domingo, mayo 29, 2005

El holandés errante, Capítulo Ocho

Con gran pavor y odio observaba el demonio el impasible semblante de Manuel VanHerden. En su fuero interno reconoció, muy a su pesar, que realmente se encontraba a merced de él, de ese maldito vástago de aquel maldito holandés errante. Después de varios minutos de silencio en los cuales Azazel meditó las consecuencias que tendría el aceptar la obligatoria propuesta, se dirigió a Manuel en los siguientes términos:

AZAZEL.- Aunque no se lo crea, he conocido a muchos como usted. Orgullosos hombrecillos que se creen más grandes que su propio destino, que creen poder comprender y desentrañar los misterios del cosmos como si de dioses se trataran. Créame, su osadía no quedará sin castigo.

MANUEL.- No sea usted absurdo. ¿Qué castigo se le puede imponer a alguien que desea su total y absoluta muerte?

AZAZEL.- Hay destinos peores que la muerte, amigo mío. Se lo garantizo.

MANUEL.- Por sus patéticas amenazas debo creer, pues, que ha aceptado mi propuesta, ¿no es cierto?

AZAZEL.- Así es. Aún en contra de todo lo que creo y defiendo, así es. No me deja usted elección. Pero le prometo que le pesará.

MANUEL.- Bah, palabras. Hágalo, pues, invoque a todas las energías necesarias, a todos los tormentosos espíritus del caos que hagan falta para enterrar las manos en las arenas del tiempo y extraer de ellas lo que preciso… ¡mi desaparición de todo universo conocido! Hágalo, maldito sea, ¡hágalo de una vez! ¡Retroceda en el tiempo e impida que mi abuelo conozca a mi abuela! ¡Ahóguelo en el mar! ¡Lo que sea, pero hágalo! ¡No soporto ni un minuto más esta existencia!

AZAZEL.- Como desee, amigo mío. Lo voy a hacer de inmediato. ¿Desea usted despedirse del universo?

MANUEL.- Desearía más bien destruirlo por completo. Desearía eliminar toda la creación, este monstruoso caos que llamáis vida y al que os aferráis como los parásitos que sois. Me encantaría que todo desapareciera conmigo. Pero me he de conformar con sólo mi persona. Y no lo repetiré, amigo mío. No voy a despedirme, ni quiero saludar al respetable, ni quitarme el sombrero, ni soltar un discurso para la posteridad: sólo quiero morir. Y quiero morir ya.

AZAZEL.- A sus órdenes…

El demonio se aferra a los barrotes de la jaula y cierra los ojos mientras entona una plegaria de palabras incomprensibles, arcanas, malditas. Todo a nuestro alrededor tiembla y se pliega, se difumina, gira. Al cabo de cierto tiempo (¿minutos, días, siglos?), todo se queda en calma.

AZAZEL.- Ya.

MANUEL.- ¿Cómo que ya? ¡Sigo aquí!

AZAZEL.- (Sonriendo triunfante) Por supuesto…
Cayetano Gea Martín

jueves, mayo 26, 2005

MEDIO KILOGRAMO DE MARXISMO


¡Hola, Carlos! Qué bien que hayáis podido venir Luisa y tú. Le comentaba a Andrés, precisamente, la de tiempo que hacía que no quedábamos los cuatro y salíamos por ahí. ¿Os gusta el restaurante? Mi primo, el diputado, fue el que nos lo enseñó. Es un sitio al que suelen venir a comer muchos parlamentarios del PSOE y de IU. Está muy bien, ya veréis. Alta cocina pero nada cara. Bueno, pagas lo que comes, es decir, pagas bien, pero lo que tomemos hoy lo haces en algún restaurante pepero de la Castellana y ya me dirás a lo que te asciende la broma. Y no es cuestión de tener más o de tener menos dinero, si no de pagar el dineral que pagan los fachas por malcenar, con la de niños que hay por ahí muriéndose de hambre. Qué gentuza, te lo digo así. Gentuza. No tienen ningún tipo de conciencia social, ni se preocupan por las clases menos favorecidas ni nada. Son todos un atajo de fachas

