevo las calles, los bultos comienzan a moverse apresuradamente, quién sabe si buscando su sustento diario. El señor no sabe de qué se alimentan, ni siquiera sabe cómo son, por eso se refiere a ellos como los bultos. No sabe qué sería de los hombres si algún día uno de aquellos bultos no quedase sepultado por la capa de asfalto. Pero aún no parecen inquietos ante tal posibilidad y cada mañana, como si fuesen niños somnolientos, se dejan arropar por el señor con la capa de asfalto.
Al señor le aterra pensar que algún día alguien, al pisar alguno de esos bultos descubra que se mueve. Le aterra que pueda ser una de sus hijas quien lo hiciese. Le aterra también que el asfalto esté agrietado y que pueda entrar algo de luz por debajo de la calle que impida el sueño de los bultos. Le aterran las obras, y especialmente esas máquinas que horadan el suelo como si fuese mantequilla y dejan la ciudad como un queso de Gruyere. Este señor vive en un estado permanente de agitación.
Llama una y otra vez al ayuntamiento pidiendo que lo releven de sus funciones pero ninguna treta es posible, porque su trabajo es esencial para la vida diaria de la ciudad. Él propone que sea el primer ciudadano que se levante cada mañana el que desempeñe tal función pero desde el ayuntamiento le responden que esa propuesta conduciría al caos porque siempre habría quien no cumpliese con sus deberes como ciudadano y dejaría la calle enrollada, con el consiguiente peligro de que los bultos campasen a sus anchas por la ciudad tanto de día como de noche. También propone que eliminen a los bultos, aunque, para ser sinceros, nunca le han atacado, ni ha sufrido percance alguno en relación con ellos. Sin embargo no soporta el continuo murmullo que parece brotar de ellos, ni el susurro de sus cuerpos al desplazarse sobre el suelo, algo así como ris-ris-ris...Ha enviado una carta al alcalde pero éste le conmina a estar callado y le advierte que el asunto de los bultos es algo confidencial y que están estudiando ocuparse de ellos en breve pero que son muchas otras las necesidades más urgentes de la ciudad.
Por tanto, el señor que enrolla y desenrolla las calles vive con el continuo temor de que un día los bultos se rebelen y todo lo que conoce, su ciudad, la gente, el mundo, cambie y los que estaban debajo de la tierra pasen a estar arriba mezclándose con los humanos, que se esfuerzan aún en ocultarlos o ignorarlos pues según le dicen al señor los que mandan, si los bultos subiesen a la superficie, no podríamos vivir todos tan bien como hasta ahora.

Pedro Garrido Vega.

lunes, agosto 14, 2006

A propósito de...El mito del alma, de Gonzalo Puente Ojea.

La tesis principal de la ambiciosa obra de Puente Ojea, El mito del alma, es que el, según él, denominador común de todas las creencias religiosas, que es la existencia de un alma espiritual (personal o colectiva), con sus atributos de inmaterialidad, inmortalidad e indetructibilidad, es una falsedad.
El principio de la obra tal vez sea el que presenta una mejor estructura y organización y en el que plantea la hipótesis de falsabilidad de Popper (en un contexto de la observación empírica intersubjetiva) y algo que en mi opinión es crucial, y previo, cuando se propone una hipótesis, ya sea haciendo ciencia o en la vida cotidiana: los juicios negativos de existencia son válidos mientras no se demuestre lo contrario, y los juicios afirmativos de existencia deben ser probados por quienes los proponen.
Durante las primeras secciones de la obra Puente Ojea analiza la cosmología planteada actualmente por la física, centrándose en el modelo del Big Bang y, sobre todo en el “momento previo2 al Big Bang, el llamado tiempo de Planck. Algunas de las hipótesis planteadas por los físicos se basan en una existencia previa de energía (alojada en la curvatura de una región del espacio que estuviera completamente vacía de materia o radiación) que aparecería como una fluctuación cuántica “de la nada”. La materia podría entonces aparecer por la conversión del vacuum de energía de curvatura en masa. La teoría de la relatividad, en principio, apoyaría esta hipótesis.
En la sección 5 y siguientes el autor muestra las bases de la teoría de la evolución, no sólo desde la perspectiva de Darwin, sino aportando los valiosos datos de los neodarwinistas. Me gusta este análisis del autor que es ya de sobra conocido pero que es conveniente recordar: según el autor la teoría de la evolución constituyó un golpe mortal para el dogma dela creación divina del ser humano. [...}La tenacísima resistencia a reconocer la decisiva y fundamental verdad del evolucionismo darwiniano se debió al hecho de que no se impugnaban cláusulas más o menos externas o secundarias de la dogmática cristiana- el geocentrismo, la autoría redaccional y cronología de los escritos de la Biblia, etc-, sino la cláusula básica de la fe, a saber: que Dios creó sobrenaturalmente el primer ejemplar de la especie Homo sapiens, de modo directo e inmediato; no como resultado de una evolución milenaria conforme a leyes inmanentes a la propia naturaleza, sino en virtud de la acción milagrosa del Creador.Por supuesto, se trata el tema de la teleología, tan insistente en este punto. Una frase de Dawkins: El universo que nosotros observamos tiene precisamente las propiedades que esperaríamos si, en el fondo, no existe ningún plan, ningún propósito, ningún bien y ningún mal, sino indiferencia ciega y sin piedad.
En las siguientes secciones el libro se torna más complicado y varios capítulos son destinados a explicar principios básicos (y no tan básicos) de mecánica cuántica, en la que he de reconocer que no me desenvuelvo muy bien. Puente Ojea se centra mucho en el concepto de deslocalización de los sucesos cuánticos, proceso en el cual tiene mucho que ver el aparato de medición y que, sin embargo, ha servido a algunos autores para afirmar una interacción de la conciencia humana en esos procesos y dar paso así al misticismo basándose en la teoría cuántica. Sin embargo, no parece haber nada que justifique tal extrapolación pues se daría un salto terrible desde ciertos problemas en la medición (no olvidemos que tratamos de medir procesos cuánticos con aparatos que no lo son) hasta la necesidad de la existencia del alma humana. El lector experto en estas lides puede dirigirse a las secciones 12 a 16 y siguientes. De hecho el autor explica de forma prolija estas teorías porque le servirán para desarmar, con argumentos científicos, algunas de las hipótesis que más éxito tienen actualmente, las hipótesis holistas de conciencias absolutas e interconectadas. Para Puente Ojea (y Victor Stenger, al que cita sin descanso), esta hipótesis no es válida porque para que tales fenómenos fuesen posibles tendrían que violar la teoría de la relatividad. Según esta teoría ninguna partícula puede superar la velocidad de la luz, algo que sería requisito imprescindible en las hipótesis holísticas. Sin embargo, aún no se ha probado experimentalmente la existencia de los tan anhelados taquiones.
A continuación Puente Ojea pasa a tratar el tema que, en mi opinión, es el crucial en esta discusión: el problema mente-cerebro. El autor repasa las tesis de Popper, mucho más filosóficas de científicas (a pesar de contar con la ayuda del Premio Nobel John Eccles) y sitúa la discusión sobre el problema mente-cerebro en el plano en el que la mayoría de los neurocientíficos actuales lo hace: los procesos mentales SON procesos cerebrales. El hecho de que no se haya establecido una conexión entre unos y otros no es óbice para dar rienda suelta a la imaginación paranormal e idear universos de almas para nada conectados con el cuerpo. Se mencionan brevemente algunas de las llamadas facultades psi, que no han encontrado hasta la fecha prueba científica alguna de su existencia y menciona, aunque lo discute poco, el fenómeno místico, del que ya se trató en este blog (ver A propósito de...La conexión divina). En mi opinión el texto en este debate está más orientado a la discusión filosófica que a la científica (no en vano dedica una parte considerable a las tesis dualistas de Platón, Aristóteles, Descartes o Malebranche) y, sin embargo, pasa apenas de puntillas sobre pruebas científicas como son las evidencias de pérdida de funciones cognitivas como consecuencia de lesiones cerebrales, omite los numerosísimos trabajos que últimamente se están realizando con neuroimagen funcional sobre la actividad cerebral o incluso estudios de estimulación eléctrica que se han utilizado, entre otras cosas, para demostrar que el fenómeno místico puede reproducirse si se estimulan determinadas regiones cerebrales.
El lenguaje de Puente Ojea es radical y poco abierto a discusión. Parece sentar cátedra con cada afirmación, aunque no me parece una actitud reprochable. Sus adversarios ideológicos intentan sentar cátedra sin pruebas de lo que afirman. Al menos Puente Ojea acude a evidencias intersubjetivas que no admiten réplica, si bien la interpretación que se hace de las mismas puede variar según cómo se empleen los datos obtenidos. El problema es que muchos tratan de dar saltos excesivamente amplio cuando no pueden hacerlo (seguramente debido a que su idea paranormal es previa a la evidencia científica que podría relacionarse con ésta mínimamente y se aferran a cualquier clavo que encuentran aunque en realidad no tenga nada que ver con lo que ellos desean demostrar).
Esta obra es recomendable para lectores con paciencia, pero también con interés científico y filosófico.

