martes, febrero 28, 2006

Confesión, Acto Tercero, Segunda Parte

CARLOS. Ya te he dicho que no pienso hablar. Haz lo que quieras. (Le mira desde la sabiduría que le da su dolor) Pretendes darme lecciones acerca del sufrimiento. Pues bien, cualquier cosa que me hagas no será nada comparado con el peso que arrastro en mi corazón. Nada. Mátame. Tortúrame. Es mi última palabra.

ALBERTO. (Con parsimonia) ¿Quieres que te torture? ¿Realmente deseas la tortura? ¿Te crees acaso que eres un experto en ella? ¿Crees que por todo lo que has sufrido ya eres el maestro del dolor? (La mirada se le pierde) ¿O acaso piensas que eres el único que ha sufrido en esta vida?

CARLOS. No sé a qué viene esto. Acabemos de una vez.

ALBERTO. Oh, eso te gustaría, ¿verdad? Que el poli malvado te dejara en paz. Sí, la muerte sería el alivio a tu sufrimiento, ¿no? Qué fácil. Siento decirte que no es mi intención, créeme. Sí, quiero matarte, pero antes voy a destruirte, a anularte. Eso es un hecho. (Muy serio, encara a Carlos) Mírame a lo ojos. Yo sé algo que tú no sabes. Algo que te destrozará más que cualquier golpe. Y lo usaré si no obtengo lo que quiero. Quiero saber quién fue el otro, tu compinche, el que te ayudó. Dímelo, y no sufrirás. Te liberaré de tus penas de un modo expeditivo, sí, pero rápido e indoloro.

(Carlos se retuerce en su incómoda silla. Se debe poder apreciar que el castigo recibido la noche pasada le impide hacer cualquier movimiento sin pagar por ello una alta cuota de dolor)

CARLOS. No diré nada. Adelante. Haz lo que debas. Destrúyeme.

ALBERTO. (Con gesto de aparente distracción) ¿Te comenté ayer que el hermano de Raquel, Daniel Berate Pérez, seguía vivo, no?

CARLOS. Sí. Ayer no te creí. Y hoy tampoco.

ALBERTO. ¿No? Debo decirte que está aquí, en esta comisaría.

CARLOS. ¿Está aquí?

ALBERTO. (Tarda un minuto en responder, y cuando lo hace, lo hace completamente serio) Lo tienes ante ti.

CARLOS. (Aterrado) Estás loco.

ALBERTO. Es posible, Carlos. También es posible que tu inmundo ataque por la espalda sólo me provocara daños superficiales en el rostro. Puede ser, también, que aprovechase para borrar mi identidad y empezar de cero, movido por el mayor afán de venganza que nadie jamás sintiera hormiguear en su pecho. Cuando supe que mi hermana había muerto… (Se estremece de temible furia contenida) No hay palabras capaces de manifestar lo que sentí, lo que siento ahora.

CARLOS. (Muerto de miedo ante la veracidad de los hechos) No, no es posible.

ALBERTO. Oh, sí que lo es, créeme. Lo sabes. Lo has sabido desde que pusiste el pie aquí. (Sus ojos se vuelven completamente fríos al mirar a Carlos) Te voy a matar, Carlos. Morirás a manos de aquél a quien nunca pudiste dañar, ante el cual tiemblas como el niño que eres. Morirás sabiendo que todo fue en vano, que yo seguiré vivo y tú estarás muerto. (Se incorpora y coge a Carlos del cuello con su mano derecha) Pero no será pronto, no… Tenemos tanto dolor que explorar. Y créeme, sufrirás. Sentirás tal dolor que no reconocerás ni el sonido de tu propia voz...


Cayetano Gea Martín

4 comentarios:

Martuki dijo...

Ñiiiiiiiiiiijjjjjjjjjj!!!!

Marga dijo...

Joer!! que vuelta de tuerca!!! en ascuas me tienes... jajajaja

Kay dijo...

Un pasito más, y llegaremos al claro al final del camino...

En breve, que aún no está escrito... Aunque sé cómo terminará, jejejeje...

Pedro Garrido dijo...

Muy bueno el giro, sí señor. Veamos con qué nos sorprendes...