martes, enero 29, 2008

Hay

Hay un lamento de rosas fugaces
Cuando tus pasos crean el sendero
Tu camino se bifurca en dos haces
Uno va al mar, el otro rumbo al Leteo
¿Cuál eliges tú, Perséfone triste?
¿Hacia dónde tus pies de hielo
Se encaminan, pisando hojas grises,
Hacia la senda del mar al cielo
Hay un universo que fallece
Al dejarlo, agónico, en la estacada
Al matarlo con tu fugaz partida
Pero hay uno nuevo que florece
Cálido arrullo de fin de semana
Cuando te instalas, de nuevo, en vida
Cayetano Gea Martín

viernes, enero 25, 2008

El increíble pero no por ello menos verídico caso del hombre que podía ver a través de las paredes


El señor Antonio González-Veronia, natural de Alcalá de Henares, representa un caso único en lo que a curiosidades biológicas se refiere, al ser el único hombre conocido que posee visión de rayos-X.
Todo comenzó cuando, paseando por su hermosa localidad natal, reparó en que la gente que le rodeaba iba completamente desnuda. Siendo de natural moderno y adelantado a su tiempo, supuso que la moda del urbanudismo que empezaba a campear por Europa había llegado ya a tierras iberas. Pero le escamó el hecho de que tal cosa sucediera en pleno mes de febrero y que la gente ignorase tan alegremente los rigores invernales. Hombre práctico y de ideas empíricas, Don Antonio le preguntó a una hermosa joven que bajaba la Calle De Los Libreros como Dios la trajo al mundo si, efectivamente, iba de tal guisa. El señor González-Veronia supuso, por el tremendo puñetazo que la chica descargó sobre su mandíbula, que, quizá, el problema residía en él. Para confirmar del todo su axioma, procedió a la entrevista y posterior somanta de otros cuatro ciudadanos elegidos al azar. Teniendo pues, cinco resultados idénticos (aunque de diferentes cuantías), dióse por satisfecho.

Con premura, y algo asustado ante su intrigante descubrimiento, encaminó sus pasos hacia la consulta del Doctor Luciano Artudes Corola, siendo el susodicho facultativo, pues, la primera persona en observar y estudiar tan curioso caso. Era Don Luciano el médico general de la familia González-Veronia, y contaba, pues, con toda la confianza de Don Antonio, confianza que él aprovechaba para vender inútiles panaceas a precios abusivos, práctica que le llevaba reportando en los últimos treinta años pingues beneficios.

El Doctor Artudes sacó en claro que lo que Don Antonio sufría era de un agudo (y sorprendente) caso de visión de rayos-X. Con argucias, consiguió convencer a su paciente de que no divulgara su secreto, y que fuera él y nadie más que él quien estudiase el fenómeno en cuestion, quizá con ensoñadoras miras científicas que le dieran el renombre que buscaba desesperadamente desde hace años y que, envuelto en su rutina diaria de eliminar juanetes y pinchar nalgas, se le antojaba como un sueño imposible.

De súbito, la vida y la rutina del señor González-Veronia cambió radicalmente. Tuvo que abandonar su vida contemplativa para comenzar a acudir frecuentemente a la consulta del Doctor Artudes. Allí, era sometido a una batería de pruebas que le iban poco a poco debilitando la salud, dejándole en el estado lamentable que, desafortunadamente, posee a día de hoy.

Ayer fue el primer día que el desafortunado Don Antonio vino a verme, casi solicitando auxilio de mi parte. Yo soy, por si alguien aún no lo ha adivinado, el Presidente del Gobierno. Y aunque las malas lenguas intenten emponzoñar mi gestión con habladurías y mentiras (vertidas, que duda cabe por el badulaque de Don Julio Cerezo desde la oposición marxista), yo siempre he sido un hombre apegado a las necesidades del pueblo. Me preocupo por mis vasallos uno a uno. Por ello, no pude negarme a la petición de ayuda del Señor González-Veronia. ¡Qué desesperado tenía que estar para acudir al Gobierno!

Esta mañana he estado hablando con él, de su problema y de cómo tratarlo. Mi médico personal, el Doctor Prutáñez, se encargará personalmente del caso, intento aunar, como su juramento le obliga, la curación con el bienestar del paciente. Al fin y al cabo, Don Antonio aún tiene toda una vida por delante y no es óbice que sufra una merma en su calidad de vida. A sus ochenta y cinco años recién cumplidos, creo que he dejado bien claro lo mucho que me importan nuestros mayores, y que esta Administración se preocupa por ellos y venera su inteligencia y sabiduría, como los pilares vivientes de la memoria que son.

