martes, febrero 28, 2006

In each corner of the empty lot (En cada esquina del solar vacío, versión guiri)

Who, who is near?
In each corner of the empty lot
A boy cries of fear
The grey man shakes of cold
transforms the childhood into alcohol
The wind, the wind of your defects
It blows of here to no one of your sides
Polyhedral, perfect sides
Insane, with dead fingers, nihilistic
That support, support with wings
More of the aimed thing in the list
Between yesterday and today, a Greek way
With sweet movement, with magic in every
Letter, word, verb and God therefore
God soldier of right sword
Worthy of an empty and baroque chant
Baroque: Agony of the art, last movements
The Imagination dies, arrives the Epica
That God to us takes confessed
And he doesn't see us profane the corners
Corners and corners outside the way
The last room waits for the Master
(If there is a master between cottons)
The jar has changed the water by wine
For that reason
we are orphaned
In an universe
Work and prey of a
drunken God
Who throws reality
In each corner
of his empty lot
Cayetano Gea Martín

Confesión, Acto Tercero, Segunda Parte

CARLOS. Ya te he dicho que no pienso hablar. Haz lo que quieras. (Le mira desde la sabiduría que le da su dolor) Pretendes darme lecciones acerca del sufrimiento. Pues bien, cualquier cosa que me hagas no será nada comparado con el peso que arrastro en mi corazón. Nada. Mátame. Tortúrame. Es mi última palabra.

ALBERTO. (Con parsimonia) ¿Quieres que te torture? ¿Realmente deseas la tortura? ¿Te crees acaso que eres un experto en ella? ¿Crees que por todo lo que has sufrido ya eres el maestro del dolor? (La mirada se le pierde) ¿O acaso piensas que eres el único que ha sufrido en esta vida?

CARLOS. No sé a qué viene esto. Acabemos de una vez.

ALBERTO. Oh, eso te gustaría, ¿verdad? Que el poli malvado te dejara en paz. Sí, la muerte sería el alivio a tu sufrimiento, ¿no? Qué fácil. Siento decirte que no es mi intención, créeme. Sí, quiero matarte, pero antes voy a destruirte, a anularte. Eso es un hecho. (Muy serio, encara a Carlos) Mírame a lo ojos. Yo sé algo que tú no sabes. Algo que te destrozará más que cualquier golpe. Y lo usaré si no obtengo lo que quiero. Quiero saber quién fue el otro, tu compinche, el que te ayudó. Dímelo, y no sufrirás. Te liberaré de tus penas de un modo expeditivo, sí, pero rápido e indoloro.

(Carlos se retuerce en su incómoda silla. Se debe poder apreciar que el castigo recibido la noche pasada le impide hacer cualquier movimiento sin pagar por ello una alta cuota de dolor)

CARLOS. No diré nada. Adelante. Haz lo que debas. Destrúyeme.

ALBERTO. (Con gesto de aparente distracción) ¿Te comenté ayer que el hermano de Raquel, Daniel Berate Pérez, seguía vivo, no?

CARLOS. Sí. Ayer no te creí. Y hoy tampoco.

ALBERTO. ¿No? Debo decirte que está aquí, en esta comisaría.

CARLOS. ¿Está aquí?

ALBERTO. (Tarda un minuto en responder, y cuando lo hace, lo hace completamente serio) Lo tienes ante ti.

CARLOS. (Aterrado) Estás loco.

ALBERTO. Es posible, Carlos. También es posible que tu inmundo ataque por la espalda sólo me provocara daños superficiales en el rostro. Puede ser, también, que aprovechase para borrar mi identidad y empezar de cero, movido por el mayor afán de venganza que nadie jamás sintiera hormiguear en su pecho. Cuando supe que mi hermana había muerto… (Se estremece de temible furia contenida) No hay palabras capaces de manifestar lo que sentí, lo que siento ahora.

CARLOS. (Muerto de miedo ante la veracidad de los hechos) No, no es posible.

ALBERTO. Oh, sí que lo es, créeme. Lo sabes. Lo has sabido desde que pusiste el pie aquí. (Sus ojos se vuelven completamente fríos al mirar a Carlos) Te voy a matar, Carlos. Morirás a manos de aquél a quien nunca pudiste dañar, ante el cual tiemblas como el niño que eres. Morirás sabiendo que todo fue en vano, que yo seguiré vivo y tú estarás muerto. (Se incorpora y coge a Carlos del cuello con su mano derecha) Pero no será pronto, no… Tenemos tanto dolor que explorar. Y créeme, sufrirás. Sentirás tal dolor que no reconocerás ni el sonido de tu propia voz...


Cayetano Gea Martín

sábado, febrero 25, 2006

En cada esquina del solar vacío


¿Quién, quién?
En cada esquina del solar vacío
Un niño llora de miedo, de pavor
El hombre gris tiembla de frío
Escancia infancias en licor

El viento, el viento de tus defectos
Sopla de aquí a ninguno de tus lados
Lados poliédricos, perfectos
Insanos, de dedos cariados, nihilistas
Que soportan, soportan alados
Más de lo apuntado en la lista

Entre ayer y hoy, una i griega
De dulce contoneo, de mágica
Letra, palabra, verbo y Dios por ende
Dios guerrero de justiciera espada
Digno de una égloga vacua y barroca
Barroco: Agonía del arte, últimos coletazos
La imaginación muere, llega la épica

Que Dios nos coja confesados
Y no nos vea profanar los rincones
Rincones, rincones fuera del camino
La última habitación espera al amo
(Si es que hay un amo entre algodones)
La jofaina ha cambiado el agua por vino

De ahí que
Seamos huérfanos
En un universo
Obra y presa de un
Dios dipsómano
Que vomita realidad
En cada esquina
De su solar vacío
Cayetano Gea Martín

viernes, febrero 24, 2006

El cerebro de Dios (experimento hipertextual) 2º entrega

¿Quién es el Lector?¿A qué dedica, libre, el tiempo?

El Lector podría ser Rafael Cansinos Assens, de quien Borges aseguraba que lo había leído todo. Pero el Lector es Rómulo Gea y el Lector es también usted, lector, y también lo es Borges, que leyó el Quijote, en inglés, con diez años y Harold Bloom, que conoció a cierto príncipe danés habiendo disfrutado de tan sólo siete rotaciones terrestres. Porque si todas las obras conforman la Obra no es menos verosímil afirmar que todos los lectores conforman al Lector.

Imagínenlo como deseen: alto, bajo, desgarbado, grueso, tosco, amable, recio. Su aspecto físico no es indispensable en esta narración. Si nos adentrásemos en su domicilio no encontraríamos nada fuera de lo habitual, salvo un laberinto de libros entre los que figuran una cama, un par de armarios, algún que otro cuadro dadaísta (el más grande, uno de Picabia que siempre le hizo reír) y notas desperdigadas por las estanterías y las paredes. Elegimos una al azar:
Lo que queda del día tras el desayuno, el autobús, el trabajo, el almuerzo, el trabajo, la comida, el trabajo, el autobús y la llave en la cerradura, es el día. Y cada día, el ritual. Se asoma por la puerta y, sin decir nada, se acerca y me besa, con un beso que es una apertura, una madeja que se despliega. Primero: la narración minuciosa, ceremoniosa, de la rutina cadenciosa. Segundo: la cena frugal, anticipo siempre, apertura. Tercero: la cama, el edredón blanco y las sábanas gruesas. Cuarto: soy tan feliz, susurra. El resto, tumbarme muerto, como Törless, para dar paso a un nuevo día que transcurre en tres, cuatro horas a lo sumo, cuarenta y ocho horas los fines de semana. Magnífica la idea de los fines de semana.
nota que apenas proporciona información sobre el sujeto protagonista de nuestra segunda entrega, salvo que trabaja y espera a la noche para ser feliz; que no sueña, la noche es la nada. Seamos curiosos y examinemos esta otra nota cercana a la anterior:
Sólo permito una concesión al pasado: la permanencia, durante tu ausencia, de restos de tu presencia (un cabello, tu olor sobre la almohada, tu ropa esparcida de forma caótica por la habitación); sólo permito una concesión al futuro: el deseo de seguir descubriendo tu presencia en tu ausencia (un cabello, tu olor sobre la almohada, tu ropa esparcida de forma caótica por la habitación).
de lo que podemos colegir dos observaciones. Rómulo Gea vive el presente como único tiempo posible. Rómulo Gea ha llegado a esta condición vital gracias a quien le susurra soy tan feliz, a quien deja rastros como un cabello, su olor sobre la almohada, su ropa esparcida de forma caótica por la habitación.
Todo lector busca libros, por lo que ha de concluirse que el Lector busca el Libro. Rómulo Gea es lector y busca libros. Y tanto es así que la ocupación principal de Rómulo es la de buscar libros. Rómulo busca libros perdidos en las bibliotecas. Rómulo conoce todas las editoriales, todos los formatos, todos las fuentes posibles, todos los tipos de tinta, todos los tipos de papel.
Rómulo conoció las bibliotecas, cómo no, leyendo. Ha leído bibliotecas enteras siguiendo la estrategia lectora de aquel personaje de La náusea, que consistía en abandonar todo criterio lector y leer la biblioteca por orden alfabético. Leyó por encima la Anglo-American Cyclopaedia donde no pudo resistir la tentación de buscar la entrada de Uqbar. No la encontró. Leyó a Joyce y los libros para comprender a Joyce y los libros para comprender los libros que servían para comprender a Joyce. También leyó sobre medicina asiática, sobre el vudú, los Upanishad, los Vedantas, el Rubaiyat, un tratado de alquimia, un breviario de estética de Croce, el Timeo de Platón, un manual de neurociencias, una biografía de Pedro I El Cruel, una diatriba contra la moral cristiana, Sein und Zeit, de Heidegger y otras obras de las que apenas recordaba nada.
Pronto los bibliotecarios advirtieron la extraordinaria capacidad de Rómulo para encontrar libros. Pronto su habilidad le llevó de gira por el mundo a cientos de bibliotecas que reclamaban sus servicios. Visitó extrañas bibliotecas:

una, que creó un grupo de escritores, en la que absolutamente todos los libros presentaban sus hojas en blanco, si bien en la portada constaba un título y en su contraportada una sinopsis de la obra.
otra, que más bien era un museo, que se encontraba en EEUU y que se inauguró durante la vigencia de la Ley Seca. Todos los libros contenían una diminuta botella de alcohol en su interior.
otra, la biblioteca de Jeremías von Bertalanffy, un erudito judío que jugaba con los libros. En una amplia sala los libros se hallaban situados en estantes, en cada uno de los cuales había espacio, únicamente, para tres volúmenes. Cada uno de ellos presentaba en el lomo tres títulos, correspondientes a cada uno de los títulos de los volúmenes que se hallaban sobre el estante. El juego consistía en desencuadernar cada uno de esos libros y encuadernarlos al azar, descubriendo así cada una de las tres obras del estante de forma fragmentaria y desorganizada. Su idea no era original: ya Mallarmé ideo algo similar en su Livre, que nunca llegó a concluir.
otras, no extrañas pero sí cálidas, en Perú, Libia, Ecuador, Suráfrica, que son pequeñas bibliotecas y, por consiguiente, y según la opinión de Monterroso, las mejores, porque no tienen espacio para los libros malos, es decir, los contemporáneos.

