Un señor harto escrupuloso en sus razonamientos y que recientemente ha advertido que ama a una mujer, se dirige hacia una esquina muy concurrida de la ciudad donde ha concertado la primera cita con ella. Desconoce si la mujer le ama o él supone un mero entretenimiento para ella. Se inclina más por la primera opción. Pero de camino hacia la cita el señor piensa que todo es una pérdida de tiempo y que ahora se dirige a una cita con la mujer para ir al cine, cenar algo en un lugar apartado y, después, si los astros se encuentran alineados y ella en buena disposición (él siempre lo estará) tal vez pueda disfrutar de una noche de sexo, lo que se traducirá al día siguiente en el recuerdo de todo ello, y nada más. Dentro de unos años ese día tal vez se haya esfumado o tan sólo queden indicios neblinosos de lo que fue, apenas islas recónditas en un mar de recuerdos. De qué sirve todo eso, piensa, si tal vez se dirija a la cita y la mujer se muestre reacia a abrirse a él y entonces no será grato volver al recuerdo de ese día o incluso no habrá tal recuerdo en tan solo un par de semanas. O puede que todo vaya bien y se sucedan las citas y, con ellas, los días, las semanas, los meses, e incluso los años y un buen día la mujer se siente frente a él en la casa que compartan y le diga que ya no le quiere, que le va a dejar, situación en la que los recuerdos no tendrían ningún significado ya para él y desearía verse privado de ellos si es que eso fuese posible. Se encuentra cerca de la esquina en la que han concertado la cita, con el ánimo implacable de deshacerse de una vez por todas de la mujer que ama, para no tener que verse esclavizado por los recuerdos que su posible vida en común generase. Al llegar besa tímidamente a la mujer, que le mira con arrobamiento y le susurra al oído unas atrevidas palabras con romántico interés: te voy a querer siempre. Por lo que sabemos, viven juntos y son felices, están buscando el primer retoño. El señor trata de olvidar el recuerdo de los pensamientos que le atormentaron de camino hacia su primera cita.
Pedro Garrido Vega.
jueves, agosto 17, 2006
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1 comentario:
Tienes razón, somos esclavos de los recuerdos.
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