miércoles, agosto 16, 2006

A propósito de...Dictamen sobre Dios, de José Antonio Marina.

Es esta una obra decepcionante , tratándose de un divulgador de prestigio al que profeso un profundo respeto tras su obra, La inteligencia creadora. Desde el inicio de la obra Marina desplaza el debate sobre la existencia de Dios de cualquier discusión científica y, especialmente, de las investigaciones sobre el cerebro, que parecen estar dando pistas sobre cómo podría gestarse el fenómeno religioso. Afirma que la neurología no dice nada acerca de la verdad o falsedad de los contenidos mentales que produce, sean matemáticos o religiosos. El problema de esta afirmación es que mientras que las matemáticas son algo abstracto y ciertamente mediante la actividad cerebral no podemos saber si dos más dos son cuatro (porque hablamos de símbolos), en el caso de Dios y más concretamente, del Dios de las grandes religiones, se trata de un ser existente y que ha revelado su palabra a ciertos escribientes. Más adelante afirmará Marina que la alucinaciones sí que pueden constituir situaciones en las que a pesar de que un individuo percibe algo ese algo no existe más que en su mente. ¿Por qué entonces la existencia de Dios no puede situarse en ese plano? ¿No es cobardía en el debate?¿De dónde proceden entonces las voces, y son voces según los que las perciben, sino de sus propias mentes, si ningún otro las escucha, y menos aún los no creyentes?
El concepto de Marina acerca de Dios es difuso. No es el ser inmaterial que todos imaginamos, principio de todas las cosas y rector universal, sino un constructo que él define como la dimensión divina de la realidad.
Él plantea la existencia de un Dios que representa a todo lo material, algo que termina convirtiéndose, a mi modo de ver, en un panteísmo puro y duro, impregnado de ideas hinduistas y budistas y que coincide sorprendentemente con las tesis defendidas por Jesús Mosterín en su último libro, La naturaleza humana, que si no contase con ese último capítulo sería un excelente libro de divulgación.
Marina se aleja de todo lo divino, pero no de lo espiritual y, aunque afirma que su Dios es material (claro, es todo lo material) no explica muy bien qué es eso de los divino pues en mi opinión no es más que un sentimiento exaltado de la existencia, que se definiría mejor en términos poéticos que en términos científicos.
Por último Marina plantea que la ética, que surgió de la moral impuesta por las religiones, hoy se ha vuelto contra ellas y, de hecho, las ha evaluado en ese mismo terreno y en algunos casos con resultados gravosos para las religiones. Él propone una ética universal, que se encuentre por encima de las religiones y de lo científico, pero yo no veo cómo eso puede hacerse. Si bien Marina establece muy bien la diferencia entre ciencia y religión partiendo de la objetividad de la primera y de la subjetividad de la segunda, él afirma (y, en mi opinión, de forma poco convincente) que la ética es intersubjetiva y que podrían establecerse una serie de reglas éticas que podrían ser universales. No veo cómo pudiera hacerse eso desde la multiculturalidad, salvo en casos de generalidades muy obvias que ya se encuentran redactas en los Derechos Humanos y que ni siquiera todos los países cumplen, a pesar de haberlos firmado en su día. Por tanto una ética a un nivel inferior a ese me parece imposible y tan irreal como esa dimensión divina de la realidad de la que habla. Táchenme si quieren de carácter relativista.
Pedro Garrido Vega.

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