martes, junio 28, 2005

Pierradas II


Filosofía erótica

-¡Qué pedazo de hembra! –exclamó Pierre Menard al paso de una hermosa muchacha embutida Dios sabe cómo en un mini-vestido rojo. –Discúlpeme, amigo mío –comenté yo -¿Desde qué punto de vista filosófico alaba usted a las excelencias anatómicas de la chica? ¿Desde un punto platónico? ¿Kantiano? ¿Marxista? ¿Kierkegaardiano? –Nietzsche –respondió el –Estaba pensando en Nietzsche y en su concepto del Eterno Retorno. Pues bien, ¡no me importaría nada retornar eternamente al cuerpo de esa pedazo de rubia! –exclamó, mientras la baba se le caía de la boca a la barbilla y de ahí, al suelo.


Pierre Menard versus catolicismo

-¿Qué opina usted de la Iglesia? –le pregunté aquella tarde a Menard mientras tomábamos un café (yo) y media docena de helados de fresa (él) en una terraza de su pueblo natal, Paulhan, cerca de Montpellier. –Opino que es magnífica, amigo mío –contestó –un claro ejemplo de plateresco francés. –No me refiero a la iglesia de su pueblo –aclaré haciendo acopio de paciencia –si no a la Iglesia Católica como institución. -¡Oh! –exclamó él mientras engullía otro helado. Y no dijo nada más en toda la tarde.


Pierre Menard y el sexo

Aquella sombría, etérea y cálida tarde de verano, Pierre Menard no lo soportó más y, con paso decidido y firme, agarró la nívea, suave y pequeña muñeca de aquella femme fatale, aquella woman-in-red. Ella correspondió al valiente y atrevido gesto con un inmediato y fulminante beso que sólo podía presagiar jugueteos de lengua. Tamaño morreo o filete excitó sobremanera al, hasta ahora, semi-dormido “Petit Pierre”, el cual encontró la senda necesaria para frotarse contra el prometedoramente hermoso pubis de la mujer. Allí mismo, en medio de la hermosa, pequeña y coquetuela plaza de Paulhan, frente a la magnífica e imponente iglesia plateresca, comenzaron a desnudarse uno al otro, mientras Pierre mordía la blanca, ebúrnea carne de ella, y descubría excitado que sabía a pan de leche, a trigo, a miel, a café, a tabaco de pipa, a solomillo a la pimienta, a tarta de queso, a helado de frambuesa, a cosas buenas, vaya. Pronto, sus concupiscentes caderas se juntaron, y ante el cimbreo sensual de ella, que solicitaba urgentemente penetración o himeneo, Menard introdujo su eréctil, rojo y hermosote miembro, y empezaron a moverse cadenciosamente…

-Le ruego que no escriba más historias obscenas, aunque bien escritas, en las cuales me incluya, -me comentó un sudoroso y jadeante Pierre Menard –que voy a acabar explotando de tanto ingerir helados de fresa…
Cayetano Gea Martín

sábado, junio 25, 2005

Una reflexión inútil, burda y pesimista

Nacemos tumbados porque acabamos de abandonar la muerte. Según envejecemos, nuestra nariz cada vez se empeña más en tocar el suelo y morir, por eso nos vamos encorvando. Nuestra posición vertical inicial es sumamente antinatural y opuesta al reclamo oscuro de la tierra. Sí, el suelo nos llama con voz profunda, a sabiendas de que, tarde o temprano, los gusanos tendrán su festín.
Cayetano Gea Martín

miércoles, junio 22, 2005

Jacob



Jacob conocía los secretos del mundo de los sueños. Sabía que es un universo tan real como el nuestro. Desafortunadamente, sólo se puede acceder a él cuando dormimos, y sus habitantes sólo pueden vislumbrar el nuestro cuando duermen. Por desgracia, nuestros estados de sueño y vigilia son siempre opuestos a los suyos, por lo que sólo podemos explorar tenuemente su universo, y ellos el nuestro.

Jacob conocía estas verdades. Acostumbraba a pasear por Zort-al-Ner, ciudad soñada por él (al igual que su vida y su ciudad, Madrid, eran soñadas por ella). Investigaba la arquitectura imposible de la ciudad, su cambiante cielo, que alternaba cúmulos con planetas, y las calles nunca iguales. Conocía, además, que la ciudad se encontraba en el centro de un lago tan vasto como su imaginación. Era consciente de que cuando lloraba, las lágrimas provenían del agua salada de aquel lago.

