miércoles, septiembre 29, 2004

Como un suspiro en el viento...

Quiero quererte.
Quiero tenerte.
Quiero rozar y besar tu piel, tus ojos, tus manos, tus ojos, tu sexo.

Quiero sentirte y que me sientas.
Quiero verte y ver el mundo a través de tus ojos.
Quiero poseerte y sentir el placer que me produce tu placer.

Quiero entrar en tu mundo y convertirlo en mío.
Disfrutar de lo que disfrutas.
Amar lo que tú amas.
Cogerte de la mano y contemplar el mundo, tu mundo, nuestro mundo.

Quiero la eternidad.
Y no concibo más eternidad que el más breve momento a tu lado.
Tú, mi única religión.
Mi único Dios.

Quiero ser tú para poder ser más yo de lo que fui jamás.
Completar mi vida, mi ciclo.
Poder decir: soy un hombre.
Entonces podré decirlo, cuando posea un corazón binario, y que la circulación de mi sangre vaya al compás de la tuya.


No quiero ser nunca más un suspiro en el viento; nunca más una hoja de otoño, esperando el inevitable final con miedo, vacío y solo.
No quiero que mis manos y tu piel no se conozcan jamás, ya que siento que están hechas para acariciarte.

No quiero que mi vida pase en dos segundos.
No quiero acumular canas, kilos y frustraciones.
Ni conocer sin ti.
¿De qué me sirve tanta sabiduría con tan poca felicidad?

No quiero seguir muriendo a cada instante de hoy y de mañana.
No quiero que mi existencia se convierta en algo inútil, anodino, sin peso en el cosmos, sin brillar e iluminar tu vida, sin darle coherencia al tejido de la realidad.

No quiero seguir así, sesgado, incompleto.

No quiero estar solo.
¿Tan terrible es?
¿Tan débil parezco?


Cayetano Gea Martín

lunes, septiembre 27, 2004

AVISO PARA NAVEGANTES

Saludos a todos/as

Después de un ardúo fin de semana bastante alcohólico, el Señor Garrido y yo hemos decidido (debido a dicha ingesta de alcohol) hacer "jornada de puertas abiertas"... Quizir esto que nos podéis mandar vuestros cuentos if you want, que nozotros los colocaremos por akí, después de pasar por la censura más feroz, claro, jeje...

Akí sus dejo, pa los que no los tengáis nuestros mails... Aunque mejor que me lo enviéis a mí, que Pedro tiene más chungo el acceso a internete (tiene que driblar a Marta para llegar el primero, je, je, je...)

Pos eso:

darthkay79@yahoo.es

pedrogarridovega@yahoo.com


Avisados quedáis...

Cayetano Gea

martes, septiembre 21, 2004

Reseñas Literarias: ODISEA

“Cuéntame, Musa, la historia del hombre de muchos senderos,
que anduvo errante muy mucho después de Troya sagrada asolar;
vio muchas ciudades de hombres y conoció su talante,
y dolores sufrió sin cuento en el mar tratando
de asegurar su vida y el retorno de sus compañeros”.



Así comienza la Odisea, considerada por los críticos literarios como la mayor epopeya jamás narrada por el hombre. La Odisea es una epopeya dramática escrita, quizá, por el poeta Homero a finales del siglo VIII a.C. (los críticos discuten sobre la paternidad de la obra, debido a inconexiones a lo largo de la narración) y compuesta de elementos dispares, pero perfectamente fusionados.

La Odisea es, pues, un poema épico dividido en 24 Cantos o Rapsodias que se reparten en grupos de cuatro, de la siguiente forma:
- Telemaquia o Viaje de Telémaco (Cantos 1-4).
- Las Aventuras de Odiseo, narradas en tercera persona (Cantos 5-8).
- Las Aventuras de Odiseo, narradas en primera persona (Cantos 9-12).
- Estancia de Odiseo con el Porquero (Cantos 13-16).
- Odiseo entre los Pretendientes (Cantos 17-20).
- Matanza de los Pretendientes y sus consecuencias (Cantos 21-24).

