miércoles, mayo 30, 2007

Disyuntivas


Siempre hay disyuntivas
En nuestra vida
Elecciones obligadas:
Izquierda o derecha
Carne o pescado
Mutilación o entereza
Jazz o Heavy Metal
Borges o Cortázar
Dios o nihilismo
Literatura o Dan Brown
Pasear o correr
Amarte u odiarte
Castidad o lujuria
Mar o montaña
Silencio o bullicio
A solas o contigo

Contigo


Cayetano Gea Martín

lunes, mayo 28, 2007

Disculpen la franqueza

Señoras y señores, disculpen mi franqueza de rojo de mierda, como algunos de ustedes tan amigablemente me definen, con ese cariño y esa tolerancia del que les gusta hacer gala, y más ahora, que sus representantes políticos se han quitado la piel de cordero.

Decía, pues, que disculparan mi franqueza, y quizá mi rudeza, incluso. Ahórrense la ironía de llamarles yo veladamente intolerantes y que yo ahora lo sea tan poco como ustedes, ya lo sé. Soy consciente de mis contradicciones. No van a tener ustedes siempre el patrimonio sobre ellas.
Bueno, pues ya, al grano. Debo reconocer que el otro día me entró tal asco por el estómago, tantas ganas de empezar a repartir hostias que por un momento me sentí como uno de ustedes. Pero es que el tener que verles desfilando junto a sus líderes cantando por la calle ‘Libertad sin ira’ a pleno y facha pulmón fue demasiado para mi malalechómetro. Eso de tener que tragarme por televisión tantas gilipolleces fascistas de nietos de ministros de Franco, ya es demasiado. Pero encima esto, no, machos, no. Soy de esos que no tienen treinta años pero que honran a aquellos que estuvieron torturados, muertos o puteados por el gallego bajito rabicorto y con voz de pito que nos dio por culo durante cuatro largas décadas. Soy hijo de perseguidos, de rojos, de ateos, de libre pensantes. Y qué cojones, orgulloso de ello. Que aquí sólo parece que podéis clamar vosotros lo que sois.


Cayetano Gea Martín

viernes, mayo 25, 2007

Aparece


Apareció en un momento en el cual no le interesaba conocer a nadie, cuando corrían por sus venas cantos de sirena solitaria, feliz en su independencia laboral, personal y social. Su vida se articulaba en torno a la lectura, la escritura, el estudio intermitente de cierta lengua extraña, el quedar con sus amigos y amigas y el salir de ligoteo por esa ciudad impía llamada Madrid, siempre que el bolsillo se lo podía permitir, aunque Magerit siempre sabía ofrecer atracciones para todos los gustos y sueldos.

No era una mala vida, sencilla y hogareña a la par que fiestera. Combatía sus noches de cenas solitarias al calor del DVD con otras de parranda social mojadas en cerveza y ron. Comprobó, no sin agradable sorpresa, que resultaba bastante atractivo al público femenino, con su mezcla de verborrea, buen dominio del inglés y look neo-latino, metrosexual en potencia, culto, dicharachero, divertido y algo friki.

A pesar de ello, un vacío anidaba en su pecho, vacío que se manifestaba cuando se apagaban las luces y se quedaba a solas con sus casi treinta perdidos, revolviéndose en las sábanas del alba, al abrigo de sus pensamientos profundos y de su pene eréctil, ansioso de más sexo, foráneo o nacional. El tedio rondaba su cuarto o tercio de vida gastado en epicúreos momentos y en otros de clave tinte intelectualoide, mezcla de Borges con X-Men, de Joyce con Playstation 2, de Cervantes con Bola de Dragón.

Pero ella apareció,
aunque no de golpe,
sino a lo largo del año,
una más en principio,
algo más que eso en el medio,
todo al final.

Como una larga melodía,
un calor lento,
al baño maría,
no una tormenta,
sino un aguacero,
no rain but chill,
un puerto amable.