Mañana por la mañana, si no se rompe la noche, como cantaba él, el más grande de los cantantes de nuestro tiempo, el señor González-Veronia comparecerá ante los medios de comunicación para explicar su extraño caso y cómo este nuestro Gobierno, al que muchos (y entre ellos, el infame Don Julio Cerezo), han acusado de inmovilista y retrógrado, está preparado para afrontar cualquier problema que aqueje al hombre moderno.
Cayetano Gea Martín

miércoles, enero 23, 2008

Crack the riddle


So you want to be rich
You want to win fame
Your face on a poster
Immortal your name
So you want to put life
On the highest top level.
Then bet your soul and turn the wheel...
It's gambling with the devil

lunes, enero 21, 2008

Tiempo fugaz

Los días van saltando de uno a otro; como debe ser, por otra parte, pero lo hacen como una reacción en cadena, cada vez más deprisa, más y más. El tiempo se acelera, la vida se me escapa y pienso que me queda apenas un año para cumplir tres décadas en este mundo. “Vaya mierda”, diréis algunos y algunas que hayan superado ya esa cantidad, o “¿De qué te quejas, niñato?”, pero no es que me importe cumplir años, es que no me he enterado de ello. ¡Si ayer era un crío que terminó COU! ¿Cómo ha habido tiempo en estos doce años de que pasaran doce años?

La vida, con su movimiento constante, ha perdido algo de brillo ante mis ojos. Ya no me maravillo como antes, y me cuesta más disfrutar de ciertas cosas o estímulos. Ya no son recientes ni las han puesto ahí para mí. Por eso, cada vez tengo que viajar más lejos, leer cosas más raras; o bien dejarme llevar por la nostalgia de aquellos años (no diré que maravillosos) de infancia feliz al abrigo de Bola de Dragón y de pan con Nocilla los fines de semana.

Pero no me quejo demasiado, lo prometo. Lo que pasa es que veo mi vida como un espectador de la misma, y me llena de una pasividad tremenda. Uno se vuelve indiferente a tantas cosas… En parte lo prefiero así: ¡cómo sufría antes por todo! Pero esa frialdad a veces me repele. ¡Y eso que de adolescente soñaba con alcanzar este estado! Ahora ya no hace falta ir de indolente por la vida, ¡ahora se es pasota sin esfuerzo! Si antes, a alguien en mi presencia se le ocurría criticar algo que me gustara, le caía encima una lluvia de reprobaciones. Pero ahora, ah, mirada de indiferencia y el pensar “¿Y para qué? No merece la pena”.

No sé, es curioso: me siento joven y no tanto al mismo tiempo. Aún disfruto con la vida y sigo con ganas de emocionarme, lo que pasa es que ya no con todo. También influirá el carácter supongo. Al fin y al cabo, me gusta básicamente lo mismo que hace diez años, pero ahora me dejo engañar mucho menos por cantos de sirena. Y mi escepticismo sigue en aumento.

Pero aún quedan cajas con sorpresa, que decía el bueno de Enrique, y no quiero despistarme y que se me escape alguna.

En resumen, que entre libros y amor van pasando mis días. Y eso no está tan mal, ¿no?


Cayetano Gea Martín

viernes, enero 18, 2008

Apártate


Apártate, negado, de mi rumbo de colisión,
No tengo ni tiempo ni ganas de explicarme,
Soy uno que exhala vida en cada ocasión:
Tantas ganas de salir corriendo y alzarme;
Tantas de leer, escribir, amar, creer, follar,
De no parar ni por un puñetero instante;
De volar tan alto como pueda, progresar.

Apártate, oh, tú, triste animal petulante;
Hoy tengo tanta energía que mi cabeza
Se ve coronada por un aura encabritada;
Algo que jamás comprenderás en tu pereza:
Tu acomodado culo tiene demasiada
Entropía, y tu corazón está marchito,
Mustio ante el palio de noches perdidas.

Apártate, déjame seguir, maldito,
Yo no soy el culpable de tu hueca vida.
Déjame cantar, niño bien, y recuerda
Que seguiré subiendo, sin querer parar.
Que, a tu pesar, aún me queda cuerda.
Soy Dios si capturo otro guiño lunar.
De las cenizas me alzo y fabrico epifanías.