Nunca se decidió a escribir. En su casa sólo se conserva un Prólogo de una novela que nunca escribió y un pequeño cuento, que siempre detestó, con el que fue finalista de un concurso en unos grandes almacenes.
Rómulo soñó con encontrar algún día el libro de arena de Borges. Jamás lo encontró. Su búsqueda fue ardua en otros tiempos. Ahora se ha disuelto aquel ímpetu inicial. Ya sólo observa los anaqueles de las bibliotecas en busca de libros perdidos. Ya apenas le inquieta la existencia del Libro perdido. Aunque tal vez, trata de convencerse a sí mismo, la pérdida y recuperación de los libros, le conduzca algún día al hallazgo del Libro.

El libro de Emery Blanchard que abre esta narración llegó a manos de Rómulo en extrañas circunstancias que aún no viene al caso detallar. Del libro del Blanchard existieron únicamente doscientos ejemplares diseminados por el mundo. Por tanto, la posibilidad de poseer tal libro, siquiera de poder contemplarlo o leerlo, se torna harto complicada. Rómulo lo sostiene entre sus manos como un preciado tesoro, como si del Santo Grial se tratase, mientras un hombre de negro, con un maletín, le mira a los ojos y le pregunta:
-¿Nos acompaña?

Pedro Garrido Vega.

miércoles, febrero 22, 2006

Lección


Dedicado a la memoria de María del Rosario Endrinal, y a todos los demás seres humanos que sufren a manos de los aberrantes juegos de los bárbaros.

- Aquel viejo cabrón borracho nos observaba con un exceso de confianza que a mis amigos ni a mí nos gustaba lo más mínimo. Ya nos había jodido la noche, mierda. No se puede salir tranquilamente a tomar algo sin que aparezca siempre algún gilipollas a aguarte la fiesta. Y aquel viejo cabrón ahí, mirando y mirando. Le grité que si tenía algún problema, que si era maricón o qué y agachó la cabeza, pero nos seguía mirando por el rabillo del ojo. Nos estaba poniendo muy nerviosos. Así que decidimos darle una lección. Nada serio, de verdad, sólo un susto, para que aprendiera a no mirar a quien no debe. Para que aprendiera cuál es su sitio. Me acerqué e él, seguido de cerca por las risas y los pasos de mis amigos. El viejo apestaba a mierda y a vino a metros de distancia. Qué puto asco. Daban ganas de vomitar. Le pregunté que si se quería ganar diez euros. Dijo que sí, claro. Aunque algo malo se olía, ya que comenzó a temblar como un puto marica. Le dije que le daba diez euros si se bañaba ahora mismo. Los colegas se partían de risa. Ya se imaginaban lo que venía ahora. Era la tercera vez en lo que iba de mes. Manolo y Luisete, siempre atentos, fueron a buscar lo necesario a mi coche, mientras comenzaba la acción. Comenzamos a desnudarle Josema y yo, los dos que nos quedamos con el viejo cabrón. Se resistía y no nos dejaba empelotarle, por lo que tuvimos que darle dos o tres ostias para que se quedara tranquilo. Al final, lo conseguimos, aunque no sin asco, porque apestaba como un puto cerdo. El viejo se cogía de las rodillas y no paraba de tiritar muerto de frío. Le dije que estuviera tranquilo, que pronto le daríamos algo con que calentarse… Y así fue como ocurrió todo. Sólo queríamos darle una lección, lo prometo, una lección, nada más.

- Comprenderás que no podemos presentar esta declaración ante el juez. ¿Habíais bebido?

- Joder, ya te digo.

- Perfecto.


Cayetano Gea Martín

martes, febrero 21, 2006

El cerebro de Dios (experimento hipertextual), 1ª entrega.

Prólogo.

Este cuento es un experimento y como tal debe tomarse. Todo lo que escribo últimamente no son sino nuevas formas para incorporar a un engranaje más amplio que algún día espero concluir (y poder gritar al espacio infinito que soy, por fin, novelista).
El texto presenta una modificación con respecto a la narrativa habitual que ni siquiera tiene por qué considerarse novedosa. Se trata de la inclusión de enlaces a otras páginas en el texto del relato. Sería algo así como la bibliografía en un artículo pero referido a la creación de un cuento. Me explico: mi idea inicial, que cuenta ya con algún año de existencia, sin contar con la ayuda de un ordenador, fue escribir un cuento donde absolutamente todas las palabras del mismo llevasen un pie de página. El fin de estas minuciosas llamadas a los abismos de la página era doble: por un lado, demostrar, palabra por palabra que mi lenguaje no puede ser original, es decir, la creación no es sino combinación inédita, no existe la creación desde la nada (ex nihilo), aunque muestras cercanas a ello son, y comienzo con los enlaces, este canto VII de Altazor, de Vicente Huidobro o el capítulo 68 de Rayuela; por otro, crear una historia subrepticia a la visible gracias a la polisemia de las palabras, pero este propósito siempre me ha parecido fuera de mi alcance. Tal vez la poesía sea un estilo más propicio para esos fines. Otro fin que se me ocurre ahora y que es, en realidad, el que voy a utilizar para no resultar tedioso en extremo: la idea de crear un cuaderno de apuntes creativos, es decir, en qué me he basado para escribir (qué me sugirió qué) o bien las interpretaciones que yo he podido colegir a posteriori. Y otra vez es necesaria una explicación: mi propia obra puede sugerirme, una vez concluida, lugares, autores, cuadros, que antes no veía como parte de la obra y que ahora advierto que, aunque de forma subrepticia (inconsciente o por acción divina, denominadla como queráis) influyeron en mi narración. También ocurre a veces, muchas menos, eso sí, que algo que escribes en un momento determinado descubres, pasado el tiempo, que alguien también lo escribió algún día. El problema es que normalmente ese alguien escribió esa idea antes que tú.
Los enlaces, como descubriréis, no siempre estarán muy relacionados con la palabra designada: espero que muchos de ellos los veáis con humor, otros como mero apunte informativo y otros con el fin de induciros a lecturas que a mí me hicieron ¿mucho bien? (tal vez no sea yo el más indicado para valorar eso).
Un apunte más: no sé cuántas entregas completarán el cuento. Tampoco sé si mi inconstancia me permitirá concluirlo. Las ideas que tengo son buenas, creo (olé mi modestia). Tarea más ardua es plasmarlas en la pantalla de este ordenador. Una sugerencia: podéis plantear nuevos enlaces. Toda crítica es bienvenida.
1ª entrega.
Salió de casa, apresurado, como siempre, caminó a grandes zancadas por la calle y se introdujo en el buche de la ciudad, atravesó los tornos de entrada al metro y esperó en el andén la llegada del gusano de metal, que llegó con sus ojos luminosos y abrió sus múltiples orificios de excreción (primero) y de ingestión (después) y dio paso al Lector. Dentro del estómago de la bestia metálica abrió una ventana o, mejor, otra ventana de la muchas abiertas ya, que es lo mismo que decir que abrió un libro.

EL CEREBRO DE DIOS
por Emery Blanchard

Emery Blanchard nació en Lyon en 1939 y falleció en Abu-Dhabi en 1983. Filólogo de formación, fue también investigador científico experto en neurociencias, escribió ensayos filosóficos, participó en expediciones arqueológicas en busca del Santo Grial y fue, ante todo, un polémico autor por sus diatribas contra la moral comunista, fascista y religiosa. Entre sus obras más importantes se encuentra esta que les presentamos, El cerebro de Dios, ganadora del prestigioso premio Condollet y Proudhom en 1959, donde ya se calificó al autor como el nuevo enfant terrible. En 1962 sorprendió con su libro de poemas Dios perdido en su laberinto infinito. Obras posteriores fueron Pesadillas en la cama del faquir, La cefalea del ajo y, la inclasificable, Perdido en la sombra de la Nada. Morelli dijo de él: un Verne actual, poliédrico y eterno, como un inmenso fractal, un enorme cronopio.

El cerebro de Dios




Editorial Peuchet
Paris


Portada: Composición nº 8, Kandinsky.
ãEditorial Peuchet S.A., 1962.
ISBN: 84-337-0945-3
Depósito Legal: B.3423.1962.

Printed in Spain.

La ventana se cierra. Un tipo observando sin recato la solapa del libro desde el otro extremo del vagón. Es alto, moreno, recio, de mirada inquisitiva. Porta un maletín negro y paraguas del mismo color. Su aspecto es aseado. A su lado, una mujer le dice cosas al oído y ambos miran hacia el Lector, que se siente observado.