Corredora de fondo,
incansable,
que lo consiguió,
lo desarmó,
lo hizo enamorar perdidamente,
y así se encuentra ahora,
enamorado, estúpido,
enfermo, feliz,
amando con el corazón
y con la mente,
lo más difícil,
prendido de sus ojos todo el día,

Enamorado de sus manos,
sus pies, su pubis,
su pelo, sus venas,
su alma, su cara,
su sonrisa, su silencio,
su mirada, su cerebro,
sus piernas, sus pechos,
sus brazos, sus nalgas,
más que la suma de sus partes,
ella y sólo ella.
Y ella lo sabe.

Salvaje dios panegírico
a los pies de una vestal,
sátiro carnal sumiso
ante la diosa oscura del alba.








Cayetano Gea Martín




martes, mayo 22, 2007

Laura, 5/5


Laura no podía dar crédito a lo que se desarrollaba delante de sus ojos: el bar estaba repleto de nuevo, como si no hubiera pasado el tiempo desde la noche anterior. -¿Acaso lo habré soñado todo? Joder-, se dijo. -Quizá todo fue fruto de mi imaginación. Quizá por eso sigo borracha, no porque me haya cogido otro pedo más, sino porque en realidad no ha pasado un día, sino que la noche continúa. Sí, debe de ser eso. Seguro que me quedé dormida en la taza y lo he soñado todo hasta ahora. Ostias, mis amigas. Voy a buscar a éstas, a ver dónde están. Paso que arraso, imbécil-. Apartó de un empujón a treintañero calvo con pista de desesperación sexual. Acto seguido comenzó a explorar tambaleándose los rincones del pub en busca de sus amigas poco agraciadas. Su fealdad debería ser como un faro en la oscuridad, ya que siempre conseguían crear una especie de campo antimagnético a su alrededor. La gente no solía estar más cerca de dos metros de ellas. Salvo Laura, claro. Y sin embargo, por allí no se las veía. -Deben estar en la planta de abajo-, concluyó algo temerosa de que se hubieran volatilizado de nuevo, mientras se dirigía hacia las escaleras. A medio camino de éstas pudo comprobar con gran alivio que la mancha roja con fragmentos sospechosos no se encontraba allí. -Por lo tanto se corrobora mi teoría del sueño-, dijo sonriendo. -Voy a buscar a éstas, y si no están abajo me largo echando ostias de este sitio y a dormirla. Qué ganas tengo de escapar de esta puta pesadilla.

Cierto sonido familiar de arrumacos cortaron en seco su descenso, a apenas dos peldaños de ser finalizado éste. Allí se encontraban las mismas parejas que la noche anterior, con la misma ropa y en la misma situación de magreo intenso. -No puede ser, joder, no puede ser, no puede ser, no puede ser-, repetía al borde de la histeria. -Imposible, coño, es imposible, esto ya pasó, ya pasó. Es el mismo puto día, eso me alegra por un lado, ja, ja-, continuó, -pero por otro esto ya sucedió, ya sucedió. Ahora saldrá una chica del baño y entraré yo, yo, de nuevo, joder, joder.

Un fuerte dolor de cabeza interrumpió sus pensamientos. Parecía como si alguien le estuviera metiendo la mano por la nuca y asomando los dedos por las cuencas de sus ojos. Sin poder remediarlo, comenzó a gritar y a gritar. El dolor estalló en un torbellino de objetos punzantes que parecían estrellarse contra su hueso occipital. Al final, un solo golpe tremendo en seco fue lo que la hizo caer.

Cuando abrió los ojos, descubrió que se encontraba tirada en medio de la escalera, con una herida enorme en su cabeza y con los sesos desparramándose por ella.
La sangre de Laura empapaba tres peldaños.


Cayetano Gea Martín

viernes, mayo 18, 2007

Laura, 4/5


Dado que su ansiedad comenzó a disiparse rápidamente, descubrió, no sin cierta sorpresa, que el hambre roía sus tripas de manera escandalosa. -Qué raro-, dijo, -si me apreté un kebap a las doce de la noche-. Un instinto feraz se apoderó de ella.

Una vez más, descendió los escalones, aunque esta vez a saltos, en busca del pequeño almacén de víveres. Allí pudo encontrar, con la alegría satisfecha que da el hallazgo de algo de comida, frutos secos y prometedoras bolsas grasientas con las que saciar su apetito. No era el cuerno de la abundancia, pero algo era algo. Comenzó abriendo un saco de tela que contenía unos diez kilos de cacahuetes salados y pelados. Hundió literalmente la cabeza en la saca y comenzó a devorar los frutos secos, masticando a dos carrillos como un perro en su cuenco. Una de las veces que levantó la vista para respirar posó sus ojos en una gigantesca bolsa de papel cartón con manchones de grasa. Soltó los cacahuetes para empezar a engullir las patatas fritas que contenía ésta a puñados.