Y no pienso detener mis pensamientos,
No voy a frenar, soy una constante letanía;
Si no puedes seguir mi ritmo, no lo lamento.
Apártate, y no estorbes, criatura atroz.
Y a los que, como yo, os movéis alados
Os conmino a todos; escuchad mi voz:
¡Corred, corred y poneos a mi lado!


Cayetano Gea Martín

jueves, enero 17, 2008

La ¿buena? educación.

Me crié en tres lenguas muertas- el hebreo, el arameo y el yidish- y en una cultura que se desarrolló en Babilonia: el Talmud. La cheder (aula) donde se estudiaba era una habitación donde el profesor comía y dormía, y donde cocinaba su mujer. Allí yo no estudiaba aritmética, gerografía, física, química ni historia, sino las leyes que rigen para un huevo que se haya puesto en día festivo, y los sacrificios realizados en un templo que había sido destruido hacía dos mil años. Pese a que mis antepasados habían llegado a Polonia seiscientos o setecientos años antes de que yo naciera, sólo sabía unas pocas palabras de la lengua polaca. Era un anacronismo en
todos los sentidos, pero no lo sabía.

En Shosha, de Bashevis Singer.

miércoles, enero 16, 2008

Frases del Tío J.L. (II)

Fíjate en ese tío: el color macilento de su piel, el tono insano a lo Antonio Vega tras correr los San Fermines, la mirada perdida y los ojos inyectados en sangre. Joder, el pobre tiene cara de electrocutado en cómodos plazos.

José Luis Raposo Coedo

lunes, enero 14, 2008

A las puertas del cielo

Sí, sigo dejando por las noches las puertas y las ventanas abiertas de par en par. Es una costumbre que me cuesta perder. Me encanta dormir de puertas para afuera, ya sabes, sentirme libre, no aprisionado entre cuatro paredes. Siempre recuerdo cómo papá y tú os sorprendía y enfadaba, alegando a la inseguridad que había en nuestro barrio. Claro que quizá esa manía se deba a mi nacimiento e infancia, a esos años cálidos de chico extrovertido que jugaba con sus amigos a la orilla del mar. ¿Cuánto hace de eso ya? ¿Treinta años, más o menos? Oh, mamá, cómo pasa el tiempo. Ahora soy un hombre cuyo pelo empieza a encanecer, para disgusto tuyo, adivino. Siempre fui tu niño, el benjamín de la casa. Recuerdo cómo me disgustaba antes y lo que me reconforta ahora, ese cariño de madre.

¿Has sonreído? Me dice tu médico, ese señor tan serio que se parece al tío Juan, que no puedes oírme, que el que sonrías se debe a una contracción involuntaria de los músculos faciales. Puede ser, pero me alivia pensar que de alguna manera eres capaz de entender lo que te digo, de que el instinto maternal sea más poderoso que la enfermedad que te corroe de dentro a fuera.

La tía Adela me pidió que te entregara el crucifijo de la abuela. Dijo que a ti te hacía más falta que a ella. Lo dejo en la mesilla de noche, ¿vale? Siempre fuiste tan creyente... Pero me encantaba cómo, a pesar de ello, nunca intentaste convencerme o sermonearme. Me dejabas ser yo mismo. Y eso que yo te buscaba las cosquillas, ¿te acuerdas? Siempre te preguntaba cómo era posible que un Dios que se supone que es todo bondad y amor pudiera permitir que las personas sufrieran. Y ahora esa incongruencia es más obvia que nunca. Tú, su fiel más devota, condenada a morir antes de tiempo, con apenas sesenta años. Si existiera, me encantaría subir hasta su trono celestial y darle un par de hostias, te lo juro. ¿Qué clase de Dios permite que la gente buena sufra y muera? Pero divago, perdona.

Lo que venía a decirte es que te voy a echar mucho de menos. Bueno, ya lo hago, en realidad, cuando el cáncer te apartó de mi lado hace tres meses y te relegó a hueso y piel. La vida es una broma de mal gusto, según parece. ¿Recuerdas lo egoísta que era antes? Sólo existía mi ombligo. Hoy, si se me permitiera un deseo, sería cambiar la situación. Daría mi vida vacía e inútil a cambio de la tuya sin pestañear. Díselo a tu Dios si le ves. Dile que se meta su reino eterno por el culo, que lo que yo quiero es que estés, no tener que recordarte.