El eje principal de la historia son las aventuras de Odiseo (Ulises), el héroe que después de muchos años de ausencia retorna a su hogar, se da a conocer a su esposa mediante una serie de pruebas y finalmente mata a los pretendientes de ésta.
“Soy Odiseo, el hijo de Alertes, el que está en boca de todos los hombres, y mi fama llega hasta el cielo”. Así se presenta Odiseo ante Alcinoo, el poderoso rey de los feacios, al que narra sus desventuras y sus años de forzoso peregrinaje por los confines de las islas griegas.
Posteriormente, finalizado su relato, Odiseo parte hacia Itaca, su hogar, para descubrir a toda una cohorte de pretendientes enseñoreándose en su propia casa y forzando a Penélope, su esposa, a que elija a uno como marido.
Así, Odiseo es metamorfoseado en viejo mendigo por la diosa Atenea, su continua protectora, para poder estudiar la situación y proyectar así su venganza sobre los pretendientes.

Pero aparte, sobre la historia básica de Odiseo planean multitud de temas inspirados en el folklore mediterráneo y en la mitología tradicional griega.
Descubriremos, puede que sorprendidos, que nuestras costumbres no se alejan tanto de las de hace casi tres mil años. ¿Quién de nosotros, de ascendencia mediterránea, no disfruta de una bien provista mesa (abundante vino y mosto, carne a la brasa, verduras, higos y uvas), en el porche cubierto por parras de una hermosa casa blanca mirando hacia el mar? Quizá, si lo habéis leído, o cuando lo leáis, pensaréis, como me pasó a mí, que en realidad no hemos evolucionado tanto como creemos.
También la Odisea nos brinda la oportunidad de empaparnos de mitología, (¡una buena ocasión para repasar el panteón griego!) y de asistir a las decisiones que los dioses toman, de cómo manejan las vidas de los humanos a su antojo, favoreciendo a unos y perjudicando a otros.

La Odisea presenta, pues, todas las características básicas de un género inventado por la propia Odisea: las epopeyas épicas. Su amenidad la distingue del resto de las epopeyas griegas, siendo bastante más fácil de seguir que las demás. Y por supuesto, su calidad literaria es infinitamente superior a todas las que vendrían después.
Cayetano Gea Martín

viernes, septiembre 17, 2004

PARÁSITOS




- Parásitos, tío, putos parásitos.

- ¿Perdón?

- ¿Es que esa novena caña te ha dejado sordo? Parásitos. Son todos unos parásitos sociales. Se alimentan de lo que los ricos defecan. Se matan unos a otros por intentar comer más mierda que nadie. Y con la boca untada de excrementote sonríen con petulancia y se jactan de su estilo de vida.

- Es una metáfora un poco desafortunada, ¿no crees?

- Puede ser, pero es que ellos son desafortunados. Y lo son porque, al estar envueltos en propiedades inútiles, asfixian su esencia, su espíritu. Yo digo: hay que deshacerse del coche, de la tele, del DVD, del Home Cinema y del móvil polifónico. Tenemos que intentar escuchar nuestra propia voz. La posesión material destruye nuestra propia libertad.

- Me sigue pareciendo una visión un tanto extremista.

- No, extremista es que alguien que gana 500 euros al mes esté pagando hipotecas toda su vida: la hipoteca del piso, la del coche, la del cine en casa...¡la del cine en casa! La última gran gilipollez inventada por los ricos para tenernos en casita alienados. ¡Ya no hay que ir al cine! ¡Puedes tener un sistema de audio y de vídeo perfectos! ¡Altavoces 5.1! ¡Pantalla de plasma! ¡THX, Lucas Film Company! ¡Pero cómo coño hay gente que cree en esa mierda!

- Javi, tío, calma.

- Es que me revienta, tío, ¿es que acaso crees que cinco altavoces y un subwoofer en un piso de 50 metros cuadrados te van a dar un buen sonido? ¿Crees que esa es la acústica adecuada? ¿O que los vecinos no van a hacer una colecta para abrirte la cabeza por poner el puto Home Cinema a toda ostia? Pero no, ¡hay que tenerlo! Y cuando los colegas vayan a casa hay que ponerlo para que flipen un rato. Vanitas, vanitatis. ¡Puta vanidad!