El dantesco espectáculo no duró demasiado, ya que pronto logró dominarse, cuando la repugnancia que le daba verse a sí misma tragando de aquella manera se impuso al increíble apetito que la dominaba. “Joder, me muero de sed”, pensó echando mano de la bolsa de patatas fritas y ascendiendo de nuevo la escalera. Puta escalera-, dijo en voz alta, -te estoy empezando a coger manía ya.

A mitad de camino de su ascenso, pudo ver, bajo la luz del luminoso amanecer que se filtraba a través del tosco enladrillado, que había una gran mancha de color rojo oscuro que empapaba tres peldaños. Intrigada, se arrodilló ante ella para sufrir en sus fosas nasales el penetrante y metálico olor de la sangre seca. -Qué asco, por Dios-, chilló. -¿Y qué cojones será esto?-, se dijo a sí misma al comprobar que en medio del manchurrón se podía apreciar algún tipo de materia orgánica, como carne picada grisácea.

-Parecen tripas o sesos, joder, qué puto asquito-, comentó. Con presteza, acabó de subir los escalones que le restaban. El pub contaba con dos barras, una más grande que la otra. La pequeña daba justo a la escalera y la grande dominaba la pista central. Hacia ésta se dirigió, con la intención de tomarse la cerveza más cara que fuera capaz de encontrar.

Rodeando la barra, tomó posesión de ella, e inmediatamente recordó sus años mozos de camarera en Huertas, a los borrachos y a los babosos que tenía que sortear, y los macizos que se tiró durante sus más de dos años de servir copas los fines de semana. “Una buena época”, pensó, “tan lejana como la Universidad, e igualmente doloroso su recuerdo”.

Con resignación ante el hecho de tener una edad que no la gustaba lo más mínimo, Laura comenzó a inspeccionar las cinco cámaras frigoríficas, para encontrar al fin una Grimbergen doble tostada. La abrió y observó con placer la fina nube de vapor frío que ascendía de la boca de la botella, las burbujas que consolidaban la espuma y los trozos de escarcha derritiéndose a lo largo del cristal. -Creo que estoy comenzando a ser una alcohólica como Dios manda-, se dijo, mientras que con cierto temblor de manos enganchó la botella y se amorró a ella.

Dos horas más tarde, y tras haber ingerido seis botellas de aquella fuerte cerveza belga, se encontraba de nuevo totalmente borracha. El bar giraba a su alrededor como un carrusel demoníaco de paredes azul oscuro, al compás de su cerebro empapado en alcohol. Un furtivo rayo de sol se colaba por el hueco de un ventanuco, y moría reflectado contra el cristal esmerilado de uno de los focos, de tal modo que éste parecía estar iluminado. Lo parecía, sí. -Realmente lo parece, lo parece, je, je, joder, qué pedal llevo de nuevo, coño-, comentó entre exabruptos de cerveza. -Yo creo que lo está, yo creo que... está encendida, jo, ja, ¡eh! je, je... Está encendida, está encendida-, comenzó a cantar girando sobre su propio eje. -¡Que empiece la fiesta, vamooos!-

Como por arte de magia, una a una se fueron encendiendo, mientras la luz exterior iba menguando rápidamente. Increíblemente, caía la tarde, y a una velocidad pasmosa. Poco a poco, extrañas siluetas comenzaban a dibujarse en el aire, trazos sueltos creados por pavorosa mano iban cobrando forma y vida. Una melodía sustituyó en sus oídos al incesante pitido, melodía que fue creciendo poco a poco de intensidad, hasta llenar el recinto de ritmos sincopados, mientras las siluetas comenzaban a moverse, a respirar, a bailar. La discoteca se encontraba de nuevo a rebosar de gente, de humo, de copas, de música, de voces. La noche había vuelto con intensidad, con la furia de la vanidad humana anclada a sus tobillos.