Pedro Garrido Vega.

El Viaje, Capítulo III. El Señor Gordo (2 de 2)

No me lo podía creer...

No me lo podía creer, no podía creer lo que Antonio me estaba contando, con su cara de buena gente ¡y los embustes que me contaba!, diciéndome que sólo podía acudir a mí, que yo era su único amigo, su único apoyo ahora mismo y que, por favor, no despreciara la confianza que depositaba en mí, como si fuera una cuestión de confianza, no, joder, no es eso, es que no me podía creer lo que me contaba, que si sentía no se qué por Elena, la chica de Carlos, y que por favor no lo despreciara, que no quería perder mi amistad, y yo ahí, quieto, flipando con lo que oía, y sin creerlo, no son más que chorradas, Antonio, le dije, déjate de tonterías y vamos a ver el partido, que no son chorradas, Jorge, que no lo entiendes, no, el que no lo entiende eres tú, no paras de decir gilipolleces que no quiero saber, porque no son verdad, son ideas estúpidas que se te han metido en la cabeza y que ahora vomitas sobre mí, me imagino que para reírte un rato a mi costa, como hacéis siempre, así que ahórratelo, amigo, y venga, que llegamos tarde, que hemos quedado con la peña en el bar, y él erre que erre, que si llevaba tiempo saliendo ya con Elena, que si estaba muy enamorado de ella pero que no sabía lo que hacer y que me necesitaba, Dios mío, ¡que me necesitaba!, ja, para poder seguir diciendo paridas, y que le ayudara, por favor, que le ayudara a qué, si todo era una sarta de estupideces, de tonterías propias de él, de él, que es muy crío, coño, que siempre está con lo mismo, que todo le viene por la relación aún no superada con su primera novia, y con que no tiene ni oficio ni beneficio, joder, ¿granjero?, vamos, no me jodas, ¿qué es eso?, ¿en eso quieres currar?, ¡lo que tienes son cientos de pájaros en la cabeza, coño!, céntrate, que es lo que tienes que hacer, apúntate a algo y ponte a currar en serio, y déjate de inventarte afeirs o como se diga en gabacho acerca de la mujer de otro, que no es serio, tío, que lo dejes ya, y él venga y venga, que si Carlos empieza a olerse algo, que si se entera me mata, que si ya sabes el carácter que tiene, y al final la petición, que era lo que estaba esperando, que si se puede quedar en mi casa, ¡en mi casa!, por unos días, hasta que sepa qué hacer, que tiene miedo de Carlos, que no confía en que éste no haga una tontería, y yo le digo que no, que no, que no puede ser, que se deje de mamonadas y que me está empezando a hinchar las pelotas con tantas tonterías y que venga, que mejor que se vaya para casa que se me han quitado las ganas de fútbol, joder, y él que si no me dejes en la estacada, Jorge, por favor te lo pido, te lo ruego, por nuestra a amistad y yo apunto de explotar y de repente le suena el móvil y me dice es Elena, descuelga, hola, ¿qué pasa, cariño?, ¿mañana?, ¿sí?, ok, vale, besos, chao, estás loco, ahora haces como que ella te llama, eres un imbécil, era ella, Jorge, y ya lo sabes, sólo que no quieres saberlo, pues no, no quiero saber nada, me voy a casa, Jorge, que mañana he quedado con Elena en mi pueblo, ya, vale, muy bien, a no ser que me dejes quedarme en tu casa, no, no, mejor vete, vale, adiós, Jorge, adiós, Antonio, anda, y déjate de tonterías, ¿eh?, adiós, adiós, hala, y entonces se va y algo raro me pasa en las tripas, como si el estómago se encogiera y una voz extraña en la cabeza me dice que no volveré a verle, bah, serán los callos, y entonces suena mi móvil y es Elena y me dice que si Antonio ha hablado conmigo y yo le digo que sí, que me ha dicho una serie de gilipolleces sin sentido y ella ajá, bueno, mañana van a hablarlo Carlos y él, tranquilo, todo quedará solucionado mañana, vale, si estoy tranquilo, y no le creas nada, que está pasando una mala racha desde, ya, desde aquello, ya lo sé, besos y gracias mil, Jorge, eres un sol, ese soy yo, no en serio, eres todo un amigo, bueno, me preocupo por los míos, adiós, adiós

