lunes, agosto 14, 2006

El Viaje, Capítulo III. El Señor Gordo (2 de 2)

No me lo podía creer...

No me lo podía creer, no podía creer lo que Antonio me estaba contando, con su cara de buena gente ¡y los embustes que me contaba!, diciéndome que sólo podía acudir a mí, que yo era su único amigo, su único apoyo ahora mismo y que, por favor, no despreciara la confianza que depositaba en mí, como si fuera una cuestión de confianza, no, joder, no es eso, es que no me podía creer lo que me contaba, que si sentía no se qué por Elena, la chica de Carlos, y que por favor no lo despreciara, que no quería perder mi amistad, y yo ahí, quieto, flipando con lo que oía, y sin creerlo, no son más que chorradas, Antonio, le dije, déjate de tonterías y vamos a ver el partido, que no son chorradas, Jorge, que no lo entiendes, no, el que no lo entiende eres tú, no paras de decir gilipolleces que no quiero saber, porque no son verdad, son ideas estúpidas que se te han metido en la cabeza y que ahora vomitas sobre mí, me imagino que para reírte un rato a mi costa, como hacéis siempre, así que ahórratelo, amigo, y venga, que llegamos tarde, que hemos quedado con la peña en el bar, y él erre que erre, que si llevaba tiempo saliendo ya con Elena, que si estaba muy enamorado de ella pero que no sabía lo que hacer y que me necesitaba, Dios mío, ¡que me necesitaba!, ja, para poder seguir diciendo paridas, y que le ayudara, por favor, que le ayudara a qué, si todo era una sarta de estupideces, de tonterías propias de él, de él, que es muy crío, coño, que siempre está con lo mismo, que todo le viene por la relación aún no superada con su primera novia, y con que no tiene ni oficio ni beneficio, joder, ¿granjero?, vamos, no me jodas, ¿qué es eso?, ¿en eso quieres currar?, ¡lo que tienes son cientos de pájaros en la cabeza, coño!, céntrate, que es lo que tienes que hacer, apúntate a algo y ponte a currar en serio, y déjate de inventarte afeirs o como se diga en gabacho acerca de la mujer de otro, que no es serio, tío, que lo dejes ya, y él venga y venga, que si Carlos empieza a olerse algo, que si se entera me mata, que si ya sabes el carácter que tiene, y al final la petición, que era lo que estaba esperando, que si se puede quedar en mi casa, ¡en mi casa!, por unos días, hasta que sepa qué hacer, que tiene miedo de Carlos, que no confía en que éste no haga una tontería, y yo le digo que no, que no, que no puede ser, que se deje de mamonadas y que me está empezando a hinchar las pelotas con tantas tonterías y que venga, que mejor que se vaya para casa que se me han quitado las ganas de fútbol, joder, y él que si no me dejes en la estacada, Jorge, por favor te lo pido, te lo ruego, por nuestra a amistad y yo apunto de explotar y de repente le suena el móvil y me dice es Elena, descuelga, hola, ¿qué pasa, cariño?, ¿mañana?, ¿sí?, ok, vale, besos, chao, estás loco, ahora haces como que ella te llama, eres un imbécil, era ella, Jorge, y ya lo sabes, sólo que no quieres saberlo, pues no, no quiero saber nada, me voy a casa, Jorge, que mañana he quedado con Elena en mi pueblo, ya, vale, muy bien, a no ser que me dejes quedarme en tu casa, no, no, mejor vete, vale, adiós, Jorge, adiós, Antonio, anda, y déjate de tonterías, ¿eh?, adiós, adiós, hala, y entonces se va y algo raro me pasa en las tripas, como si el estómago se encogiera y una voz extraña en la cabeza me dice que no volveré a verle, bah, serán los callos, y entonces suena mi móvil y es Elena y me dice que si Antonio ha hablado conmigo y yo le digo que sí, que me ha dicho una serie de gilipolleces sin sentido y ella ajá, bueno, mañana van a hablarlo Carlos y él, tranquilo, todo quedará solucionado mañana, vale, si estoy tranquilo, y no le creas nada, que está pasando una mala racha desde, ya, desde aquello, ya lo sé, besos y gracias mil, Jorge, eres un sol, ese soy yo, no en serio, eres todo un amigo, bueno, me preocupo por los míos, adiós, adiós

