miércoles, marzo 31, 2010

Mario Benedetti - Pedro y el Capitán


Pedro y el Capitán es uno de mis libros favoritos desde hace tiempo ya, desde que mi amigo y cofundador de este blog me hizo saber de la existencia de un escritor uruguayo universal llamado Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia, o Mario Benedetti para los amigos.

Pedro y el Capitán es un drama teatral en cuatro actos, y que se lee en media hora, poco más. Los cuatro actos son un diálogo entre Pedro, un torturado, y el Capitán, su torturador, que intenta, por todos los medios posibles, extraer información de Pedro.

Según va transcurriendo la obra, Pedro va sufriendo severas palizas entre acto y acto, al negarse a proporcionar cualquier tipo de información al Capitán. Por otra parte, el Capitán, cuyo deterioro responde a otras causas, ante el soliloquio de Pedro admite de manera indirecta su sentimiento de culpabilidad y suplica a Pedro que le proporcione siquiera un dato sobre los sujetos que debía delatar, un solo dato que le permita justificar su cruel curso de acción y salvarse de sí mismo.

De ahí la moraleja que se extrae del libro: ¿Quién tortura a quién? ¿Quién sufre más? ¿Pedro, por su evidente castigo físico? ¿O el Capitán, que ve cómo sin una justificación válida no es más que lo que es, un simple y sencillo matarife?

En resumen, un libro sencillo, ágil, rápido y necesario. Como dice Pedro (el cofundador de este blog, no el protagonista del libro), habría que recomendar esta obra para los adolescentes, en vez de obligarles a leer cosas que o bien no entienden o que resultan estúpidas del todo.

Qué gran libro es éste.


Mario Benedetti - Pedro y el Capitán.

Alianza Editorial. Biblioteca de autor.

96 páginas. 6,75€.



Cayetano Gea Martín



domingo, marzo 28, 2010




En el kilómetro quince de la carretera comarcal C-2342, nada más pasar un recoleto prado plagado de bucólicas y defecantes vacas, se encuentra un pozo de los deseos de lo más turístico y especial. Es un pozo para olvidar: cualquier pensamiento del cual queramos desembarazarnos, no tenemos más que arrojarlo dentro del negro túnel para que desaparezca.


Existen, no obstante, unas normas bien especificadas en un cartel sito al lado del pozo. Básicamente, se recuerda a los señores olvidantes que sólo podrán hacer uso del mágico artilugio una vez al año, más unas cuantas y aburridas directrices del gobierno.


Yo lo probé hace unos meses. Lo malo es que, al olvidar algo, al no recordar nada de ello, no sabes el qué has olvidado; y por tanto, no sabes si realmente funciona.


En fin, me despido, imaginaria mujer, sin tener ni puta idea de quién eres.



Cayetano Gea Martín


martes, marzo 16, 2010


Juan José es un sujeto extraño, muy extraño. Aunque nadie sabría decir a ciencia cierta en que consiste su extrañeza. Pero, eso sí, todos coinciden en que es un tipo raro. Raro de cojones.

Cada vez que decide marcharse a casa, por ejemplo, después de una dura jornada laboral o de haber estado tomándose unas cañas con sus conocidos (porque nadie le considera amigo); todos los presentes comienzan a comentar lo rarito que es el tío, y el mal rollito que les da a todos.

Pero fijémonos bien en él. Aparentemente, no tiene nada de especial. Resulta de lo más corriente y moliente. Treinta y cinco años, funcionario de correos, con algo de sobrepeso, carácter pasivo, calva incipiente y mirada aburrida. Uno se lo imagina los fines de semana con su bocata viendo un partido, o sacando al perro. El típico vecino al que dices buenos días y poco más. Hola vecino, qué tal, paseando al perro, ¿eh? Parece que al final va a refrescar, etc. Y punto.

Por eso resulta sorprendente el que a la gente le parezca tan raro alguien tan insípido. Y no es que sea tampoco demasiado introvertido, nada de eso. Sabe contar chistes y palmear espaldas, se arranca siempre a bailar en las bodas y hace el amor con su mujer dos veces al mes. Tres, si coincide con su cumpleaños o con el de su señora.

Tampoco se explica en el plano social. Juan José paga sus impuestos, su hipoteca y sus entradas de cine. Tiene dos hermosos niños, chico y chica, que son la alegría del hogar. Sus padres vienen a verle cada dos semanas y siempre traen algún detallito para sus nietos. Ayuda a su mujer a colgar las cortinas. Y sabe imitar, con mayor o menor éxito, a Chiquito de la Calzada.

