martes, agosto 24, 2010

El humor de Macedonio

No compraba antigüedades si no las veía hacer; lo que no le permitían; y envidiaba a los ricos de Fenicia o de Egipto que las adquirían baratas y sin padecer , naturalmente, las dudas con las que siempre salía de sus compras de la progresista casa matriz de este comercio, cuyos carteles decían jactanciosos "La Moderna, Antigüedades - Lo más moderno y progresado en Antigüedades".

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martes, agosto 10, 2010

Pongamos que hablo de Madrid


Siempre se ha dicho que el gran defecto de La Villa y Corte es su ausencia de mar, pero eso no es cierto del todo: existe un Madrid inmerso en el océano, en la isla filipina de Mindanao. Es una población de unos catorce mil habitantes, siendo el más famoso aquel señor que viajó a la originaria Madrid para rodar un anuncio publicitario del Metro.
Pero la Madrid filipina no es la única hay. En Latinoamérica, como es lógico, hay más, dos en concreto, en Colombia y en México. El municipio Colombiano recibe su denominación no por la ciudad española, si no en honor de Don Pedro Fernández Madrid, escritor cubano quien vivió en la localidad hasta su muerte. En México, en el distrito de Tecomán, se encuentra la pequeña población agrícola de Madrid, de apenas tres mil habitantes. Fue fundada con el nombre de La Madrid, debido a que la familia más poderosa de la zona se apellida así.


Curiosamente, donde más “Madriles” hay es en Estados Unidos. Hasta diez poblaciones llevan nuestro nombre: en Alabama, Colorado, Iowa, Kentucky, Maine, Nebraska, Nuevo México, Nueva York, Misuri y Virginia. Como curiosidad, la ciudad de Madrid en el estado Misuri conforma el epicentro de la zona sísmica más activa de todo Estados Unidos, la cual lleva por nombre Zona Sísmica de Madrid.


Y por último, saber que existe un Madrid más, en Uzbekistán. Hace más de seiscientos años, el soberano de aquel entonces decidió fundar una nueva ciudad a las afueras de Samarkanda, como homenaje al primer embajador internacional que fue a visitarle, Ruy González de Clavijo, natural de Madrid.


Todo lo expuesto demuestra que la fama que tenemos los madrileños de exagerados y de prepotentes es incorrecta. Para los que no lo sepan, siempre que nos preguntan de dónde somos respondemos “de aquí, de Madrid”, aunque estemos en Groenlandia. Pero es que, visto lo visto, Madrid está en todas partes realmente.




Cayetano Gea Martín



martes, agosto 03, 2010

El hombre desnudo


Íbamos paseando juntos, Ana y yo, cuando le vimos. Pareció surgir de la nada, como esos pensamientos recurrentes y adormilados de las tres de la mañana. El hombre, desnudo y joven, de unos treinta años mal llevados, miraba a su alrededor, incrédulo, dudoso acerca de la palpable realidad que lo rodeaba.

-Mira, cariño,- me dijo Ana, -un hombre desnudo. Pobrecito, ¿estará enfermo?

El hombre desnudo, que intentaba tapar sus órganos sexuales con manos trémulas, nos miraba como si nos conociera de algo, pero sin atinar de dónde y porqué. A nosotros, sin embargo, no nos resultaba vagamente familiar siquiera.

Nos acercamos más a él, aunque con precaución. Podría tratarse de un loco peligroso aunque, no sé porqué, no nos daba esa impresión. Más bien parecía un hombre cuerdo envuelto en una situación absurda y que le superaba por completo.

-Disculpe,- inquirí yo a pocos metros del hombre desnudo, -¿se encuentra usted bien?
Sus ojos se encontraron con los míos y permanecieron fijos en ellos durante un rato demasiado largo para mi propia comodidad. De repente, sonrió y suspiró, como si hubiera entendido a bote pronto todo el asunto. Incluso retiró las manos, dejando al descubierto sus partes pudendas. Y, en menos tiempo del que se tarda en contarlo, cerró los ojos y desapareció de golpe.


Sencillamente, estaba ahí un segundo antes y luego ya no estuvo más. Esfumado.

Nos quedamos perplejos ante la extraña experiencia que acabábamos de vivir, dudando de su empirismo y de su ilógico final.

La respuesta, la obvia respuesta, golpeó nuestros cerebros a la par, tras varios minutos de velada deliberación: el hombre soñaba que estaba desnudo, y cuando se dio cuenta de ello, cuando fue consciente de que era un sueño y nada más, decidió despertar.

La pregunta subsiguiente tampoco tardó en llegar: entonces, ¿estábamos nosotros dentro de su sueño? ¿Éramos acaso un mero sueño del hombre desnudo?

Ana me abrazó, con el miedo que tienen los niños y los ancianos ante la muerte, el miedo terrible a no ser nada más que humo. Pero, ¿acaso no lo somos todos, al fin y al cabo? Quizá apenas seamos el sueño de alguien.

Todos nosotros.



Cayetano Gea Martín