La ventana se abre:
Georges era Dios. También lo eran Lisa y Odile, y Andrea y Rubén y Alfred, y el asesino y el sacerdote y la niñera de Marcel y el novio de la niñera de Marcel y la madre del novio de la niñera de Marcel. Toda la población mundial, en suma.
La ventana se cierra.

-Sí, lo estoy viendo en este mismo momento.
-....
-¿Cuáles son sus instrucciones?
-...
-Ajá.
-....
-Ajá
-....
Muy bien. Yo informo a Ana. Hasta pronto.

La ventana se abre.
[...]Dios era todos ellos y todos ellos eran Dios. Pero aún no lo sabían. También tú, Lector (perdone que me permita la licencia de este tratamiento familiar), eres Dios, aunque no lo sepas y leas esta narración como mero entretenimiento. A cierta distancia de ti se encuentran dos personas: un hombre moreno con un maletín y una mujer (con unas piernas fabulosas, me aventuro a imaginar) que en el mismo momento en que concluyas la lectura de esta página y trates de leer la siguiente te abordarán y te llevarán a
UNA MANO. El hombre del maletín le observa ahora tan sólo a unos centímetros de su rostro.
-Se lo advirtió la primera página, ¿no es así?
Pedro Garrido Vega.

lunes, febrero 20, 2006

Confesión, Acto Tercero, Primera Parte

(El escenario sigue siendo el mismo, aunque aparece vacío en el momento de subir el telón. Fermín abre la puerta y entra Alberto con una carpeta bajo el brazo y un paquete de cigarrillos rubios que deposita con parsimonia sobre la mesa. Se sienta y examina distraídamente el contenido de la carpeta. Al cabo de un minuto, aproximadamente, entra Carlos arrastrado por Fermín y en un estado deplorable: el rostro completamente hinchado y cubierto de golpes, la ropa rota y manchada de sangre seca, el cuerpo tumefacto. Fermín lo deposita en la silla y Carlos se desploma sin sentido en ella. Fermín se ubica en su posición habitual, la puerta)

ALBERTO. ¡Muy buenos días! ¡Qué hermoso color de cara tienes esta mañana, amigo mío! Cuando entraste aquí por primera vez eras otro más, un ser anodino corriente y moliente. ¡Hay que ver lo que has progresado! Fermín ha sido siempre un artista, pero contigo estoy dispuesto a afirmar que ha creado su obra maestra.

CARLOS. (Permanece aparentemente sin sentido sobre la silla)

ALBERTO. ¿No dices nada? Bien, nada nuevo entonces, ¿no? Porque ayer tampoco decías nada. Ni antes de ayer. (Hace un gesto de fastidio con la mano) Nunca me has dicho nada, tío. Debo advertirte, como amigo tuyo que soy, que hoy es tu última oportunidad. Ayúdame. Dime lo que quiero oír. Déjate de payasadas acerca de su familia. Dime la verdad. Dime quién fue la persona que te ayudó.

CARLOS. (Recupera la conciencia pero permanece callado, desconcertado, incapaz de reconocer aún dónde se encuentra)

ALBERTO. Qué tímido estás hoy, ¿eh? Casi ni pareces un asesino. Verás, la putada está en que yo lo sé. Sé que alguien te ayudó. Tus huellas dactilares estaban marcadas en sus brazos. La asías con fuerza mientras otro, cuyas huellas sin identificar se grabaron en el arma homicida, la cortó el cuello.

CARLOS. (Abre los ojos con gran dolor, debido a los párpados hinchados por los coágulos de sangre que flotan debajo de ellos)

ALBERTO. Vamos, que lo sé. Sé que hubo otro. Dime quién es y tu tormento sólo será relativo. Y si piensas que ya has sufrido bastante es porque no sabes lo que te aguarda si no cantas, pajarito. (Silba) Venga, suéltalo. Sé que lo estás deseando.

CARLOS. (Intenta hablar con tremendo esfuerzo. Ha perdido varias piezas dentales y el interior de su boca es negro) Nunca…

ALBERTO. ¿Perdón?

CARLOS. Nunca traicionaré…

ALBERTO. ¿Por qué? No lo entiendo. Escucha. (En tono conciliador, adulador) Escúchame. Eres una buena persona. Lo leo en tus ojos. Solamente has tomado decisiones desafortunadas. Pero tú sólo eres un pobre diablo. Déjame ayudarte.

CARLOS. (Abre más los ojos y contempla con terror a Alberto) Tú… tú no quieres ayudarme… quieres destruirme… No te lo diré… No te lo diré jamás.

(Alberto le propina a Carlos un bofetón en el rostro, bofetón que, curiosamente, parece despertar del todo al acusado)

ALBERTO. Algo de razón llevas. Pero hay muchas maneras de destruir a alguien, créeme. La destrucción puede ser lenta o rápida, dolorosa o insoportable.

CARLOS. (Desafiante, en la medida de su estado) No tienes autoridad para ello. Esto es un interrogatorio completamente ilegal. Se acabó. Quiero ver a mi abogado.

ALBERTO. (Se ríe) ¿Después de dos noches bajo el auspicio de Fermín aún piensas que te vamos a dejar así como así? No vas a salir con vida de aquí. Claro que es ilegal. Ya lo sé. Mañana seré condenado por brutalidad policial. Mañana. Hoy aún eres mío. (Enciende un cigarrillo) Habla.


Cayetano Gea Martín

A propósito de...El secuestro, de Georges Perec.

Si Perec hubiese nacido durante la Ilustración, no me cabría duda de que hubiese sido compañero de Diderot en la elaboración de la Enciclopedia. Si hubiese nacido el mismo día que Borges, hubiera sido Borges. Pero nació en París, en 1938 y fue Georges Perec, miembro de la OULIPO (como ya dije en el comentario sobre Ubú Rey, de Alfred Jarry, un grupo de escritores que seguían las tesis literarias de tan excéntrico escritor).
Leer El secuestro no fue sino la secuencia natural después de haber leído la mastodóntica, a la par que extraordinaria obra La vida instrucciones de uso, que es una obra tan inabarcable que ni me planteé siquiera la posibilidad de una breve reseña. Ahora describo brevemente su plan de creación: describir la vida, a partir de los objetos que se encuentran en sus casas, de todos los habitantes de un edificio de pisos. En ese libro hay sitio para los relatos de misterio, de amor, metafísicos, existenciales y, ante todo, una capacidad para compendiar el universo en un libro. El libro utiliza a veces un estilo un tanto arduo, muy descriptivo, muy objetivo, pero merece la pena su lectura: es fabuloso.
Me centro ahora en El secuestro, que algunos pueden considerar una obra menor tras La vida instrucciones de uso, pero no lo es ni mucho menos, como no lo son La metamorfosis frente a El proceso o Bartleby, el escribiente frente a Moby Dick. El secuestro es, (¿cómo definirlo?, siempre las malditas definiciones) un libro tal vez de suspense, engranado en una carcasa de metaliteratura y búsqueda de nuevas formas. Y, de nuevo, con un afán enciclopédico: figuran en su interior cosas tan variopintas como la elaboración de los puros por las distintas compañías tabaqueras, la forma de reparar un avión averiado, las distintas jugadas posibles en el go o la exhibición de una amplia cultura antropológica y artística por parte del autor.
La trama está plagada de hermanos gemelos, de sextillizos, de padres secretos y de ritos familiares que no pueden romperse. Todo ello, claro, se va descubriendo poco a poco en la novela, pero de una forma un tanto diferente a la de las novelas de suspense comunes. En este caso no hay eslabones que se vayan enlazando sino un tronco común a partir del cual surgen todas las teselas del mosaico. Y en medio de todo ello metaliteratura llevada al extremo, con la narración de novo de La invención de Morel, también la de El zahir, de Borges (que jugará un papel más o menos importante en la trama) y un resumen minucioso de Moby Dick.
El autor desvela algunas de las claves de la lectura del libro durante la narración: si se quiere tener intuición de un poder sin límites, que comprende el infinito, nutriéndose él mismo en enorme progresión, es preciso, si no suficiente, que se deseche el término fortuito, sólo hijo del sino, del tedio, del supuesto ingenuo, del lelo, y que todo término se determine según selección de un molde constrictivo, según el orden de un modelo único. En otro punto del libro escribe el autor: De este modo surgió lo escrito versus lo omitido, de este modo tomó cuerpo el efecto de constricción, de este modo se construyeron ficciones, desde lo oscuro se obtuvo la luz.
Transcribo el último párrafo del libro, que no desvela misterio alguno y que a su vez es el más elocuente de todos los párrafos del mismo: Pero en nuestros tipos de solución se vislumbró siempre un poder omnisciente, sin poseedor entre nosotros, no gozó de él ni el héroe, ni el escritor, ni yo mismo, que fui su fiel servidor, y que nos condenó, pues nos hizo discurrir sin fin, nutriendo el ciento, urdiendo el hilo tonto, extendiendo su cinismo fútil, sin poder entrever el norte, el horizonte, el infinito donde todo tiene visos de unirse, donde todo tiene visos de ofrecer soluciones, pero un metro, un centímetro, un milímetro nos desune del terrible momento en el que, sin tener el concurso confuso de un discurso que, de golpe, nos une, nos constituye, nos vende,
muerte,
muerte con dedos de hierro,
muerte con dedos yertos,
muerte donde se diluye lo inscrito,
muerte que responde, por siempre, del limpión de un Libro que
un histrión creyó, un sol, poder ennegrecer,
muerte nos dice el fin del novelón.

El estilo, bastante sencillo. Una referencia a Alfred Jarry y algunas a OULIPO.
Tened valor: leedlo. Un problema: creo que está descatalogado. No lo he encontrado ni en La casa del libro ni en la Fnac. Así es que, hala, a recorrerse las bibliotecas.
Literarios saludos a todos.

