martes, junio 28, 2005

Pierradas II


Filosofía erótica

-¡Qué pedazo de hembra! –exclamó Pierre Menard al paso de una hermosa muchacha embutida Dios sabe cómo en un mini-vestido rojo. –Discúlpeme, amigo mío –comenté yo -¿Desde qué punto de vista filosófico alaba usted a las excelencias anatómicas de la chica? ¿Desde un punto platónico? ¿Kantiano? ¿Marxista? ¿Kierkegaardiano? –Nietzsche –respondió el –Estaba pensando en Nietzsche y en su concepto del Eterno Retorno. Pues bien, ¡no me importaría nada retornar eternamente al cuerpo de esa pedazo de rubia! –exclamó, mientras la baba se le caía de la boca a la barbilla y de ahí, al suelo.


Pierre Menard versus catolicismo

-¿Qué opina usted de la Iglesia? –le pregunté aquella tarde a Menard mientras tomábamos un café (yo) y media docena de helados de fresa (él) en una terraza de su pueblo natal, Paulhan, cerca de Montpellier. –Opino que es magnífica, amigo mío –contestó –un claro ejemplo de plateresco francés. –No me refiero a la iglesia de su pueblo –aclaré haciendo acopio de paciencia –si no a la Iglesia Católica como institución. -¡Oh! –exclamó él mientras engullía otro helado. Y no dijo nada más en toda la tarde.


Pierre Menard y el sexo

Aquella sombría, etérea y cálida tarde de verano, Pierre Menard no lo soportó más y, con paso decidido y firme, agarró la nívea, suave y pequeña muñeca de aquella femme fatale, aquella woman-in-red. Ella correspondió al valiente y atrevido gesto con un inmediato y fulminante beso que sólo podía presagiar jugueteos de lengua. Tamaño morreo o filete excitó sobremanera al, hasta ahora, semi-dormido “Petit Pierre”, el cual encontró la senda necesaria para frotarse contra el prometedoramente hermoso pubis de la mujer. Allí mismo, en medio de la hermosa, pequeña y coquetuela plaza de Paulhan, frente a la magnífica e imponente iglesia plateresca, comenzaron a desnudarse uno al otro, mientras Pierre mordía la blanca, ebúrnea carne de ella, y descubría excitado que sabía a pan de leche, a trigo, a miel, a café, a tabaco de pipa, a solomillo a la pimienta, a tarta de queso, a helado de frambuesa, a cosas buenas, vaya. Pronto, sus concupiscentes caderas se juntaron, y ante el cimbreo sensual de ella, que solicitaba urgentemente penetración o himeneo, Menard introdujo su eréctil, rojo y hermosote miembro, y empezaron a moverse cadenciosamente…

-Le ruego que no escriba más historias obscenas, aunque bien escritas, en las cuales me incluya, -me comentó un sudoroso y jadeante Pierre Menard –que voy a acabar explotando de tanto ingerir helados de fresa…
Cayetano Gea Martín

sábado, junio 25, 2005

Una reflexión inútil, burda y pesimista

Nacemos tumbados porque acabamos de abandonar la muerte. Según envejecemos, nuestra nariz cada vez se empeña más en tocar el suelo y morir, por eso nos vamos encorvando. Nuestra posición vertical inicial es sumamente antinatural y opuesta al reclamo oscuro de la tierra. Sí, el suelo nos llama con voz profunda, a sabiendas de que, tarde o temprano, los gusanos tendrán su festín.
Cayetano Gea Martín

miércoles, junio 22, 2005

Jacob



Jacob conocía los secretos del mundo de los sueños. Sabía que es un universo tan real como el nuestro. Desafortunadamente, sólo se puede acceder a él cuando dormimos, y sus habitantes sólo pueden vislumbrar el nuestro cuando duermen. Por desgracia, nuestros estados de sueño y vigilia son siempre opuestos a los suyos, por lo que sólo podemos explorar tenuemente su universo, y ellos el nuestro.

Jacob conocía estas verdades. Acostumbraba a pasear por Zort-al-Ner, ciudad soñada por él (al igual que su vida y su ciudad, Madrid, eran soñadas por ella). Investigaba la arquitectura imposible de la ciudad, su cambiante cielo, que alternaba cúmulos con planetas, y las calles nunca iguales. Conocía, además, que la ciudad se encontraba en el centro de un lago tan vasto como su imaginación. Era consciente de que cuando lloraba, las lágrimas provenían del agua salada de aquel lago.

