No creo que haya dudas acerca del carácter universal de la experiencia religiosa. Se han descrito creencias religiosas en prácticamente todas las civilizaciones conocidas y en los pueblos más recónditos de África, América u Oceanía y suelen compartir rasgos comunes y experiencias similares, aunque con el matiz distintivo de la cultura en la que se desarrollan.
Este es el planteamiento de los seis primeros capítulos de este libro, que trata de explicar, desde el punto de vista de la neurobiología, la experiencia mística.
Esta obra parte del hecho, aún no totalmente aceptado por la sociedad, no sé por qué oscuras razones, de que todo lo que percibimos y sentimos es producto de nuestra actividad cerebral. El autor escribe: El éxtasis místico, como experiencia humana que es, ha de tener una base cerebral; y las estructuras que sirvan de base a esta experiencia, una vez activadas, sin duda la producirán. Con esto no decimos nada nuevo. Simplemente constatamos que así ocurre con todas las experiencias de que el hombre es capaz. Si no poseyera estructuras cerebrales capaces de dar lugar a la experiencia mística, ésta, simplemente, no podría producirse. La cuestión es, pues, saber dónde se encuentran y cómo activarlas. Este es el modo de superar el dualismo cartesiano y apartar ese concepto etéreo de alma, que tantos quebraderos de cabeza causa y que no es otra cosa producto de nuestra actividad cerebral. El autor explica que para que existiese el alma, que es de naturaleza no corpórea, debería interactuar con el cuerpo, algo que sí es material, de algún modo, y aún nadie ha dado una explicación de cómo esto podría llevarse a cabo. Lo de siempre: cuando se propone algo hay que sustentarlo con evidencias, si no, es un ejercicio de imaginación libre pero nunca ciencia.
Si partimos, por tanto, de esta premisa previa que supone la unidad mente-cerebro podremos plantearnos qué estructuras son las que dan lugar a las experiencias místicas. Antes de ello, y lo que es la mayor parte del libro, es un repaso por las experiencias místicas más variadas: desde los primeros chamanes, pasando por las civilizaciones griega y romana y las místicas occidentales y orientales. Estos capítulos son de vital importancia para el libro: con una ventaja y un inconveniente que, en realidad, son el mismo: estos capítulos son muy prolijos en ejemplos. Esto hace que a veces la lectura sea algo tediosa, que es su inconveniente, pero por otro lado presenta la ventaja de que nos hace ver que las experiencias místicas se han dado en todas las culturas posibles y que estas experiencias comparten una serie de caracteres comunes, como son la forma de alcanzar estos estados (mediante diversas técnicas como la relajación, el aislamiento del mundo, la penitencia, también las danzas, las drogas psicomiméticas, el alcohol, etc) y dan lugar a una serie de experiencias que al ser relatadas por diversas personas de diversas culturas comparten unos caracteres claramente similares. El texto es abundante en testimonios de personajes que han vivido este tipo de experiencias (en las que se describe una conciencia del Uno, una pérdida de la conciencia de los opuestos, alucinaciones auditivas, visiones cegadoras, etc). El autor sí hace sin embargo, una observación: la cultura juega un papel muy importante en estas experiencias: así, a ningún cristiano durante una experiencia mística se le ha aparecido Buda o Alá y a ningún budista se le ha aparecido , por ejemplo, la Virgen María.
El sexto capítulo describe, a modo de corolario, el conjunto de sensaciones que conforman la experiencia mística. En el séptimo, que es la conclusión, se buscan las bases neurobiológicas de la experiencia mística, es decir, qué áreas cerebrales podrían estar implicadas en este tipo de experiencias. Francisco Rubia atribuye un gran papel al sistema límbico. Según él el hombre vive dos realidades diferentes. Una, la lógico-analítica, que es hoy día la imperante y que mantiene silenciada a la segunda, que sería la emocional, la que representa el sistema límbico. En este sistema límbico se encuentran estructuras como la amígdala, que dota de color emocional a las percepciones, que es lo que permite que nosotros creamos que algo es real (eso explicaría la sensación de realidad que los místicos tienen de sus experiencias), el hipocampo, que entre otras cosas, fija la posición del hombre en el espacio-tiempo (los místicos suelen perder la conciencia del espacio tiempo durante sus experiencias) y otras zonas del lóbulo temporal (que él relaciona sobre todo con el hemisferio izquierdo y que estarían encargadas de la autoconciencia, de yo (que es una percepción que se pierde durante el éxtasis). Todo esto y mucho más lo explica con evidencias experienntales, sobre todo de estimulación eléctrica o magnética en determinadas áreas cerebrales que han ayudado a entender mejor todo este tipo de experiencias. Por ejemplo: la estimulación en determinadas regiones del lóbulo parietal da lugar a la sensación de una presencia extraña, la estimulación de determinados núcleos de la amígdala da lugar a sensaciones placenteras y, en otras a sensaciones terroríficas (ambas son descritas por quienen han entrado en éxtasis), o la estimulación de regiones del lóbulo temporal da lugar a la sensación de encontrarse fuera del cuerpo, algo que les ocurre a menudo a epilépticos que presentan el núcleo de activación en esa zona. Rubia también atribuye un papel importante al hipotálamo, el sistema nervioso autónomo y la corteza prefrontal en todo este esquema.