Cayetano Gea Martín


miércoles, mayo 16, 2007

Laura, 3/5


Esta vez, sin embargo, no se dirigió hacia los baños, si no que pasó de largo y se encaminó hacia la pared del fondo, temiendo encontrarse un cuarto de las escobas o algo parecido. Sus temores se vieron tristemente cumplidos. Allí no había nada, salvo una pequeña alacena donde se guardaban alimentos no perecederos, bidones de cerveza y enseres para los cuartos de baño. -¿Cómo puede ser?- gritó. -¿Cómo es posible? ¿Cómo es putamente posible?, joder, ¡joodeeer!- Presa de un ataque de histeria, agarró una de las bombonas vacías y subió con ella a cuestas a la planta principal de nuevo, hasta quedarse de frente con la puerta de entrada, la cual seguía férreamente cerrada, anclada con pestillos, cerrojos, cadenas y una gran barra de titanio que la cruzaba por la mitad, como tachándola, como negando su papel de puerta, de vehículo de tránsito. Supuso que además detrás una corredera de hierro anclada al suelo sería más que probable también.

Levantó el vilo el bidón de cerveza hasta alzarlo por encima de su cabeza, permaneció así tres segundos hasta dejarlo caer con toda la fuerza que el pánico le daba contra la puerta. El estruendo fue formidable, fortísimo. El choque entre la bombona de aluminio y la barra de titanio provocó tal reverberación sonora que perdió totalmente la audición por unos instantes. Además, la fuerza de choque la envió para atrás, cayendo con la rabadilla sobre el misteriosamente inmaculado suelo. El dolor en sus posaderas la hizo gritar, aunque fue incapaz de oír su propio alarido, solamente un zumbido monocorde moraba en sus oídos. El dolor se extendía como un latigazo por su columna vertebral y de ahí pasaba al resto de su cuerpo. Lloró desconsoladamente. Sus lágrimas eran una mezcla de daño físico y psicológico. -¡Coño, coño, joder, me cago en la puta, joder, duele, joder!- se lamentaba en voz alta, gritando a las cuatro paredes entre las cuales permanecía encerrada.

Al cabo de un largo rato, consiguió volver en sí misma, aunque para ello tuvo que recurrir a todas sus escasas fuentes de autocontrol, recordando las clases de yoga a las cuales fue durante tres meses y las que dejó de ir en cuanto descubrió que el monitor que las impartía, la única razón por la cual iba allí a perder el tiempo, era gay.

Comprobó que la penumbra reinante en el pub se iba convirtiendo, poco a poco, en una promesa de nuevo día. La roja luz del amanecer se filtraba a través del marco de la puerta y de las ventanas. Esperanzada, decidió que lo único sensato que podía hacer sería esperar a que el recinto abriera de nuevo por la tarde. El día que saludaba con renovado optimismo era sábado, y los sábados abrían a las ocho pe eme. “Creo que es lo que haré, sí. Eso y calmarme y pensar en alguna otra solución, como por ejemplo intentar ver si tengo cobertura en otra parte del recinto”, pensó de forma ya racional, a pesar de lo mucho que le dolía el culo y del piiii que se había instalado en su cabeza.



Cayetano Gea Martín


lunes, mayo 14, 2007

Laura 2/5

“Seguro que me andan buscando”, pensó acerca de sus amigas, con las cuales salía siempre que quería destacar sobre el resto de las mujeres que la acompañasen. Tal crueldad de pensamiento no la sorprendía ya: tiempo ha que decidió aceptarlo. Empero, no quería decir que no se divirtiera con ellas, pero, desde luego, eran considerablemente más feas que ella. “Y a pesar de todo, no me he comido ni un colín esta noche, joder”, se lamentaba en sus pensamientos, -no como éstos de aquí-, murmuró por lo bajo, sólo para comprobar que allí ya no había nadie. La planta de abajo estaba desierta, salvo por los baños, los dos sofás y un envoltorio de Durex Sensación.