Impacto.
¿Qué pasa? ¿Qué sucede? ¡Todo tiembla!
Impacto.
¡Otra vez! ¡Pero bueno! ¿Qué pasa? ¿Es ca pillao un bache el capitán o qué? Jo, jo, jo. Bueno, me van a oír, tanto bamboleo y tanta ostia. ¡Hala, venga! ¡Esto me pasa por viajar con una compañía extranjera, coño!
Impacto.
¡Joder, qué mareo! ¿Verdad, compañero? ¡Anda! ¡El pasajero del asiento de al lado no está! ¡Pues espero que no laya pillao esta especie de montaña rusa cagando!
Calma.
Bueno, ya paró, joder, qué susto. Pensaba que nos matábamos. ¡Me van a oír! ¡Fuera el cinturón éste de los cojones! ¡Voy a hablar con el capitán de este trasto! Voy a…

I. Paralización
Y cuando se da la vuelta para dirigirse a la cabina del capitán, se encuentra con que el tiempo parece haberse detenido, los gritos de la gente silenciados en su apogeo, como una película en pausa. La cola del avión ha desaparecido. En su lugar, el tremendo agujero que crea la ausencia de la parte trasera deja entrar el sol, el cual reverbera sobre los rostros paralizados de los pasajeros.

II. Situación
Puede ver una ingente cantidad de objetos y sustancias flotando estáticos en el aire: líquidos petrificados surcando el espacio, perlas de sudor y goterones de sangre formando una bella pero terrorífica parálisis pictórica, fragmentos humanos levitando en aquel quieto pandemonio, cristales, bolsas, mochilas, relojes, uñas, vasos, fragmentos de epitelio. Y personas.

III. Observación
La gente yace paralizadamente dispersa: sentadas, en el aire o destrozadas. El terrible fotograma en el que se ha parado la realidad muestra un horror demasiado grotesco como para poder ser explicado, baste fijarnos en aquella señora vomitando sus propias tripas, formando un congelado géiser de rojo y verde, o en la azafata cuyos sesos asoman por su cráneo destrozado.

IV. Globalización
Ahora, alejémonos. Imaginemos el cuadro en toda su magnitud, en todo su horrendo esplendor. Multiplicad vosotros mismos por cien cada visión horrible sobre una muerte petrificada que vuestros cerebros sean capaces de imaginar.

V. Excepción
El sonido también parece haberse detenido, con una salvedad: Jorge puede oír un ruido proveniente del cuarto de baño de algo o alguien que se arrastra.

VI. Visión
Y entonces, me ve. Avanza hacia mí, con paso no muy firme, atravesando el quieto espectáculo que lo rodea. Mi imagen debe de resultarle estremecedora. En medio de aquel congelado caos, un niño de diez años lee tranquilamente Rayuela, agradeciendo el sol que flota a sus espaldas, y que ilumina de ámbar el libro, sobre el capítulo 17. Antes de afrontar a Jorge, con su cara de vaca al matadero, puedo leer “La cosidad es ese desagradable sentimiento de que allí donde termina nuestra presunción empieza nuestro castigo”.

VII. Resolución
Tenía a Jorge ante mí. Su prominente barriga, a la altura de mi rostro, tiembla como un postre de gelatina. Abre la boca para hablar. Le reviento los sesos de un disparo antes de que pueda hacerlo.
Cayetano Gea Martín

viernes, agosto 11, 2006

Una histeria: los amantes multiples.

Un señor sabe que en realidad no es un señor sino dos señores, uno dicharachero, amable y extremadamente locuaz y otro, serio, adusto y sereno. El primero existe entre las cinco y las doce de la noche y entre las siete y las nueve de la mañana. El resto de horas existe el otro hombre que forma parte del mismo hombre y esas horas coinciden con su jornada laboral y su tiempo destinado al sueño (que le conduce siempre de forma irremisible a la jornada laboral inmediatamente pretérita). El primer hombre que forma parte de un solo hombre ama a una mujer cariñosa, olvidadiza y en extremo romántica. Pero la mujer sabe que en realidad no es una mujer sino dos mujeres y que el primer hombre, que ella en principio creía un solo hombre, la conoció por alguna extraña casualidad cuando ella era la primera mujer, que corresponde a la cariñosa, olvidadiza y en extremo romántica. Sin embargo, como hemos señalado, la mujer es en realidad dos mujeres. La segunda es hosca, tremendista y atea y ama al segundo señor, el serio, adusto y sereno que muchos calificarían como un solo hombre y no una mitad en un cuerpo completo. El problema que se plantea es grave: el primer señor, que ama a la primera señora existe entre las cinco y las doce de la noche y entre las siete y las nueve de la mañana, horas durante las cuales no existe la primera señora, que sólo goza de tal condición entre las doce y las siete de la madrugada y entre las nueve y las cinco de la tarde. Similar situación se plantea en el caso del idilio de la segunda señora con el segundo señor. Por lo tanto, a ambas parejas les corresponde tan sólo un instante de conciencia mutua al cabo del día, aquél en el que se produce la metamorfosis y ambos caracteres coexisten durante unas milésimas de segundo, tiempo que se les torna fútil (en realidad lo es) y tan sólo pueden contemplarse durante unos instantes en la pupila del otro, en la que parecen reconocer al objeto de su amor. Sus existencias como hombre y como mujer divididos, con existencias alternativas, son realmente complejas, y se les ve apesadumbrados, esperando con desmedida necesidad el leve instante de encuentro entre el primer hombre y la primera mujer o la segunda mujer y el segundo hombre. El primer hombre no puede amar a la segunda mujer y la primera mujer no puede amar al segundo hombre aunque eso haría más fáciles las cosas. Sin embargo, tanto los unos como las otras, a pesar de sus respectivos caracteres, son juiciosos y ciertamente tendentes hacia el establecimiento de consensos meditados. El acuerdo es simple: convivirán como puedan, tolerándose en lo posible, la primera señora con el segundo señor y el primer señor con la segunda señora, lo cual, un espectador ajeno a sus respectivas situaciones tomaría por una pareja de caracteres desiguales. Tal vez el tiempo lime algunas asperezas, pero si el tiempo no las lima, siempre les quedará a ambos ese instante mínimo de contemplación del amado que, de tan mínimo, inalcanzable e ideal es eterno, perfecto y final.

