jueves, noviembre 30, 2006

Ser, en el deseo de ser.

A veces, cuando la imaginación es pura
y vuelo- ingrávido ser mental-
sobre valles, bosques y villas,
alcanzo a ser quien no soy.
Me transformo en ser ficticio
de mis deseos,
y te amo como sólo puede amarse,
con la lengua, los labios y las manos,
te deseo con el estómago entre los dedos
y me sonríes abriendo cielos y tajando fuegos.
te miro desde este no ser
y voy siendo en el deseo.
Cayetano Gea Martín

Irrealidad.


Una forma de escindir lo real y adentrarse en la irrealidad es acceder a un piso diferente de aquel en el que vivimos en nuestro edificio. Digamos, por ejemplo, que si vivimos en un cuarto, vamos al sexto. Allí podremos comprobar cómo un espacio tan cercano a aquel en el que habitamos, más cercano incluso que la panadería de la esquina o el mercado del otro lado de la calle, nos es completamente ajeno. En este piso al que nunca hemos accedido, las puertas son diferentes de las que vemos en el nuestro, las alfombrillas colocadas en la entrada también lo son y lo es incluso el olor del aire. El trayecto en el ascensor nos parecerá diferente, seres temporales como somos, y los nuevos tramos de escaleras, hasta el momento inexploradas, nos parecerán nuevos mundos colonizados.
Tampoco es baladí la tarea de imaginar qué es lo que ocurre al otro lado de cierta pared de nuestra casa. Allí donde nosotros hemos colgado una reproducción de La danza de Matisse, puede que se encuentre un armario repleto de ropa de época, o un cuadro de Picasso o un aparador o, simplemente, una pared blanca o por qué no, otra reproducción de la obra de Matisse.
Además, se pueden inventariar absolutamente todos los objetos presentes en una casa. Da vértigo saber cuántas palabras conocemos para designar objetos y las relaciones que entre ellos pueden establecerse. Imaginemos una simple estantería: podríamos hablar de estantes o anaqueles, de madera, de barniz, de pino, abeto, nogal, ébano, de tornillos allen, de clavos (con sus diferentes medidas), de destornillador, martillo, llave allen, polvo, libros, bibelots, fotografías, marcos, mate o brillo, páginas, marca-páginas, calzas, tacos, etc.
Nuevo ejercicio de irrealidad: permitir a alguien, estando ausentes de casa, que modifique el decorado y la disposición de los muebles a su antojo. A la vuelta descubriremos un mundo nuevo construido con objetos familiares que iremos desvelando de forma lenta y aleatoria, que estimulará nuestra memoria y algún que otro sentimiento.Retirar las puertas de las habitaciones acaso sea otro modo de retirar barreras, obstáculos, de hacer más habitable la casa y de eliminar fronteras allí donde nunca debieran ser precisas.
Pedro Garrido Vega.

martes, noviembre 28, 2006

Soledad


Soledad, de mujer, sus brazos
Del agua, el camino de curvas
Del silencio, sus trazos
De tu boca, un lamento
Que desandas a oscuras
La ruta de los peces muertos
Cayetano Gea Martín

domingo, noviembre 26, 2006

Caution!

Careful! The beverage you're about to enjoy is extremely hot...


Cayetano Gea Martin

viernes, noviembre 24, 2006

Juego cruel, monótono, triste y violento


Y como jugar resultaba ya aburrido, y más cuando uno juega un solitario tras otro, metamorfoseándose lentamente en el as de corazones, decidí romper la baraja y salir a las calles del sagrado pecado, a la búsqueda y captura de rosados horizontes en peligro de extinción.

El que busca y encuentra
Feliz repetirá jugada
Con la boca llena de menta
Hasta el dulce calor de sus moradas


¡Cuántos días detrás de musas inexistentes!, ¡Cuántos años de carreteras secundarias, hasta hoy! Pero por fin atrapé una lo bastante grande como para satisfacer mi mente de criminal de papel maché durante un tiempo estimado en un rato y medio, según se mire y se desee, en este laberinto opcional que llamamos vida.

Al atardecer de las tormentas rojas
Cuando el calor de una noche perdida
Encuentra tus caderas flojas
Ante el rumor de la triste huida


Claro, dirán, rebuscando en sus bolsos más palabras pegajosas que me provoquen la muerte de nuevo, claro, para ti es fácil, ya que ni siquiera el silencio se calla ante tu presencia, rumor eterno, que tienes la boca tan grande que hasta dices algo coherente de vez en cuando. ¿Cuándo te callarás de una puta vez?, me preguntan con sus uñas apuntando hacia mis cuerda vocales. La respuesta, corazones negros, es bien fácil.