Pedro Garrido Vega.

Su vida era siniestra

Incomprendido desde su niñez, Siniestro se fue encerrando cada vez más y más en sí mismo, hasta conformar una vida plenamente siniestra. Desde que se levantaba por la mañana su vida era siniestra, eran siniestros sus actos y siniestras sus maneras. Sus temas de conversación eran siempre siniestros: los demás se cansaban pronto de él y, asustados ante tal incesante verborrea siniestra corrían a refugiarse en sus casas con el fin de olvidar todo lo siniestro y odiar aún más ese carácter maléfico.
Siniestro se mostró cada vez más altanero, más locuaz. Sin embargo cada vez eran menos sus interlocutores. Luchó contra su carácter siniestro pero descubrió que nada puede hacer un simple hombre contra los designios de la naturaleza.
Y Siniestro, agotado, dándose por vencido, deprimido, en el Abismo Supremo descubrió en una de sus siniestras incursiones en Internet el anuncio de su Edén particular, un pequeño pueblo en EEUU, en West Virginia. Nos consta que allí fue feliz.

Pedro Garrido Vega.

viernes, febrero 17, 2006

El recuerdo del olvido (o el olvido del recuerdo)

Helena:
He despertado. Y, despierto, no te recuerdo. No recuerdo aquella noche bajo la lluvia frente al mar. No recuerdo el paseo por los valles nevados. Ya no recuerdo el día en el zoológico donde te propuse mi teoría sobre el zoo lógico, que tú corregías de forma redundante denominándola teoría teórica acerca del zoológico lógico y yo, remiso siempre ante las disputas, corregía y llamaba Tierra zoológica, que no tierra zoológica, que las mayúsculas son muy importantes. No recuerdo tampoco el sabor afrutado de tus besos (siempre, siempre me supieron a frutas aunque yo te dijese que sabían a miel). Tampoco recuerdo tu mirada, que siempre me inspiró un temor racional y fundado (aunque yo te confesase que era irracional e infundado). No recuerdo la risa que provocaba en ti mi teoría sobre el sonido mudo de la hache, o la ache, o la acheh, ¡¿qué mas da?!, pregunclamaba o exclaguntaba yo, que a veces pronunciaba la hache (ache o acheh) de tu nombre como una jota, otras veces la aspiraba anglosajónamente y otras la transmutaba por una i griega (o tal vez se escriba y griega, si bien eso sería como escribir redundancia redundancia), sonido este último que me recordaba siempre a la Helena [o Elena, o (H)Elenah, o (H)Elhena, o (H)Elehna, o (H)Ehlena]* de Goethe, ¿o era de Fausto?¿o de Mefistófeles? Más bien la del lector. Era un sonido embellecido por el tiempo, que evocaba en mí sentimientos que ahora ya no recuerdo. Tampoco recuerdo esas declaraciones monstruosas, afectadamente líricas, despreocupadamente vulgares en las que anhelaba aunar todos los suspiros de tu vida en uno solo y dar vida así al viento, a la brisa que estremecía mi alma y me conducía a la tierra donde tomaba conciencia de mi necesidad de tu existencia, ya fuese a mi lado (hablando, acariciando, besando) o en mi memoria (orgánica actividad artera por definició). No podía dejar de aludir al peso mastodóntico de tus caricias, que arrastraba y que no me permitía desperezarme del miedo y abarcar con los brazos la libertad que un día poseí. Y cómo olvidarme de mencionar el calor de tus besos, convocados en uno solo para conformar un fuego inagotable que me situaba en la (falsa) disyuntiva del escorpión que, por ser falaz, no podía ser tal disyuntiva. Me vi, por tanto, forzado a persistir en mi obcecado esfuerzo por vivir, que nunca ha sido tal esfuerzo pues el verdadero esfuerzo sería no vivir estando vivo. Mi ateísmo (que supone una estructuración de categorías que implica a dios pero, a su vez, a todos los que se encuentran sometidos a su falaz entramado de infinitos y eternidades) no me permite otro consuelo que el consuelo del futuro, la esperanza de continuar existiendo. Y no recuerdo ya, de nuevo ese lirismo cursi (porque existe en muy diversas formas que ya analizaré para ti en mis cartas), la inmensa estrella (más que una enana blanca, una mediana roja) que, juntas, conformaban el total de tus miradas, y no recuerdo tampoco el ¡Evohé!, infinito y universal engendrado por tu pubis, como Dionisos del muslo de Zeus, que convocaba todos los orgasmos y las toneladas de éxtasis consumidas, que emulaban de forma vana la felicidad sentimental y agónica que cada uno de tus actos no recuerdo que provocase en mí. No recuerdo que me encontrase en el peor de los calvarios: peor que el de Tántalo, peor que el de Sísifo:
a) En el vórtice de un huracán.
b) Soportando toneladas de peso sobre mi cuerpo.
c) Cercado por el fuego.
d) Cegado por una estrella.
e) Narcotizado.

Regresé al sueño cuando te marchaste. Regresé al sueño para omitir tu pérdida. Regresé al sueño y al pasado, al deseo, a la insatisfacción continua de saberte existiendo y no poder compartir contigo. Regresé al sueño como un ejercicio de consuelo para encontrar lo que busco y no hallo en la realidad. Regresé al sueño para tenerte, Helena, y nombrarte de nuevo con la hache anglosajona, o con la h que es i griega o con la hache como si no estuviese allí, que era cuando me decías que te había llamado Elena y yo juraba por todos los dioses del Olimpo y por mis lóbulos frontales que había pronunciado con extrema minuciosidad la hache, pero que tú no lo habías advertido y que estuvieses más atenta que ya verías cómo la pronunciaba casi con deleite, y en la siguiente oración yo pronunciaba unas palabras (¿cómo puedes creer que no te llamo....) y dejaba esa pausa para que la hache se expresase y después, de improviso decía un Elena que no admitía discusión, por eso tú me advertías que yo no pronunciaba Helena, sino H-Elena y ya ambos reíamos, dónde ha quedado eso, tan sólo en mi memoria, que cada vez se asemeja más a mis sueños porque se deforma con el paso del tiempo hasta ser un recuerdo de un recuerdo en una sucesión infinita en la que la causa y la consecuencia ya no son imagen y reflejo, sino imagen y recuerdo, que parecen sinónimos pero nada tienen en común.
Regresé al silencio para pronunciar de forma definitiva esa hache que tantas veces te sustraje del nombre. Regresé al silencio porque no tenía ya con quien hablar. Regresé al silencio de la depresión, que es un silencio no deseado y, por tanto, ingrato, que menoscaba todo intento de recomposición. Regresé al silencio de la deserción del Interlocutor Ideal, regresé al mundo de la expresión sin comprensión.

Al final, ya, permanecías impertérrita, siempre tan Helena. Y yo siempre insignificante, siempre tan Julio. Tú, siempre tan elocuente, tan nítida, tan Borges, tan Mondrian. Yo siempre tan enrevesado, tan reservado, tan Huidobro, tan Duchamp. Mis intentos por imbuirte una nueva realidad fracasaron a causa de mi torpeza pero también de tu serenidad pasiva. No recuerdo quiénes era Borges, ni Huidobro, aquellos Borges y Huidobro. Sí recuerdo a los actuales, a los que he hecho míos.
No recuerdo los cientos de cartas que te envié. No recuerdo las miles de miradas dirigidas, ni los cientos de miles de caricias que pude extender sobre tu piel o que creí haber extendido sobre tu piel y tan sólo soñé que extendía sobre tu piel. No recuerdo si soñar y vivir forman parte de la misma realidad. No recuerdo los millones de palabras que te dediqué y los que engulliste con tus oídos, porque engullías con los oídos y me escuchabas a través de los ojos y me olías con las manos, lo que me evocaba en todo momento aquella novela de Bioy.
No recuerdo que lo pasásemos mal. Tampoco recuerdo que lo pasásemos bien. Acuerdo De No Agresión, supongo. En efecto.
No recuerdo que el tiempo sea un lenitivo eficaz, aserción propugnada, sin duda, por algún sujeto suicida. El tiempo no existe, afirmaron algunos, futuros suicidas, sin duda.
Ya, despierto del sueño de tu pérdida no recuerdo que deba sufrir por ti. Sin embargo, tampoco recuerdo que deba olvidarte.

*Elimino la posibilidad (H)Elenha, que nunca apreciaste por su similitud con el portugués, porque, afirmabas, suponía una objeción a mi teoría de la hache ubicua.

Pedro Garrido Vega.

martes, febrero 14, 2006

Repulsa del sueño, palinodia y posterior catilinaria.