¿Me oyes, viejo chivo? Yo te maldigo ahora y siempre. Mándame tus fuegos eternos y tu furia. Mándame la cohorte de ángeles castrados que te hacen la pelota. ¿No estás cansado de que tus hijos te repudien? Aquí tienes uno más que no se arrodillará ante ti.

Cayetano Gea Martín



Amantes y envidiosos de la libertad humana, y considerándola como la condición absoluta de todo lo que adoramos y respetamos en la humanidad, doy vuelta la frase de Voltaire y digo: si dios existiese realmente, habría que hacerlo desaparecer.
Mijaíl Bakunin - Dios y el Estado

viernes, enero 11, 2008

Decálogo CI-FI

Debo reconocer que el género de ciencia-ficción (CI-FI para los amigos) nunca ha sido mi favorito. Sin embargo, los diez libros que recomiendo me han hecho pasar muy buenos ratos literarios. Allá van:

1. Ray Bradbury – The Martian chronicles (Crónicas marcianas)
Impresionante metáfora sobre el colonialismo. Bestial, duro y con final tremendo. Y a menudo, con destellos de literatura mayor. Casi prefiero éste a Fahrenheit, quizá porque está menos manido que el libro que encumbró a Bradbury. Prosa sencilla y desnuda para todo un clásico.

2. Kurt Vonnegut – Slaughterhouse Five (Matadero número 5)
Un autor ficticio que quiere escribir una novela sobre los bombardeos de Dresde. Un soldado que estuvo allí y que es abducido, y que ahora puede viajar por el tiempo. Un libro que es pura imaginación y que goza de un estilo impresionante, poético y melódico, con un sentido del humor irónico, ácido. Vonnegut fue mi gran sorpresa el año pasado. Se hace difícil describir este libro o de qué trata. Recomendación: hay que leerlo.

3. Aldous Huxley – Brave new world (Un mundo feliz)
Alegoría sobre hacia dónde se dirige la humanidad, ¡escrita a principios del siglo XX! Un libro metódico, bien engranado. Lo mejor, la original clasificación de los seres humanos en castas. Y a diferencia de mucha gente, a mí sí me gustó el final.

4. Dan Simmons – Hyperion (Hiperión)
Genial libro escrito como los Cuentos de Canterbury, con un estilo distinto para cada personaje que cuenta su historia. Una inteligente mezcla de ciencia ficción, mitología griega y poesía romántica inglesa (John Keats sobre todo). Muy recomendable, así como sus tres continuaciones que enredan la trama y que gozan de desenlaces increíbles, pero ya huelen algo más a Best-Sellers. El primero, no. El primero me pareció literatura en estado puro.

5. Ray Bradbury – Fahrenheit 451
En el futuro, los libros se queman… Y los bomberos se encargan de ello, a 451 grados Fahrenheit, 233 ºC, la temperatura a la que el papel de los libros arden. Impresionante visión de futuro, bajo el peculiar estilo de un Bradbury. Lo mejor, para mí, el personaje Beatty, jefe de Guy (el protagonista del libro), un hombre muy peligroso que defiende la ignorancia pero conociendo la cultura. El final de la novela es impagable.

6. Isaac Asimov – I, robot (Yo robot)
Aunque sólo sea por conocer las tres leyes de la robótica, ya merece la pena leer este libro de cuentos. Intrigante volumen, inspiración de tantas películas, series, música (como The Alan Parsons Project) y otros libros. Quizá Asimov sea un escritor de estilo algo mediocre, pero los conceptos que elabora, la divulgación científica que impregna cada obra suya, hace que al leer la obra se te olvide lo ramplón de su prosa y te concentres en dejar volar tu imaginación.

7. Adolfo Bioy Casares – La invención de Morel
La novela perfecta, como la definió Borges, y el ejemplo más claro (y el mejor, para mí) de ciencia-ficción en español. Un fugitivo llega hasta una isla desierta. El prófugo se enamora de una mujer que viaja con un grupo de turistas. Pero cualquier intento de comunicación con ella resulta imposible. ¿Por qué? La solución resulta inimaginable, pero embriagadora. Nadie salvo el bueno de Adolfo podría meter en el mismo saco fantasía, inmortalidad, amor y soledad. Y salir bien parado del experimento. Cuando me la leí, hace tiempo ya (lo que me recuerda que quizá sea buen momento para su relectura), me sacudió con tanta fuerza que era incapaz de pensar en otra cosa. Desde entonces, me siento algo más completo en mi vida.