Nunca, nunca, y menos de rodillas
Suplicaré clemencia ante diosas paganas
Me lacerarán sus dientes de pesadilla
Roerán mis huesos sus pezones de porcelana


Seguro que ni siquiera conseguiré acertar a sentarme eréctil en el trono de mis miserias, en mi montañita de cenizas de mi adolescencia en la que se asienta hoy mi maltrecha vida de adulto a medio cocer, de tirano a dos pasos y medio de la treintena, demasiado egoísta como para serlo realmente, demasiado cansado de teclear como para parar ahora, ahora que nadie oye este rumor clandestino de fichas de plástico. Soy consciente, incluso ahora, de mi maldita belleza mortal, aquella que impide que ninguna me miréis detrás de los ojos y os molestéis en preguntar, ellas que en teoría son menos superficiales que los hombres (¿podéis oír mi carcajada desde aquí?) qué alma se extiende más allá de mi pene.

Mero objeto de lencería soy.
Juguete sexual de no más de tres usos.
Bueno para follar (a veces ni eso)
Y para servir copas de ceniza los sábados.
Cayetano Gea Martín

martes, noviembre 21, 2006

Tontería

- No tienes razón.

- Eso es lo que te crees tú, niñato. Siempre he sido el mejor de los dos, o como mínimo, el más viejo. Así que escucha bien lo que te digo y dalo por cierto.

- ¿Es que crees que todo lo que sale de tu boca, por el mero hecho de salir de ella, ya es patente de corso?

- Sí. Básicamente, es lo que creo, es mi certeza. Y yo te digo que se puede. Joder, compruébalo y lo sabrás.

- Na, paso, tío. No me apetece malgastar mi tiempo con una chorrada semejante. Quédate con tus paranoias de treintañero, macho.

- Eso, tú insúltame, trata de disimular que tienes un problema y de los gordos, de esos que no se solucionan fácilmente. Tienes que ponerle solución, chato. Y yo te digo que sí que se puede hacer lo que te digo.

- No tienes ni puta idea, tronco. Es imposible, repito: im-po-si-ble. No está permitido. ¿Me oyes? No lo está. No me toques más las narices, joder.

- ¡Pero si lo hago por tu bien, capullo! A mí me encantaría zumbarte de lo lindo, y es lo que estoy a punto de conseguir. Estás rodeado. No te queda más alternativa.

- ¡Que no, joder, que no! ¿Cómo voy a mover al alfil en línea recta?



Chorrada perpetrada por

Cayetano Gea Martín

En una tarde de gran aburrimiento por su parte y carente de cualquier gota de inspiración. Las musas deben estar bebiendo mojitos con Pedro...

viernes, noviembre 17, 2006

Cero que tiende a infinito


La niña lloraba flores sobre su vestido de lágrimas rojas, mientras paseaba con candor de primavera helada su pelo por entre las cerdas del peine, las cuales, dicho sea de paso, eran seis, aunque siete habían sido en un final, pero la niña, odiando como sólo se puede amar a los números pares, arrancó en el futuro una, para poder crear así el inexistente e impar número seis.

El niño pelaba versos con el mango de su navaja, mientras leía con el deleite de los ojos cerrados la superficie interna de una naranja, ya que nada le causaba mayor placer que aquel dolor, el de no saberse eterno y mortal, joven y viejo, sabio y necio; y sin embargo, el niño no era feliz, a pesar de su inconmensurable dicha, ya que la lectura frugal y frutal no le saciaba lo más mínimo, tan harto estaba de empacharse de ella.

La niña alzaba el cielo hacia sus manos, mientras éstas permanecían inmóviles, llenando a los navíos de océanos, a los trenes de vías, a los aviones de nubes; pero en el retruécano ebrio en el que bebía su sobria vida, aún le sobraba tiempo para perderlo, para que éste marcara en el reloj las horas muertas: el minutero en cinco, el horario en cuarenta.

El niño era contemplado con la emoción del tedio por un ruidoso grupo de lobos mudos, a los que la luna les aullaba; y los lobos la iluminaban a su vez, con su negro color de plata muerta y viva, e imaginaban al niño, el cual existía por y para ellos, a pesar de ser un simple poeta en la imaginación de un pensamiento, tan basto como la ausencia de creación.

Ambos, el niño y la niña y ninguno de los dos, se encontraron en un punto eterno y no se vieron jamás, el niño soñó con la cara de la niña y ésta olvidó la espalda de éste; pero el niño jamás volvió a acordarse de ésta, justo en el mismo instante, medio milenio después, en el que ella le conoció y le besó, o fue besada por él, mientras ambos sentían el gélido calor que supone el no besarse nunca; y sus manos los entrelazaban desde la distancia infinita del número cero, y ellos latían a sus corazones a un unísono descompasado, mortalmente vivos, vivamente muertos.
Cayetano Gea Martín

miércoles, noviembre 15, 2006

Tengo


Tengo tan poco que darte,
que puede que hasta te resulte interesante.