A Jacob le encantaba, pues, pasear por Zort-al-Ner, pero sólo podía observar, nunca pudo interactuar. Sólo los niños sentían algo cuando él los atravesaba, ya que era intangible. Se esforzó durante todo un año en intentar conseguir comunicarse con un joven especialmente sensible, pero en cuanto éste entró en la pubertad olvidó su don.

Aparte de los niños, estaba ella, claro, la que era soñada por él a la vez que él lo era por ella. Así, Jacob reconoció a su creadora, y Lesath a su creador. Ella notaba su presencia, aunque era incapaz de hablarle, o de verle, al igual que todo el mundo. Cuando dormía, soñaba con Jacob y con Madrid, Jacob la podía sentir a su lado, mientras trabajaba y mientras daba con ellas paseos por la ciudad. Durante las noches de Jacob, era ella quien le enseñaba su ciudad y Jacob quien podía ver su rostro. Pero nunca se podían mirar a los ojos.

Anoche, Jacob se sentía incapaz de empezar a dormir, y Lesath, incapaz de dormir más. Y así, durante cinco minutos eternos, compartieron el mismo espacio, en un universo intermedio. Sus cuerpos, cuya opacidad temblaba, se abrazaron y fundieron en uno solo, mientras se reconocían con los ojos, las manos, las bocas. Pudieron oír sus voces y sentir su calor, sus corazones desaforados, y mirarse a los ojos, y verse reflejados en los del otro.

Desde hoy, Jacob y Lesath, ambos existentes e inexistentes, comparten su amor y el fuego de su pasión cuando amanece y cuando anochece. Apenas diez minutos al día. Suficiente.


I walk beside you
Wherever you are
Whatever it takes
No matter how far

John Petrucci – I walk beside you
Cayetano Gea Martín

lunes, junio 20, 2005

Secret Love

Where you are?
Why you hide of me?
I seek you for the dry streets,
for mountains and hills.
But you never come.

I need you, here and now,
like the sunlight on my face.
I want to know when and how,
Cos I’m lost in the space,
in the wasteland of my heart.

My soul ain’t complete.
I shouldn’t write this song,
this desperate song of love.
Where you hide of me,
my secret love?
Cayetano Gea Martín

sábado, junio 18, 2005

La Dama de las Sombras

LA DAMA DE LAS SOMBRAS


Acostumbrada a no ser libre, se sentía incapaz de soportar tanta cantidad de luz y de aire. Como aquél que sólo conoce un estrecho mundo del tamaño de sus limitadas aspiraciones, ella rechazaba a priori toda aquella pirotecnia de libertad.
La refulgente realidad que suponía Madrid en verano laceraba sus ojos y enturbiaba el resto de sus sentidos, demasiado embotados para traducir tanta información. Como en las convalecencias prolongadas, que dejan sin vida (sin hermosas miofibrillas rosadas abrazándose, pulsantes de vida) las piernas, los brazos y el resto de los habitáculos del cuerpo en los que reina el músculo, así se encontraban los atrofiados y laxos sentidos de Laura aquella mañana en la que recuperó una libertad no deseada, una libertad que llegaba demasiado tarde.
Entonces, empieza a recordar con negra nostalgia los momentos anteriores, cuando la hicieron subir a un vehículo (supone que la misma furgoneta que la raptó), cuando éste comenzó a traquetear por las calles rumbo a su liberación, tras haber pagado su familia el indecente, por cuantioso, rescate.
Mientras entornaba los desacostumbrados ojos para enfocar y contemplar mejor a las estatuas broncíneas de dioses griegos que coronan las cúpulas de pizarra de los blancos edificios la Gran Vía madrileña, comprendió con absoluta certeza que, después de todo lo vivido (o desvivido), se había transformado en una criatura de la oscuridad, en una dama de las sombras.

Golpe.
Calle Serrano. Puerta de la gestoría. Cigarrillo, volutas de satisfacción. Buen trato. Celebración. Tarde en casa. Un chico, quizás. Bang.
Golpe.
Furgoneta. Rostro hinchado. Hombres. Humo y ceniza amarga. Vaharadas de machos cabríos. Toqueteos. Golpes.
Golpe.
Agujero. Ratas. Humedad y suciedad. Ratas, ratas. Cántaro con agua negra. Ratas, ratas, ratas. Voz dulce, distinta, espanta-ratas. Condiciones y proposición. Acuerdo y precio.
Golpe.
Risas. Pasos. Violación. Dolor. Sangre. Violación. Risas. Violación. Golpes.
Golpe.
Golpes. Violación. Sangre. Golpes. Risas. Violación. Muerte, muerte que no llega. Golpes. Violación. Risas. Roturas. Costuras. Sellos. Corazón. Tinieblas. Punto de no retorno. Metamorfosis inversa. De mariposa a gusano. Sombra, sombra, sombra.
Golpe.
Transporte. Venda. Patada. Caída. Ojos. Cielo. Luz. Luz en calles. Sombra en alma. Sombra sin alma.

