Hay un señor que cada mañana, cuando aún nadie se ha levantado y la noche oculta a las sombras, desenrolla la calle y la deja lista para que los viandantes y los automovilistas puedan transitarla durante toda la jornada. Pero sólo él sabe (y el gobierno, que es quien le paga) que por debajo de las calles hay bultos que se mueven. Cuando él desenrolla la calle los bultos dejan de moverse y se quedan aprisionados bajo la gruesa capa de asfalto. Los habitantes de la ciudad creen que son baches en la vía pública ocasionados por dilataciones de los materiales con los que está construida. Lo que no saben es que cuando por la noche, cuando el señor recoge de nuevo las calles, los bultos comienzan a moverse apresuradamente, quién sabe si buscando su sustento diario. El señor no sabe de qué se alimentan, ni siquiera sabe cómo son, por eso se refiere a ellos como los bultos. No sabe qué sería de los hombres si algún día uno de aquellos bultos no quedase sepultado por la capa de asfalto. Pero aún no parecen inquietos ante tal posibilidad y cada mañana, como si fuesen niños somnolientos, se dejan arropar por el señor con la capa de asfalto.
Al señor le aterra pensar que algún día alguien, al pisar alguno de esos bultos descubra que se mueve. Le aterra que pueda ser una de sus hijas quien lo hiciese. Le aterra también que el asfalto esté agrietado y que pueda entrar algo de luz por debajo de la calle que impida el sueño de los bultos. Le aterran las obras, y especialmente esas máquinas que horadan el suelo como si fuese mantequilla y dejan la ciudad como un queso de Gruyere. Este señor vive en un estado permanente de agitación.
Llama una y otra vez al ayuntamiento pidiendo que lo releven de sus funciones pero ninguna treta es posible, porque su trabajo es esencial para la vida diaria de la ciudad. Él propone que sea el primer ciudadano que se levante cada mañana el que desempeñe tal función pero desde el ayuntamiento le responden que esa propuesta conduciría al caos porque siempre habría quien no cumpliese con sus deberes como ciudadano y dejaría la calle enrollada, con el consiguiente peligro de que los bultos campasen a sus anchas por la ciudad tanto de día como de noche. También propone que eliminen a los bultos, aunque, para ser sinceros, nunca le han atacado, ni ha sufrido percance alguno en relación con ellos. Sin embargo no soporta el continuo murmullo que parece brotar de ellos, ni el susurro de sus cuerpos al desplazarse sobre el suelo, algo así como ris-ris-ris...Ha enviado una carta al alcalde pero éste le conmina a estar callado y le advierte que el asunto de los bultos es algo confidencial y que están estudiando ocuparse de ellos en breve pero que son muchas otras las necesidades más urgentes de la ciudad.
Por tanto, el señor que enrolla y desenrolla las calles vive con el continuo temor de que un día los bultos se rebelen y todo lo que conoce, su ciudad, la gente, el mundo, cambie y los que estaban debajo de la tierra pasen a estar arriba mezclándose con los humanos, que se esfuerzan aún en ocultarlos o ignorarlos pues según le dicen al señor los que mandan, si los bultos subiesen a la superficie, no podríamos vivir todos tan bien como hasta ahora.
Al señor le aterra pensar que algún día alguien, al pisar alguno de esos bultos descubra que se mueve. Le aterra que pueda ser una de sus hijas quien lo hiciese. Le aterra también que el asfalto esté agrietado y que pueda entrar algo de luz por debajo de la calle que impida el sueño de los bultos. Le aterran las obras, y especialmente esas máquinas que horadan el suelo como si fuese mantequilla y dejan la ciudad como un queso de Gruyere. Este señor vive en un estado permanente de agitación.
Llama una y otra vez al ayuntamiento pidiendo que lo releven de sus funciones pero ninguna treta es posible, porque su trabajo es esencial para la vida diaria de la ciudad. Él propone que sea el primer ciudadano que se levante cada mañana el que desempeñe tal función pero desde el ayuntamiento le responden que esa propuesta conduciría al caos porque siempre habría quien no cumpliese con sus deberes como ciudadano y dejaría la calle enrollada, con el consiguiente peligro de que los bultos campasen a sus anchas por la ciudad tanto de día como de noche. También propone que eliminen a los bultos, aunque, para ser sinceros, nunca le han atacado, ni ha sufrido percance alguno en relación con ellos. Sin embargo no soporta el continuo murmullo que parece brotar de ellos, ni el susurro de sus cuerpos al desplazarse sobre el suelo, algo así como ris-ris-ris...Ha enviado una carta al alcalde pero éste le conmina a estar callado y le advierte que el asunto de los bultos es algo confidencial y que están estudiando ocuparse de ellos en breve pero que son muchas otras las necesidades más urgentes de la ciudad.
Por tanto, el señor que enrolla y desenrolla las calles vive con el continuo temor de que un día los bultos se rebelen y todo lo que conoce, su ciudad, la gente, el mundo, cambie y los que estaban debajo de la tierra pasen a estar arriba mezclándose con los humanos, que se esfuerzan aún en ocultarlos o ignorarlos pues según le dicen al señor los que mandan, si los bultos subiesen a la superficie, no podríamos vivir todos tan bien como hasta ahora.
Pedro Garrido Vega.
1 comentario:
Doctor, me ha salido un bulto extraño, Dónde?, Debajo d los pies, En la planta d los pies?, No, debajo dl asfalto.
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