Egoísta. Eso es lo que me llamó la señora por querer faltar el miércoles a la casa. Egoísta, como si fuera un capricho. Bueno estaría que el día en que mi pequeña hace su primera comunión, su madre, en vez de estar en la casa de Dios, esté limpiando retretes en casa ajena. Egoísta me llamó. Y luego me enseñó un libro horrible de un tal Marx en el que aparecen un montón de cosas malas sobre la Iglesia que yo desconozco y no entiendo. Mi señora me dice que me eleve sobre mi propio ser y que sea yo misma, o algo así. El caso es que al final la dije que me iría igualmente a la comunión de mi hija, que se lo comentaba solo por educación, y me dijo que si salía por esa puerta que me olvidara de volver a pisarla, por lo que al final tuve que

Capitular en un estado medio, de inferioridad humana. Ayer, la simiente vertida del hombre se convirtió en irritantes flores alérgicas. Hoy, las manos tendidas al mundo no consiguen hallar la forma de romper este sortilegio, de salirse de la Rueda de las Cosas, de hallar el camino

Medios. Éso es lo que nos hace falta para continuar con nuestra lucha. Más medios. Y mayor concienciación ciudadana. ¿Más vino, cariño? Está bueno este reserva riojano, la verdad sea dicha. Para los vinos, La Rioja, está claro. Bueno, como decía: nos hacen falta más conciencia de clase. Fijaos en nosotros, por ejemplo. ¿Creéis que unos del PP iban a meter en su casa a una extranjera, como hemos hecho nosotros? Bueno, sí que lo hacen, tienes razón, Carlos; pero los explotan vilmente. ¿Te están gustando las angulas, por cierto? Pues eso, nosotros, la izquierda, tratamos a todo el mundo sin discriminación. Malena, que así se llama la señora que está en nuestra casa, es un cielo. Y está contentísima y muy agradecida de estar aquí. Normal, si con lo que gana en nuestra casa en un día daba allí de comer a toda su

Familia. Añoro mucho a mi familia. Menos mal que mi niña se vino conmigo y nos apoyamos la una en la otra. Pero mi marido, mi otro hijo y mis padres quedaron allá, en Ecuador. Intento enviarles todo el dinero que puedo, pero lo que gano no me da para mucho más que alimentarnos a mi hija y a mí. Si la señora me hiciera el gran favor de interceder por mí para que pudiera conseguir los papeles, las cosas cambiarían bastante. Pero la señora no quiere. Me pregunta si quiero ser esclava del sistema. A lo que yo le respondí que si eso significaba vivir como ella, sí, claro, por supuesto. No debí decirlo. Me regañó tan alto y con palabras tan desagradables que pensé que me pondría en la calle. Su marido no decía nada, menos mal. Que bien sé yo que es él el que manda en esta casa, a pesar de que no se le oiga nunca. No, el seguía haciendo que leía un libro titulado El Anticristo, de un tal Nietzsche, mientras dejaba a su mujer que me gritara. Cuando se calmaron las aguas, el señor se levantó, dejó el libro en la estantería y me dirigió una de sus miradas de reproche que me hacen sentir encima

Culpables somos todos los malditos seres humanos que permitimos que La Rueda siga girando de manera infinita, mientras seguimos dándole pipas al hámster para que no pare, para que no pueda decidir por él mismo. De vez en cuando nos gusta asomarnos a su jaula y jugar un rato con él, hacer que haga el tonto y acariciar su pelo suave. Pero obviamos su existencia a los cinco minutos de la farsa y continuamos con nuestras vidas tan huecas como la suya, dando vueltas y más vueltas en una rueda mucho más

Grande. Grande es el favor que le pensamos hacer a Malena, ¿verdad, Andrés? Queremos que sea la criatura libre que sabemos que puede ser. Liberarla de ese atraso horrible que los Estados Unidos han impuesto en toda Latinoamérica. Para ello, hemos decidido arreglarle los papeles y que sea ciudadana española con todas las de la ley. Qué gran labor ha hecho José Luis con los inmigrantes, qué gran labor. Más de un pepero tiene que estar rabiando, como llevan rabiando desde hace más de un año, claro. Nosotros queremos que Malena se sienta como lo que es, igual que nosotros. Que sepa que soy su amiga, no su jefa, o su ama, o lo que sea que se hagan llamar las pijas del PP. Nosotros creemos en algo más. Creemos en la lucha de clases, en una labor que ha de continuar y seguir. Si no, caeríamos en la hipocresía más descarada. No, nosotros creemos que todos somos iguales, y como tal debemos