A Jacob le encantaba, pues, pasear por Zort-al-Ner, pero sólo podía observar, nunca pudo interactuar. Sólo los niños sentían algo cuando él los atravesaba, ya que era intangible. Se esforzó durante todo un año en intentar conseguir comunicarse con un joven especialmente sensible, pero en cuanto éste entró en la pubertad olvidó su don.

Aparte de los niños, estaba ella, claro, la que era soñada por él a la vez que él lo era por ella. Así, Jacob reconoció a su creadora, y Lesath a su creador. Ella notaba su presencia, aunque era incapaz de hablarle, o de verle, al igual que todo el mundo. Cuando dormía, soñaba con Jacob y con Madrid, Jacob la podía sentir a su lado, mientras trabajaba y mientras daba con ellas paseos por la ciudad. Durante las noches de Jacob, era ella quien le enseñaba su ciudad y Jacob quien podía ver su rostro. Pero nunca se podían mirar a los ojos.

Anoche, Jacob se sentía incapaz de empezar a dormir, y Lesath, incapaz de dormir más. Y así, durante cinco minutos eternos, compartieron el mismo espacio, en un universo intermedio. Sus cuerpos, cuya opacidad temblaba, se abrazaron y fundieron en uno solo, mientras se reconocían con los ojos, las manos, las bocas. Pudieron oír sus voces y sentir su calor, sus corazones desaforados, y mirarse a los ojos, y verse reflejados en los del otro.

Desde hoy, Jacob y Lesath, ambos existentes e inexistentes, comparten su amor y el fuego de su pasión cuando amanece y cuando anochece. Apenas diez minutos al día. Suficiente.


I walk beside you
Wherever you are
Whatever it takes
No matter how far

John Petrucci – I walk beside you
Cayetano Gea Martín

lunes, junio 20, 2005

Secret Love

Where you are?
Why you hide of me?
I seek you for the dry streets,
for mountains and hills.
But you never come.

I need you, here and now,
like the sunlight on my face.
I want to know when and how,
Cos I’m lost in the space,
in the wasteland of my heart.

My soul ain’t complete.
I shouldn’t write this song,
this desperate song of love.
Where you hide of me,
my secret love?
Cayetano Gea Martín

sábado, junio 18, 2005

La Dama de las Sombras

LA DAMA DE LAS SOMBRAS


Acostumbrada a no ser libre, se sentía incapaz de soportar tanta cantidad de luz y de aire. Como aquél que sólo conoce un estrecho mundo del tamaño de sus limitadas aspiraciones, ella rechazaba a priori toda aquella pirotecnia de libertad.
La refulgente realidad que suponía Madrid en verano laceraba sus ojos y enturbiaba el resto de sus sentidos, demasiado embotados para traducir tanta información. Como en las convalecencias prolongadas, que dejan sin vida (sin hermosas miofibrillas rosadas abrazándose, pulsantes de vida) las piernas, los brazos y el resto de los habitáculos del cuerpo en los que reina el músculo, así se encontraban los atrofiados y laxos sentidos de Laura aquella mañana en la que recuperó una libertad no deseada, una libertad que llegaba demasiado tarde.
Entonces, empieza a recordar con negra nostalgia los momentos anteriores, cuando la hicieron subir a un vehículo (supone que la misma furgoneta que la raptó), cuando éste comenzó a traquetear por las calles rumbo a su liberación, tras haber pagado su familia el indecente, por cuantioso, rescate.
Mientras entornaba los desacostumbrados ojos para enfocar y contemplar mejor a las estatuas broncíneas de dioses griegos que coronan las cúpulas de pizarra de los blancos edificios la Gran Vía madrileña, comprendió con absoluta certeza que, después de todo lo vivido (o desvivido), se había transformado en una criatura de la oscuridad, en una dama de las sombras.