Pedro Garrido Vega.

miércoles, agosto 09, 2006

El Viaje, Capítulo III. El señor gordo (1 de 2)

Ese soy yo, un tío gordo, y a mucha honra, no te jode. Mi nombre es, pal que le interese, Jorge. Es un buen nombre, creo, acorde con mi personalidad, según dice la gente. Ah, sí, la gente. La gente me quiere, ¿sabéis? Soy así como simpático. El gordote cachondo que no falta en ninguna oficina que se precie, el de los chistes guarros, el que después de tira cinco minutos muerto de la risa, mientras te intenta explicar la gracia, jo, jo, jo.

Soy un tío sanote, campechano. Y feliz, bastante feliz. Felizmente casado, con la parejita de hijos y todo eso. Una familia española como deber ser, no esas cosas raras que están saliendo ahora, que ni son familia ni son ná. Mi mujer se llama María, y es la mejor. Mi compañera de fatigas, mi costilla, mi media naranja, todo eso, no sé. No soy muy bueno con las palabras, ni con pensamientos demasiado elevados, ¿Sabéis? Siempre pensé que la palabra más clara para decir mierda era mierda, jo, jo.

Pero en fin, que no tengo nada en mi vida que no me guste: mujer, hijos, buenos amigos y todo un horizonte de posibilidades futuras, como viajar este verano todos juntos a Costa Rica. Veréis, es que todos empezamos en el mismo grupo de amigos. Fue como conocí a María, claro. Y siempre nos hemos querido todos un montón. Somos un buen puñado de gente, pero el núcleo del grupo lo formamos cinco: dos parejas y Antonio, el eterno soltero, ja, ja… Pobrecillo, la verdad es que desde que rompió hace unos cuantos años ya con su primera ex no levanta cabeza. No para de picotear sin encontrar una que valga realmente la pena. Además, llevan unos días él y Carlos un poco tontos, la verdad. No paran de discutir y apenas se ven. A ver si se soluciona pronto todo, que falta poco ya pal Barcelona-Madrid y quiero poder verlo con mis amigos, como siempre. Bah, seguro que ya se les ha pasado. Es más, hoy quedaban para hablarlo y eso.

¿Sabéis? No me gusta nada ir en avión, no sé, me hace sentir más gordo aún, lo cual ya es decir. Y además, no soporto los tiparracos serios como el que me ha tocado de compañero de viaje. Claro que el pobre hace mala cara, como si algo le hubiera sentado mal. Creo que paso de pedirme un té, aunque mi estómago es a prueba de brebajes, que conste. Tengo un metabolismo privilegiado, aunque con tendencia a acumular grasa, pero no me quejo. Mejor que esos flacuchos con cara de hambre, como Antoñito, que mira que jala y es incapaz de engordar ni un gramo. Bueno, cuando se case verás cómo empieza a tener panza, como todos, no te jode. ¡A ver si os creéis que yo a los veinticinco estaba como ahora! Además, con eso de que no para de currar en el campo, más las mariconadas esas del gimnasio, pues normal que no saque barriga. Mira que se lo dije, que eso de los musculitos hace cal final te se atrofie la minga, ja, ja…

Jo, tenía que haber llamado a María antes de subirme a este supositorio con alas. Bueno, ya llamaré cuando aterrice en Barcelona, aunque seguro que me sale la llamada por un pico, putos polacos. No me malinterpretéis, no soy racista, o senofóbico, o como sea, ¡pero el tres a uno en el Bernabéu no se olvida, coño! Como ayer, que me dice el Rafa, el de mantenimiento, que si yo soy un no se qué porque le dije que mi barrio se estaba llenando de gentuza. ¡Coño, es que son gentuza! No digo yo que todos los moros lo sean, pero los guarros que han puesto un locutorio terrorista de esos enfrente de mi portal pues sí. ¡Haber si ya no va a poder decir uno lo que piensa en este país! Claro que la culpa la tiene el Zetapé de los cojones con tanto pacto y tanta hostia. ¡Más mano dura daba yo! ¡Tanto hablar con asesinos y tanta polla en vinagre! Y eso que a mí el Pepé me la suda también, que todos son iguales, unos chorizos, si lo sabré yo, que mi cuñao es concejal…

Joder, delante de mí hay un chavalillo que es igual al sobrino de Carlos. ¡Menudo pedazo de libro se está leyendo, el cabrón! Eso está bien, que la juventud lea, coño. Claro que a mí no ma hecho falta para triunfar que conste. Claro que yo fui a la mejor universidad de todas, a la Universidad de la Calle, y saqué Cuni Laude de ésos, jo, jo, jo… Mira sino a Carlos y a Antonio, que tienen muchos títulos y libros y lo pasan igual de mal que cualquiera, ¡nos sa jodido! Hablando de ellos, espero que ya hayan hecho las paces. Sé que lo que pasa es todo mentira, chorradas que no son verdad. Cuando ayer hablé con Antoñito, no me lo podía creer...
Cayetano Gea Martín

¿Estamos perdiendo el tiempo?

Pues sí, niños y niñas, he de confesar que pierdo el tiempo si comparo mi actividad con la de los ilustres personajes que pretendo compendiar en esta nueva sección (esperemos que de prolongada tradición en esta página, si mi natural hastío y búsqueda de la novedad no lo impiden). Algunos de los personajes que aparecerán serán conocidos por los lectores de esta página (no quiero, por supuesto, menospreciar la cultura de ellos; prueba evidente de su magnífica sabiduría es que leen esta página*). De algunos de ellos conocerán alguno de sus notables descubrimientos, siendo desconocidas algunas de sus otras ocupaciones; en otros casos, puede que conozcan todos los logros del personaje en cuestión y en otros casos puede que ni siquiera sepan de quién se trata.
Esta sección intenta ser una reconocimiento hacia las mentes inquietas. En mi vida he tratado siempre de mantenerme en una inquietud intelectual que me ha llevado a conocer muy diversas visiones de la vida y muchos aspectos diferentes de la misma. Lo peor de morirme es que nuca llegaré a saberlo todo. Aún así, seguiré intentando conseguirlo. Espero que os guste.