- Frena un poco colega, que vas lanzado.

- Lo siento, veo que ya voy algo cocido, ¿nos tomamos otra?

- Venga. Dos cañas más, por favor.

- Vanidad, tío. Todos estos parásitos quieren, necesitan creerse algo que no son y que nunca serán. Nunca serás rico. No puedes comprar la felicidad ni el éxito. Eres un puto currante y morirás siendo un puto currante. Por muchas deudas que contraigas, por mucho mirar por encima del hombro a los que no tienen un móvil tan puntero como el tuyo, por mucho votar al PP. Que esa es otra, currante y del PP. ¡Eso es como que te den por el culo y encima comerles la polla!

- Ejem, bonito discurso, tío. ¿Nos damos una vuelta?

- Claro, tú. ¿A dónde vamos?

- No lo sé, caminemos al azar, adonde nos lleven nuestros pasos por esta hermosa tarde madrileña.

- Vale, Javi. Pero paga tú, tío, que para eso curras.

- La madre que te parió, lo a gusto que se quedó, Antoñito. ¡Camarero! ¡Perdona! ¡Oye! ¡Tú! Ni puto caso. Dirás lo que quieras de los países con régimen comunista, pero seguro que en Cuba te atienden cagando ostias, que, por cierto, podría ser el país de éste. Ah, ahí viene. Sí. Cóbrate todo, por favor. Gracias.
- ¿Ves? Los españoles no sabemos ahorrar, je, je.

- Pues tú debes ser alemán o de por ahí, porque se te da de maravilla, mamonazo. Tu problema es que ahorras a costa de los demás. Lo que te quería comentar, después de tu impresionante aunque carente de sentido discurso, es que, y con todos mis respetos, en este tema yo sé de lo que hablo, joder. Yo estoy pagando una hipoteca de 750 euros al mes por un puto piso de 40 metros cuadrados, teniendo para ello que echar más horas que un cabrón en el restaurante. Tú, que tanto entiendes de comunismo y de teorías de mercado, vives con tus libros y con tus papás, dedicándote sólo a estudiar tu carrera, la cual, por otra parte, he de avisarte que te llevará de cabeza al INEM, y te permites el lujo de opinar de lo que desconoces. Sí, no pongas esa cara, no me perdones la vida, ¿vale? lo desconoces. No se puede hablar de la mierda sin pringarse los dedos, tío. Además… ¡Ah, sí! Gracias.

- ¿Y a cuanto asciende la cuenta, oh, Gran Sabio y Sumo Conocedor de la Mierda Humana?

- Ja, ja. Qué gracioso es el ilustre ilustrado… ¡Joder! ¡La puta de oros! ¿Ves? A esto me refiero, coño. ¡23 euros! ¡Más de un euro por caña!

- Exactamente, 1’15 euros por caña.

- Gracias, cerebrito. ¡Es vergonzoso, joder! Puta sociedad de consumo… No te dejan ya ni salir a tomar algo. En fin, pagaré por que si no me voy acabar cagando en algo muy gordo. Hala. Ahí va. Justito. La propina ya se la han cobrado bien, los cabrones.

- Sí, pero el camarero no tiene la culpa.

- Cierto. Y mi bolsillo tampoco. Vámonos, anda.

- Usted primero, por favor. Siempre he tenido un gran respeto por los sabios como tú, los eruditos en cultura popular, los entendidos en la escuela de la calle, los revolucionarios de bar.

- Prefiero ser revolucionario de bar que de chalet en la sierra como tú, Antonio. Respira este aire hondo, señoritingo, que a vivir no os enseñan en la facultad. Ah, el olor de la calle, de la gente, de lo vivo. Yo hago un canto por la vida, amigo mío, por el momento, por el ahora, no por filósofos que llevan siglos siendo polvo.