Golpe.
Calle Serrano. Puerta de la gestoría. Cigarrillo, volutas de satisfacción. Buen trato. Celebración. Tarde en casa. Un chico, quizás. Bang.
Golpe.
Furgoneta. Rostro hinchado. Hombres. Humo y ceniza amarga. Vaharadas de machos cabríos. Toqueteos. Golpes.
Golpe.
Agujero. Ratas. Humedad y suciedad. Ratas, ratas. Cántaro con agua negra. Ratas, ratas, ratas. Voz dulce, distinta, espanta-ratas. Condiciones y proposición. Acuerdo y precio.
Golpe.
Risas. Pasos. Violación. Dolor. Sangre. Violación. Risas. Violación. Golpes.
Golpe.
Golpes. Violación. Sangre. Golpes. Risas. Violación. Muerte, muerte que no llega. Golpes. Violación. Risas. Roturas. Costuras. Sellos. Corazón. Tinieblas. Punto de no retorno. Metamorfosis inversa. De mariposa a gusano. Sombra, sombra, sombra.
Golpe.
Transporte. Venda. Patada. Caída. Ojos. Cielo. Luz. Luz en calles. Sombra en alma. Sombra sin alma.

Después de los abrazos sonoros y de la prensa sorda, después de pronunciar palabras huecas rodeada de odiosos flashes y micrófonos, después de los gordos titulares en arial black que rezaban cosas como “LAURA CANDEÑA EN LIBERTAD”, sin saber que Laura murió lejos, en el mundo de las tinieblas, en una antesala del infierno, y que ahora sólo queda sombra que proyecta sombra, un nuevo (viejo) ser, incapaz de sentir nada por nadie y que sólo quiere morir.

Su hijo es el único que se ha dado cuenta de que aquella criatura coronada de nubes negras no es su madre. En su mente de cinco años, la verdad se abre paso como un escalpelo. Su madre está muerta, y la dama sabe que no hay amor filial ni tratamiento psicológico capaz de resucitarla, puesto que nada de ella queda, salvo negras lágrimas de ceniza.
Cayetano Gea Martín

jueves, junio 16, 2005

Un nacimiento desconsiderado


Siempre he pensado que nací en un mal día, puesto que nacer un domingo les fastidió su merecido día de descanso a mis progenitores, tan guapos y tan currantes ellos, claro, poseedores del derecho innegable de relajarse en casita, o ir al cine, o etcétera, los domingos.

Mis papis nunca me perdonaron aquello, y yo les comprendo. Siempre me lo echaban en cara, y ya podía hacer yo la pelota de mil maneras distintas, que no había tu tía, y me parece bien, que conste. Bueno, es cierto que aquella vez que me tuvieron un día (un domingo, claro) atado a mi cama mientras Gladis, nuestra corpulenta ama de llaves rusa, me azotaba las nalgas con su látigo de nueve colas y me gritaba “¡desconsiderado, desconsiderado!”, me pareció un castigo un poco excesivo, que además no sirvió para arrepentirme, sino en todo caso para empezar a cultivar en mi pecho cierto espíritu de venganza.

Esa citada venganza, por cierto, se vio culminada años después con el nacimiento de mi primogénito un viernes, lo que me fastidió no ya el domingo, si no todo el fin de semana…
Cayetano Gea Martín

sábado, junio 11, 2005

Las Tierras Baldías

Ante mí se extendía la planicie eterna de los sueños malogrados. No resultaba una visión agradable el contemplar aquellas tierras baldías, ni observar a los escarabajos gigantescos fabricar bolas con los restos de los cadáveres putrefactos que moran en mi armario. Entre amigos muertos, cenizas, escombreras para los sueños caídos y pequeños volcanes en erupción, aquellos ciegos insectos de ébano continuaban infatigablemente con su labor, mientras la roja lava se reflejaba en su exoesqueleto quitinoso.

¿Qué significa esta visión que suena a maléfico trapecio de circo que divide mi alma en cielo e infierno a partes iguales? ¿Qué significan estas frases patéticas soltadas a toda ostia, al ritmo de mis pensamientos? ¿Por qué y por quién se tiñe mi visión de rojo hoy? ¿Por qué siento que nada me queda y que he sido a la vez víctima y verdugo? Recuerdo la condena a muerte a la que asistí ayer, también en un valle rodeado de escarabajos, pero bañados por la luz de la luna muerta. ¿No es horrendo que un objeto tan encandilador como nuestro familiar satélite sea un cadáver pétreo flotando en el espacio?

Ahora mismo, lo único urgente es ir de frente con mi poca verdad. Los demás tienen ya suficiente con su miedo y su libertad (Bunbury).