Actuar. A la señora se le da muy bien actuar delante de las visitas, dándoselas de caritativa y de solidaria. Es muy fácil serlo cuando se vive como vive ella, claro. Si yo fuera ella, no digo yo que no hiciera lo mismo, pero por lo menos que no me trate de imbécil, que no me dé ese trato de fingida igualdad que sólo denota su superioridad hacia mí. Superioridad que manifiesta constantemente. Hoy, sin ir más lejos, después de la bronca del otro día por lo de mis papeles y lo de la comunión de mi pequeña. Siempre pensé que su falsedad la impediría hacer lo que hizo: amenazarme con llamar al servicio de inmigración. Su desprecio me

Duele, siempre duele, por mucho que te hagan creer que el mundo es así y que tienes que acostumbrarte, que para eso eres el tercer mundo, coño, así que a tragar, que luego morirás y estarás a la derecha de Dios mientras el cabrón del señorito se quema en la gran parrillada del infierno. Así que a joderse, que así son las cosas y nadie las va a cambiar. Y nada de soñar con un mundo mejor lejos de la miseria de casa. No existen los paraísos terrenales para los hijos de dioses menores. Lo que es, lo que existe se llamaba antes esclavismo, aunque ahora se le busquen nuevos nombres que suenen mejor. Así que déjalo todo y vente para Europa, donde por el mismo precio que te cobrará la mafia de tu país para que llegues aquí tendrás una carretilla o una fregona que empujarás como si te fuera la vida en ello. Pero, ey, la situación será siempre mejor que como era en tu tierra, por lo que te conformarás y resignarás. ¡Lo conseguiste! ¡Ya eres uno más! ¡Bienvenido!

Cayetano Gea Martín

viernes, mayo 20, 2005

Los paraísos perdidos, 2 de 2

Me bajé, pues, en mi parada (Gregorio Marañón, para los puristas de las localizaciones) con mi cuerpo de apenas veintiséis años proyectando la sombra de un anciano sobre aquel anuncio de vuelos a Alemania, Berlín, por 35 euros. Miré para atrás, intentando localizar a esa luz que se me iba para no volver jamás, cuando, oh, sorpresa, atisbé su pelo entre la gente que bajaba del vagón (de nuestro vagón, de la única habitación que compartimos).

¿Cómo describir la felicidad de drogadicto que sentí al volver a ser poseído por su luminosidad? ¿Cómo enumerar los infantiles planes que mi mente elucubraba a toda mecha? Decidí seguirla, sí, seguirla y atreverme a decirle algo. Abrirle la puerta de la salida del metro, esperar ahí, sujetándola e intentando esgrimir mi sonrisa más atractiva, o en su defecto, de niño bueno, de persona en la que se puede confiar.

Allí estaba, por allí se venía. Esplendorosa. Ahora, además, la veía caminar con unos ligeros y decididos saltitos de colegiala. Una diosa, una diosa entre cerdos que nos revolcamos envueltos en nuestros ordenadores, en nuestros libros, en nuestros DVDs. Ella avanzaba hacia mí. Y cada paso era un poema, una oda. Cada zancada podría crear un universo infante dedicado a la contemplación y al estudio de su cuerpo. Si estuviera terminando una carrera de ciencias (o cualquier carrera, ya puestos) tendría seguro sobre qué haría mi tesis. ¡Oh, qué rotundamente hermosa era! Sería su esclavo sin poner pegas. Ahora mismo, ya. ¿Dónde están mis cadenas? Oh, cruel ama…

Un empujón violento y sin paciencia me sacó de mi ensimismamiento adolescente. Indignado, alcé la vista para observar al ejemplar más feo de mujer que jamás he visto. Ante mí se alzaba una mole tocinera y calva de edad indefinida, aunque por las pintas supuse que no sería muy mayor, lo cual me aterraba, ya que no llegaba a concebir a aquella criatura en un estado peor. Lo más terrible fue contemplar la ristra de tatuajes con simbología nazi que recorría su cuerpo. Mi increiblemente deductora mente proyectó ante mis ojos el anglicismo skinhead, por lo que procuré dejar de mirarla con tan descarada cara de asco.