P,D,: Por cierto, me niego a incluir en esta lista al señor Leonardo da Vinci. Reconozco sus logros pero en estos momentos me es imposible escribir sobre él. Por otro lado, la bibliografía referente al citado personaje es tan vasta que lo único que yo podría hacer es desmerecer su obra.


Sir Francis Galton:

Como no es cuestión de menospreciar el bagaje cultural de nuestros lectores y es probable que, al menos de oídas (o leídas), les suene (o visualmente recuerden) el nombre de este personaje que nos ocupa, no lo presentaré como un completo desconocido. Como preámbulo básteme decir que este sujeto, nacido en Birmingham en 1822 y fallecido en Londres en 1911, acuñó el término eugenesia, estudió algunas poblaciones africanas o la herencia de las huellas digitales, por poner sólo algunos ejemplos de las diversas actividades que ocuparon su prolongada y dinámica vida.

Por si fuera poco, sir Francis Galton era primo hermano de otro individuo que tampoco dilapidó su vida sentado en un sillón haciendo calceta: Charles Darwin. De él se vio influido por sus teorías acerca de la selección natural y la evolución de las especies.
Galton estudió en las universidades de Birmingham, Londres y Cambridge. Viajó durante 1846-1848 por Egipto y exploró las cataratas del Nilo hasta el Sudán en una época en la que eran casi desconocidas.
En 1850 volvió a África en compañía de Andersson y llegó hasta la bahía de Walfish descubriendo en este viaje la raza ovawipe , pueblo agrícola y bastante civilizado.
En 1860 acompañó al astrónomo Jorge Airy a España para observar un eclipse de sol, publicando con tal motivo interesantes trabajos en diversas revistas. También fue el primero en describir los anticlicones y en crear mapas meteorológicos basándose en la presión del aire.
Después estudió fisiología, antropología y antropometría ocupándose sobre todo de los problemas de la herencia. De hecho, para estudiar la herencia empleó métodos estadísticos que él mismo creó y entre los que se encuentran herramientas tan básicas hoy día en el tratamiento de datos como las regresiones o las correlaciones. Y, por si fuera poco, uno de sus discípulos fue Karl Pearson (sí, niños y niñas, el de la variable estadística). Creó además el método biométrico, una serie de parámetros físicos y cognitivos que ayudaban a determinar diferentes tipologías de personas. Hoy día estos últimos métodos no son apenas utilizados aunque sí supusieron una nueva forma de estudiar la herencia y grandes muestras de datos. Para ello empleó también la distribución normal.
Con sus estudios de la herencia contribuyó a crear la genética del comportamiento y fue uno de los primeros en describir la sinestesia (capacidad de ver colores, oler palabras, etc).
Acuñó el término eugenesia. Galton creía que podía mejorar, mediante herramientas científicas, a la especie humana, lo mismo en su tipo físico que en sus condiciones morales e intelectuales, con sólo limitar la unión entre organismos débiles o enfermos.
Fue recompensado con dos medallas de oro por la Real Sociedad Geográfica, con la Medalla de Huxley del Instituto Antropológico y la Medalla Darwin.

Algunas de sus obras y artículos:

-Narrative of an explorer in Tropical South Africa (1853).
-Art of travel (1855).
-Vacation tourists (1860-63).
-Meteorographica (1863).
-Human faculty and its development (1863).
-Hereditary Genius: its laws and consequences (1869).
-Experiments in Pangenesis (1871).
-English men in science and their nature and nurture (1874).
-Natural inheritance (1889).
-Finger prints (1893).
-Finger print directory (1895).
-Memoirs of my life (1908).

Para más información sobre el personaje visitad http://galton.org/, donde aparecen absolutamente todas sus obras y artículos y pequeños resúmenes de sus logros.

*Esta es, claro, una broma a la que me impulsa una ausencia de falta de modestia (cómo me gustan las dobles negaciones) que a veces me gustaría poseer.

Pedro Garrido Vega.



martes, agosto 08, 2006

A propósito de...Diccionario jázaro, de Milorad Pavic.