Ascendió de manera bastante más firme que los bajó los peldaños de la escalera hacia la planta superior, donde las luces de colores danzaban al compás de los cuerpos sudorosos, donde del humo de los cigarrillos y los copazos de garrafón a ocho euros iban socavando sin prisa pero sin pausa la salud de los parroquianos. Salvo que nada de eso había ya. “No puede ser que hayan cerrado en cinco minutos”, pensó, pero lo parecía. Lo cierto es que lo parecía. Allí no había ni un alma. Nadie. Y no sólo eso: la discoteca se encontraba impecable, los suelos barridos y fregados, las copas y los vasos recogidos, los ceniceros vacíos y las sillas encima de las mesas y de las barras. -¿Qué cojones habrá pasado aquí?-, dijo en voz alta. -¿Me habré quedado dormida?

Algo asustada, sintiendo cómo el alcohol restante desaparecía de sus venas tan rápidamente como fue su ingesta, sacó su Nokia N93i y buscó a tientas en la oscuridad reinante el número de teléfono de alguna de sus amigas, para darse cuenta, con desesperación, de que carecía de cobertura necesaria. Ninguna alentadora raya aparecía en la esquina superior izquierda de la pantalla de su móvil. El pánico iba creciendo dentro de ella, aunque acertó a posicionarse en frente de la puerta principal, sólo para comprobar que ésta se encontraba cerrada a cal y canto. “Debe haber una salida trasera, como en todos los establecimientos, ¿no?”, se obligó a pensar, “Si no tienen otro acceso más es ilegal, o eso he oído, así que tranquila, que este garito tan grande tiene que tener una puerta de emergencia fijo, sólo tienes que encontrarla, ¿vale? Cálmate y búscala”.

Ya totalmente sobria, y al borde de un ataque de ansiedad, recorrió las cuatro paredes de la planta de arriba del local, tanteando con las manos y con los ojos que se iban acostumbrando poco a poco a la penumbra. Sus dedos poco a poco se colmaban de la suciedad reinante, al igual que su modelito y su nariz, obligándola a estornudar un par de veces. -Maldita alergia al polvo-, murmuró. Nada. No encontró nada. Por dos veces vio frustradas sus esperanzas al dar con sendas puertas que llevaban al almacén de las escobas y a un despacho infestado de papeles pero no de salidas de emergencia. -Seguro que estará en la planta de abajo, seguro-, decía muy asustada, para infundirse cierto ánimo poco convincente. -No hay que desesperar ante la adversidad, joder, eres una mujer hecha y derecha, hecha y derecha, coño, de treinta tacos-, repetía como un mantra mientras descendía de nuevo la escalera hacia la planta de abajo. -Tiene que estar, tiene que estar. ¿Cómo no va a estar, mujer? Tranquila, Laura, por Dios, tranquila.


Cayetano Gea Martín


viernes, mayo 11, 2007

Laura, 1/5


Laura bajó los escalones oscuros bastante borracha, hecho que no notó hasta que se incorporó para ir al baño, hacia el cual se dirigía con la celeridad que su estado le permitía. Se preguntaba, mientras se sujetaba a la desconchada pared con la mano izquierda, por qué demonios tenían que estar los baños en la planta de abajo, qué maléfico ser había decidido convertirlo en una costumbre popular en los pubs de Madrid. Le pareció un hecho deliberadamente desconsiderado, sorprendiéndose de las palabrejas tan cultas que evocaba su mente bajo los efectos del alcohol. -Toma ya, “evocar” dije, una más -murmuró por lo bajo. Estaba muy oscuro en aquel sótano amueblado, lo cual era bien aprovechado por dos parejas. Observó con disimulo a los cuatro moradores de aquella oscuridad. Los dos primeros eran demasiado típicos: el chulo de discoteca engominado víctima crónica del consumo de esteroides y la rubia de bote embutida en un modelito tres tallas más pequeño que ella. “Se va a asfixiar entre el encorsetamiento y los jadeos”, pensó. La segunda pareja eran dos chicas jóvenes normalitas, si bien una parecía algo más masculina que la otra. Sintió un calor familiar en su bajo vientre. El observar una escena lésbica cuando iba pedo le provocaba siempre algo de excitación. “¿Me irá también el tema?”, pensó sin demasiada convicción, sabedora de que cuando volviera a la sobriedad descartaría cualquier posibilidad bisexual en su vida.

