Tercer Acto – Final
(Se alza el telón. El escenario ha cambiado radicalmente. Se halla a oscuras, salvo por una única luz, que ilumina a El Niño y a Carlos. Frente a ellos, la tumba abierta de Antonio. Es un ataúd sencillo, de madera de roble, rústico. El cadáver se encuentra radiante y hermoso en su muerte)
- EL NIÑO: Aquí hemos llegado, entonces, al final del camino. Ante el único inocente de esta farsa, de esta conjura de los necios. Este hombre tenía todo aquello de lo que carecíais los demás, y con eso creo que ya lo he dicho todo.
- CARLOS: (Críptico) Sí, todo está dicho.
- EL NIÑO: No, todo no. Aún queda pendiente tu destino, si no te importa que te tuteé. (Suspira) Todo esto que nos rodea, todo lo que ves y has visto, el juzgado, la gente, los muertos, etc.; todo es una mera ficción, un teatro de las sombras que he desplegado para ti, lobo estepario.
- CARLOS: Quién... ¿Quién eres?
- EL NIÑO: Eso no importa. Tu cerebro ya me buscará un nombre. Lo importante es que nada de esto es real. Lo único real es que te encuentras destrozado dentro del lavabo de un avión accidentado. En este instante, he paralizado la escena hasta que conozcamos la resolución de tu particular historia universal de la infamia.
- CARLOS: (Sorprendido) ¿Sigo en el avión?
- EL NIÑO: Sigues tendido en el suelo con el cuerpo partido y lacerante, sí. Lo único que queda pendiente, lo único que necesitas saber, la pregunta final que permanece inédita es: ¿cómo quieres morir?
- CARLOS: ¿Perdón?
- EL NIÑO: ¿Cómo quieres morir? Recuerda, esto es un juicio. Puedes morir como un ser humano, reconocer tus fallos, renegar de tu naturaleza cruel y despiadada. Te prometo que será rápido e indoloro. Mantente en tus trece, y tu viaje no habrá hecho más que empezar.
- CARLOS: ¿Naturaleza cruel y despiadada?
- EL NIÑO: Como te dije, tú eres un caso aparte del resto de culpables. Tú eres la encarnación viviente, todavía, de lo peor que puede llegar a ser una persona. Eres egoísta, cruel, desagradecido, vanidoso y sádico. Te gusta que te alaben, que te coreen. Vas de culto por la vida porque has leído tres libros que no entendiste. Eres tan típico. Sois tan típicos. Salís del instituto siendo sus matones, los que pegan a los empollones, y vuestros amigos descerebrados os ríen las gracias. La vida os resulta fácil, tan fácil. No tenéis que sufrir por nada ni nadie. Conseguís a la chica tonta de moda encarcelada a las rebajas de Zara, obtenéis vuestra cuota mensual de polvos tanto dentro como fuera de casa, seguís con el mismo coro de amigos-rata que os iban lamiendo el culo en el instituto. Además y, como colofón a vuestro sistema métrico, trepáis laboralmente a base de comer pollas y apuñalar a la gente hasta donde vuestra carencia total y absoluta de escrúpulos os permite. Así, os repartís por el mundo como ejecutivos, políticos, militares, religiosos, periodistas. Así, vais aumentando la cuota de destrucción. Pasáis de sacudir al gafotas de clase a hacer puntos para mandar al garito el ecosistema terrestre. Sois el cáncer de este mundo, el mal, el auténtico mal que nos consumirá a todos. Pero la gente no lo ve. Os inventáis enemigos a los que pagáis un alto precio por serlo, para que puedan ser juzgados por la opinión pública. Aborregáis al mundo con terrorismo, religión, fútbol, porno, con todo aquello que valga para que estén calladitos y abiertos de piernas. Perpetuáis un sistema injusto que a duras penas podrá sostenerse unas décadas más, cuando el mundo entre en un colapso medioambiental sin retorno.
- CARLOS: (Titubeando) Yo...
- EL NIÑO: ¿Tú? Tú sólo tienes que elegir la postura. Se acabó el tiempo. Vas a morir. Decide cómo. ¿Reniegas de todo el mal que has hecho? ¿Te arrepientes de tu naturaleza? ¿Reconoces ser un ser infame? Tic, tac, no tengo tiempo...
(El Niño se acerca a Carlos. Apoya una pistola sobre la sien de éste)
- CARLOS: Antes de responder a tu pregunta, (duda y tiembla) ¿quién eres?
- EL NIÑO: Ya te lo he dicho. Es irrelevante.
- CARLOS: Tengo que saberlo. Por favor.
- EL NIÑO: (Suspira) Jesucristo.
- CARLOS: ¿Jesucristo?
- EL NIÑO: (Suspira de nuevo y empieza a hablar muy rápido) Jesucristo, Buda, Mahoma, un pedo del cosmos, un dios quántico, la naturaleza, un accidente genético, tu conciencia, tu imaginación, la imaginación de otro, Palas Atenea, Osiris, una hoguera en medio de un bosque, etcétera. (Le quita el seguro a la pistola y aprieta el arma contra la boca cerrada de Carlos) Responde. Y, por favor, habla por el micrófono.
(¿Cómo describir lo que tiene que procurar manifestar un actor en esa circunstancia? Difícil cometido es, sin duda. Esa mezcla de miedo, estupor, incredulidad y desafío. El silencio debe durar sus buenos diez minutos. Las dudas eternas deben latir en la frente de Carlos. Es sudor debe caer de su cara al suelo, y convertirse en palomas cenicientas al contacto con el frío linóleo. Al final, lo que debe imperar es la resolución, cuando Carlos mire fijamente a El Niño y, con la pistola en la boca, le diga...)
- CARLOS: Creo que me arriesgaré con la segunda opción. Seguiré siendo el que soy. Nadie tiene derecho a juzgarme.
(El Niño deposita la pistola bajo la barbilla de Carlos)
- EL NIÑO: Nadie. Salvo yo. (Dispara)
(Telón)
Epílogo
La lluvia golpea el hermoso rostro de Antonio mientras espera a encontrarse con Carlos. Su pesado abrigo repele el agua como por arte de magia. Piensa en los tiempos pasados, en los errores, en todo lo que quiere decirle. Quiere explicarle, hablarle, exponerle la situación de la forma más amigablemente posible. Decirle que lo ocurrido con Elena fue un error, un capricho pasajero. Que no le interesa ya lo más mínimo. Quiere decirle que se marcha, que no aguanta más Madrid ni su pueblo, que desaparece. Quiere decirle que no se fíe de María ni de Jorge, que son personas non gratas. Que tampoco se fíe de Elena mucho, ya puestos. Quiere decirle que mañana se marcha de viaje, que coge un vuelo a no sabe dónde, que no le volverán a ver. Quiere decirle que quería despedirse de él antes de marcharse definitivamente. Quiere decirle que, a pesar de todo, lo considera su amigo. Su único amigo. Y que desea que lo perdone más que nada en el mundo. Quiere decirle tantas cosas que casi no lo ve llegar, envuelto en un abrigo ligero. Antonio levanta su mano para que Carlos lo vea. Éste levanta su mano derecha a su vez. Con la izquierda busca algo en su bolsillo. Antonio sale al encuentro de su amigo.
Fin
Cayetano Gea Martín
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