Afirmaron algunos autores que no existen los autores, que todas las obras y las literaturas son una Literatura pues ésta se compone de arquetipos que se repiten de forma indefinida y se combinan hasta el infinito para que el hombre interprete y se sienta inmerso en alguno de aquellos. El sueño constituye uno de aquellos. Y, como el principio rector del Universo es la dualidad, siempre existirán las opiniones encontradas. Así, mientras Musil escribe: para Törless la vida comenzaba de nuevo cada mañana; la noche era para él una nada, una tumba, un extinguirse. Todavía no había aprendido a tenderse muerto todas las noches, nos asegura, por el contrario, R.L.Stevenson: hay algunos de nosotros que sostienen haber vivido una vida más larga y más rica que sus vecinos; cuando éstos dormían, ellos seguían activos; y entre el tesoro de memorias de todos los hombres que no nos entretenemos en recorrer, cuentan ellos la cosecha de sus sueños en un lugar no secundario.
¿A quién ha de concederse la razón? Dement afirmó que los sueños son alucinaciones de la mente en un cuerpo paralizado. Si tal afirmación no fuese una mera simplificación yo me sentiría atraído por la repulsa del sueño. Mi condición ontológica actual se encuentra cercana al materialismo radical, lo que me conduciría al desacato de las leyes biológicas. Habría de arrojar mi cama por la ventana y olvidarme ya de dormir y, aún más, de soñar. Sin embargo, mi vida no es más que un sueño: no en la forma propuesta por Lope sino en la de viaje por los sueños intitulados e inscritos en las páginas de la Literatura. Leo sin vivir. Sueño sin vivir. Algunos, antes que yo, soñaron y no vivieron (Borges, Wells, tal vez Verne), otros vivieron y apenas soñaron (Galdós, su estandarte), la mayoría alternaron sueño y vida (Goethe, Kafka, Wilde, todos los explosivos hispanoamericanos). Un motivo más para mi repulsa del sueño: la identificación del sueño con el anhelo, una suerte de marca de Dios en la mente, la prefiguración del futuro desde el presente, el terror de la premonición. En las tribus primitivas el chamán, encargado de la interpretación de los sueños, juzgaba si una ensoñación era peligrosa para el pueblo. En ese supuesto bastaba con dar muerte al soñador para impedir el cumplimiento de lo soñado. No conocían los chamanes aún aquélla hipótesis de que somos el sueño de un Dios.
Estos dos aspectos, sin embargo, no justifican una posición crítica con respecto al mundo onírico. La Literatura es deudora de este mundo en grado sumo, tanto para la creación ex nihilo (si es que ésta es posible y no es sólo una característica atribuible a Dios), como para el artificioso mundo de las tramas. En ocasiones ambos conceptos de interdigitan y muestran mundos ocultos. Coleridge creó el fragmeno lírico Kubka Khan tras despertar de un sueño. Se trata de una composición incompleta porque alguien le interrumpió mientras intentaba recordarlo y perdió su memoria. El poema versaba sobre un palacio majestuoso que Kubla Kahn, el gran conquistador mogol, ordenó construir. Hasta aquí, esta nota no sería más que un apunte histórico acerca de un sueño creador. Lo extraordinario fue que veinte años después de la publicación de este poema se publicó por primera vez el Compendio de historias de Rashin ed-Din, que data del siglo XIV. En él figuraba la historia del palacio de Shangtu, que Kubla Kahn ordenó construir tras haber soñado sus planos. Kubla Kahn convirtió su sueño en un palacio, Coleridge, en un poema. Acaso sean la misma realidad.
La fascinación que provocan los sueños es tal vez debida a la irrealidad de los mismos, que estimula nuestro pensamiento mágico. Por eso es fácil verse envuelto en mundos cíclicos y en series sin fin. Repudio de forma sistemática los apotegmas por simplistas, pero este resulta imprescindible. Afirma Novalis que estamos próximos a despertar cuando soñamos que soñamos. Hace poco me sentí maravillado cuando leí en esta página que Pierre Menard atribuía la condición de aleph a una mujer: esa imagen es la imagen absoluta del amor. Después seguí soñando con el aleph y alcancé la imagen absoluta del Infinito. Soñé que veía un aleph y en él contemplaba rostros, animales, objetos...y un aleph.
Reivindico también el valor de la pesadilla. Sin ella no existirían Poe o Maupassant (¡qué sería del Terror sin ellos!), sin ella no existirían las tragedias y el mundo onírico sería contrario a la naturaleza: carecería del principio rector, de los eternos opuestos.
Acaso las ciencias sean también una sola Ciencia y el científico sea el Hombre. Dios no puede ser el Científico pues todo lo sabe, nos quedó muy claro con el tristemente famoso Yo soy el que soy. También en la Ciencia se han dado casos de sueños creadores, entre ellos el descubrimiento de la transmisión química neuronal por Otto Loewi, que recibió el Nobel por ello y que soñó hasta en dos ocasiones su experimento (la primera noche lo anotó y después le fue imposible descifrar sus propios garabatos; la segunda se marchó directamente hacia el laboratorio) y la representación de la estructura de la molécula de benceno por Kekulé, al que ayudó la figura del ouroboros en un sorprendente sueño. La Ciencia, en su afán por desplegar madejas se plantea cuál es la función del sueño: reposo, motivación, adaptación, aprendizaje o incluso desaprendizaje. Estas dos últimas hipótesis parecen, a pesar de su contraposición (los eternos opuestos son, como vemos, inevitables) las más verosímiles. Los pájaros cantores parecen ensayar nuevas canciones mientras sueñan, sería una forma de fijar lo aprendido durante la vigilia. Pero resulta harto más sugerente la hipótesis del desaprendizaje: el sueño eliminaría de nuestra mente una parte de la pléyade de estímulos recibidos durante el día con el fin de evitar redes neuronales anómalas que pudiesen desembocar en manías u obsesiones. Aplicando una tan inédita como irreal hermenéutica a esta propuesta, dos proposiciones descabelladas se me ocurren, que acaso sean la misma. La primera, un dios celoso de su misterio que impide el desvelo de éste; la segunda, un mundo onírico avaro que atrae hacia sí fragmentos hurtados de la realidad y los deforma y combina sin cesar. La batalla entre el Bien y el Mal tal vez tenga su reflejo en esta pugna entre sueño y realidad. Hypnos, al legarnos a su hijo Morfeo, nos concedió una dádiva que contenía las dos máscaras de teatro. En su nombre se asaltó, se robó, se asesino (lo que es más lamentable, se asalta, se roba, se asesina); en su nombrese ama, se llora, se expresa el anhelo, también la frustración.
Reivindico el sueño como lo ilusorio que, en ocasiones, produce imágenes de extraordinaria belleza (se me ocurren ahora Alicia en el País de las maravillas, algunos cuadros del comercial Dalí, o la insuperable conclusión del cuento que da nombre a este blog); la existencia de tales imágenes no es óbice para repudiar los mundos irreales que pretenden ser reales. Sólo serán reales y gozarán de tal belleza en su irrealidad. Una última hipótesis también descabellada, sobre todo porque la primera premisa es falsa: Si Dios existió y soñó, tengo la absoluta certeza de que creó el mundo, despierto, tras haberlo soñado.
Dos agradecimientos al mismo autor, que es Borges, pero somos todos. El primero, no sé si una ofensa para él, por haberme animado a escribir. El segundo, por el placer inmenso que me evoca la relectura de sus obras.
Pedro Garrido Vega.

lunes, febrero 13, 2006

Cumpleaños de amor, de Ángel González

¿Cómo seré yo
cuando no sea yo?
Cuando el tiempo
haya modificado mi estructura,
y mi cuerpo sea otro,
otra mi sangre,
otros mis ojos y otros mis cabellos.
Pensaré en ti, tal vez.
Seguramente,
mis sucesivos cuerpos,
-prolongándome, vivo, hacia la muerte-
se pasarán de mano en mano,
de corazón a corazón,
de carne a carne,
el elemento misterioso
que determina mi tristeza
cuando te vas,
que me impulsa a buscarte ciegamente,
que me eleva a tu lado
sin remedio:
lo que la gente llama amor, en suma.
Y los ojos
-qué importa que no sean estos ojos-
te seguirán a donde vayas, fieles.
Este y otros poemas pueden encontrarse en un libro disco que recomiendo y que se titula La palabra en el aire, donde Ángel González recita algunos de sus poemas y Pedro Guerra (lo sé, muchos lo denostáis) canta algunos de esos poemas. Recomiendo, además de este poema, que he transcrito por numerosas razones que sería excesivo enumerar (dedíquense a la interpretación, que es un ejercicio mental muy reconfortante), el poema titulado Para que yo me llame Ángel González
Espero que os guste.
Pedro Garrido Vega

sábado, febrero 11, 2006

Algo nuevo bajo el sol de febrero


Algo nuevo bajo el sol de febrero
Acaso menos que un impulso
Acaso menos que la fe que no tengo
Algo nuevo asoma entre los dedos
Dedos, dedos de mis manos, manos
Llenas de sombras, de luces y de juegos
De juegos que enlazan con algo, quizá

No sé, quizá con algo nuevo
Acaso menos que un suspiro de hojas
Hojas secas de invierno seco
Hojas movidas por el corazón del viento
Del viento, viento de cambio
En el horizonte inconcluso
Donde quizá se mueva algo

Algo nuevo bajo el sol que cae
De mi ventana a la suya onírica
Desde el ventrículo izquierdo de mi corazón
Corazón coraza de deseos de baja alcurnia
Pero de buen sabor a vino tinto
A mar, a azúcar y a pan de leche
Pero sin conformar nada, todo, algo