En ocasiones muy escasas (qué pena) se encuentra uno de esos libros que hacen pensar de otro modo, ya sea sobre la vida, sobre la literatura o sobre ambas cosas que acaso sean lo mismo en mi caso (y, me atrevo a decir que en muchos otros). Esta obra de Pavic tal vez sea uno de esos puntos de inflexión, al menos desde mi posición de lector. Aunque el problema es que este argumento con respecto a esta obra y su autor es un tanto embustero porque ya leí hace un par de meses otra obra suya, Paisaje pintado con té, también magistral, y que ya me proporcionó algunas pautas acerca de cómo acometer la lectura de este autor.
El Diccionario jázaro, que lleva por subtítulo Novela léxico, es precisamente eso, una novela escrita en forma de diccionarios, y no de un diccionario cualquiera sino de uno muy particular, acerca de los jázaros, un supuesto pueblo eslavo con lengua y religión propias que desapareció cuando el khagán (su jefe de estado) decidió que el reino se convertiría a la religión de aquel que pudiese explicar con mayor elocuencia un sueño en el que un ángel le dijo las siguientes palabras: tus intenciones son gratas al Señor, pero tus actos no. Para ello llamó a la corte a un teólogo cristiano, otro judío y otro musulmán que habrían de interpretar dicho sueño. La religión que existía en el reino jázaro era el de los cazadores de sueños, personas que podían seguir a personajes que aparecían en los sueños de distintas personas.
El Diccionario jázaro es uno de esos libros que pueden leerse en el orden que se desee. Está formado por tres partes cada una de las cuales representa a las fuentes judía, cistiana y musulmana del diccionario (en cada una de ellas, claro, se da una versión un tanto diferente de la llamada polémica jázara, aquella reunión entre el khagán y los teólogos). En cada una de esas partes aparecen entradas que se refieren a personajes que participaron en la polémica jázara o que después se interesaron por el pueblo jázaro, sus costumbres y su religión. La otra obra que he mencionado, Paisaje pintado con té, también puede leerse en el orden que se desee pues su estructura tiene forma de crucigrama y además posee dos finales posibles de los que el lector es protagonista fundamental. En el caso del Diccionario jázaro existen dos tipos de ejemplares, el masculino y el femenino, que difieren en una sola frase.
El estilo de Pavic es muy coloquial y se caracteriza por una sucesión continua de extraordinarias metáforas. Sirva como estímulo para la lectura de esta obra por parte de los lectores de este blog este fragmento escogido del Diccionario jázaro, que además me permite pensar menos y entregarme a la actividad de mero copista. El extracto forma parte de la entrada Muqqadasi Al Safer, de las fuentes musulmanas del Diccionario jázaro:
[...] Según otras fuentes que Daubmannus relaciona con los manuscritos de la sinagoga de El Cairo, esta carta o poema no estaba dirigida en efecto al khagán, sino al propio Al Safer, y se refería a él y a Adán Cadmón. En cualquier caso, la carta suscitó los celos o la rivalidad del khagán jázaro, pues los cazadores de sueños formaban el poderoso partido de oposición de la princesa Ateh. Al Safer fue condenado a ser encerrado en una jaula suspendida de un árbol. La princesa Ateh le enviaba cada año en los sueños la llave de su alcoba. Sólo podía aliviar sus sufrimientos cuando sobornaba a los demonios para que tomaran por un breve período el lugar de un hombre y metieran a éste último en el lugar de Al Safer. De modo que una parte de la vida de Al Safer estaba formada por la vida de otros hombres, que le prestaban algunas de sus semanas. Entretanto, los amante se intercambiaban mensajes de una manera especial: él grababa con los dientes unas cuantas palabras en el caparazón de una tortuga o de un cangrejo capturado en el río que corría debajo de la jaula y luego lo ponía de nuevo en el agua; ella le respondía de la misma manera, grabando sus mensajes de amor en las tortugas y enviándolos a lo largo del río que desemboca en el mar justo debajo d ela jaula. Cuando el demonio privó a la princesa Ateh del recuerdo de la lengua jázara y la obligó a olvidarla, ella dejó de escribir, pero Al Safer siguió enviando sus mensajes tratando de hacerle recordar su nombre y las palabras de sus poemas.
Algunos cientos de años después de ese acontecimiento, fueron capturadas en la costa del mar Caspio dos tortugas en las cuales estaban grabados los mensajes de un hombre y una mujer que se amaban...

Pedro Garrido Vega.

lunes, agosto 07, 2006

El Viaje, Capítulo II. La azafata


¿Hola? ¿Qué, cómo estás, bicheja? ¿Cómo que quién soy? Ja, ja, ja. Adivina. Una amiga tuya que ha empezado a viajar mucho, ja, ja, ja. ¿Aún no caes? ¡Venga ya! ¿Cómo? ¡Claro que es un número raro, tía! ¡Te llamo desde el avión! ¿No sabes que no se pueden utilizar móviles? ¿Nunca has volado, cateta? Ja, ja… Sí, jo, estoy mazo de ilusionada. ¡Por fin llegó el momento del primer vuelo! ¡Buf! ¡Qué nervios! ¿Cómo? No, bien. No, al final no hablé con él. Pasé de avisarle, bah, que le jodan, es un niñato. ¿Qué dices? No, tía, no creo que me pasara con él. Créeme, se merece eso y mucho más, de verdad. Es un gilipollas. ¡Claro que lo tengo superado! Además, no veas que pedazo de tío ha subido al avión. Y no me quita el ojo, nena. Quién sabe… Ja, ja… ¡Tú sí que eres una pendona, no te digo! Mira quién fue hablar. ¿O tengo que recordarte lo de Jorge? Ja, ja, ja. Ya, claro, habla la santa, ja, ja… Además, a ti te gustan jovencitos, ja, ja… Pues mira, hay por aquí un niño de doce añitos con la cara pegada a un libraco que a lo mejor te iba, pedazo de pederasta, ja, ja…¡Tú sí que eres perra! Perdona un segundo.

Nada, ya estoy aquí. Nada, la ogro que me ha tocado de compañera, que no me deja en paz. Se cree que soy imbécil. Pero bueno, se cree obligada a enseñármelo todo como si no me hubiera comido año y medio de prácticas, ¿sabes? Es la típica fea amargada que no entraría en un buen vestido ni con calzador. ¡Fea y con un tipo horrible! Ja, ja… Además, ¡se ha atrevido a llevarle un té al tío bueno que te digo! ¡Casi se lo come, la muy desesperada! Bueno, ¿y tú el finde qué tal? ¿Fuiste a aquél pub? Ajá. Sí. Ajá. ¡No me digas! ¡Le viste! ¿Y tú que…? ¿Te liaste con él? ¡No me digas! Jo, nena, ¡luego soy yo la guarra!, ja, ja… Jo, no para de mirarme el macizo del que te hablo, tía. ¿Cuántos? No sé. Treinta y pocos, parece. La edad ideal, ya sabes, ja, ja. Estoy cansada de niñatos como el gilipollas de… No. No… ¡No! ¡Es que es un gilipollas! ¡Y no, no creo que me pasara! ¿Tú que hubieras hecho? ¿Permitir que alguien pusiera así en peligro… todo? Es un imbécil y me alegro. Que sufra como sufrí yo. ¿Qué? ¡No! ¡Pero…! ¡Sí, pe…! Sí… No… Joder, tía, no tienes ni idea, ¿vale? Yo sé por qué… Vale, vale. Cambiemos de tema, ¿vale? Jo, cómo me mira, tía, ja, ja, ja… ¡Me ha sonreído! ¡Oh! Creo que luego le voy a llevar algo. Mierda, espera un segundo. ¿Sí? Dime. Vale, vale, ya estoy allí. Te tengo que dejar, cari, que me toca explicar lo de los salvavidas y todo eso. Creo que se lo voy a dedicar por entero a mi admirador del asiento 45B ventanilla, ja, ja… Luego te llamo si puedo, chiqui. Un besoteee. Chao, chao.