Después de los abrazos sonoros y de la prensa sorda, después de pronunciar palabras huecas rodeada de odiosos flashes y micrófonos, después de los gordos titulares en arial black que rezaban cosas como “LAURA CANDEÑA EN LIBERTAD”, sin saber que Laura murió lejos, en el mundo de las tinieblas, en una antesala del infierno, y que ahora sólo queda sombra que proyecta sombra, un nuevo (viejo) ser, incapaz de sentir nada por nadie y que sólo quiere morir.

Su hijo es el único que se ha dado cuenta de que aquella criatura coronada de nubes negras no es su madre. En su mente de cinco años, la verdad se abre paso como un escalpelo. Su madre está muerta, y la dama sabe que no hay amor filial ni tratamiento psicológico capaz de resucitarla, puesto que nada de ella queda, salvo negras lágrimas de ceniza.
Cayetano Gea Martín

jueves, junio 16, 2005

Un nacimiento desconsiderado


Siempre he pensado que nací en un mal día, puesto que nacer un domingo les fastidió su merecido día de descanso a mis progenitores, tan guapos y tan currantes ellos, claro, poseedores del derecho innegable de relajarse en casita, o ir al cine, o etcétera, los domingos.

Mis papis nunca me perdonaron aquello, y yo les comprendo. Siempre me lo echaban en cara, y ya podía hacer yo la pelota de mil maneras distintas, que no había tu tía, y me parece bien, que conste. Bueno, es cierto que aquella vez que me tuvieron un día (un domingo, claro) atado a mi cama mientras Gladis, nuestra corpulenta ama de llaves rusa, me azotaba las nalgas con su látigo de nueve colas y me gritaba “¡desconsiderado, desconsiderado!”, me pareció un castigo un poco excesivo, que además no sirvió para arrepentirme, sino en todo caso para empezar a cultivar en mi pecho cierto espíritu de venganza.

Esa citada venganza, por cierto, se vio culminada años después con el nacimiento de mi primogénito un viernes, lo que me fastidió no ya el domingo, si no todo el fin de semana…
Cayetano Gea Martín

sábado, junio 11, 2005

Las Tierras Baldías

Ante mí se extendía la planicie eterna de los sueños malogrados. No resultaba una visión agradable el contemplar aquellas tierras baldías, ni observar a los escarabajos gigantescos fabricar bolas con los restos de los cadáveres putrefactos que moran en mi armario. Entre amigos muertos, cenizas, escombreras para los sueños caídos y pequeños volcanes en erupción, aquellos ciegos insectos de ébano continuaban infatigablemente con su labor, mientras la roja lava se reflejaba en su exoesqueleto quitinoso.

¿Qué significa esta visión que suena a maléfico trapecio de circo que divide mi alma en cielo e infierno a partes iguales? ¿Qué significan estas frases patéticas soltadas a toda ostia, al ritmo de mis pensamientos? ¿Por qué y por quién se tiñe mi visión de rojo hoy? ¿Por qué siento que nada me queda y que he sido a la vez víctima y verdugo? Recuerdo la condena a muerte a la que asistí ayer, también en un valle rodeado de escarabajos, pero bañados por la luz de la luna muerta. ¿No es horrendo que un objeto tan encandilador como nuestro familiar satélite sea un cadáver pétreo flotando en el espacio?

Ahora mismo, lo único urgente es ir de frente con mi poca verdad. Los demás tienen ya suficiente con su miedo y su libertad (Bunbury).

Escribo estas líneas como desahogo para intentar buscarle un sentido a lo que les queda por vivir a mis compromisarios perdidos, las canto como homenaje a las encrucijadas de mal final, con el amor inmoral como premio absoluto… Pase por la caseta de feria de la Madre Entropía, hágame el favor, que le cambiamos la amistad por tres disparos con su corazón por diana.