Algo nuevo tan pequeño como el universo
Cayetano Gea Martín

jueves, febrero 09, 2006

A propósito de...Ciencia versus Religión, de Stephen Jay Gould

Magisterios que no se superponen: esta es la propuesta de Stephen Jay Gould para eliminar el conflicto entre religión y ciencia. La idea de Gould es bien sencilla: los campos que tratan ciencia y religión son distintos y, por tanto, no pueden entrar en conflicto. De hecho, los conflictos que se han generado entre ambos campos han venido siempre dados por la intromisión de una de las dos disciplinas en el campo de la otra (véase Teoría de la evolución o Big Bang o las aspiraciones de moralidad de algunas teorías científicas).
El libro es muy ameno y con datos sorprendentes. Él afirma que los conflictos entre ciencia y religión se comenzaron a desarrollar sobre todo a partir de la teoría de la evolución y que esto se ha reflejado en la educación. Un ejemplo: habitualmente cuando se enseña en los colegios el descubrimiento de América se dice que por aquel entonces se creía que la Tierra era plana y que Colón se opuso a esa idea. Esto es falso, ya que los principales científicos de la época (muchos de ellos religiosos, como Bacon), afirmaban que la Tierra era redonda. De hecho, la objeción que se hizo a Colón estuvo relacionada con el radio que él atribuía a la Tierra, que era menor de lo que en realidad era. Esta idea comenzó a enseñarse e las escuelas un poco después de la aparición de las teorías evolutivas.
Dedica un capítulo al movimiento creacionista en EEUU que aún hoy reivindica una lectura literal de la Biblia (con una edad de la Tierra de 10000 años y una creación del mundo en seis días con sus 24 horas, como aparece en el Génesis). Los seguidores de este movimiento reclaman el mismo número de horas lectivas en las aulas para el creacionismo que para la teoría de la evolución pero, por suerte, no han tenido demasiado éxito en sus demandas. Gould explica aquí por qué se da el conflicto: la religión se entromete en el campo de la ciencia, en hechos objetivos de los que las evidencias son amplísimas.
Por otro lado, intenta mostrar que la naturaleza es amoral: nada de lo que ocurre en ella es bueno ni malo. Somos nosotros quienes coloreamos emocionalmente (moralmente) lo que ocurre a nuestro alrededor. Pero en la naturaleza pueden darse casos como el de una avispa que inyecta sus huevos en una oruga y cuando las larvas salen de los huevos se comen poco a poco a la oruga dejando intacto el corazón hasta el final, para mantener viva a la oruga el máximo tiempo posible. Esto en sí no es malo, ni bueno, ni cruel, ni agradable. Es simplemente una estrategia evolutiva que es efectiva para estas avispas y les ha permitido sobrevivir durante millones de años. Gould dice que la moralidad se debe aplicar únicamente a los actos humanos y no debe compararse el comportamiento humano con el observado en la naturaleza (por ejemplo, no puede justificarse la matanza indiscriminada de indigentes por el hecho de que sean los más débiles de la sociedad),
No suelo dar mi opinión cuando critico algún ensayo. Me limito a escribir lo que se plantea en él y dar una opinión que, la mayoría de las veces busca los puntos positivos e intenta excluir los negativos.
Pero no estoy de acuerdo con la idea de los magisterios que no se superponen. En primer lugar, Jay Gould afirma que la moral ha sido tradicionalmente asunto de las religiones. Creo que ahí debe darse un cambio de paradigma: la moral debe pertenecer a la filosofía, que siempre estará más abierta a las contribuciones de la ciencia que la religión, ya que ésta última se resiste a dejar escapar cualquiera de sus afirmaciones tradicionales. Una anotación: la Iglesia, tras casi un siglo de pruebas a favor de la evolución, tuvo que aceptar la existencia de tal proceso natural (también tuvo que aceptar que la evolución no tiene un diseño que tienda hacia un fin sino que es algo más bien indeterminado). Sin embargo, ahora el planteamiento se encuentra en que Dios infunde el alma en cada ser vivo. Un problema de Jay Gold: apenas se fija en el cerebro, que es la estructura principal para entender este conflicto. Un problema para la religión (a la católica me refiero): si tenemos en cuenta los múltiples datos que avalan ya la unicidad cuerpo-mente (o, en términos más esotéricos cuerpo-alma ), ¿dónde queda esa alma que nos infunde Dios? Yo puedo responder: el planteamiento cambiará y se afirmará que Dios es sólo la causa inicial de todo y que funcionaría como un demiurgo, que sólo habría dado inicio al mundo y después descansó, lo que estaría más en consonancia con las escrituras sagradas. Todo puede revestirse de atmósfera sobrenatural. Sin embargo, me remito a la explicación de Richard Dawkins (por cierto, muy interesante esta carta dirigida a su hija): si alguien se encuentra en una habitación al lado del campo, a oscuras y escucha unos cascos trotando, puede pensarse que es un caballo o un unicornio lo que está corriendo ahí fuera. Sin embargo sabemos por experiencia que, al menos con un 99.9% de certeza podríamos afirmar que se trata de un caballo. Una pregunta más, ésta dirigida a los pocos que aguanten estas disgresiones: ¿Por qué el don de la eternidad lo posee Dios?¿Acaso no puede poseer la materia?¿Existe acaso la eternidad?
La ciencia no puede demostrar la existencia o inexistencia de un Dios metafísico, simplemente porque no es palpable (mesurable) . No entiendo, sin embargo, cómo algo metafísico es capaz de interaccionar con lo físico. Esa interacción es precisamente la que deben explicar (y con métodos científicos, porque ya entraríamos en el terreno de la naturaleza) aquellos que afirman la influencia de Dios en el mundo. Y no valen energías extrañas, quiero unidades cuantificables. En ese sentido la religión está del lado difícil: debe demostrar la existencia de Dios. No es misión de la ciencia demostrar la inexistencia de Dios. Si yo afirmo que la dopamina se incrementa en la corteza auditiva cuando someto a una rata a estrés debo demostrarlo, si no tendré tan sólo una hipótesis y nada más y los demás científicos no se volverán locos intentando demostrar la falsedad de mi hipótesis. De modo que Dios es, de momento, una hipótesis, que cada vez tiene más evidencias en su contra (tal vez no en su contra, pero sí en la de su influencia). De hecho, me atrevería a decir que Dios existe, pero como realidad subjetiva (ver apunte sobre La conexión divina, de F.Rubia), y, como tal, no me parece perjudicial. Si todos fuésemos capaces de fomentar esa otra realidad tal vez podríamos hacer frente a ciertos problemas de modo más eficaz. Sin embargo, el problema se encuentra en que esas creencias influyen después sobre la vida de los que no las poseen, y se basan en argumentos revelados y de autoridad (palabra de Dios e infalibilidad del papa). La religión se encontraría por encima de la idea del Dios persnal que es la que yo podría entender, aunque no la comparta. En ese sentido, me siento más cercano a las religiones asiáticas (taoísmo, budismo), que abogan más por la meditación y la inmersión del hombre en la naturaleza y no presentan una estructura tan jerarquizada e inmutable como la de mundo católico y musulmán.
Por otro lado, la idea de Dios está más en relación con una realidad anterior y posterior, pero no actual. Me explico: su influencia parece ser más eficaz cuando nosotros no existimos (al menos eso es lo que se afirma). Nos promete infinitos futuros y pasados pero no actuales. El problema de los infinitos futuros es que son potenciales (nunca se alcanzan, como cuando uno se plantea contar hasta el infinito), sin embargo, los infinitos actuales, los de la naturaleza, sí son alcanzables y se pueden percibir, ya sea de forma matemática (recomiendo la lectura de un libro muy interesante aunque algo arduo para los profanos en matemáticas titulado Breve historia del infinito, de Paolo Zellini) o de forma artística, sintiéndose uno con la naturaleza, como lo hicieron los artistas ligados al budismo (la pintura y caligrafía chinas no son más que una representación de la nada y el infinito) o algunos occidentales como Walt Whitman (sus versos buscan abarcar el mundo y mostrar su perpetuo asombro ante su grandeza).
Por tanto, no creo que existan magisterios separados, porque el magisterio de la religión no existe. Existe el campo de la moral, que no es exclusivo de la religión, ya que una persona que no es religiosa puede adaptarse a los cánones de moralidad tradicionalmente religiosos. De hecho, nuestra moral se encuentra recogida actualmente en el Código penal. Y nada más.
Una última reflexión acerca de cómo han cambiado las ideas con la historia:
Alain de Lille recogió las afirmaciones de los griegos en una frase célebre: Dios es una esfera inteligible, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna.
Unos siglos después Giordano Bruno afirmaba que el mundo es un efecto infinito de una causa infinita y la divinidad está cerca, pues está dentro de nosotros, más aún de lo que nosotros mismos estamos dentro de nosotros. Por último, Pascal escribió: La naturaleza es una esfera infinita, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia es ninguna.

Pedro Garrido Vega.

Confesión, Acto Segundo, Tercera Parte

ALBERTO. Sigo sin saber qué tiene todo eso que ver con…

CARLOS. Déjame que termine de hablar, por favor. Sólo te pido eso.

ALBERTO. Vale, vale (alza las manos, conciliador).

CARLOS. Decía que ésa fue la razón por la que Raquel me buscó. Yo era su válvula de escape. Su plan de fuga de aquella casa-prisión en la que vivía con su familia. Ellos empezaron a requerirla más y más. Querían que ella jamás estudiara fuera, que no abandonara su casa, su hogar, como ellos lo llamaban. Cuando comenzamos a salir, me llamaban, me amenazaban.

ALBERTO. ¿Te amenazaban?

CARLOS. Sí, sobre todo el hermano mayor, Daniel. El padre era como esos viejos yonkis que piden a gritos su dosis, pero que están tan débiles por su drogadicción que son incapaces de nada más que no sea eso. Pero Daniel era diferente. Tenía la misma dependencia hacia su hermana que su progenitor, pero también poseía una maldad innata de la que éste carecía, amén de la fuerza de la juventud. (Carlos se estremece) Jamás he conocido a nadie como él. Era maligno, cruel y despiadado. Poseía una inteligencia feroz que utilizaba siempre para que sus designios se vieran cumplidos. (Suspira) Raquel y Daniel. Hermanos del mismo padre, pero tan distintos como el día y la noche, el ying y el yang, el orden y el caos. (Comienza a divagar) Casi se podía afirmar que si sumabas ambos, y dividías entre dos obtendrías dos seres humanos normales. Cada uno era la contrapartida del otro, su anverso, la otra cara de la misma moneda.

ALBERTO. (Con gesto de hastío) Vale, ya lo he pillado, déjate de símiles.

CARLOS. Él me odió siempre, y su odio era temible. Aunque no se puede decir que a mí me cayera precisamente bien. (Duda en seguir hablando y permanece callado un minuto o dos) Decidí librarme de él. Si quería que Raquel fuese libre, él tendría que desaparecer. Fue entonces cuando me cité con él, una noche, bajo el pretexto de confesarle dónde tenía yo oculta a la mujer de mi vida, (se corrige) de nuestras vidas. Él acudió con su aire de superioridad, aunque se podía intuir la adicción que rielaba detrás de sus ojos pardos. Le dije que le confesaría dónde estaba Raquel solamente si era capaz de sacármelo muerto. Se enfureció y forcejeamos. (Pausa) Pronto pasamos a las manos y a su navaja. (Pausa pronunciada) Y a mi pistola (Silencio).