8. H. G. Wells – War of the worlds (La guerra de los mundos)
¿Quién no conoce este fantástico libro? Invasiones alienígenas en el siglo XIX. Nada más y nada menos. Un libro visionario. La reciente película me pareció una castaña porque eliminó lo que más me gustó del libro: marcianos en un entorno victoriano. Genial. El estilo es pulido, de escritor que revisa una y otra vez lo escrito. Merece mucho la pena leerlo en inglés… bueno, todos los libros de esta lista lo merecen (salvo La invención de Morel, claro)… bueno, cualquier libro en inglés, ya puestos.

9. Philip K. Dick – Do Androids Dream of Electric Sheep? (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?)
Grandioso libro, que se hace muy corto. Un intento de descifrar la mente sintética de los androides. Esta novela también fue adaptada al cine, aunque esta vez, con resultado tan positivo que la película, 25 años más tarde, sigue siendo objeto de culto y destaca como precursora de lo que hoy se conoce como cyberpunk: Blade Runner. Su único fallo: se olvidan de lo que hace, para mí, más interesante al libro: el concepto de mercerismo.

10. George Orwell – 1984
El Gran Hermano te vigila, camarada. Y supimos todos cómo esa profética visión del futuro se cumple a veces. La mezcla de nazismo y comunismo convierte a la novela en una clara representante de lo que se conoce como antiutopía, al igual que Fahrenheit 451 y Un mundo feliz. Una novela muy oscura, asfixiante e imprescindible. Y la peli no está mal.
Cayetano Gea Martín

jueves, enero 10, 2008

Doscientos mil iluminados


Con asaltos de sucias quimeras
Encaran los compases del olvido:
Los gritos del silencio de la guerra,
Los gemidos del negro niño perdido.
Hoy han roto la balanza y se pierden
Envueltos en alabanzas a la muerte.

La vanidad, las retrógradas réplicas
Mantienen intactos los tendones
De esta sociedad post-homérica,
Condenada a repetir patrones,
A generar escuadras y plantillas,
A quemar árboles y semillas.

La guerra sajona por combustible
Y los huracanes de aire acondicionado
Fabrican hecatombes futuribles,
Acogotan los destinos cruzados.
Mientras la matrona de rumbo fijo
Pare gusanos en lugar de hijos.

Y en su hediondo altar iracundo,
Pregonan abstinencia los togados
Como solución a los males del mundo.
Doscientos mil iluminados
Proclaman la Edad Media:
Creacionismo, permanencias.

¡Salud, caspa ibérica de valores!
De Santiago y cierra España.
El terror lleva pelucas y tacones,
O viste de arábica chilaba.
Ante sus ojos nublados por el fuego,
Ansiosos por quemar brujas de nuevo.


Cayetano Gea Martín

martes, enero 08, 2008

Olfato

No sé cuándo empezó, a ciencia cierta. Podría ponerme a especular sobre ello, intentar elucubrar el momento exacto, pero dado el tiempo de que dispongo para escribir estas últimas líneas, no sé si merece la pena, sinceramente. Debería centrarme en lo que produjo.

En lo que vino después.

Mi vida hasta que era monótona, plausible: Hijo único, niño bien de Pozuelo, del colegio a la universidad privada. Sexo los fines de semana en coches deportivos, alto y apuesto, vacaciones en Puerto Banús e Italia. Ron caro y cocaína en mis venas, fuerte y atlético, ojos verdes. Amigos predecibles, sustituibles. Desprecio por los demás, pelo moreno, y manos grandes. Carrera finiquitada a base de talonario. Ejecutivo y niñato, el hijo del jefe, bromas a mi espalda, sobre mis anchos hombros. Promociones internacionales, y, pum, entonces.

Entonces ocurrió.

Y como no podía ser de otra forma, lo hizo bajo la apariencia de una mujer. De muchas, en este caso.

Mujeriego irreprimible, algo crónico una vez superada la veintena. Pubs exclusivos Castellana arriba, barra libre americana con mulatas y europeas del este contoneándose al son de melodías desaforadas.

Y entonces, aunque no sé exactamente cuándo, sensación extraña, náuseas, mareos, rojeces en la piel, prurito intenso y miedo, mucho miedo. La enfermedad de las cuatro siglas llamando a la puerta. Adiós, mundo cruel.