El autor no ve problema en que se diluciden las áreas cerebrales implicadas en la experiencia mística: La existencia de estas estructuras responsables de la experiencia mística no dice nada a favor o en contra de la creencia en seres sobrenaturales. Para el creyente, por ejemplo, es importante saber que existen en su cerebro estructuras que hacen posible estas experiencias. Puede atribuir estas estructuras a la previsión divina que hace posible la comunicación con la divinidad. Sin ellas, como hemos dicho, difícilmente podríamos tener la sensación religiosa ni tampoco sería posible esa comunicación. Para el no creyente, estas estructuras serían las responsables de la creencia en seres sobrenaturales, que no serían otra cosa que proyecciones al mundo exterior de nuestro cerebro. La activación de estas estructuras cerebrales, sea en condiciones normales o patológicas, por ejemplo durante ataques epilépticos, explicaría el fenómeno religioso, así como su universalidad en todas las culturas.
Su visión propugna la coexistencia de ambas realidades en el hombre y apoya la estimulación de ambas realidades, que son necesarias para el perfecto desarrollo del individuo. Una tendría más que ver con nuestra realidad cotidiana, con la ciencia y lo que nos rodea y otra más con lo fantástico, el arte y también esas otras intuiciones e imaginación que a veces hacen avanzar a esa otra realidad científica y lógico-analítica de la que habla el autor.
En relación con este tema, sobre todo con las experiencias que creemos reales y son sólo producto de nuestro cerebro recomiendo leer el último apunte en Las Pirámides del Cerebro: http://www.piramidescerebro.blogspot.com/ y la lectura de algún libro de Oliver Sacks: son de fácil lectura y tremendamente didácticos.
Pedro Garrido Vega
Este es el planteamiento de los seis primeros capítulos de este libro, que trata de explicar, desde el punto de vista de la neurobiología, la experiencia mística.
Esta obra parte del hecho, aún no totalmente aceptado por la sociedad, no sé por qué oscuras razones, de que todo lo que percibimos y sentimos es producto de nuestra actividad cerebral. El autor escribe: El éxtasis místico, como experiencia humana que es, ha de tener una base cerebral; y las estructuras que sirvan de base a esta experiencia, una vez activadas, sin duda la producirán. Con esto no decimos nada nuevo. Simplemente constatamos que así ocurre con todas las experiencias de que el hombre es capaz. Si no poseyera estructuras cerebrales capaces de dar lugar a la experiencia mística, ésta, simplemente, no podría producirse. La cuestión es, pues, saber dónde se encuentran y cómo activarlas. Este es el modo de superar el dualismo cartesiano y apartar ese concepto etéreo de alma, que tantos quebraderos de cabeza causa y que no es otra cosa producto de nuestra actividad cerebral. El autor explica que para que existiese el alma, que es de naturaleza no corpórea, debería interactuar con el cuerpo, algo que sí es material, de algún modo, y aún nadie ha dado una explicación de cómo esto podría llevarse a cabo. Lo de siempre: cuando se propone algo hay que sustentarlo con evidencias, si no, es un ejercicio de imaginación libre pero nunca ciencia.