ALBERTO. (Alberto ojea distraído el dossier que tiene ante él, y se toma su tiempo antes de contestar) Daniel Berate Pérez.

CARLOS. Exacto. Sí.

ALBERTO. Varón. Treinta y dos años.

CARLOS. (Con gesto de sorpresa) Si siguiera vivo ahora, sí. Supongo que sí.

ALBERTO. Reside actualmente en la Calle del Pez, diecisiete.

CARLOS. (Se pone de pie de un salto y derriba su silla) ¡Eso es imposible! ¡Yo ví su muerte! ¡Yo lo maté! ¡Está muerto!

ALBERTO. (Muy tranquilo y sonriente) No. Según este informe no.

CARLOS. (Grita, fuera de sí) ¡No puede ser! ¡No lo puedo creer!

ALBERTO. ¿Sabes lo que creo? Que te acabas de inventar este supuesto “homicidio”, aunque no acabo de acertar tus intenciones.

CARLOS. (Aúlla, totalmente descontrolado) ¡No, no, no, no, no!

(Alberto le hace un gesto a Fermín para que éste se acerque y ponga fin a tan penosa situación. El policía saca su porra reglamentaria y le sacude un golpe tremendo a Carlos en la coronilla. Éste se desploma en el suelo, pero no pierde el conocimiento, sólo permanece tendido, desconcertado)

ALBERTO. En fin, otro día en blanco… Fermín, hazme el favor de sacarlo de aquí y procura que reciba el tratamiento adecuado. Pero que mañana pueda hablar, ¿eh? Enséñale lo que se puede llegar a hacer con una cuerda, una toalla empapada en agua y unos cables pelados. Y tranquilo, que si mañana no canta, será todo tuyo.


Cayetano Gea Martín

lunes, febrero 06, 2006

J. M. Coetzee – Desgracia


Creo no caer en la soberbia (perdón si eso parece) si digo que, a estas alturas de lo leído, el que algún novelista contemporáneo me sorprenda y me fascine hasta el extremo de desear leer todo lo que haya escrito me resulta extraño y poco frecuente. Tremendo impacto me aconteció al leer Desgracia, de Coetzee.

Un libro puede conquistar al lector de mil maneras distintas: temática, estilo, crítica, profundidad, o una mezcla de todo, lo cual es lo deseable: que los libros sean crisoles perfectos donde su ejecución nos haga pensar en una mano maestra detrás de ellos. Para mi gusto, pocas novelas de este o del pasado siglo han alcanzado este estado de gracia: Pedro y el capitán, La invención de Morel (de la cual, ya nos advierte Borges en el prólogo que se trata de la novela perfecta), Crimen y castigo, La fiesta del chivo, El desierto de los tártaros, y pocas más (a sabiendas de que corro el riesgo de que Pedro me arroje a la cara la consistente edición de Cátedra de Rayuela). Pues bien, creo que Desgracia no quedaría excluida de este grupo.

Bajo la apariencia de un libro sencillo, sensación producida por un estilo muy directo, se esconde una novela que opera y juega con muy diferentes capas. La historia principal se resume en pocas líneas: un profesor de la universidad de Ciudad del Cabo, cincuentón y bastante epicúreo, tiene un affaire con una alumna que acaba siendo de dominio público cuando ésta lo denuncia por acoso sexual y abuso de autoridad. Orgulloso y altanero, David Lurie decide irse a vivir al campo con su hija antes que reconocer su error. A través, sobre todo, de un acontecimiento tan brutal como inesperado, nuestro protagonista descubrirá que el odio y la xenofobia que el hombre blanco ha sembrado en Sudáfrica se vuelve en su contra en una tierra que va pasando poco a poco a ser propiedad de los originales habitantes del país, y no de los colonos anglosajones.

Nació Coetzee en 1940 en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, en el seno de una familia de emigrantes británicos que participaron en la colonización del país africano. Su vocación de escritor surgió cuando empezó a descubrir lo que había más allá de la sociedad burguesa, racista y colonial a la que pertenecía por su linaje. En 1971 se convirtió en profesor de la Universidad de Ciudad del Cabo. Además de traductor, crítico literario y lingüista de referencia en Sudáfrica, donde desde la publicación de su primera novela, Tierras en penumbra (1974), despertó el recelo y la animadversión de la clase dirigente del país.

Como escritor, John Maxwell Coetzee permanece ajeno a los medios y a los reportajes, prefiriendo la soledad de su estudio, siendo coherente con lo que escribe, que de una forma u otra, se cimenta en la soledad. Sin embargo, el Premio Nobel que se le otorgó en 2003 ha roto esta comodidad, y ahora es estudiado en todo el mundo, con lo que se ha visto obligado a abandonar parcialmente su hermetismo, aunque no deja de lamentarse públicamente de ello cada vez que tiene ocasión de hacerlo.

Hace poco, la Editorial Debolsillo publicó la mayoría de las novelas de Coetzee en rústica. La edición de Desgracia cuesta poco más de ocho euros y se encuentra fácilmente en cualquier librería.

En resumidas cuentas, Coetzee es un escritor ético que nos habla de la civilización humana y de sus desgracias, de la inutilidad del idioma propio (en este caso, el inglés) para entenderse en un mundo que no nos corresponde, en el que siempre seremos foráneos. Como bien dijo Javier Marías del autor, “Las novelas luminosas y desconcertantes de J. M. Coetzee revelan que la verdad es siempre extranjera”.
Cayetano Gea Martín

sábado, febrero 04, 2006

A propósito de...Boquitas pintadas, de Manuel Puig

Escribió Macedonio Fernández en uno de los múltiples prólogos de su Museo de la novela de la Eterna: “Todo se ha escrito, todo se ha dicho, todo se ha hecho ya, oyó Dios que le decían y aún no había creado el mundo, todavía no había nada.”
Escribí, no hace mucho, en un cuaderno azul del que nunca me separo: LITERATURA PROGRESIVA: cambiar la forma continuamente en un estilo reconocible. Como aquellos que me conocen pueden suponer, la influencia de la música que escucho se expresó en una idea respecto a la literatura (como ya lo hiciesen las fugas de Bach sobre Queneau).
Descubrí Boquitas pintadas gracias a un artículo, me parece que de Rodrigo Fresán acerca de la literatura argentina y a un comentario que hizo Circe hace tiempo bajo el pseudónimo de Rabinovich (¿cuál será su próxima identidad?). No sabía nada de Manuel Puig, de su afición por el cine (gusto que compartía con Cabrera Infante) y por los boleros (gusto que también compartía con Cabrera Infante). No fue apreciado por igual por todos los autores y, así, mientras que muchos de sus contemporáneos alabaron su cambiante literatura, otros la denostaron, entre los que se encontraban (y para mí es, de verdad, triste decirlo) Cortázar o el mismísimo Borges (este último que siempre valoró más el fondo que la forma y que llegó a decir que la literatura de Manuel Puig era como si se le permitiese escribir una novela a Max Factor)
No me voy a extender mucho con esta crítica. El libro es excelente. Es una novela de pesonajes (cuatro o cinco cuyas vidas se entrecruzan constantemente) y con dos de ellos que son los principales: Nélida y Juan Carlos, que vivieron una breve historia de amor y, años después, tras la muerte de Juan Carlos, Nélida recupera aquellos recuerdos. Mientras, una estampa interesante de la hipocresía empapada de religiosidad, de los apuros económicos de estos personajes y de una vida alegre en general.
Durante el texto encontramos predominio del género epistolar (cartas de Nélida a la madre de Juan Carlos, de Juan Carlos a Nélida, de la hermana de Juan Carlos a Nélida), consultas amorosas en revistas femeninas, anotaciones en una agenda, descripciones minuciosas de los actos de varios de los personajes (en un estilo que pudo influir sobre la posterior y también espléndida, La vida: instrucciones de uso, de Georges Perec), una conversación con una vidente (con un uso sorprendente y muy acertado de las tabulaciones en el texto), informes médicos y policiales, y aquí me detengo.
Hay una edición del libro en la editorial Seix Barral (abstenerse los que hagan boicot a los productos catalanes). También, haciendo una búsqueda exaustiva por las casetas del Paseo del Prado podríais encontrarlo en una edición que pertenecía a una colección de novelas en lengua castellana que editó el periódico El Mundo hace cuatro o cinco años. Esta última es la que yo he leído, con un interesante prólogo de Cabrera Infante.