Entonces, ¿por qué resulta tan extraño? En un mundo de gente como él, de seres anodinos y que no saben hacer nada aparte de carantoñas idiotas, ver la tele y engendrar más criaturas insulsas, ¿por qué todos le señalan y se apartan ante su rareza inexistente? ¿Será porque él les recuerda lo patéticas que son sus desaprovechadas vidas? ¿O será, sencillamente, maldad bovina?



Cayetano Gea Martín



sábado, marzo 13, 2010

Jorge Luis Borges - El Aleph


Cuando uno se refiere a los libros que han marcado su vida, su forma de ser, y su propia visión del mundo, es decir, sus libros sagrados, siempre resulta muy complicado hacerlo. Es muy fácil perderse y dejarse llevar por sentimentalismos baratos. Pero es que resulta para mí muy jodido hablar de este libro sin caer en subjetividades. Más que nada porque, junto con cuatro o cinco más, este pequeño libro de relatos cortos (junto con Ficciones) me define bastante como ser humano y como racional criatura que vive para leer.

Digamos que, el bueno de Borges, me ha parecido siempre alguien fuera de este mundo, con sus pros y sus contras. La ventaja, que, a diferencia de Cortázar, sus relatos, ensayos y opiniones no tienen fecha de caducidad. Borges es literatura… Y la literatura es Borges. Resulta tan increíble que, cuando me leo una antología de la literatura griega clásica, una novela de Camus o La divina comedia; tengan un prólogo del ínclito argentino. Este hombre no descansaba nunca y tenía una de las visiones más globales, completas e inteligentes acerca de la literatura que se puede encontrar.

El Aleph reúne algunos de sus más famosos y aclamados cuentos, entre los que destaco muy especialmente el relato que da nombre al libro. Posiblemente, nos encontremos ante el mejor cuento jamás escrito (con permiso de En memoria de Paulina, por supuesto), o uno de ellos, como mínimo. La idea, la profunda metafísica que encierra el relato está más allá de los confines del hombre y de nuestra limitada capacidad de comprensión. No es un relato: es un manual de estilo y para la vida.

Me resulta imposible resumir su idea, hablar de qué va El Aleph. Para mí es algo tan personal e intransferible como mi propio ser. Es más, ni siquiera espero que lo leáis, y no me importa si lo habéis hecho o no. El Aleph fue escrito por el mayor genio argentino para mí, como lo fue en su día El Quijote.

Os dejo con el párrafo final del mismo, que, al sacarlo de contexto y de la sensación de irrealidad que produce el leer el cuento de un tirón, no tiene significancia ninguna, salvo que me parece maravillosamente bien escrito por su concepción poética de la realidad.

“¿Existe ese Aleph en lo íntimo de una piedra? ¿Lo he visto cuando vi todas las cosas y lo he olvidado? Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz”.


Jorge Luis Borges - El Aleph

Alianza Editorial. Biblioteca Borges

208 páginas. 8,00€



Cayetano Gea Martín



martes, marzo 09, 2010

El coronel


El coronel Santiago Díaz de Celada es un hombre con dos cojones, además de un santo varón equipado con una fuerza sobrehumana. Sus hombres respetan sus decisiones como si proviniesen del mismísimo Dios en persona. Y es que el que no lo hace se arriesga a recibir un severo castigo por parte del coronel.

El recluta Marcos Garrido Tendero no se cuadró delante de él y Díaz de Celada le calzó tal hostia que tuvieron que recomponerle la cara a base de clavos de hierro que sujetaran su mandíbula, fragmentada en dieciocho partes.

El coronel Santiago Díaz de Celada posee un vigor y un poder inusitados para un hombre de su edad. También es cierto que su castidad, el coronel es virgen y tiene pensado morir siéndolo, hace que sufra de un exceso de acumulación energética. También sufre dos hermosos cuernos por parte de su querida esposa, pero no divaguemos.

Se recupera en su casa el cabo Pedro Miguel Dicto Ojeroso tras haber perdido el ojo izquierdo. Estaba en la cantina haciendo referencias jocosas sobre los cuernos del coronel cuando el susodicho entró de súbito, se acercó a él y le incrustó el dedo índice en la cuenca de su ojo. Arrancó el globo ocular y se lo comió, mientras el cabo se desmayaba a sus pies.

Ya desde pequeño Santiaguito destacaba por encima de los demás: era increíblemente estúpido e increíblemente fuerte. Sus padres, católicos hasta la médula, achacaban la fuerza de su hijo a una intervención divina, como si el mismísimo Dios hubiera insuflado parte de su fortaleza eterna dentro del cascarón vacío que era su hijo.