- Pero sus ideas siguen siendo igual de válidas hoy en día. Ése es el embrujo de la filosofía. Llevan siglos muertos, sí, pero su presencia está aquí, en este momento, ahora y siempre.

- ¿Sus ideas dices? ¿Llegaron alguna vez a una conclusión? ¿Puedes definir la felicidad? ¿Explicarme el sentido de la existencia humana? ¿O sólo puedes decirme las definiciones de uno y de otro? Te explicaré mi teoría de la filosofía, mientras ascendemos por esta calle camino de la Plaza de la Paja, por esta estrecha y filosófica calle. Los filósofos eran o son todos unos condenados vagos. Sólo quien tiene tiempo de tocarse los cojones a dos manos puede comerse el tarro de esa manera. Paseando con las manos en la espalda por los bellos jardines atenienses, pensando en qué discípulo o discípula y de qué edad se pasarán por la piedra esa noche. Dándole vueltas y revueltas a todo, deteniéndose en la felicidad siempre, tratando de definirla.

- Incluso creo que alguno de ellos consigue hacerlo de forma bastante acertada, ¿no? Je, je, je.

- No. Ninguno de ellos. Para buscar y definir la felicidad no hay que ser filósofo. Es imposible que un filósofo defina o encuentre la felicidad.

- ¿Por qué?

- Porque tienen tiempo libre para comerse el coco. Y darle vueltas a las cosas sólo lleva invariablemente a callejones sin salida. Cuanto más libre es la gente, cuanto más independiente, cuanto más sentido del yo, más desgraciada se vuelve, más infeliz. El ser humano no sabe disfrutar de su tiempo libre, de sus momentos de ocio. Si trabajaras ocho, diez horas al día en jornada partida lo sabrías: la felicidad es cuando suena el timbre de irte a casa, te duchas y enchufas la tele. Somos tan estúpidos que tenemos que estar muy puteados para gozar de la vida, en definitiva, para ser felices. No hay mayor verdad en esta vida: la ignorancia es la felicidad.
Pedro Garrido y Cayetano Gea

miércoles, septiembre 08, 2004

SIN PERDÓN (Como la peli de Clint Eastwood)


El otro día, una antigua compañera mía del curro me mandó por mail un artículo de Pérez-Reverte. Me lo mandó porque sabe que a mí no sólo no me gusta nada lo que escribe, sino que además me parece un señor bastante maleducado y engreído. Debo añadir que esta ex-compañera es fan acérrima de dicho escritor cartagenero, y que cada dos por tres me intenta convencer, o al menos, que la dé la razón sobre la calidad de lo que me manda de él: artículos varios, frases, sentencias... Aunque todo sea en vano, claro...
Sin embargo, este artículo que me ha mandado entusiasmada refleja, para mí, todas aquellas cualidades que hacen que desprecie al Señor Arturo Pérez-Reverte como escritor y como articulista. Áhí va... Que os sea leve...

"Arturo Pérez-Reverte
Sin Perdón
El otro día, oyendo la radio, me estuve riendo un rato largo. Y no porque el asunto fuese cómico. Todo lo contrario. Era la mía una risa atravesada, siniestra. Una risa con muy mala leche. Muy de aquí. La de cualquier español medianamente lúcido que ve enfrentadas la España virtual, oficial, y la España real, en cuanto se asoma un rato a observar la demagogia y la tontería que gastamos en este país de gilipollas.

La cosa, como digo, no era de risa. Un periodista entrevistaba por teléfono al padre de una joven asesinada. Tardé un rato en enterarme de que la chica asesinada era gitana, porque el entrevistador no mencionó su etnia. Esto, que en el terreno de lo socialmente correcto resulta loable, informativamente hablando es una imbecilidad notoria; porque, se pongan como se pongan los tontos del haba y los cantamañanas, el hecho de que alguien sea gitano o no lo sea aclara situaciones que en otros casos tendrían difícil explicación. Decir que dos familias se tirotean sin matizar que son familias gitanas y hay de por medio un ajuste de cuentas, es escamotear claves necesarias del asunto. Quiero decir lo obvio: no son los mismos mundos, ni las mismas reglas. Que ésa es otra. Porque sólo los cretinos y los que se dedican a la política son capaces de afirmar que existen soluciones para todo.