Mejor aún, decidí fijarme sólo en el ángel que tenía delante de mí y que, oh, fortuna, ¿acaso me sonreía? Su boca se iba ensanchando cada vez más, hasta que con los ojitos reverberando en llamas de felicidad, me dijo: “¿Qué pasa, so guarra?”, en una voz ronca, masculina y chabacana. Cuando acto seguido se abrazó a la bulldozer fascista que me empujó, y comenzaron a juguetear sus lenguas, deduje brillantemente que a lo mejor no era a mí a quién sonreía. Abandoné lo más rápido que pude la escena, sin poder evitar escuchar a la antaño diosa y madre de mis hijos proferir las palabras más soeces que jamás se oyeran en este universo.

A pesar de lo que la gente piense, soy un tío positivo y optimista, y decidí, después de años de tratamiento con electroshocks, sacarle partido a la experiencia. Ya que no otra cosa, los hechos narrados me sirvieron para no volver a juzgar, para bien o para mal, a la gente por su aspecto físico. Ah, también aquella mañana fue cuando mi adolescencia murió del todo, en aquel andén de Gregorio Marañón, línea diez, dirección Fuencarral.

Por la noche, una de las señoras de la limpieza barrió mi recién fenecida adolescencia con su enorme escoba y la depositó en un contenedor de color gris, que es donde se separan para su posterior reciclaje (para fabricar relojes, llaves, insomnios y tranquilizantes) las ilusiones perdidas que mueren a los pies de la monotonía.
Cayetano Gea Martín

jueves, mayo 19, 2005

Estar Güars, Epichode Tré

Hoy no puedo evitarlo... el frikismo me vence y sólo puedo pensar en Revenge of the Sith...

Voy a ducharme y irme cagando mistos al cine a ver el estreno...

PD: Aunque Pedro no lo reconozca, está tan friki hoy como yo... Espero que les esté restregando bien restregado a los de su labo que tiene entradas, jur, jur...

Hale, a los cines en masa y esperemos que no nos decepcione...

martes, mayo 17, 2005

Los paraísos perdidos, 1 de 2

Aquella mañana la mochila donde llevaba la comida que me nutriría a media mañana y la carpeta con los apuntes de inglés (malditos phrasal verbs, que se los lleven todos los demonios) me golpeaba las costillas con mayor frecuencia de la deseada. Las oscilaciones a las que me sometía el reluciente vagón de la línea diez del Metro de Madrid (¡vuela!) fomentaban esta singularidad con respecto ayer a la misma hora.

El resto de mis sensaciones eran las mismas, así como la situación de colapso humano que me hacía pensar en estrechas arterias/vías suburbanas que necesitarían urgentemente disminuir su nivel de colesterol/personas. Lo cierto es que las masas humanas, esas masas de las que nunca nos creemos formar parte, atraen y poseen mi imaginación como pocas cosas en este absurdo universo. La masa se comporta como su número la define acertadamente, es decir, en singular, como un ente pluricelular dotado de conciencia propia.

En esa especie de mitocondrias aborregadas que nos convertimos por las mañanas, en esa masa en la que se permite a cada uno de sus componentes dedicarse a una cosa distinta,

a saber: hablar, leer, escuchar música o mirar a los demás

a sabiendas de que a la hora de la verdad (es decir, a la hora de moverse), se van a comportar todos al unísono, en ese grupo, en fin, se encontraba ella aquella mañana.

No diré aquí, aunque lo piense, que refulgía por encima del resto como una diosa entre mortales, o que un aura de colores iridiscentes la distinguían de las mujeres y hombres grises de su alrededor, u otra cursilada semejante. No lo diré, aunque lo haya dicho para negarlo. Pero lo cierto es que mi mirada se desvió del libro que intentaba leer envuelto en aquel mar de cuerpos hacia ella. Cierto es también que para conseguir distraerme de mi ejemplar de la Eneida hubiera bastado la más mínima distracción, pero no quisiera quitarle importancia a aquella hermosa muchacha.

