martes, febrero 14, 2006

Repulsa del sueño, palinodia y posterior catilinaria.

Afirmaron algunos autores que no existen los autores, que todas las obras y las literaturas son una Literatura pues ésta se compone de arquetipos que se repiten de forma indefinida y se combinan hasta el infinito para que el hombre interprete y se sienta inmerso en alguno de aquellos. El sueño constituye uno de aquellos. Y, como el principio rector del Universo es la dualidad, siempre existirán las opiniones encontradas. Así, mientras Musil escribe: para Törless la vida comenzaba de nuevo cada mañana; la noche era para él una nada, una tumba, un extinguirse. Todavía no había aprendido a tenderse muerto todas las noches, nos asegura, por el contrario, R.L.Stevenson: hay algunos de nosotros que sostienen haber vivido una vida más larga y más rica que sus vecinos; cuando éstos dormían, ellos seguían activos; y entre el tesoro de memorias de todos los hombres que no nos entretenemos en recorrer, cuentan ellos la cosecha de sus sueños en un lugar no secundario.
¿A quién ha de concederse la razón? Dement afirmó que los sueños son alucinaciones de la mente en un cuerpo paralizado. Si tal afirmación no fuese una mera simplificación yo me sentiría atraído por la repulsa del sueño. Mi condición ontológica actual se encuentra cercana al materialismo radical, lo que me conduciría al desacato de las leyes biológicas. Habría de arrojar mi cama por la ventana y olvidarme ya de dormir y, aún más, de soñar. Sin embargo, mi vida no es más que un sueño: no en la forma propuesta por Lope sino en la de viaje por los sueños intitulados e inscritos en las páginas de la Literatura. Leo sin vivir. Sueño sin vivir. Algunos, antes que yo, soñaron y no vivieron (Borges, Wells, tal vez Verne), otros vivieron y apenas soñaron (Galdós, su estandarte), la mayoría alternaron sueño y vida (Goethe, Kafka, Wilde, todos los explosivos hispanoamericanos). Un motivo más para mi repulsa del sueño: la identificación del sueño con el anhelo, una suerte de marca de Dios en la mente, la prefiguración del futuro desde el presente, el terror de la premonición. En las tribus primitivas el chamán, encargado de la interpretación de los sueños, juzgaba si una ensoñación era peligrosa para el pueblo. En ese supuesto bastaba con dar muerte al soñador para impedir el cumplimiento de lo soñado. No conocían los chamanes aún aquélla hipótesis de que somos el sueño de un Dios.
Estos dos aspectos, sin embargo, no justifican una posición crítica con respecto al mundo onírico. La Literatura es deudora de este mundo en grado sumo, tanto para la creación ex nihilo (si es que ésta es posible y no es sólo una característica atribuible a Dios), como para el artificioso mundo de las tramas. En ocasiones ambos conceptos de interdigitan y muestran mundos ocultos. Coleridge creó el fragmeno lírico Kubka Khan tras despertar de un sueño. Se trata de una composición incompleta porque alguien le interrumpió mientras intentaba recordarlo y perdió su memoria. El poema versaba sobre un palacio majestuoso que Kubla Kahn, el gran conquistador mogol, ordenó construir. Hasta aquí, esta nota no sería más que un apunte histórico acerca de un sueño creador. Lo extraordinario fue que veinte años después de la publicación de este poema se publicó por primera vez el Compendio de historias de Rashin ed-Din, que data del siglo XIV. En él figuraba la historia del palacio de Shangtu, que Kubla Kahn ordenó construir tras haber soñado sus planos. Kubla Kahn convirtió su sueño en un palacio, Coleridge, en un poema. Acaso sean la misma realidad.