Si partimos, por tanto, de esta premisa previa que supone la unidad mente-cerebro podremos plantearnos qué estructuras son las que dan lugar a las experiencias místicas. Antes de ello, y lo que es la mayor parte del libro, es un repaso por las experiencias místicas más variadas: desde los primeros chamanes, pasando por las civilizaciones griega y romana y las místicas occidentales y orientales. Estos capítulos son de vital importancia para el libro: con una ventaja y un inconveniente que, en realidad, son el mismo: estos capítulos son muy prolijos en ejemplos. Esto hace que a veces la lectura sea algo tediosa, que es su inconveniente, pero por otro lado presenta la ventaja de que nos hace ver que las experiencias místicas se han dado en todas las culturas posibles y que estas experiencias comparten una serie de caracteres comunes, como son la forma de alcanzar estos estados (mediante diversas técnicas como la relajación, el aislamiento del mundo, la penitencia, también las danzas, las drogas psicomiméticas, el alcohol, etc) y dan lugar a una serie de experiencias que al ser relatadas por diversas personas de diversas culturas comparten unos caracteres claramente similares. El texto es abundante en testimonios de personajes que han vivido este tipo de experiencias (en las que se describe una conciencia del Uno, una pérdida de la conciencia de los opuestos, alucinaciones auditivas, visiones cegadoras, etc). El autor sí hace sin embargo, una observación: la cultura juega un papel muy importante en estas experiencias: así, a ningún cristiano durante una experiencia mística se le ha aparecido Buda o Alá y a ningún budista se le ha aparecido , por ejemplo, la Virgen María.
El sexto capítulo describe, a modo de corolario, el conjunto de sensaciones que conforman la experiencia mística. En el séptimo, que es la conclusión, se buscan las bases neurobiológicas de la experiencia mística, es decir, qué áreas cerebrales podrían estar implicadas en este tipo de experiencias. Francisco Rubia atribuye un gran papel al sistema límbico. Según él el hombre vive dos realidades diferentes. Una, la lógico-analítica, que es hoy día la imperante y que mantiene silenciada a la segunda, que sería la emocional, la que representa el sistema límbico. En este sistema límbico se encuentran estructuras como la amígdala, que dota de color emocional a las percepciones, que es lo que permite que nosotros creamos que algo es real (eso explicaría la sensación de realidad que los místicos tienen de sus experiencias), el hipocampo, que entre otras cosas, fija la posición del hombre en el espacio-tiempo (los místicos suelen perder la conciencia del espacio tiempo durante sus experiencias) y otras zonas del lóbulo temporal (que él relaciona sobre todo con el hemisferio izquierdo y que estarían encargadas de la autoconciencia, de yo (que es una percepción que se pierde durante el éxtasis). Todo esto y mucho más lo explica con evidencias experienntales, sobre todo de estimulación eléctrica o magnética en determinadas áreas cerebrales que han ayudado a entender mejor todo este tipo de experiencias. Por ejemplo: la estimulación en determinadas regiones del lóbulo parietal da lugar a la sensación de una presencia extraña, la estimulación de determinados núcleos de la amígdala da lugar a sensaciones placenteras y, en otras a sensaciones terroríficas (ambas son descritas por quienen han entrado en éxtasis), o la estimulación de regiones del lóbulo temporal da lugar a la sensación de encontrarse fuera del cuerpo, algo que les ocurre a menudo a epilépticos que presentan el núcleo de activación en esa zona. Rubia también atribuye un papel importante al hipotálamo, el sistema nervioso autónomo y la corteza prefrontal en todo este esquema.
El autor no ve problema en que se diluciden las áreas cerebrales implicadas en la experiencia mística: La existencia de estas estructuras responsables de la experiencia mística no dice nada a favor o en contra de la creencia en seres sobrenaturales. Para el creyente, por ejemplo, es importante saber que existen en su cerebro estructuras que hacen posible estas experiencias. Puede atribuir estas estructuras a la previsión divina que hace posible la comunicación con la divinidad. Sin ellas, como hemos dicho, difícilmente podríamos tener la sensación religiosa ni tampoco sería posible esa comunicación. Para el no creyente, estas estructuras serían las responsables de la creencia en seres sobrenaturales, que no serían otra cosa que proyecciones al mundo exterior de nuestro cerebro. La activación de estas estructuras cerebrales, sea en condiciones normales o patológicas, por ejemplo durante ataques epilépticos, explicaría el fenómeno religioso, así como su universalidad en todas las culturas.
Su visión propugna la coexistencia de ambas realidades en el hombre y apoya la estimulación de ambas realidades, que son necesarias para el perfecto desarrollo del individuo. Una tendría más que ver con nuestra realidad cotidiana, con la ciencia y lo que nos rodea y otra más con lo fantástico, el arte y también esas otras intuiciones e imaginación que a veces hacen avanzar a esa otra realidad científica y lógico-analítica de la que habla el autor.
En relación con este tema, sobre todo con las experiencias que creemos reales y son sólo producto de nuestro cerebro recomiendo leer el último apunte en Las Pirámides del Cerebro: http://www.piramidescerebro.blogspot.com/ y la lectura de algún libro de Oliver Sacks: son de fácil lectura y tremendamente didácticos.
Pedro Garrido Vega
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