Lo primero que me llamó la atención fue que estuviera tan radiante tan temprano, cuando los biorritmos del resto de la gente están barriendo el suelo. Ella aparecía fresca cual lechuga en aquel mar de legañas y de gente con pocas ganas de vivir.

Lo segundo en lo que me fijé fue en su sonrisa, en una linda sonrisa que llenaba de brillo los ojos, y de los ojos, el resto del cuerpo. Cuerpo nada despreciable, por otra parte, o así dejaba traslucir su veraniego atuendo en la rápida y furtiva ojeada que efectué con disimulo.

Era ella, en fin, guapa, radiante y sonriente. Pensé que debía ser una persona que realmente mereciera la pena. Me imaginé colgado de su brazo, o llamándola para decirle qué tal te va hoy en el trabajo, cariño. ¿Yo? Mucho lío, como siempre. Esta noche te veo a la hora de la cena, Un beso, mi niña. ¿Qué hombre no sería feliz con una mujer así? Sin conocerla de nada, me daban ganas de quererla, de abrazarla, de protegerla, de dar todo por ella, y por qué no reconocerlo, de hacer el amor con ella.

La vida, esa carretera tan monótona que de repente se desparrama en curvas, está siendo más bien insulsa conmigo, para qué negarlo. Hasta los mayores placeres se convierten en monotonía con excesiva frecuencia. Aquel monótono día de mi monótona vida creí estar ante un atisbo de otro destino posible. Como tímido que soy (y los que me conocen lo saben), nunca he entendido del todo las reglas básicas del flirteo a las que se aplican el resto de la humanidad como a materia estudidada, por lo que no sabía bien cómo reaccionar ante la visión esplendorosa que quemaba todo a su alrededor, consumiendo vida, tiempo y carne.

Lo cierto es que el otrora lento hoy rápido metro llegaba a mi parada ya. No quería bajarme, en serio. Quería acercarme, hablar con ella, decirle hola, aunque fuera. Decirle que creía que realmente nos caeríamos bien, que seguro que tenía mil cosas en común conmigo, que se atreviera a descubrirlas, que yo podría hacerla feliz si ella quisiera, que volcaría todas mis fuerzas en hacerla sonreír. Este maldito mundo adulto al que todavía no sé si pertenezco anímicamente no me permite lo que deseo. El pudor congénito, las normas, el miedo social a la comunicación, siempre temerosos de los locos, de los desaprensivos, ese miedo que utilizan para tenernos sumisos y bien marcados, todos eso, en fin, me impidió acercarme a ella. No pasa nada, me dije, vuelve a tu vida de libros, de relatos cortos, de trabajos precarios y de carencias afectivas con la cabeza bien alta. Era para romper a llorar o suicidarse. Supongo que como el resto de la humanidad, elegiré el suicidio pasivo de ver morir los días vacíos, con la sensación cada vez más tenue de que alguien me ha tomado el pelo descaradamente.
Cayetano Gea Martín

lunes, mayo 16, 2005

El holandés errante, Capítulo Siete

Como recordará aquél que me lea, corté, sin que fuera esa mi intención, abruptamente el capítulo anterior, justo cuando el demonio se negaba en redondo a la petición de Manuel VanHerden, alegando que no estaba autorizado a realizar algo tan atroz. La conversación restante, continúa así:

MANUEL.- Lamento que encuentre tan negativa mi petición, amigo mío. Pero creo que no ha quedado claro que no se lo estoy pidiendo, se lo estoy ordenando.

AZAZEL.- No está usted en condiciones de exigir nada, señor VanHerden. No tengo porqué cumplir con sus designios.

MANUEL.- Oh, sí que tiene que hacerlo, señor diablo. Si se niega a obedecer, se quedará confinado en la jaula por toda la eternidad.

AZAZEL.- ¿Cree usted realmente que no soy capaz de escapar de aquí si no quiero? ¡Infeliz! Si usted me ha capturado es porque así lo he querido yo.

MANUEL.- ¿Con qué intención?

AZAZEL.- ¡Para poder entregar su alma a los círculos superiores del infierno! Alguien de su categoría se cotiza muy alto aquí abajo. Por eso, no puedo permitir que destruya de esa forma su espíritu.

MANUEL.- Dice usted que puede escapar cuando quiera. Inténtelo, por favor.