Tengo tantas lágrimas rotas,
que pueden llegar a cubrir tu pelo de rocío.

Tengo tantos silencios a la espalda,
que pueden llegar amordazarte.

Tengo tan mala suerte,
que puede que nunca leas esto.

-

Tengo tanto que decirte,
que puede que nunca lo haga,
que no me atreva a susurrarte.

Tengo tanto miedo al fracaso,
que sé que no me arriesgaré,
que moriré solo, orgulloso e imbécil.

Tengo tantas caricias que me atan,
que no puedo separalas de mis manos,
que no traspasaré tu orgullo femenino.

-

Tengo tantos soles en mi pecho,
que me muero del frío que emanas,
que me suicido ante tus cumbres nevadas;
entre las tinieblas de tu centro de nácar.

Tengo tantas tumbas que enseñarte,
que me falta la eternidad para ello,
que el abismo se ensancha cada vez más;
entre tu cara de niña y mis ojos tristes.

-

Tengo tanto dolor dentro de mí,
que la entropía se parte en dos,
que destruyo el cosmos con una mirada;
y entre mi sexo y el tuyo,
se enseñorea el infinito.
Cayetano Gea Martín

lunes, noviembre 13, 2006

El efecto mariposa

Aunque el traje me protegía y me aislaba totalmente, me parecía percibir el acre olor de aquella atmósfera pobre en oxígeno. El aire, compuesto en su mayoría por vapor de agua y gas carbónico, modificaba y embellecía de acuosa gasificación el ya de por sí espectacular paisaje.
Era la primera vez que visitaba el pasado, concretamente, el periodo carbonífero, y la experiencia estaba resultando impresionante: océanos cálidos en los que burbujeaba la vida, pantanos enormes alimentados constantemente por la lluvia, lujuriosas selvas cargadas de helechos arborescentes que llegaban a los veinte metros de altura.
Recuerdo haber llorado de la emoción, y con lo ojos anegados de lágrimas, haber activado el mecanismo secador de mi traje. De pronto, sentí que algo pequeño y con huesos crujía bajo la suela de mi pesada bota derecha. Bajé, espantado, la vista, para observar el cuerpo desparramado y agonizante de un pez de unos ocho centímetros de largo. La criatura en cuestión estaba provista de unas rudimentarias patas delanteras, con las cuales se había abierto paso desde el agua hasta la playa en la que yo me encontraba, como pude comprobar por la miríada de diminutas huellas y surcos que el animalito había dibujado sobre la negra arena paleozoica.
Horrorizado, pensé inmediatamente en la teoría del efecto mariposa, el cual enuncia que un pequeño cambio puede generar grandes resultados, o más poéticamente, el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede desatar una tormenta en Nueva York. ¿Y si la destrucción de aquel pez-anfibio, que intentaba abrirse paso por el duro camino de la evolución, suponía el final de la raza humana? Sin anfibios, la escalada evolutiva hubiera tomado otros derroteros, impidiendo que la humanidad existiera. ¿Habría condenado al mundo entero a perecer antes de siquiera existir?
Los interrogantes se agolpaban en mi cabeza. Entonces, ¿me desvanecería yo? ¿Y por qué no lo había hecho ya? Y si iba a hacerlo, ¿por qué no desaparecí antes? Si iba yo a destruir a la humanidad, ¿por qué llevaba ésta existiendo desde eones? ¿Qué consecuencias traería el jugar así con el tiempo?
O quizá la clave estuviera en las catástrofes que mi acción provocaría. ¿Sentenciaría a muerte a una región remota del planeta? ¿Provocaría huracanes, tifones, terremotos, corrimientos de tierra? ¿Qué iba a pasar?
Mientras me encontraba sumido en tales negros pensamientos, una nave de viaje espacio-temporal descendió hasta situarse a mi lado. Los poderosos pero silenciosos motores Hawking se apagaron. Ya está, pensé para mí, vienen de mi época o de un tiempo futuro a arrestarme por delito ecológico y contra la humanidad, por haber provocado daños irreparables en algún momento en el tiempo.
De la carlinga saltó un hombre de unos treinta años, ataviado con un sombrero de paja, una camisa de manga corta floreada, unas bermudas a juego, unas chanclas y un hacha. El extraño me miró para acto seguido mirar al pez. Inmediatamente, comenzó a correr hacia mí, enarbolando el hacha y profiriendo a gritos: “¡Mi cena, me cago en todo! ¡Te has cargado mi cena!”.
Cayetano Gea Martín

lunes, noviembre 06, 2006

Aunque


Aunque los hados,
con su renuencia de flores secas,
caigan a tu lado y tú,
ciega de caricias muertas,
condenes mis vicios con ultrajes de novicia en celo.