Cuando la tormenta de cerebros mojados de egoísmo (el primero el mío) amaine, volveré a plantearme determinadas cosas y a obrar en consecuencia. De momento, la granada que ha divido al curioso grupo de peregrinos en mutilados drogadictos del presente, me impide razonar y me incita a escribir así, a golpe de traición tras traición. Mientras, la vida sigue pasando por los corazones sordos, ciegos e inmaduros de nuestra puta generación.
Cayetano Gea Martín

lunes, junio 06, 2005

El holandés errante, Capítulo Nueve y Final

¿Cómo narrar los hechos sin caer en lo fácil, en lo obvio, en lo simple? ¿Cómo explicar el horror y la miseria? ¿Cómo, sin ser Manuel VanHerden, se puede sentir lo que él debió sentir en aquel fatídico momento? Manuel no desapareció. Seguía con nosotros. Manuel seguía vivo a pesar de que Azazel había cumplido, en teoría con su palabra…

¿Cómo era eso posible? Ante mis ojos, contemplaba el estupor que asomaba en el rostro de aquel descendiente de un holandés que desembarcó en el puerto de Barcelona. Su mirada, perdida hacia dentro de sí mismo, hacia el cosmos infinito que giraba dentro de él, permanecía en blanco, mostrando en su rostro el mayor estupor del mundo, el mayor dolor que puede existir: el terrible dolor de estar vivo.

Con su balbuciente inteligencia de dios amnésico, sólo fue capaz de atisbar un atisbo de verdad cuando Azazel, sonriente, proclamó triunfante “por supuesto”, a la pregunta de Manuel. Asqueado de tener razón, consiguió reunir la fuerza suficiente para preguntarle al pequeño demonio:

MANUEL.- ¿Por qué… sigo… aquí?

(Silencio. Azazel elimina la sonrisa pérfida de su rostro. Adusto y fatigado, se prepara para responder a Manuel. Su ceño denota la intención de pronunciar una larga perorata que no le apetece lo más mínimo)

AZAZEL.- Sigues aquí porque nada en este cosmos muere. Porque no existe el final para el peso constante de la materia del universo. Intenté darte muerte en todos los universos de la creación sin éxito, como sospechaba desde un principio. No te lamentes en exceso, creo que he tenido éxito en todas las realidades paralelas a ésta. He evitado tu existencia en la gran sangría de los multiversos. Infinitos pasados, presentes y posibles túes han desaparecido del mapa cuatridimensional de la existencia, pero no tú, el tú de esta realidad. Tú seguirás vivo. Si te hubieras conformado con una muerte corriente y anodina, como el resto de las criaturas que pueblan el mundo, tu destino se podría haber acercado más a tu propósito. Pero ahora, por tu avaricia entrópica, estás condenado a permanecer vivo por toda la eternidad. Al obligarme a concentrar el espectro de tu existencia en un solo ser, todos tus túes se han solidificado en tí. Albergas en tu interior la realidad de millones de realidades extintas. Nunca podrás morir. Estás condenado a vagar hasta que el universo implosione. Y cuando ese momento llegue, cuando todo se concentre en un solo punto de densidad infinita, ahí seguirás tú, o mejor dicho, tu mente. Entonces, inmortal y envuelto en la oscuridad de la nada, un solo pensamiento acudirá a tí… el más lógico… que se haga la luz. Y la luz se hará y vivirás para contemplar el nacimiento de un primer día, como llevas haciendo desde siempre. Esta conversación, este punto de inflexión en tu vida, se repite desde hace eones. ¿Por qué crees que en tu pecho siempre ha anidado la idea de la muerte? Para poder llegar a este punto otra vez. Dentro de un espacio de tiempo infinito menos unos minutos volveremos a vernos. Hasta entonces, disfruta de tu insoportable eternidad del ser. Ahora vuelvo a mi hogar, al infierno. Supongo que lo encontraré en gran agitación, en plena campaña electoral, ya que nuestro antiguo amo acaba de morir…

MANUEL.- ¿El demonio ha muerto?

AZAZEL.- Claro. Murió con el resto de tus versiones y ahora vive dentro de tí, como todas. Al fin y al cabo, Lucifer proviene de Dios…


Maldición. Lo he visto antes, en 1986: un colapso parcial del multiverso. Varios universos se fundieron en uno… múltiples tierras ocupando el mismo espacio.