AZAZEL.- Nada más sencillo, mi ignorante amigo. Observe.

(Azazel comienza a liberar energía de color rojo y desaparece de súbito tras una corta implosión. A los dos segundos reaparece de nuevo dentro de la jaula)

AZAZEL.- ¿Qué truco es este?

(Lo intenta otra vez con idéntico resultado. Desesperado, comienza a intentar arrancar los barrotes con los brazos, a patadas, a mordiscos. Todo en vano)

AZAZEL.- ¡Imposible! ¡Imposible!

MANUEL.- Nada es imposible, mi mefistofélico amigo. Usted debería saberlo.

AZAZEL.- ¿Cómo lo ha logrado?

MANUEL.- Esta jaula anula por completo las energías demoníacas. Cualquier intento de utilizarlas, sólo valdrán para dejarle a usted exhausto.

AZAZEL.- ¡No es posible!

MANUEL.- Oh, mucho me temo que sí. Está aquí, atrapado. Como yo en este infierno que ha hecho materializarse a nuestro alrededor, podrá usted aducir. La diferencia es que yo deseo mi muerte, por lo que el hecho de permanecer encerrado aquí me la trae al pairo. Pero usted, mi querido amigo, permanecerá conmigo, encerrado en esa jaula hasta el fin de los tiempos, ya que sólo se abrirá su candado energético cuando yo muera. Así que, ¿qué va a ser?
Cayetano Gea Martín

viernes, mayo 13, 2005

Alice

Alice apareció en mi vida cuando menos me lo esperaba. Nuestros caminos se cruzaron al azar aquella semana en que Madrid se vio cubierta de nieve, como el color alabastrino de la piel de Alice.

¿Qué podría decir? Sus tretas y sus encantos consiguieron volverme sumiso y manejable. Yo, siempre tan orgulloso y altivo, fui apenas un pelele entre sus manos y piernas durante aquellos cuatro benditos/malditos días.

¡Qué de promesas vanas me hizo! ¡Qué de juramentos vacuos de niña mimada y mimosa de las antípodas! Y yo, incapaz de manifestar lo que sentía por ella de forma total y completa, debido a mi dominio no absoluto de su idioma.

Me llamaréis débil, pero ¿quién no se dejó arrastrar alguna vez tras cantos de sirena? ¿Quién, en esa mala hora, en esa hora triste de desesperación en la que la cama se nos antoja demasiado grande y solitaria, quién, digo, no ha cedido a las quimeras de una noche de pasión?

Recuerdo a Alice subiendo las escaleras hacia mi buhardilla, donde se encuentra este ordenador del que ahora mismo surgen estas palabras digitales. La recuerdo sentarse a mi lado, con las mejillas doradas por la luz de la lámpara, con los hermosos ojos verdes y su blanca piel que traía perfumes de lejanas tierras, el aroma a planicie australiana cargada de rubio heno.

Recuerdo nuestras lenguas jugando entre ellas. Recuerdo alzarla de la silla y encerrarme con ella en mi lecho. Recuerdo contemplar el contraste de color entre nuestros cuerpos. Recuerdo una noche muy larga y apasionada. Recuerdo gemidos bilingües. Recuerdo un amanecer de abrazos. Recuerdo una despedida a la francesa.

Reconozco los dos o tres días posteriores de duelo. Pero al fin de cuentas, nuestro amor era imposible, máxime cuando nunca hubo amor, al menos, por su parte. Por la mía aún dudo. Pero haciendo inventario con el corazón (acaso el único inventario que merezca la pena) , debo ser agradecido con Alice. Me ha devuelto la seguridad y la confianza en mí mismo. Como una hermosa y joven ave de paso, desplegó sus alas y me cubrió con ellas apenas una noche. Suficiente.

¡Oh, hermosa Alice! Gracias, en parte, a tí puedo encarar los cuatro años que me restan de veintena con optimismo. Pensaba ya que serían una cuesta abajo por la que iría rodando de cabeza hasta los treinta.

