lunes, agosto 21, 2006

El Viaje, Capítulo V: The price you pay - Drama de incierto final en tres actos

Segundo Acto – Friends will be friends

(Se vuelve a alzar el telón. El Niño Juez se ha bajado del estrado y se encuentra de pié ante la figura blanquecina del acusado, que a duras penas se mantiene consciente. Cuatro féretros de diversos estilos y épocas yacen a sus pies. No queda nadie más en la salvo Cortázar, que no para de teclear y de fumar. El humo que exhala se eleva formando figuras, dioses telúricos, mitos ancestrales, la cara del Che. El Niño se estira. Su columna vertebral suena al colocarse en su sitio. Se masajea las costillas)

- EL NIÑO: Qué gusto poder bajarse de ese potro de torturas. (Hacia Carlos) Espero que sepa bien usted lo que está haciendo, porque, como le dije en el acto primero, no creo que saque ningún tipo de beneficio. Sólo quiero saber de usted una cosa. El resto, como se dice, es historia.

- CARLOS: No… no importa, yo… sólo quiero…

- EL NIÑO: (Interrumpiéndole) No tenemos tiempo que perder, mi balbuceante condenado. Venga, venga. Contemple a la persona que lo defiende, a su abogado, el difunto señor Jorge.

(Un pesado féretro egipcio se abre y aparece el cadáver de Jorge, hinchado por la putrefacción, con un agujero de bala en la frente. Carlos se aparta asqueado y palidece todavía más)

- EL NIÑO: ¿Qué le parece? Este gordo desecho humano era lo único que tenía usted en su defensa, pero ya ve, está muerto. (Mira el cadáver con repentino interés) Curioso. Tanta lealtad en alguien tan simple… Es un rasgo de los perros bien entrenados, y eso, me temo, era lo que el señor Jorge era. Saltaba cuando usted quería y le reía las gracias. Ah, y murió por su culpa. Pero no se entristezca demasiado. Él era tan culpable como el resto de la muerte de Antonio, al negarle el auxilio solicitado.

- CARLOS: Pero…

- EL NIÑO: Ni pero ni pelotas. Es hora de que el fiscal opine, creo yo. La acusación particular y todo eso. (Se rasca la cabeza con incredulidad) No sé. Nunca he sido muy versado en leyes, me va más la justicia.

(Ahora se colocan enfrente de un sarcófago transilvano, donde, envuelta en gasas, reposan los restos mortales de María)

- EL NIÑO: Claro que la fiscal tampoco puede darnos excesivas lecciones de moralidad. Se la ve entera para haberse caído desde un avión en marcha, ¿verdad? Eso es porque ella siempre ha estado muerta, acusado. La putrefacción que anidaba en su pecho era tal que la expelía por todos los huecos de su cuerpo. Marchitaba lo que tocaba y vendió a Antonio al mejor postor, es decir, a usted.

- CARLOS: (Extrañamente sereno) Pobre María…

- EL NIÑO: ¿Pobre? Sí, desde luego lo era. Pero por su propia culpa. Por ser incapaz de mirar más allá de nada. Verás, hay gente en este puto mundo que son incapaces de mirar más allá de su ombligo. Se creen el centro del cosmos, los seres más hermosos de la creación. Sin embargo, son peores al contrario, cuando no pueden ver más allá de su fealdad. Cuando se sienten impelidos a destruir todo lo hermoso que en la vida hay. Y créeme, hay mucho.

- CARLOS: Yo…

- EL NIÑO: ¿Tú? Tú eres una tercera clase, pero ya llegaremos a eso. Sigamos.

(Se detienen frente a un féretro barroco, blanco, decorado ostentosamente y, por lo tanto, sin el más mínimo sentido del buen gusto. Dentro yace Elena, con el cráneo destrozado. Su cerebro, desmigajado, asoma por él)

- CARLOS: (Lloroso) ¡Oh, no! ¡Elena!

- EL NIÑO: Oh, sí. Tu amante. O novia, anyway. Con un nombre bien puesto, la verdad. Elena, como Elena de Troya, la instigadora. (Suspira) Los hombres, y me refiero al sexo masculino, habéis cometido las mayores atrocidades que existen, os asesináis unos a otros en guerras fraticidas y xenófobas desde que tenéis uso de razón. Destrozáis todo lo que tocáis y os cagáis en el desarrollo sostenible. Pero eso sí, la culpa es de las mujeres. Ellas trajeron el pecado al mundo, por su culpa pecáis. No hay cultura, filosofía o religión en la cual, de un modo u otro, no sea la mujer la instigadora, la culpable. ¡Ella os obliga a pecar! ¡Os obliga a fornicar, a beber hasta el delirio, a aniquilar a vuestros enemigos! Je. Qué incapaces sois de enfrentaros a vosotros mismos, a aceptaros. Total, siempre tenéis a mano un chivo expiatorio. Esta mujer, por ejemplo. Es culpable como todos vosotros, sí. Pero créeme (le mira con fiereza), créeme si te digo que no permitiré que cargue por tus pecados o por los de otro. Esta vez, por una vez, no. En este cuento no.

(Telón)
Cayetano Gea Martín

1 comentario:

Marga dijo...

Uffff mi cabeza no da hoy para leer tanta novedad, mira que habeís sido prolíficos!!

Dadme tiempo, Kay, dadme tiempo... jajaja