Warren Ellis – Noche en La Tierra
Cayetano Gea Martín

jueves, junio 02, 2005

Pierradas I



Frigosexo de fresa

-No hay nada como un buen helado de fresa -me comentó Pierre Menard mientras engullía el número diecinueve en aquella soleada tarde parisina. –Ni tan siquiera el sexo es comparable a este gélido placer. –Hombre –exclamé yo –creo que el sexo produce bastante más placer, ¿no? –Mmm… -meditó Pierre –tienes tazón, obviamente. Y por eso, desde que me dejó mi esposa, me tomo los helados de fresa de veinte en veinte…


Nosilabismos (I)

De toda la (breve) obra de Pierre Menard, siempre preferí su producción poética, en especial, su afamado “Poema Inexistente”, que, con el permiso expreso del autor, reproduzco a continuación:

Poema Inexistente








Como se puede observar, el poema consta de ene versos nosilábicos que riman todos entre sí y a su vez entre ninguno.


Los muertos maleducados

-¿Qué es lo que más odia de la muerte? –le pregunté a Menard tras cuatro absentas. –Los muertos –contestó –los muertos y su persistente manía a estar callados como muertos, me resulta de lo más irritante. Y no hablo de los cadáveres ya descompuestos o en ello, no. Si no de los que acaban de fallecer y por ende, aún conservan todos sus órganos para hablar y no lo hacen. –Pero es que… ¡están muertos! –repliqué yo, consciente de que la verdad y la ciencia estaban conmigo… -¡Valiente excusa! –exclamó un furibundo Pierre -¡Yo estoy vivo y sin embargo puedo hacerme el muerto! ¿Por qué no va a poder un muerto hacerse el vivo? Me resulta, a todas luces, una postura muy maleducada.


Nosilabismos (II)

El pasado jueves veintisiete de mayo, el Sr. López Villagorda, natural de Madrid, escribía una breve pero intensa crítica al “Poema Inexistente” de Pierre Menard, en la revista “Cuentos y Cuentistas”, de la que es frecuente colaborador. Dicha crítica dice así:

¡Sólo existe el título!

Pierre Menard nos vende un poema en el que no ha escrito nada.
Pierre Menard es un sinvergüenza y un caradura.

López Villagorda



Al citado caballero se le puede refutar muy fácilmente. Cabe decir, por su inexistencia a priori, que Pierre Menard no ha escrito nada, pero ¿es eso o por el contrario lo ha escrito todo? Este poema es el primer caso de poesía libre y eterna, de belleza infinita a descubrir por el lector, del cual dependen la ejecución e interpretación del poema, de la que Pierre no se hace responsable, prejuzgando al lector como una criatura inteligente. Por ello, no debe sorprendernos que gente pobre de imaginación literaria, como el Sr. Villagorda, se vean condenados por sus propias carestías.


De profundis

La eternidad, entendida como todo aquel objeto kantiano perdurable, se expande hacia sus propios e infinitos límites. La definición de Darret queda, pues, lamentablemente descartada. Su modelo de eternidades sucesivas, aunque atrayente, resulta, empero, falaz. Si algo es eterno, como nos dice Siëck, no puede sucederse, ya que lo abarca todo, incluida la eternidad. Podemos, pues, afirmar que no se trata tanto de eternidades sucesivas como de infinitas eternidades concéntricas, lo cual no hace que la eternidad infinitamente última (o de valor cero) sea más pequeña que la eternidad infinitamente primera (o de valor infinito), ya que ambas tendrían el mismo valor y estarían, a la vez, una dentro de la otra, creando la conocida figura en forma de copo de nieve que Ellis definió en… Por fin, y después de trece absentas, la venerable cabeza de Pierre Menard descansa sobre la mesa del pub. Pensaba llevarlo a casa, pero prefiero dejarlo aquí tirado, por esta cefalea que me ha provocado y por inventarse poemas en blanco, ¡que se joda!
Cayetano Gea Martín

domingo, mayo 29, 2005

El holandés errante, Capítulo Ocho

Con gran pavor y odio observaba el demonio el impasible semblante de Manuel VanHerden. En su fuero interno reconoció, muy a su pesar, que realmente se encontraba a merced de él, de ese maldito vástago de aquel maldito holandés errante. Después de varios minutos de silencio en los cuales Azazel meditó las consecuencias que tendría el aceptar la obligatoria propuesta, se dirigió a Manuel en los siguientes términos:

AZAZEL.- Aunque no se lo crea, he conocido a muchos como usted. Orgullosos hombrecillos que se creen más grandes que su propio destino, que creen poder comprender y desentrañar los misterios del cosmos como si de dioses se trataran. Créame, su osadía no quedará sin castigo.