Escribo estas líneas como desahogo para intentar buscarle un sentido a lo que les queda por vivir a mis compromisarios perdidos, las canto como homenaje a las encrucijadas de mal final, con el amor inmoral como premio absoluto… Pase por la caseta de feria de la Madre Entropía, hágame el favor, que le cambiamos la amistad por tres disparos con su corazón por diana.

Cuando la tormenta de cerebros mojados de egoísmo (el primero el mío) amaine, volveré a plantearme determinadas cosas y a obrar en consecuencia. De momento, la granada que ha divido al curioso grupo de peregrinos en mutilados drogadictos del presente, me impide razonar y me incita a escribir así, a golpe de traición tras traición. Mientras, la vida sigue pasando por los corazones sordos, ciegos e inmaduros de nuestra puta generación.
Cayetano Gea Martín

lunes, junio 06, 2005

El holandés errante, Capítulo Nueve y Final

¿Cómo narrar los hechos sin caer en lo fácil, en lo obvio, en lo simple? ¿Cómo explicar el horror y la miseria? ¿Cómo, sin ser Manuel VanHerden, se puede sentir lo que él debió sentir en aquel fatídico momento? Manuel no desapareció. Seguía con nosotros. Manuel seguía vivo a pesar de que Azazel había cumplido, en teoría con su palabra…

¿Cómo era eso posible? Ante mis ojos, contemplaba el estupor que asomaba en el rostro de aquel descendiente de un holandés que desembarcó en el puerto de Barcelona. Su mirada, perdida hacia dentro de sí mismo, hacia el cosmos infinito que giraba dentro de él, permanecía en blanco, mostrando en su rostro el mayor estupor del mundo, el mayor dolor que puede existir: el terrible dolor de estar vivo.

Con su balbuciente inteligencia de dios amnésico, sólo fue capaz de atisbar un atisbo de verdad cuando Azazel, sonriente, proclamó triunfante “por supuesto”, a la pregunta de Manuel. Asqueado de tener razón, consiguió reunir la fuerza suficiente para preguntarle al pequeño demonio:

MANUEL.- ¿Por qué… sigo… aquí?

(Silencio. Azazel elimina la sonrisa pérfida de su rostro. Adusto y fatigado, se prepara para responder a Manuel. Su ceño denota la intención de pronunciar una larga perorata que no le apetece lo más mínimo)

AZAZEL.- Sigues aquí porque nada en este cosmos muere. Porque no existe el final para el peso constante de la materia del universo. Intenté darte muerte en todos los universos de la creación sin éxito, como sospechaba desde un principio. No te lamentes en exceso, creo que he tenido éxito en todas las realidades paralelas a ésta. He evitado tu existencia en la gran sangría de los multiversos. Infinitos pasados, presentes y posibles túes han desaparecido del mapa cuatridimensional de la existencia, pero no tú, el tú de esta realidad. Tú seguirás vivo. Si te hubieras conformado con una muerte corriente y anodina, como el resto de las criaturas que pueblan el mundo, tu destino se podría haber acercado más a tu propósito. Pero ahora, por tu avaricia entrópica, estás condenado a permanecer vivo por toda la eternidad. Al obligarme a concentrar el espectro de tu existencia en un solo ser, todos tus túes se han solidificado en tí. Albergas en tu interior la realidad de millones de realidades extintas. Nunca podrás morir. Estás condenado a vagar hasta que el universo implosione. Y cuando ese momento llegue, cuando todo se concentre en un solo punto de densidad infinita, ahí seguirás tú, o mejor dicho, tu mente. Entonces, inmortal y envuelto en la oscuridad de la nada, un solo pensamiento acudirá a tí… el más lógico… que se haga la luz. Y la luz se hará y vivirás para contemplar el nacimiento de un primer día, como llevas haciendo desde siempre. Esta conversación, este punto de inflexión en tu vida, se repite desde hace eones. ¿Por qué crees que en tu pecho siempre ha anidado la idea de la muerte? Para poder llegar a este punto otra vez. Dentro de un espacio de tiempo infinito menos unos minutos volveremos a vernos. Hasta entonces, disfruta de tu insoportable eternidad del ser. Ahora vuelvo a mi hogar, al infierno. Supongo que lo encontraré en gran agitación, en plena campaña electoral, ya que nuestro antiguo amo acaba de morir…

MANUEL.- ¿El demonio ha muerto?