Pasó antes las dos parejas que se desgastaban los labios y se magreaban de lo lindo para abrir la puerta del baño de las chicas, simbolizado mediante un dibujo bastante hortera de una niña en cuclillas meando dentro de un orinal. Dentro, una oscuridad mayor la envolvió durante dos segundos, pasados los cuales se activaron las luces automáticas, que despidieron su intermitente fuego azul de neón. Deslumbrada, parpadeó ante el sucio espejo que le devolvía un rostro no demasiado atractivo en aquel preciso momento. Las ojeras habían hecho su aparición, al igual que la palidez. Comprobó, no sin desagrado, la proliferación de minúsculos capilares en su nariz, fruto del alcohol o de la edad, pensó, o de la mezcla de ambos factores oxidantes. La universidad cada vez parecía más lejana, sobre todo cuando hace dos meses cumplió la redonda cifra de treinta palos. Aún sentía una punzada de envidia cuando veía a alguna crieja en el metro sacar el añorado abono de color ámbar. A pesar de ello, se consideraba considerablemente atractiva, y sabía que la desaprobación de su rostro ante la fea estampa que revelaba la luz azulada se debía más a la borrachera y la desfavorable trayectoria vertical del foco que a otra cosa.

Tambaleante, se adentró el cuarto de baño, y previa limpieza de la loza con papel higiénico, y tras perder noventa y dos segundos de reloj en desabrochar los intricados botones de su falda, que por alguna extraña razón se negaban a cooperar, se sentó en la taza del wáter y comenzó a evacuar parcialmente la cerveza que había trasegado. Una sensación de alivio recorrió su cuerpo, escapándose un sordo gemido de sus labios rojos de carmín. Se demoró un minuto más de lo necesario allí sentada, en un estado casi de meditación. Parecía una monje budista alcanzando la sabiduría en un urinario. Cuando decidió que ya estaba bien de permanecer en un entorno tan guarro, se limpió, se subió el tanga y se abrochó la falda, aunque tuvo que luchar con ella de nuevo para conseguirlo. Algo aliviada de su melopea, se lavó las manos, se recompuso sus prendas de vestir y el pelo, se retocó las líneas negras que perfilaban sus grandes ojos marrones y salió del servicio con la sensación de haber pasado allí dentro más tiempo del necesario.



Cayetano Gea Martín


miércoles, mayo 09, 2007

El rostro

Rodeado de tantas infertilidad, una rostro aparece ante el mío, hermoso, callado. En él hundo mi cara, mis labios, hasta conseguir rozar mis mejillas con las suyas, hasta devorar su aliento a pan recién horneado.

Es un hermoso rostro de sonrisa angelical, un tanto desconcertante, pero feliz, de comisura grande y de boca pequeñita, apiñada, receptiva.

En la cima de ese rostro, dos hoyuelos marcan el comienzo de otros mundos, otros evos, otros rostros.

Me muero por ese rostro. Navego a la deriva por su culpa. Quisiera aferrarlo, encerrarlo en el armario de mi cuarto para poder acudir a él siempre y cuando quisiera. ¡Es tan hermoso!

Hermoso rostro de vertical sonrisa...


Cayetano Gea Martín

lunes, mayo 07, 2007

Te quiero

Tú sabes cuánto

viernes, mayo 04, 2007

Filosofía rompecabezas (y tocapelotas)


Imaginemos una tarjeta en la que leemos: nunca digo la verdad.

Damos la vuelta a la tarjeta y leemos: nunca digo la verdad.

¿A qué atenernos? Es la llamada paradoja de la verdad.
Imagen usurpada de aquí.
Pedro Garrido Vega (de verdad)

jueves, mayo 03, 2007

Argumento circular

Conjuntos de materia en un tiempo infinito que se cruzan y se imbrican, que se buscan y se rehuyen, que se miran, se huelen, se tocan, o se besan, en infinitos espacios y en tiempos concretos, que se pierden en la historia pasada y futura, que se reconocen en el presente y se aman, que se pierden en los ojos del otro, del que mañana formarán parte, del que luego se separarán, para volver a besarlo y rodearlo con los brazos y decirle te quiero, o sonreírle brevemente, sabiendo que así será por siempre jamás.

Pedro Garrido Vega.