La fascinación que provocan los sueños es tal vez debida a la irrealidad de los mismos, que estimula nuestro pensamiento mágico. Por eso es fácil verse envuelto en mundos cíclicos y en series sin fin. Repudio de forma sistemática los apotegmas por simplistas, pero este resulta imprescindible. Afirma Novalis que estamos próximos a despertar cuando soñamos que soñamos. Hace poco me sentí maravillado cuando leí en esta página que Pierre Menard atribuía la condición de aleph a una mujer: esa imagen es la imagen absoluta del amor. Después seguí soñando con el aleph y alcancé la imagen absoluta del Infinito. Soñé que veía un aleph y en él contemplaba rostros, animales, objetos...y un aleph.
Reivindico también el valor de la pesadilla. Sin ella no existirían Poe o Maupassant (¡qué sería del Terror sin ellos!), sin ella no existirían las tragedias y el mundo onírico sería contrario a la naturaleza: carecería del principio rector, de los eternos opuestos.
Acaso las ciencias sean también una sola Ciencia y el científico sea el Hombre. Dios no puede ser el Científico pues todo lo sabe, nos quedó muy claro con el tristemente famoso Yo soy el que soy. También en la Ciencia se han dado casos de sueños creadores, entre ellos el descubrimiento de la transmisión química neuronal por Otto Loewi, que recibió el Nobel por ello y que soñó hasta en dos ocasiones su experimento (la primera noche lo anotó y después le fue imposible descifrar sus propios garabatos; la segunda se marchó directamente hacia el laboratorio) y la representación de la estructura de la molécula de benceno por Kekulé, al que ayudó la figura del ouroboros en un sorprendente sueño. La Ciencia, en su afán por desplegar madejas se plantea cuál es la función del sueño: reposo, motivación, adaptación, aprendizaje o incluso desaprendizaje. Estas dos últimas hipótesis parecen, a pesar de su contraposición (los eternos opuestos son, como vemos, inevitables) las más verosímiles. Los pájaros cantores parecen ensayar nuevas canciones mientras sueñan, sería una forma de fijar lo aprendido durante la vigilia. Pero resulta harto más sugerente la hipótesis del desaprendizaje: el sueño eliminaría de nuestra mente una parte de la pléyade de estímulos recibidos durante el día con el fin de evitar redes neuronales anómalas que pudiesen desembocar en manías u obsesiones. Aplicando una tan inédita como irreal hermenéutica a esta propuesta, dos proposiciones descabelladas se me ocurren, que acaso sean la misma. La primera, un dios celoso de su misterio que impide el desvelo de éste; la segunda, un mundo onírico avaro que atrae hacia sí fragmentos hurtados de la realidad y los deforma y combina sin cesar. La batalla entre el Bien y el Mal tal vez tenga su reflejo en esta pugna entre sueño y realidad. Hypnos, al legarnos a su hijo Morfeo, nos concedió una dádiva que contenía las dos máscaras de teatro. En su nombre se asaltó, se robó, se asesino (lo que es más lamentable, se asalta, se roba, se asesina); en su nombrese ama, se llora, se expresa el anhelo, también la frustración.
Reivindico el sueño como lo ilusorio que, en ocasiones, produce imágenes de extraordinaria belleza (se me ocurren ahora Alicia en el País de las maravillas, algunos cuadros del comercial Dalí, o la insuperable conclusión del cuento que da nombre a este blog); la existencia de tales imágenes no es óbice para repudiar los mundos irreales que pretenden ser reales. Sólo serán reales y gozarán de tal belleza en su irrealidad. Una última hipótesis también descabellada, sobre todo porque la primera premisa es falsa: Si Dios existió y soñó, tengo la absoluta certeza de que creó el mundo, despierto, tras haberlo soñado.
Dos agradecimientos al mismo autor, que es Borges, pero somos todos. El primero, no sé si una ofensa para él, por haberme animado a escribir. El segundo, por el placer inmenso que me evoca la relectura de sus obras.
Pedro Garrido Vega.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son... Segismundo hubiera aplaudido tu post (ey, yo también)