Pero a lo que iba. Cuando al fin deduje que era un asunto de rapto y asesinato gitano, advertí la parte surrealista del episodio radiofónico: una flagrante confrontación entre la España virtual, encarnada por el entrevistador y sus clichés sobre lo supercorrecto y lo megaincorrecto, y la España real, representada por un padre gitano cabreadísimo por la muerte de su hija. Ha pasado el tiempo, decía el entrevistador, y las heridas estarán cicatrizando, ¿verdad?... Cómo van a cicatrisá las jeridas de mi hiha, respondía el otro con mucha lógica forense, si está muerta y remuerta. Me refiero a las heridas morales, a las suyas, apuntaba el fulano de la radio. Pues no, respondía el padre. A mí, fíhese usté, no me serena ná de ná. Me duele iguá ahora que cuando me la mató ese hihodeputa. Pero quizá haya llegado el tiempo del perdón. ¿Del perdón? –saltaba el otro–. ¿Del perdón de qué? Voy a desirle a usté una cosa: desde que ese perro entró en el estaripé, lo tengo controlao. Sé lo que hase, con quién se hunta. Conosco hente dentro, y ahí lo espero. Me pagará lo que me tiene que pagá.

Llegados a ese punto, el entrevistador vio que la cosa se le iba de las manos. Debe usted confiar en la Justicia, insistió. Ahí el padre se calló un momento. ¿Confiá en la Hustisia?, dijo luego. Lo que yo sé de la Hustisia es que a los quinse año un guardia sivil me dio una palisa de muerte porque moyó cagarme en San Apapusio. Así que confiá, lo que dise confiá, a lo mehó confío. No le digo que no. Pero la Hustisia y el estao de deresho que de verdá no fallan son los de uno. Y le juro que ése no sale del estaripé. Y si por casualidá sale, ahí lo espero. Por éstas. Y que dé grasias su familia que la mía se conforma con eso. En tal punto del diálogo, el entrevistador, claramente descompuesto, buscaba ya el modo de cortar la conexión de forma airosa. Ésa no es forma, farfullaba. Por Dios. El perdón, ejem, la sociedad civilizada, la democracia, los jueces, la Constitución, ya sabe. Glups. Todo eso. Déheme de cuentos shinos, le cortó el padre. A ver por qué tengo yo que perdoná al que mató a mi hiha. Y si no, espere, que se pone mi muhé. La madre. Dígale a ella que confíe en la Hustisia, o que perdone. Que parese usté que no se entera. Oiga."
Cayetano Gea Martín

martes, septiembre 07, 2004

Escombreras, Quinto Capítulo

- Te digo yo que no, joder.

- Pues yo te digo que sí. Y me reafirmo, coño. ¿No te das cuenta de que ha perdido completamente el norte? No tiene nada que ver ahora. Antes era otra cosa muy distinta. Elegante, afable, inteligente, no el estúpido engreído que es ahora.

- Pues yo te digo que no ha cambiado, que siempre ha sido así. Bueno, y aunque hubiese cambiado a mí me sigue cayendo muy bien, qué narices. Es un gran profesional. Y con un ácido sentido del humor.

- ¿Un gran profesional? ¿Ese? ¿Ese gilipollas integral que se dedica a rebuscar entre lo más asqueroso de la sociedad y te lo da de comer? ¿Ese baboso? ¡Vamos, no me jodas! Te perdono porque a tu edad yo también decía estupideces constantemente.

- ¡Eh, eh! Tranquilito, ¿vale? Que yo soy muy olvidadizo y en un momento determinado me puedo pasar por ahí el respeto a la tercera edad, ¿estamos? Que porque ya no se te levante no tienes que pagarlo con los demás, coño. Además, si yo digo que a mí me gusta cómo lo hace Xavier Sardá, pues tu me respetas y punto, ostia.

- Vale, tío, vale. Calma, ¿eh?

- ¡Joder, ya!