El soldado de primera Carlos Segundo Tejero nunca olvidará al coronel en toda su vida. El primer día en que comenzó su instrucción militar, recibió de parte del coronel un puñetazo en la cabeza por llevar el pelo excesivamente largo. A resultas del golpe, Carlos perdió todos los dientes y la lengua, sufrió rotura de cráneo y del hueso palatino, y su nariz estalló en cuatro partes.

El caso es que, sea cual sea la razón de su fuerza, el coronel Santiago Díaz de Celada se metió a militar, como no podía ser de otra manera. Su padre, Don Pedro Díaz Porfirio era comandante en jefe del ejército de tierra. Y, a pesar de las cortas luces de su hijo, la combinación de fuerza bruta de éste más el enchufe paterno, permitió el meteórico ascenso de Santiago.

Si pudiera recordar quién es, si no fuera un mero subnormal por culpa del coronel, es seguro que el recluta Nelson Rodríguez se cagaría en la puta madre que parió a Santiago. En su primer día de servicio, el recluta voló tres pisos al ser empujado por el coronel, por el mero hecho de ser sudamericano. El traumatismo cráneo-encefálico resultante dejó a Nelson idiota y en coma para siempre.

Hoy el coronel Santiago Díaz de Celada cumple sesenta años. Sus subalternos le han preparado una pequeña fiesta en la cantina del cuartel, a la que acudirán todos los que puedan, incluidos aquellos que puedan moverse a pesar de las hostias que su superior tiende a repartir a diestro y siniestro. Ninguno de ellos se perdería el cumpleaños del coronel de este año. Por nada del mundo.

El soldado raso Juan José López Restante aún no sabe cómo acabó con la cabeza incrustada dentro del inodoro. Mientras se repone en la enfermería del cuartel sólo consigue vagamente recordar que aquella mañana el coronel le pilló encendiéndose un pitillo. Y todos saben que Díaz de Celada es un gran enemigo del tabaquismo.

El coronel Santiago Díaz de Celada acude a la cantina. Allí se encuentran toda la panda de hijos de la gran puta y de inútiles que componen su batallón. Mierda de cuartel. Míralos: lisiados y gilipollas en su mayoría.

-¿Qué cojones hacéis todos aquí? -Increpa el coronel a los militares.

-Estábamos esperándole, mi coronel -Responde el cabo Pedro Miguel Dicto Ojeroso, que perdió el ojo izquierdo a manos de su superior.

-¿Esperándome para qué? ¿Para que os calce otra hostia? -Contesta entre risas y a viva voz el coronel.

-No, señor. -Ahora es Marcos Garrido Tendero el que habla, con dificultad, eso sí, debido a los hierros que mantienen juntos los fragmentos de su mandíbula. -Estamos aquí para invitarle a una copa por su cumpleaños, su usted nos da la venia, señor.

-Un gesto que os honra, pandilla de maricones. -Responde Santiago Díaz de Celada. -Después de todo lo que he hecho por vosotros, me parece lo mínimo.

-Eso mismo pensamos nosotros, mi coronel. -Comenta con gesto adusto Juan José López Restante, a la vez que tiende hacia Santiago un pequeño vaso con ginebra.

El resto de los reclutas, soldados rasos, soldados de primera, cabos y sargentos, más de treinta militares en total, alcanzan un vaso cada uno también.

-¡Brindamos por usted, mi coronel! -Claman todos a la vez. -¡Salud!

-¡Salud, señores! -Grita con su potente voz el coronel Santiago Díaz de Celada, y se bebe el contenido del vaso de un trago, con dos cojones.

Es el único. Nadie más bebe y nadie más se mueve.

Salvo el soldado de primera Carlos Segundo Tejero, al que el coronel hundió la cabeza de un puñetazo brutal. Carlos, que se había colocado detrás de su superior, introduce rápidamente, mientras Santiago apura el chupito de garrafón, una lagartija en los pantalones de éste.

-¿Qué cojones…? -Acierta a decir el coronel, mientras se lleva la mano al culo. La lagartija, muerta de miedo, intenta huir recorriendo el grueso cuerpo de Santiago, aprisionada en el traje caqui de éste. Los congregados se descojonan de la risa. Pero el soldado Carlos permanece serio, expectante.

Tras un par de minutos, la desdichada lagartija decide descansar un segundo sobre la ingle del coronel. Éste sonríe.

-Ya te tengo, hija de puta. -Clama, alzando el puño. Todos contienen la respiración. “No puede ser, lo va a hacer”, piensa Carlos.