Más tarde, pruebas médicas, señores con bata blanca pinchando mi piel morena, palpando mis partes íntimas. Diagnóstico: no concluyente. Síntomas típicos de enfermad venérea: herpes, sarna, ladillas, gonorrea, sífilis; vamos, lo que en argot popular se definía antes como que te habían pegado una buena mierda.

Mandando para casa, con un surtido variado de drogas paliativas e inútiles, con un malestar que sigue en aumento. Dolor infinito, piel que arde de dentro para fuera. Matojos de pelos en la bañera. Dientes en las sábanas por la mañana (insertar chiste sobre el ratoncito Pérez) Imposibilidad de digerir sólidos. Confinado como un anciano a mis treinta y pocos, marchito, seco, calvo, sin pellejo y desdentado. Y más impotente que un muñeco Ken.

Y en medio de mi marejada de dolor, extrañamente, agudización de los sentidos, sobre todo el olfato. Hiperdesarrollo sensorial, o como quiera que se llame. Según parece, los ciegos sienten mucho más con los sentidos que les restan. Yo siento igual, o incluso más, con la nariz. Soy capaz de oler el cáncer que anida dentro de un anciano sentado en el banco del parque que hay debajo de mi casa.

Locura, incapaz de soportar mi propio olor. Todo hiede. Los restos que me quedan de endodermis regados con amoníaco. Uñas arrancadas e incineradas. El agudo olor de las axilas me impedía dormir, por mucho que me lavara una y otra vez. Ya no. No quieran ustedes saber qué hice para que dejaran de apestar.

Oh, Dios mío, ¿no se dan cuenta de mi desesperación?

Lo huelo todo, absolutamente todo, y todo huele mal: la gota solitaria de orina en el calzoncillo de un niño en la otra punta de la ciudad, la cal podrida en las paredes, el pelo grasiento del portero, las ásperas motas de polvo del parqué, el adulterio del vecino. Hasta el cristal del cuarto de baño posee un perfume nauseabundo a eternidad, a duplicidad. Huelo el alma de las cosas, su esencia. ¿No lo entienden? Y va a más, cada vez huelo más profusamente. El mundo entero es un hervidero de pestilencia y putridez.

Hoy he decidido ponerle fin a todo. La pasada noche fue decisiva para ello, cuando un olor increíblemente intenso me atrajo hacia la terraza. Olía a muerte, a entropía, a desesperanza e inutilidad de los actos. Desnudo, sin piel, uñas, pelo o dientes, con los ojos rojos y mi cuerpo enflaquecido, abrí la puerta y aspiré el aire nocturno. Vomité de inmediato ante la mezcla heterogénea de hedores. Pero no era lo que, escasos momentos antes había sentido. El olor venía de arriba, de más allá de los edificios y sus emisiones. Reprimí un grito gutural y sordo. Caí de rodillas y me desmayé. Antes de perder la conciencia, comprendí. Acababa de oler la eterna podredumbre de las estrellas, del cosmos infinito.



Cayetano Gea Martín

viernes, enero 04, 2008

Dark times


Dark times around my head
Dark clouds and barking dogs
Shadows of dust in my bed
Mystical dark moon on the fog

Dark times and deep docks
Again without shore to reach
My soul’s trapped under my clothes
And dead gods are raping me

Bloody dark times again and again
I walk alone, one more time
Trying useless to broke the chains
I wasn’t ready to pay the price

You can destroy my soul again, oh, my fear
I’m so proud about my fragile human stain
Here I am, lying under thousand blind tears
But behind all the masquerades you still remain


Cayetano Gea Martín

miércoles, enero 02, 2008

Semana gris

Un pastor alemán muerto y con el estómago hinchado de gordos gusanos, felices ante tamaño banquete gratuito de los necios.

Una bandada de cuervos enseñoreándose ante la triste catarsis de tragedia griega en que se ha convertido mi corazón.

Una amenaza en llamas que prende fuego a los ridículos calentadores tobilleros de las adolescentes madrileñas de cerebros huecos.

Una lluvia de cerveza podrida, de lúpulo fermentado cuyas bacterias llevan pancartas donde se puede leer “Manojos de escarcha”.

Una marabunta de ruido de orcos y gilipollas, de sincopados ritmos pélvicos que se filtran por las paredes grises de esta ciudad muerta, de este cadáver animado.

Y un silencio, envuelto entre algas, que conmemora mi derrota.


Cayetano Gea Martín