(Silencio)

- Juli, tío, ¿qué te pasa últimamente?

- Nada, joder, nada. Estoy algo nervioso, eso es todo…

- Julián, ¿cuántos años hace que somos compañeros, tío? Cinco. Exactamente el mismo tiempo que hace que eres Policía Nacional. Y yo siempre he estado ahí, ostia. Somos, amigos, ¿no? Vamos, si hasta vienes a comer a mi casa dos veces en semana, coño.

- Te digo que no pasa nada, ¿vale?

- Y yo te digo que te pasa algo. Es más, me apostaría la placa a que eso que te pasa tiene que ver con las faldas. Yo no nací con cincuenta y cuatro años de repente, ¿sabes? Sé lo que es tener veintiséis.

- Mira, Fede, tío… Lo que me pasa es algo gordo, ¿vale? Joder, no debería ni mencionarte esto, coño. Me pasa algo gordo, pero es algo que no puedo ir aireando por ahí, ni a ti. No puedo hacerlo, porque ni siquiera estoy seguro de si es algo cierto o no. Pero, creo… Creo que… Creo que me he enamorado de alguien… Pero ese alguien, aunque me consta que siente cierta empatía hacia mí, está… comprometida, por decirlo de alguna manera.

- Joder… No tenía ni idea, Juli. ¿Quieres decir que te has encoñado de una mujer casada?

- Sí. Básicamente, sí, así es. Cuando la veo es como si me viera a mí mismo por primera vez en mi vida. Siento que es mi meta, mi destino. No he sentido nada tan intenso jamás. Es algo que me asusta y supera. Y no sé qué hacer, la verdad. Por una parte, pienso que no tengo derecho a inmiscuirme en un matrimonio, pero por otra parte…

- ¿Por otra parte?

- Esto es delicado. Por lo que más quieras, déjame decir todo lo que tengo que decir sin interrumpirme, ¿de acuerdo? No creo que pueda volver a contarte esto en otra ocasión.

- De acuerdo. Habla.

- Ella y yo hemos quedado un par de veces. Nada serio, por supuesto, y aquí mismo, en la comisaría, con la excusa de una absurda denuncia a sus vecinos del piso de arriba por montar escándalo a las tantas de la mañana. Las dos veces, las dos veces, aparte de cuando me la encuentro por la calle, las dos veces he… observado moratones y cortes en su cara. De esos que la gente, cuando le preguntas, te contesta que se ha golpeado con el armarito de las medicinas del baño. Yo nunca le he preguntado nada. No lo necesito. Sé lo que esos… golpes significan, y sé de donde… provienen. Conozco a su marido del barrio. Da el perfil perfectamente. Y, a veces, se me pasan locuras por la cabeza. Temo que pueda llegar a cometer una estupidez.

- Eso es lo que cometerías si haces algo, una estupidez. Una estupidez que no te beneficiaría ni a ti ni a ella. Debes procurar calmarte, ¿vale?

- ¿Calmarme? ¡¿Calmarme?! ¡Tú no te pasas las noches en vela como yo, llorando de rabia e impotencia, pensando en lo que ese desgraciado la estará haciendo en ese momento! ¡Dios! ¡Tengo ganas de coger por el cuello a ese grandísimo hijo de puta y darle de ostias hasta que se me duerma la mano! ¡Darle el doble de lo que ella ha recibido! ¡Hablar con algún chapero que nos deba un favor para que entre tres le pongan el puto culo como un bebedero de patos! ¡Tengo…! ¡Tengo ganas de matarle! ¡De ver cómo se desangra en el suelo el muy cabrón! ¡Quiero que chille como un puto cerdo el día de la matanza! ¡Quiero justicia, joder! ¡Justicia!

- Ni tienes ninguna prueba de que ese hombre sea un maltratador, Julián. Ninguna prueba concreta. Y tú, como policía, deberías saberlo mejor que nadie. Lo único que conseguirás será ponerla a ella en peligro o incluso a ti mismo. Cálmate y utiliza eso que tienes arriba y que vale para algo más que para sujetar pelo.