Permitidme una última reflexión. Suele ocurrir con la mayoría de obras literarias que critico (no tanto con los ensayos), que para apreciar sus bondades es necesario leerlas. Un buen cuento, a pesar de que la forma sea excelente, si se narra de forma adecuada puede resultar tan excelente o más que el propio cuento escrito, tal vez porque en el cuento, aunque la forma sea importante, lo esencial es el fondo. Generalmente no permanece en nuestras memorias un cuento bien contado pero con un contenido insulso. Sin embargo, en la novela pueden darse tres posibilidades: la novela con forma y sin fondo (esas que dejan un regusto especial, de las que no nos acordamos pero sabemos que son buenísimas novelas y no sabemos explicar muy bien por qué); la novela con fondo y sin forma (tal vez entrarían en este apartado los best-seller, que son otra forma legítima de literatura con, tal vez, propósitos menos emprendedores que las otras); y las novelas con forma y fondo (las esenciales, las recomendables o, incluso, las imprescindibles, no me atrevo a sugerir títulos por miedo, más a la omisión que a la mención). No cito las novelas sin forma ni fondo porque no existen, no llegan a publicarse, ¿o sí?
Pedro Garrido Vega

viernes, febrero 03, 2006

Novela (corta) de amor

El lunes lo conoció a través de Internet, para que luego digan que no sirve para nada, se decía. Una conversación banal, distraída, pero ahí apareció lo que ella buscaba.
Creía en la creación dirigida a un fin. Él era su fin. Ella era su fin.
La conciencia del amor inhibe la virtud de la paciencia. El martes lo conoció y lo llevó a su casa. Allí, en la cama, desnuda, sin esos obstáculos de tela que nos separan del mundo, rió, lloró y gozó en proporciones dispares, con predominio de risa y goce, y el llanto al final, como añoranza del inmediato disfrute previo.
Lo instaló en su casa, en su cama, siempre allí. Ella se acostaba desnuda y reía, lloraba y gozaba, cada vez con mayor intensidad, consecuencia del conocimiento creciente de su intimidad.
Una sola mácula tiznaba su felicidad: la imposibilidad del regreso en el tiempo a lo insólito de la primera vez, de la primera risa, del primer llanto, del primer goce.
El viernes permitió a Julia disfrutarlo. También ella lo instaló en su cama y, desnuda, a instancias de Ella, rió, lloró y gozó con Él.
A partir de entonces su interés por Él se diluyó lentamente y ya sólo reía, lloraba o gozaba, y sus encuentros adolecían cada vez más de brevedad y premura.
La conciencia de la extinción del amor torna expedito el camino hacia la infidelidad. A este otro lo conoció a través de Julia. Le dijo: disfrútalo.
Se marchó a casa con éL y pensó en una flor abierta y en la posibilidad de aspirar su perfume, en la emoción que genera la contingencia de un hecho. Llegó a su casa, caminó con éL hacia la habitación, se desnudó, se recostó en la cama y rió, lloró y gozó desde la primera hasta la última de sus páginas.

Pedro Garrido Vega

Confesión, Acto Segundo, Segunda Parte

CARLOS. Su familia está implicada en su muerte. Posiblemente, más que yo mismo. (Ensimismado) Bueno no, digamos que iguales. El mismo grado de implicación, de sangre en nuestras manos.

ALBERTO. ¿Por qué dices que ellos están implicados?

CARLOS. Porque lo están. Durante años la han retenido como si fuese suya. (Alberto se levanta) ¿A dónde vas?

ALBERTO. (Sin mirar a Carlos) A llamar a Fermín para que te dé otro repaso.

CARLOS. Por favor, escúchame. (Suplicante) Necesito contar esto. Sé que no es lo que buscas, pero, por piedad, escúchame sin interrumpirme. Después me dará igual lo que ese sujeto me vuelva a hacer, pero déjame que suelte lo que llevo dentro y que no me deja dormir, que me hace vivir cada día como un día prestado, robado a alguien, ajeno a todo y a todos.

ALBERTO. Vale, vale, cállate (Se sienta). Está bien. Adelante. Te escucho.

CARLOS. Gracias. (Dubitativo) Ahora no sé bien cómo empezar. Bueno, empezaremos por lo obvio, por lo fácil: la maldad innata en el ser humano. Antes de conocer a Raquel y a su familia, yo pensaba que el mundo se dividía en buenos y malos. Qué gran error. El mundo no se divide: es inherentemente malvado, salvo por dolorosas excepciones como Raquel. Su familia la protegía como el tesoro incalculable que era, lo cual entendí perfectamente, ya que yo hice lo mismo: conocedor de mis limitaciones, como ser humano corriente y moliente que era y soy, decidí mantener su pureza a salvo de todos, incluido de mí mismo. Jamás me atreví a tocarla, a mancillarla, sabedor de que el contacto prolongado la enfermaría y se volvería como todos: mediocre, ruin, cruel. Raquel era distinta, una estrella fugaz entre perezosos soles idénticos, clónicos. Raquel amaba. Eso era todo. Amaba. Amaba de veras. Con un amor infinito, incondicional, abnegado. Se sacrificaba en el altar de su pureza por seres que no llegábamos siquiera a la altura de sus hermosos pies morenos. (Su mirada se pierde al rememorar) Ah, cómo recuerdo cuando andaba por casa descalza y dejaba pequeñas marcas blancas en el suelo. Oh, ¡cómo gozaba yo besando esas lindas marcas con forma de media luna que se desvanecían tan pronto! ¡Qué completa era mi dicha! (Vuelve a centrarse después de ver el rostro reprobatorio de Alberto) Perdona. Lo que quiero decir con todo esto es que comprendo que su familia decidiera conservarla para ellos, sólo para ellos. Lo comprendo. Pero no cómo lo hicieron. No la dejaban siquiera salir de casa. Raquel vivía en una prisión construida con miedo, el miedo de que ella un día se fuera y ellos quedaran sumidos en la oscuridad. Un miedo, en suma, egoísta, y que no tenía nada que ver con el amor. Ellos no la amaban, sino que eran drogadictos de su luz, de su fuego. Yo sí la amaba. La amaba tanto que no quería que se perdiera, que se extinguiera entre la masa simple y estúpida. Pero ellos no, ah, ellos no. Ellos la necesitaban. Raquel lo comprendió cuando me conoció. Por eso vino a mí. Vino a mí para ser libre. Para poder huir de su familia.


Cayetano Gea Martín

miércoles, febrero 01, 2006

A propósito de...El cerebro ejecutivo, de Ekhonomon Glodberg

La evolución del cerebro de los mamíferos ha supuesto un hito en la tremenda historia que es la evolución. Aún más, cierta región del cerebro, la corteza prefrontal (o lóbulo frontal que, en realidad, son dos) ha sido la que más cambios ha sufrido y la que ha adquirido su desarrollo máximo en el ser humano. De hecho, se relaciona a este área cerebral con la autoconciencia, la planificación, la toma de decisiones (es decir, la volición y, por tanto, el libre albedrío), el pensamiento matemático y algunas otras funciones que nos proporcionan el calificativo de humanos. Un dato: los lóbulos frontales suponen aproximadamente el 30% de la corteza cerebral humana, mientras que en el chimpancé ocupan el 17%, en el perro un 7% o en el gato tan sólo un 3%.
Este libro de Ekhonomon Goldberg, eminente científico ruso afincado en Estados Unidos y discípulo del gran Luria, trata de explicar cuál es la función de este área cerebral que, según él, no es otra que servir de coordinador del resto de áreas cerebrales: haría de intermediario entre el problema y los medios para solucionar ese problema, es decir, reclutaría a las estructuras cerebrales necesarias para llevar a cabo la acción requerida.
También se detiene Goldberg en los distintos estilos cognitivos o, para el pueblo llano, las diferentes formas de enfrentarse a un problema. Goldberg, apoyándose en múltiples datos de imagen funcional del cerebro, propone una estimulante teoría de diferenciación de hemisferios donde el derecho estaría más implicado en la detección de la novedad y el izquierdo estaría más relacionado con la rutina. Basándose en estas apreciaciones y en un test que él mismo desarrolló, muestra cómo hombres y mujeres, a pesar de que su inteligencia es la misma, presentan formas diferentes de enfrentarse a los problemas: Goldberg afirma que las actuaciones de las mujeres son más independientes del contexto mientras que las actuaciones de los hombres son más dependientes del contexto y esos estilos cognitivos se habrían desarrollado gracias a la presión evolutiva. Por otro lado, la diferenciación de los dos hemisferios también le sirve para proponer una teoría un tanto atrevida al sugerir que los zurdos seríamos los que haríamos avanzar a la sociedad ya que introduciríamos novedad en el conocimiento debido a nuestro mayor desarrollo del hemisferio derecho.
El autor también dedica gran parte del libro a describir cuáles son los efectos de distintas lesiones en los lóbulos frontales o en estructuras relacionadas con éstos. Así, se describen casos de esquizofrenia, de pacientes con síndrome de Tourette o con disfunciones sorprendentes, como la pérdida de la capacidad para nombrar sólo ciertos objetos mientras que el resto del lenguaje permanece intacto. Estos capítulos se asemejan un tanto a algunos de Oliver Sacks del que ya recomendé cualquiera de sus libros. Reitero esta invitación de forma efusiva.
Por último, Goldberg dedica un par de capítulos al tratamiento cognotrópico, lo que él llama entrenamiento mental y que compara con el entrenamiento de un músculo. Si se entrena un músculo éste responderá mejor y será más resistente a lesiones. El cerebro vendría a ser algo similar a un músculo, ya que hay que ejercitarlo continuamente y eso podría evitar o, al menos, retrasar, su deterioro durante el envejecimiento.
Hay un capítulo muy interesante acerca de la relación de los lóbulos frontales con la moralidad (un carácter exclusivamente humano) y si posibles disfunciones de esta región pudiesen dar lugar a los comportamientos criminales (se ha observado que muchos de los psicópatas más violentos presentan microlesiones en ciertas regiones de la corteza prefrontal). Por tanto, ¿hasta qué punto un psicópata es un delincuente y no un enfermo?¿Dónde se fija ese límite?¿Quizás tenga que producirse un cambio de paradigma que puedan modificarse esos términos?
El último capítulo, es el más atrevido de todos y no creo que mujy acertado. Goldberg trata de establecer un paralelismo entre la evolución del cerebro (que, según él, pasó de un sistema de núcleos que formaban el tálamo, que eran independientes y con poca relación entre ellos, a otro sistema, el gradiental, que es la corteza cerebral, donde no hay cambios bruscos y existe una gran interconectividad entre las diferentes áreas) y la evolución actual de las sociedades (desde los estados-nación a las nacionalidades reducidas dentro del estado-nación). También intenta establecer un paralelismo con la evolución de los ordenadores (de grandes ordenadores a los PCs y los motores de búsqueda de Internet que funcionarían como los lóbulos frontales, reclutando aquella información que fuese relevante).
El libro es recomendable para todos los públicos: desde el profano hasta el experto. No en vano, el libro describe aquella estructura que ha permitido que tomemos conciencia de nosotros mismos y de que nos autodenominemos seres racionales.

Pedro Garrido Vega (60% racional-40% emocional, o tal vez a la inversa)