Impacto.
¿Qué pasa? ¿Qué sucede? ¡Todo tiembla!
Impacto.
¡Otra vez! ¡Pero bueno! ¿Qué pasa? ¿Es ca pillao un bache el capitán o qué? Jo, jo, jo. Bueno, me van a oír, tanto bamboleo y tanta ostia. ¡Hala, venga! ¡Esto me pasa por viajar con una compañía extranjera, coño!
Impacto.
¡Joder, qué mareo! ¿Verdad, compañero? ¡Anda! ¡El pasajero del asiento de al lado no está! ¡Pues espero que no laya pillao esta especie de montaña rusa cagando!
Calma.
Bueno, ya paró, joder, qué susto. Pensaba que nos matábamos. ¡Me van a oír! ¡Fuera el cinturón éste de los cojones! ¡Voy a hablar con el capitán de este trasto! Voy a…

I. Paralización
Y cuando se da la vuelta para dirigirse a la cabina del capitán, se encuentra con que el tiempo parece haberse detenido, los gritos de la gente silenciados en su apogeo, como una película en pausa. La cola del avión ha desaparecido. En su lugar, el tremendo agujero que crea la ausencia de la parte trasera deja entrar el sol, el cual reverbera sobre los rostros paralizados de los pasajeros.

II. Situación
Puede ver una ingente cantidad de objetos y sustancias flotando estáticos en el aire: líquidos petrificados surcando el espacio, perlas de sudor y goterones de sangre formando una bella pero terrorífica parálisis pictórica, fragmentos humanos levitando en aquel quieto pandemonio, cristales, bolsas, mochilas, relojes, uñas, vasos, fragmentos de epitelio. Y personas.

III. Observación
La gente yace paralizadamente dispersa: sentadas, en el aire o destrozadas. El terrible fotograma en el que se ha parado la realidad muestra un horror demasiado grotesco como para poder ser explicado, baste fijarnos en aquella señora vomitando sus propias tripas, formando un congelado géiser de rojo y verde, o en la azafata cuyos sesos asoman por su cráneo destrozado.

IV. Globalización
Ahora, alejémonos. Imaginemos el cuadro en toda su magnitud, en todo su horrendo esplendor. Multiplicad vosotros mismos por cien cada visión horrible sobre una muerte petrificada que vuestros cerebros sean capaces de imaginar.

V. Excepción
El sonido también parece haberse detenido, con una salvedad: Jorge puede oír un ruido proveniente del cuarto de baño de algo o alguien que se arrastra.

VI. Visión
Y entonces, me ve. Avanza hacia mí, con paso no muy firme, atravesando el quieto espectáculo que lo rodea. Mi imagen debe de resultarle estremecedora. En medio de aquel congelado caos, un niño de diez años lee tranquilamente Rayuela, agradeciendo el sol que flota a sus espaldas, y que ilumina de ámbar el libro, sobre el capítulo 17. Antes de afrontar a Jorge, con su cara de vaca al matadero, puedo leer “La cosidad es ese desagradable sentimiento de que allí donde termina nuestra presunción empieza nuestro castigo”.

VII. Resolución
Tenía a Jorge ante mí. Su prominente barriga, a la altura de mi rostro, tiembla como un postre de gelatina. Abre la boca para hablar. Le reviento los sesos de un disparo antes de que pueda hacerlo.
Cayetano Gea Martín

1 comentario:

Martuki dijo...

Mmmm, deberías colgar 2 al día, Kay...