- Tienes razón, Fede, tienes razón. Bufff… Lo siento, ¿vale? Ya estoy algo más tranquilo, tío. Joder, si sé que tienes razón, pero me jode tanto que…

- Vale, vale. No pasa nada. ¿De acuerdo? Además, existen otras vías. Hay otras formas de reclamar justicia. Con pruebas.

- ¿Cómo?

- ¿Qué te parece si esta noche como por casualidad nosotros dos vigilamos de paisano su casa?

- Una patrulla nocturna, vamos.

- Efectivamente.

- Señor Federico, es usted un puto genio.

- La veteranía es un grado, pimpollo.

- Nunca te lo podré agradecer bastante, tío. Joder, y encima voy yo y te grito… Espero que sepas perdonarme.

- ¿De qué vas? Pues claro que te perdono, hombre. Además, me gusta que le hayas echado el ojo a una chica madurita. A lo mejor así dejas de esperar a mi hija a la salida del instituto…

- ¡Ja, ja, ja! ¡Ni loco, chavalote! Además, tu niña tiene ya más tablas que tú y que yo juntos…

- Cuidadito con lo que decimos, ¿eh? O esta noche te acompaña a patrullar tu abuela. Además, porque en Crónicas Marcianas salgan muchachitas ligeras de cascos, eso no quiere decir que todas sean así…

-No, todas no. Pero tu hija…

- ¡Que te calles!

- Je, je, je…
Cayetano Gea Martín

sábado, septiembre 04, 2004

Reseñas Literarias: EL CÓDIGO DA VINCI

¿Qué más se puede decir de este alabado libro que no se haya dicho ya? Posiblemente, lo, para mí, más obvio: Lo rematadamente mal escrito que está. Creo que puedo decir, sin pecar de exagerado, que es el libro peor escrito que he leído jamás. Parece imposible, pero El Código Da Vinci consigue que Harry Potter parezca medianamente bien escrito. Para que se hagan ustedes una idea, su "estilo" literario va parejo a cualquier libro de Arturo Pérez-Reverte... terrible, ¿verdad?

Recuerdo, no sin cierto pesar, que en los comienzos de mi adolescencia leí ciertas obras que difícilmente podrían pasar por literatura: un par de libros de la Dragonlance, dos o tres de Elige tu Propia Aventura e incluso uno de Star Wars (droga dura)... Nada. Obras maestras comparadas todas con El Código Da Vinci.

En estos tiempos de globalización feroces que corren, todo occidente viste igual, viaja a los mismos lugares, escucha la misma música, va al cine a ver las mismas americanadas y lee la misma literatura basura. Así, te venden El Código Da Vinci como si el que lo leyera mucha gente fuera sinónimo de calidad, cuando suele ser justamente al revés. Y así, se impone la moda. Y así, todos los libros que la gente lee ahora son de conspiraciones eclesiásticas, que si no fuera porque el tema no me importa lo más mínimo y porque se basan en fantasías sin ningún tipo de fundamento, les encontraría algún tipo de aliciente.
La "historia" que Dan Brown, el "escritor" del libro nos narra gira en torno a Robert Langdon, experto simbiólogo, que junto con Sophie, nieta del difunto Jacques Saunière, miembro del Priorato de Sión, una misteriosa orden secreta que protege el verdadero secreto del Santo Grial, intentan descubrir dicho secreto mientras son perseguidos por el Opus Dei. La aventura comienza en el Louvre y termina también ahí, cuando Langdon, después de necesitar más de quinientas páginas para darse cuenta, descubre que el símbolo de la estrella de David, el símbolo judío que representa la perfecta unión del hombre y la mujer, es la revelación última del sentido del Grial, al simbolizar la unión entre Jesús y María Magdalena y el nacimiento de una niña, lo cual fue ocultado por la Iglesia eliminando para ello cualquier referencia sobre el tema de los Evangelios.