El coronel, utilizando toda su descomunal fuerza, descarga su puño sobre la lagartija. Varios chorros de sangre brotan de la entrepierna de Santiago. Su puño se ha incrustado dentro de su pelvis, destrozando todo a su paso. Saltan por los aires restos de pene, vejiga y testículos, que caen sobre el sucio suelo de linóleo haciendo chof. El coronel cae también, muerto, con un rictus de estúpida sorpresa dibujado en su rostro bovino.

Ahora sí, todos los presentes brindan.

En el hospital clínico San Carlos, Nelson Rodríguez sigue en coma profundo. Una enfermera se acerca para cambiarle la botella de suero. Se fija en el rostro del paciente. Parece que sonríe.



Cayetano Gea Martín



viernes, marzo 05, 2010

Antología de la literatura griega


Casi me da miedo afirmar que una de mis pasiones es el griego, más que nada por lo mal que suena y porque acudirá raudo Alfredo a hacer el chiste. Pero me refiero a la literatura, obviamente… Aunque otros cauces tampoco me parecen punibles, pero divago.

Hace poco me compré y leí este libro estupendo. Se trata de una antología muy variada que ofrece una amplia selección de textos de muchísimos autores y géneros, desde la épica homérica a los primeros novelistas helenísticos, pasando por los líricos, los trágicos, los historiadores, los filósofos, los comediógrafos, los oradores y diversos autores que tratan las primeras ciencias de nuestra civilización. En conjunto, son muestras de un periodo de más de un milenio. A muchos de estos autores ya los conocía, pero otros han sido una maravillosa sorpresa, la verdad.

Siempre he sido un gran admirador de los clásicos griegos. Me encanta leer literatura arcaica y descubrir que no hemos cambiado en tres milenios, que nuestra forma de ser y nuestra civilización proviene de aquellos maravillosos dioses paganos, con su cosmogonía mucho más amena y lógica que el monoteísmo de baratillo que se impuso después y que aún seguimos sufriendo.

¿Existe una carencia espiritual en occidente, como afirman los malintencionados cristianos para seguir justificando sus chorradas supersticiosas? ¿O más bien es que los cristianos eliminaron cualquier otro tipo de metafísica en Europa y que ahora, cuando el número de creyentes baja en nuestro continente cada vez más, nos encontramos vacíos? La solución podría ser volver a nuestras fuentes originales, a lo que nos define como cultura mediterránea.

Prefiero Homero a Cristo, como ya he comentado alguna vez. Resulta aleccionador en lugar de alienante. Sorprende ver cómo la sociedad griega tiene más puntos en común con nosotros que la cristiana, y cómo ésta es y ha sido mucho más reaccionaria e involutiva que sociedades supuestamente más primitivas.

La sabiduría que se destila de los poemas, relatos, dramaturgias y sofismas sitos en este libro resulta balsámica y mucho más cercana al ser humano que las éticas castradoras de la libertad y negadoras de la naturaleza del hombre, como la católica o la judía. Además, claro está, de que en el mundo griego arcaico había autores paganos, ateos, escépticos, epicúreos, e incluso judíos, por lo que no había una sola visión de la realidad.

Y para muestra, un botón: Safo de Lesbos, poetisa. La distancia que nos separa de ella es de dos mil seiscientos años. Con ella os dejo. Y que ustedes disfruten de los clásicos. Merece la pena.


Lo más bello que hay en la oscura tierra es lo que uno ama. Pero ya se ocultó la luna y las Pléyades. Promedia la noche. Pasa la hora. Y yo duermo sola.



Antología de la literatura griega - Recopilación llevada a cabo por Carlos García Gual y Antonio Guzmán.

Clásicos de Grecia y Roma de Alianza Editorial.

495 páginas. 12,85 €



Cayetano Gea Martín



martes, marzo 02, 2010

Citas de Gandhi



Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa.

La violencia es el miedo a los ideales de los demás.

Puesto que yo soy imperfecto y necesito la tolerancia y la bondad de los demás, también he de tolerar los defectos del mundo hasta que pueda encontrar el secreto que me permita ponerles remedio.

No hay camino para la paz, la paz es el camino.

Nadie puede hacer el bien en un espacio de su vida, mientras hace daño en otro. La vida es un todo indivisible.

Casi todo lo que realice será insignificante, pero es muy importante que lo haga.

Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego.

Realmente soy un soñador práctico; mis sueños no son bagatelas en el aire. Lo que yo quiero es convertir mis sueños en realidad.

No se nos otorgará la libertad externa más que en la medida exacta en que hayamos sabido, en un momento determinado, desarrollar nuestra libertad interna.



Cayetano Gea Martín