¡Hola, nena! ¿Sigues por ahí? Ja, ja, ja… Ya ves, cari. Jo, ¿sabes? Me he topado antes con el tío bueno del 45B, tía. ¡Sí! Espero no haber sido demasiado lanzada, que ya me conoces, ¡los espanto! Ja, ja… ¡Hala, tía, cómo te pasas! Pues ahora el pobre está en el baño, creo que le ha sentado mal el té que le dio mi compa, la fea con ganas. Ja, ja, ja… ¿Eh? ¿Cómo? No, no. Para nada, ya te he dicho. ¿Antonio? ¡Antonio es un gilipollas! ¡Y se merece lo que le pase! ¡Lo que sea que le pase! Yo sólo… ¡No hice nada, tía! ¿Vale? Es decir yo sólo…

Solamente quería que me dejara, que se marchara, que desapareciera de mi vida, de mi cómoda vida que nadie iba a estropear por nada del mundo, y aunque al principio fuera divertido, no lo negaré, y excitante, después se convirtió en un peligro, en una amenaza para el mundo que tanto esfuerzo nos había costado construir a Carlos y a mí, que con tanto tesón y esfuerzo habíamos creado, y con amor, el amor suficiente, el justo, el básico, y su madurez y mi juventud embriagadora que cautivó a Antonio, pero él quería más, lo veía en sus ojillos ansiosos, no se conformaba con un pedazo del pastel, me quería por completo, me quería devorar y destruir mi mundo para colocar el suyo en su lugar, y eso no lo podía permitir ni lo iba a permitir, y nadie me arrebataría mi recién adquirida levedad del ser, y menos él, a pesar de lo guapo qué es, y lo bien que hace el amor, qué pena, qué desperdicio: sabía cómo complacer a una mujer en la cama, eso estaba claro, desde luego, mejor que Carlos, pero Carlos era mi porvenir, mi felicidad, mi coche, mi piso, mi avaricia, mi destino, y Antonio venga, que nos fuéramos, que huyéramos, que él cuidaría de mí, de mí, él, pomposo engreído fabricado a base de mancuernas y libros de poesía, sin ningún conocimiento de la vida real, de las necesidades reales que se extienden más allá de las palabras bonitas, de los buenos deseos y de las promesas de amor, de un amor que es una hoja en blanco, una mera formalidad, un mero trámite para llevarme a la cama, si lo sabré yo, que los conozco, los conozco a todos, y todos son el mismo, el mismo patrón de tío: machistas, eso es lo que son todos, sin distinción, aunque te hablen de igualdad y de que eres su luna, su sol, lo que da sentido a sus vidas, ¡mentira!: sólo se sienten bien cuando poseen, cuando tienen, y cuando pueden fardar de tenerte delante de su clan de osos cavernarios, de mamíferos sin evolucionar: qué pena, qué asco, y yo lo sabía, y se lo expliqué, pero no lo creía, creía que le mentía para protegerle, ¡protegerle, ja!, el no va más del engreimiento masculino, ese deseo de que todo gire en torno a ellos, centros del universo, pelo y carne alrededor de un pene, todos iguales, iguales e iguales, y yo lo sabía y él atentaba mis logros, mis metas y al canalizador de ellas, Carlos, el cual podía cortar el grifo en cualquier momento y, pum, adiós a todo, a todo, y por eso me cité con Antonio, claro, aunque llovía a mares, lo cual le sorprendió, y más que quedara con él en su pueblo, en su pequeño y repugnante pueblo, ya que sólo había ido una vez y basta, gracias, del asco que me daba estar rodeada de catetos, de paletos, de perdedores con un azadón bajo el hombro, como él, con ese aura de misticismo rural, de arcadia pastoril idealizada: ¡un poeta de pueblo, el colmo de un lamentable aspirante a Miguel Hernández!, siempre hablando de los cielos, del olor de la hierba y de chorradas constantes, y de su gimnasio de mierda, de su puto gimnasio cutre de pueblo, y ya no podía más, y nadie me arrebataría lo que era mío por derecho, y por eso quedé en su inmundo villorrio, pero no fui, no, no fui, en su lugar fue otra persona, sí, otra persona que se enteró por alguien, y sospecho por quién, de lo mío con Antonio y fue para allá, a zanjar la situación, y espero que así fuera, porque yo tengo un porvenir, un futuro, un esposo, un trabajo nuevo que empezar y un vuelo que tomar

Impacto.

Impacto.
¿Qué?
Impacto, impacto.
¿Qué, hola?
Impacto, impacto, impacto.
¡No te oigo! ¡No, ah! ¡Nooo! ¡Socorrooo! ¡QUE ALGUIEN ME AYUDE, POR EL AMOR DE DIOS, SOCORROOOO!
Impacto. Pum. Impacto. Avión que oscila. Caos. Ruido.
¡Estamos cayendo! ¡Capitán! ¡ESTAMOS CAYENDO! ¡VAMOS A MORIIIIR!
Caos. Caos. Caos a su alrededor. Gente volando.
¡OhDiosmíoohDiosmíoohDiosmíoooh! ¡OH, OH, OOOH!
Terror. Caos. Bum. Crash. Setenta y siete grados de inclinación. Gente golpeada, arrastrada, diezmada, muerta.
¡Oh, aah! ¡Sujetarmeee! ¡Sujetarme a algo! ¡Ya! ¡Aquí! ¡Oh! ¡Sí! ¿No? ¿Barra? ¡Sí! ¡Barra! ¡Barra! ¡Aquí! ¡Aaah!
Caos, terror. Ochenta y tres grados. Manos se cierran. Objeto metálico. Seguro. Seguro. Vida en descenso. Probabilidad tiende a cero. Tendones de antebrazo en tensión. Alguno estalla. Cuerda de guitarra. Poing. Caos. Hasta luego, cocodrilo.
¡Oh! ¡No! ¡No puedo! ¡Me resbalo! ¡Oh, Dios! ¡Ayúdame! ¡Dios! ¡Capitán! ¡Dios! ¡Me resbalo! ¡Duele! ¡Oh! ¡Demasiado! ¡Me resbalo! ¡MEEE RESBALOOOO!
Poing, caos, terror. Sin cuerdas la guitarra. Presión cero. Nos vemos, caimán. No te olvides de escribir. Caos. Discordia.
¡CAIGOOO! ¡CAIGOOO! ¡AAAAAAH! ¡CAI…
Golpe, caos. Golpe, golpe, golpe. Mortal. Golpe mortal. Golpe más mortal igual a muerte, ja. Golpe. Golpe como un, sí, como un coco. Crac. Blop. Masa encefálica. Muerte de coco. Coco de muerte. ¡Qué viene el coco! Crac. Adiós.
No pero puedo aunque se que no puedo y veo cuartos y habitaciones muchas y cada vez más pequeñas y ya no quepo ya no quepo Dios Buda Alá Anubis puto triunvirato de oh pequeña muy pequeña niña parque parque lluvia error error system failure Carlos Antonio Jorge María alabado sea que se oiga vamos negro negro negra muerte y donde donde oh desaparezco desaparezco y no hay nada padre Padre Felipe mentía solo muerte negro telón mala película mal final orgasmo mortal el último el peor blando agusanado cariado lívido esqueleto puto estudiante de Salamanca habitación nimia tiende a cero a cero absoluto adiós compañeros adiós si lo hubiera sabido levedad oh oh levedad existencia efímera no más planos ni encima ni reencarnación ja risa ja mentiras miedo a la pálida oh solo muerte oh no pierdo oh no muerte muerte
Muerte.
Cayetano Gea Martín