¡Oh, rotunda Alice! ¡Qué bella eres! Hermosa y vacía al mismo tiempo. Eres como un puzzle de sublimes piezas, pero careces de conjunto. Por ello, te dedico estas malas líneas. Con ellas te absuelvo de mi vida. Como dice Serrat, me gusta todo de tí… pero tú no.
Cayetano Gea Martín

martes, mayo 10, 2005

Los restos del naufragio

¿Qué nos quedará después, ahora que el barco se hunde?
¿Quiénes sobreviviremos?
¿Qué nos queda?

Los restos del naufragio
quedaron esparcidos
o desaparecidos
o rotos.
Enrique Bunbury

Cayetano Gea Martín

miércoles, mayo 04, 2005

El holandés errante, Capítulo Siete

Como recordará aquél que me lea, corté, sin que fuera esa mi intención, abruptamente el capítulo anterior, justo cuando el demonio se negaba en redondo a la petición de Manuel VanHerden, alegando que no estaba autorizado a realizar algo tan atroz. La conversación restante, continúa así:

MANUEL.- Lamento que encuentre tan negativa mi petición, amigo mío. Pero creo que no ha quedado claro que no se lo estoy pidiendo, se lo estoy ordenando.

AZAZEL.- No está usted en condiciones de exigir nada, señor VanHerden. No tengo porqué cumplir con sus designios.

MANUEL.- Oh, sí que tiene que hacerlo, señor diablo. Si se niega a obedecer, se quedará confinado en la jaula por toda la eternidad.

AZAZEL.- ¿Cree usted realmente que no soy capaz de escapar de aquí si no quiero? ¡Infeliz! Si usted me ha capturado es porque así lo he querido yo.

MANUEL.- ¿Con qué intención?

AZAZEL.- ¡Para poder entregar su alma a los círculos superiores del infierno! Alguien de su categoría se cotiza muy alto aquí abajo. Por eso, no puedo permitir que destruya de esa forma su espíritu.

MANUEL.- Dice usted que puede escapar cuando quiera. Inténtelo, por favor.

AZAZEL.- Nada más sencillo, mi ignorante amigo. Observe.

(Azazel comienza a liberar energía de color rojo y desaparece de súbito tras una corta implosión. A los dos segundos reaparece de nuevo dentro de la jaula)

AZAZEL.- ¿Qué truco es este?

(Lo intenta otra vez con idéntico resultado. Desesperado, comienza a intentar arrancar los barrotes con los brazos, a patadas, a mordiscos. Todo en vano)

AZAZEL.- ¡Imposible! ¡Imposible!

MANUEL.- Nada es imposible, mi mefistofélico amigo. Usted debería saberlo.

AZAZEL.- ¿Cómo lo ha logrado?

MANUEL.- Esta jaula anula por completo las energías demoníacas. Cualquier intento de utilizarlas, sólo valdrán para dejarle a usted exhausto.

AZAZEL.- ¡No es posible!

MANUEL.- Oh, mucho me temo que sí. Está aquí, atrapado. Como yo en este infierno que ha hecho materializarse a nuestro alrededor, podrá usted aducir. La diferencia es que yo deseo mi muerte, por lo que el hecho de permanecer encerrado aquí me la trae al pairo. Pero usted, mi querido amigo, permanecerá conmigo, encerrado en esa jaula hasta el fin de los tiempos, ya que sólo se abrirá su candado energético cuando yo muera. Así que, ¿qué va a ser?
La vida es una buena película con un mal final.
Cayetano Gea Martín
Cayetano Gea Martín

domingo, mayo 01, 2005

Mater



Dedicado a Néstor, por mostrarme la locura espiroforme de Junji Ito…

Loca. Desde que la conocí lo supe. Loca de atar. Obsesionada. Quería tener hijos. Lo deseaba, lo necesitaba. Mataría por tenerlos, me decía temblando de deseo. Por ello me vaciaba como un frasco. Me obligaba a fornicar con ella seis, siete veces diarias. Me repugnaba siquiera tocarla. Enorme. Loca. Obsesionada. Estéril. Fue lo que dijo el ginecólogo. Es usted estéril, señora. Plantéese la adopción. Estallido de furia. Mesa de ginecólogo volando por los aires. ¡Maldito cabrón, no vuelvas a decir digas eso! ¡Quiero procrear, necesito un hijo! ¡Quiero sentir la vida latiendo dentro de mí! ¡De mí! ¡De mí!