Aunque la vida,
con su amaneramiento cálido,
dé paso a un silencio furioso y tú,
novia de animales derrotas,
golpees mi pecho con rumor de caracolas podridas.

Aunque los demonios,
con sus falos rugientes de pecado,
nazcan en tu reseco corazón y tú,
odio de aguas turbias,
vomites sobre mi karma tu vestido de monja.

Aunque la muerte,
con su dulce miel de calaveras,
muestre sus encantos de arpillera y tú,
némesis de la existencia,
la mandes sobre mí en ráfagas de orina.

Aunque tú,
con tu pálido colchón de desprecio,
intentes definir el brillo de mis pupilas y tú,
flor de alambre de espino,
recojas en un pañuelo mis supuestas carencias.

Aunque me odies, me vituperes, me raptes,
me violes, me castigues, me descuartices,
me incineres, me entierres, me profanes.
Aunque
Cayetano Gea Martín

jueves, noviembre 02, 2006

A mi Dama


Pero, siempre me quedarás tú por terminar de conquistar del todo, oh, Dama. Tu rumor de profilácticos, tus turbias aguas que no caen, tu silencio hecho con la madera de cien mil países, todos viviendo y respirando en ti, morada impía, no exenta de crueldad e ironía. ¡Qué irónico que tú, espíritu de decolorado rostro, alma sin karma ni futuro, laberinto de suciedades, tenga que perecer a manos del egoísmo ibero, cuando susurran en tu interior los rumores tribales de cada lugar de la tierra!

Pero me empeño en aprender, yo, sí, yo, de ti, que nací en tu vientre y que supongo que moriré en él, que no podré huir porque no hay otro lugar que se parezca más a un aleph que tú, Dama, ciudad demoníaca, panegírico de dioses profanos, que me engañaste con tus regalos, los cuales, para colmo de los colmos, sí son valiosos y no mera bisutería del cruel azar.

Me empeño en conocer, escudriñar y explorar este cosmos que es el todo en ti: colores clásicos de pastiche y zarzuela teñidos con el arco iris de la bandera gay; gorras rojigualdas con una franja carmesí tachada de morado republicanismo; pegatinas de siete estrellas blancas sobre fondo rojo donde algún vándalo desaprensivo a pintado cada una de las estrellitas con el color de los infinitos pueblos que naufragan en tus costas.

¡Oh, Dama mía, refugio de inmigrantes, antes, ahora y siempre! Yo, que vengo de dos de ellos te digo ¡no cambies nunca! ¡No vendas tu vacuidad por un color determinado! No posees ningún carácter sino cientos, siéntete orgullosa de ello. Eres única, es lo que te hace serlo. En ti se han vertido los espermas de medio mundo, y en eso radica tu encanto.

Eres sucia y ruidosa, sí, y me engañas siempre que puedes. Abusas de mí y me pones en peligro. Pero eres dulce como un pecado, amistosa, siempre me escuchas y me acoges con tu rostro de miles de espejos.

Te quiero tanto, Dama mía.
Cayetano Gea Martín

miércoles, noviembre 01, 2006

Un señor que corre...

Un señor que corre por la calle no sabe muy bien cuál es el motivo de su carrera. Es posible, piensa, que lo haga por simple diversión, aunque rara diversión sería correr con zapatos y traje, no obstante cosas más raras se han visto en este mundo, intenta convencerse, pero no lo consigue, por lo que pasa a evaluar su segunda opción. Es posible que corra por la satisfacción de realizar ejercicio, tonificar los músculos y mejorar mi salud cardiovascular, mientras se ve corriendo por una ciudad repleta de humos y vestido con el traje y los zapatos. Pronto desechará esa nueva opción y pasará a una tercera alternativa. Podría ser que corra en busca de un autobús que pronto llegará y al que no hay otro modo de llegar que corriendo, sin embargo en su memoria no parece haber recuerdo de que deba coger autobús alguno claro que, primero ha de resolver el por qué de la ausencia de recuerdos en su mente en relación con la actividad que en estos momentos está llevando a cabo. Se plantea pues una cuarta opción que implica una huida, pero de quién y por qué, serían las preguntas pertinentes a continuación. Además, al echar la vista atrás, no parece que nadie le siga, y los viandantes parecen seguir con sus vidas como si la de nuestro protagonista tuviese el mismo nulo valor que las suyas. Como no es capaz de llegar a una solución se detiene. Está sudando. Coge un pañuelo de su bolsillo para secarse el sudor. Cuando lo despliega advierte por qué corría.
Pedro Garrido Vega.