AZAZEL.- Claro. Murió con el resto de tus versiones y ahora vive dentro de tí, como todas. Al fin y al cabo, Lucifer proviene de Dios…


Maldición. Lo he visto antes, en 1986: un colapso parcial del multiverso. Varios universos se fundieron en uno… múltiples tierras ocupando el mismo espacio.

Warren Ellis – Noche en La Tierra
Cayetano Gea Martín

jueves, junio 02, 2005

Pierradas I



Frigosexo de fresa

-No hay nada como un buen helado de fresa -me comentó Pierre Menard mientras engullía el número diecinueve en aquella soleada tarde parisina. –Ni tan siquiera el sexo es comparable a este gélido placer. –Hombre –exclamé yo –creo que el sexo produce bastante más placer, ¿no? –Mmm… -meditó Pierre –tienes tazón, obviamente. Y por eso, desde que me dejó mi esposa, me tomo los helados de fresa de veinte en veinte…


Nosilabismos (I)

De toda la (breve) obra de Pierre Menard, siempre preferí su producción poética, en especial, su afamado “Poema Inexistente”, que, con el permiso expreso del autor, reproduzco a continuación:

Poema Inexistente








Como se puede observar, el poema consta de ene versos nosilábicos que riman todos entre sí y a su vez entre ninguno.


Los muertos maleducados

-¿Qué es lo que más odia de la muerte? –le pregunté a Menard tras cuatro absentas. –Los muertos –contestó –los muertos y su persistente manía a estar callados como muertos, me resulta de lo más irritante. Y no hablo de los cadáveres ya descompuestos o en ello, no. Si no de los que acaban de fallecer y por ende, aún conservan todos sus órganos para hablar y no lo hacen. –Pero es que… ¡están muertos! –repliqué yo, consciente de que la verdad y la ciencia estaban conmigo… -¡Valiente excusa! –exclamó un furibundo Pierre -¡Yo estoy vivo y sin embargo puedo hacerme el muerto! ¿Por qué no va a poder un muerto hacerse el vivo? Me resulta, a todas luces, una postura muy maleducada.


Nosilabismos (II)

El pasado jueves veintisiete de mayo, el Sr. López Villagorda, natural de Madrid, escribía una breve pero intensa crítica al “Poema Inexistente” de Pierre Menard, en la revista “Cuentos y Cuentistas”, de la que es frecuente colaborador. Dicha crítica dice así:

¡Sólo existe el título!

Pierre Menard nos vende un poema en el que no ha escrito nada.
Pierre Menard es un sinvergüenza y un caradura.

López Villagorda



Al citado caballero se le puede refutar muy fácilmente. Cabe decir, por su inexistencia a priori, que Pierre Menard no ha escrito nada, pero ¿es eso o por el contrario lo ha escrito todo? Este poema es el primer caso de poesía libre y eterna, de belleza infinita a descubrir por el lector, del cual dependen la ejecución e interpretación del poema, de la que Pierre no se hace responsable, prejuzgando al lector como una criatura inteligente. Por ello, no debe sorprendernos que gente pobre de imaginación literaria, como el Sr. Villagorda, se vean condenados por sus propias carestías.


De profundis

La eternidad, entendida como todo aquel objeto kantiano perdurable, se expande hacia sus propios e infinitos límites. La definición de Darret queda, pues, lamentablemente descartada. Su modelo de eternidades sucesivas, aunque atrayente, resulta, empero, falaz. Si algo es eterno, como nos dice Siëck, no puede sucederse, ya que lo abarca todo, incluida la eternidad. Podemos, pues, afirmar que no se trata tanto de eternidades sucesivas como de infinitas eternidades concéntricas, lo cual no hace que la eternidad infinitamente última (o de valor cero) sea más pequeña que la eternidad infinitamente primera (o de valor infinito), ya que ambas tendrían el mismo valor y estarían, a la vez, una dentro de la otra, creando la conocida figura en forma de copo de nieve que Ellis definió en… Por fin, y después de trece absentas, la venerable cabeza de Pierre Menard descansa sobre la mesa del pub. Pensaba llevarlo a casa, pero prefiero dejarlo aquí tirado, por esta cefalea que me ha provocado y por inventarse poemas en blanco, ¡que se joda!
Cayetano Gea Martín