sábado, agosto 05, 2006

El Viaje, Capítulo I. El viajero (segunda parte)

Impacto.
Un tremendo impacto.
Un tremendo impacto que sacude por entero el diminuto baño del avión y me hace flotar en el aire durante dos interminables segundos
Mira, mamá, sin manos
en los cuales siento una ingravidez no producida por la carencia de gravedad, sino por un movimiento brusco y de inconmensurable cinética de arriba abajo, la misma sensación de volar que conocen los suicidas del viaducto, sólo que mi suelo no está en la calle Segovia, a cien metros más abajo, sino a apenas ochenta centímetros de mi cabeza, la cual va a su encuentro en cuanto pasan los dos segundos de levitación forzosa.
Mira, mamá, sin dientes

La boca se estrella contra el sucio suelo de linóleo y estalla en una roja burbuja de dolor. La sangre surge como líquido en un pulverizador, segundos antes de comenzar a manar a riadas. El dolor es tan grande que se me olvida gritar mientras me orino encima de los vaqueros, incluso olvido al pandemonio que tiembla de caótica excitación a mi alrededor. Porque el compartimiento estanco que forma el baño del avión parece resquebrajarse por entero, con titánicas sacudidas que me mandan de un sitio para otro, al techo, al suelo, contra las paredes. Dos o tres veces golpeo el espejo del lavabo y cada vez que lo hago, se quiebra más y se cubre más de sangre. El universo gira a mi alrededor, y lo hace de forma ensordecedora, con un estruendo agudo como un grito o un prolongado frenazo. Intento taparme los sangrantes oídos, pero no sé dónde se encuentran éstos ni mis manos. Soy una marioneta con las cuerdas cortadas dando tumbos en una lavadora fuera de control, mientras giro y giro en la más horrible de las montañas rusas. Sólo pienso en que termine, en que muera de una vez, en que mi cuerpo se desintegre y que todo desaparezca. No pasa mi vida delante de mí. No recuerdo a los seres amados ni pienso en el daño que infligí. Sólo deseo que todo termine.

De repente, tan súbitamente como surgió, el movimiento cesa. No se va parando poco a poco, sino que la realidad vuelve a encajarse de golpe en su sitio. Un instante antes estaba saltando en un ruidoso caos sin gravedad y un instante después todo para.
Quietud.
Total y absoluta.

Mi cuerpo, tumbado sobre el suelo lleno de cristales, papel higiénico, fragmentos varios de mampostería y mi sangre, aún posee la inercia de la sacudida y no ha descubierto que todo ha parado. Mis oídos pitan desaforados entre los hilos de sangre que los intentan taponar. Descubro con mi lengua sangrante y mordida que me faltan varias piezas dentales. Una manta de calor cubre mi ojo derecho y parte de la cara. Tengo una pierna torcida hacia el lado contrario de la articulación normal de la rodilla, oh, Dios. No te desmayes, aguanta, mírate, reconócete. Siento al menos tres costillas rotas. Dios, qué dolor. No te desmayes, desgraciado. Completa tu revisión. El brazo izquierdo se encuentra doblado de manera antinatural, y colocado debajo de mi nuca. El hombro se ha salido, siento la cabeza del húmero flota libre entre mi carne y tendones, qué dolor, Virgen Santa, qué dolor más espantoso, aguanta, aguanta y termina. No creo que tenga algún órgano destrozado, aunque es pronto para asegurarse. La pierna izquierda y el brazo derecho parecen intactos, gracias a Dios por estos pequeños detalles, joder. Con éste último palpo todo lo que el dolor me permite mi destrozado cuerpo. Duele, duele, me cago en Dios y en todo el santoral al completo. El vientre parece en su sitio, sin bultos raros. Tanto la polla como los cojones están en su sitio, aunque éstas se encuentran ligeramente entumecidas e hinchadas. A lo peor me quedo como un puto mulo. Curiosa preocupación cuando lo más seguro es que la diñe. Dolor. Sigo tocándome con la mano del brazo bueno hasta llegar a lo que en mi incombustible vanidad más temo: los posibles daños producidos en el rostro. Joder, qué dolor, qué dolor, aguanta, cabronazo. Tengo la barbilla partida por la mitad, noto el hueso destrozado bajo mis dedos. Palpo dentro de mi boca y hago un rápido recuento: he perdido tres molares, un canino, los cuatro premolares. Ningún incisivo perdido, gracias, Señor del universo, oh, duele, duele, me cago en la puta, joder, termina, termina y luego te desmayas, nenaza. Tengo miedo de comprobar el calor ciego que me cubre el ojo derecho, tengo miedo, miedo. Examino primero la nariz. Está rota, el tabique troceado en, al menos, tres partes. Me llevo la mano detrás de la nuca y, milagrosamente, no parece que tenga ninguna brecha en el cráneo. Palpo cristales y sangre, pero nada grave, nada grave, eso parece, duele, duele. Bajo la mano por la frente y descubro, horrorizado, a qué se debe lo de mi ojo derecho: el cuero cabelludo se ha desprendido y me cubre un tercio del rostro. Incrédulo, palpo el cráneo liso, la carne arrancada que cuelga como la más horrible de las persianas y el pelo que le acompaña y que roza mi ojo y mi mejilla.

Creo que ya puedo desmayarme.
Cayetano Gea Martín