Podría resultar una historia de ficción (y además, ya contada y en clave de humor por Kevin Smith en Dogma), de muchísima ficción, medianamente interesante si no estuviera tan
rematadamente mal escrita y si los personajes estuvieran perfilados. Los personajes son huecos, vacíos, se expresan todos igual y no tienen personalidad ninguna. Las escenas son torpes y absurdas. El ritmo de la novela va a trompicones, según se le van ocurriendo más memeces al Señor Brown o se las va bajando de Internet. La descripción de los diferentes entornos es de chiste. Le explica al lector la arquitectura de una catedral como si fuera un Neanderthal que en la vida a pisado o a visto en el cine una iglesia (sí, muchos descubrirán acongojados que la mayoría de las iglesias y de las catedrales tienen forma de... ¡cruz! Oh, oh...). Las escenas que prepara con toda su buena fe para impactarnos con tremendas revelaciones eclesiásticas se convierten en ridículos trasuntos de Indiana Jones con Expediente-X...
En resumen, para mí, un libro totalmente despreciable en todos los sentidos, que no merece la pena el esfuerzo de leerlo ni mucho menos, el dinero para comprarlo.
Cayetano Gea

Escombreras, Cuarto Capítulo

Cierto día leí que las terminaciones nerviosas que captan el dolor no se adaptan, es decir, que aunque un dolor intenso dure dos horas nosotros percibimos ese dolor como si fuese el primer instante en el que hubiese aparecido y ponían como ejemplo el dolor de muelas, que puede estar machacándote los nervios durante horas y tú no dejas de padecer. Pues, a pesar de esto, yo ya he hecho del dolor un compañero. Hay ocasiones en las que no me parece sentirlo, días en los que los golpes de Luis no son tan fuertes como de costumbre, en los que no se tiene en pie de la borrachera que trae, esos días casi llego a pensar que es un placer que me pegue así.

Pero, ¿fue siempre Luis un maltratador o algún suceso, quizá nimio y muy reprimido en su interior, le ha tornado tal y como es hoy día? Descartada la posibilidad de que sea yo la culpable de su violencia, me niego a creer que alguien pueda nacer con el deseo de maltratar a sus semejantes. Si eso fuese cierto dejaría de creer en la humanidad, no compensarían ese hecho las grandes obras que han creado otros hombres, mejor sería la extinción, el olvido, y que se borrase nuestra huella en la Tierra. No, nadie nace maltratador, quizá se puede nacer más susceptible a serlo, los caprichos de los genes y sus apareamientos azarosos, quizá una educación mal enfocada puede conducir a esa personalidad, e incluso, quizá, quién sabe, hasta alguna mujer alguna vez mereció ese castigo. Quizá yo, incluso, me mereciera algún castigo. No sus brutales maneras, por supuesto, pero sí algún silencio despreciativo, una mirada perdida en el odio, un momento de tensión e insultos callados.

No he sido una buena persona en mi vida. No del todo, al menos. He cometido errores, me he movido a veces por el rencor y el desamor. He pagado los castigos de Luis en otras personas. Y lo cierto es que sin él no soy nada, tampoco. Pero con él muero cada día. Este castigo ejemplar, esta tortura constante, esta diatriba de amor y odio sin final, este valle de lágrimas, como un campo de rosas regadas con sangre, este rastro de carne mortal que se muere por las esquinas de las habitaciones en las que me castiga, en las que me castiga mi amor y mi odio, mi vida y mi muerte, esta canción triste, en fin, es mi destino, mi único universo. Y tengo miedo. Mucho miedo. Miedo de él. Y miedo a no estar con él. Tengo miedo de salir de mi cueva, aunque el mundo de fuera sea esplendoroso. Aunque pueda volver a maravillarme con la sensación de una suave lluvia de verano sobre mi rostro, borrándome las heridas que marcó el amor y el odio, librándome de todo pecado, de todo mal. Aunque sea capaz de romper mi cadena y ser libre, libre al fin para soñar, para vivir, para gritarle al viento que soy una mujer libre, libre, libre. Pero sobre todas las cosas, tengo mucho miedo. Y detrás de todo ese miedo, sigue estando mi miedo por él.
Pedro Garrido y Cayetano Gea