Tres meses después. Locura en fase creciente. Acunando osos de peluche, intentando que mamen de su seco pecho. Ruidos de los vecinos. Algarabía. ¡La vecina ha tenido un niño rubio, precioso! ¡Se oye a la madre y al padre llorar de felicidad! ¡Injusticia!, proclamó ella a voces, ¡injusticia del destino! ¡Sólo deseo tener un hijo! ¡Ella no se lo merece! ¡No, esa estúpida zorra que tengo por vecina, no! ¡Esa alegría debería ser mía por justicia! ¡Justicia!

Internamiento. Frenopático. Un año de tratamiento psiquiátrico. Vuelta al hogar. Tranquila, ojerosa, drogada. La siento en su sillón. Bajo un segundo a ingresar un cheque. Supongo que estará bien, quieta, sedada. Beso en la frente pálida. Hasta ahora. Puerta que se cierra. Clonc. Vecinos. Vecinos, vecinos. Los oigo. Se ríen. Se ríen de mí. Saben que no puedo, que estoy seca. Se ríen. Yerma. Hijos de puta. Lo necesito, oh, buen Dios. Un niño. Un niño dentro de mí, hijos de puta. Se ríen. Lo necesito, ¡oh, cuánto lo necesito! Un niño dentro de mí. Dentro de mí, dentro de mí, ¡de mí!

Subo la escalera. Premonición. Sillón vacío. Gemidos en el baño. Sangre. Rastros de sangre. Me detengo ante la puerta entreabierta. Siento miedo y frío. La oigo llorar de dolor y de felicidad. Ya soy madre, dice. Me estremezco y envejezco dos años. Cinco años más cuando abro la puerta y contemplo. Horror. Espectáculo nefando. Creo desmayarme. Ahí está. Ahí está ese monstruo maldito, esa imposible madre. Tirada en el suelo, rodeada de coágulos de sangre. A su lado, una bola de sebo amarillo cubierta de rojo. Y ella sonriente y sudorosa. Y su vientre hinchado, hinchado. Su vientre, partido en dos por una cicatriz. Enorme cicatriz que nace en el pecho y muere en el pubis. En canal. En canal. Cicatriz reciente, herida cerrada con una grapadora. No cabía, dice. No cabía mi bebé dentro de mí… tuve que sacarme la grasa de mi barriga para que entrara. Me duele mucho, mucho, pero ¡soy tan feliz! ¡Tengo un bebé! ¡Un bebé! A un lado veo un montoncito de ropa. Ropa de niño pequeño. De niño de un año. ¡Ella no se lo merecía!, dice. ¡Yo deseaba un bebé más que nada! ¡Sentir vida dentro de mí! ¡Ahora lo siento! ¡Lo siento! Miro su barriga. Algo se mueve dentro de su barriga. Algo que gime y sufre. Horrorizado, voy de su hinchado vientre a los ojos del monstruo. El monstruo me mira y su sonrisa de dolorosa felicidad se ensancha. Pero algo hace que, poco a poco, la pierda. Ahora tiembla de miedo y balbucea. N… no que… quería… Sólo quería un bebé... Lo metí dentro de mí... Pero no quería hacerle daño… Me saqué la grasa… Aún no cabía… Aún no cabía… Que Dios me perdone… El monstruo se desmaya o se muere entre lágrimas. Reparo por vez primera en la bañera. Lo que veo me desbarata la mente. Dos pares de bracitos y piernas. Veo dos pares de brazos y piernas de niño tiradas en la bañera. Parecen arrancadas de cuajo. Contemplo la barriga del monstruo. El niño se agita en su tormento. El niño llora de sufrimiento eterno. El niño de la vecina, engullido por la barriga del monstruo que es mi mujer, ¡con los brazos y las piernas segmentados mientras continúa moviéndose dentro y profiriendo los más horribles gemidos que nadie escuchó jamás!


- ¡Ah, qué frío! ¡Qué frío! ¡Ojalá pudiera volver!
- Y que lo digas… Yo también quiero volver… A ese sitio tan cálido…
- Sí… Flotando en el líquido amniótico se estaba tan bien…
- Quiero volver al útero de mamá.
- ¡Ahí es donde mejor se está!

Junji Ito - Uzumaki
Cayetano Gea Martín