MANUEL.- No sea usted absurdo. ¿Qué castigo se le puede imponer a alguien que desea su total y absoluta muerte?

AZAZEL.- Hay destinos peores que la muerte, amigo mío. Se lo garantizo.

MANUEL.- Por sus patéticas amenazas debo creer, pues, que ha aceptado mi propuesta, ¿no es cierto?

AZAZEL.- Así es. Aún en contra de todo lo que creo y defiendo, así es. No me deja usted elección. Pero le prometo que le pesará.

MANUEL.- Bah, palabras. Hágalo, pues, invoque a todas las energías necesarias, a todos los tormentosos espíritus del caos que hagan falta para enterrar las manos en las arenas del tiempo y extraer de ellas lo que preciso… ¡mi desaparición de todo universo conocido! Hágalo, maldito sea, ¡hágalo de una vez! ¡Retroceda en el tiempo e impida que mi abuelo conozca a mi abuela! ¡Ahóguelo en el mar! ¡Lo que sea, pero hágalo! ¡No soporto ni un minuto más esta existencia!

AZAZEL.- Como desee, amigo mío. Lo voy a hacer de inmediato. ¿Desea usted despedirse del universo?

MANUEL.- Desearía más bien destruirlo por completo. Desearía eliminar toda la creación, este monstruoso caos que llamáis vida y al que os aferráis como los parásitos que sois. Me encantaría que todo desapareciera conmigo. Pero me he de conformar con sólo mi persona. Y no lo repetiré, amigo mío. No voy a despedirme, ni quiero saludar al respetable, ni quitarme el sombrero, ni soltar un discurso para la posteridad: sólo quiero morir. Y quiero morir ya.

AZAZEL.- A sus órdenes…

El demonio se aferra a los barrotes de la jaula y cierra los ojos mientras entona una plegaria de palabras incomprensibles, arcanas, malditas. Todo a nuestro alrededor tiembla y se pliega, se difumina, gira. Al cabo de cierto tiempo (¿minutos, días, siglos?), todo se queda en calma.

AZAZEL.- Ya.

MANUEL.- ¿Cómo que ya? ¡Sigo aquí!

AZAZEL.- (Sonriendo triunfante) Por supuesto…
Cayetano Gea Martín

jueves, mayo 26, 2005

MEDIO KILOGRAMO DE MARXISMO


¡Hola, Carlos! Qué bien que hayáis podido venir Luisa y tú. Le comentaba a Andrés, precisamente, la de tiempo que hacía que no quedábamos los cuatro y salíamos por ahí. ¿Os gusta el restaurante? Mi primo, el diputado, fue el que nos lo enseñó. Es un sitio al que suelen venir a comer muchos parlamentarios del PSOE y de IU. Está muy bien, ya veréis. Alta cocina pero nada cara. Bueno, pagas lo que comes, es decir, pagas bien, pero lo que tomemos hoy lo haces en algún restaurante pepero de la Castellana y ya me dirás a lo que te asciende la broma. Y no es cuestión de tener más o de tener menos dinero, si no de pagar el dineral que pagan los fachas por malcenar, con la de niños que hay por ahí muriéndose de hambre. Qué gentuza, te lo digo así. Gentuza. No tienen ningún tipo de conciencia social, ni se preocupan por las clases menos favorecidas ni nada. Son todos un atajo de fachas

Egoísta. Eso es lo que me llamó la señora por querer faltar el miércoles a la casa. Egoísta, como si fuera un capricho. Bueno estaría que el día en que mi pequeña hace su primera comunión, su madre, en vez de estar en la casa de Dios, esté limpiando retretes en casa ajena. Egoísta me llamó. Y luego me enseñó un libro horrible de un tal Marx en el que aparecen un montón de cosas malas sobre la Iglesia que yo desconozco y no entiendo. Mi señora me dice que me eleve sobre mi propio ser y que sea yo misma, o algo así. El caso es que al final la dije que me iría igualmente a la comunión de mi hija, que se lo comentaba solo por educación, y me dijo que si salía por esa puerta que me olvidara de volver a pisarla, por lo que al final tuve que

Capitular en un estado medio, de inferioridad humana. Ayer, la simiente vertida del hombre se convirtió en irritantes flores alérgicas. Hoy, las manos tendidas al mundo no consiguen hallar la forma de romper este sortilegio, de salirse de la Rueda de las Cosas, de hallar el camino

Medios. Éso es lo que nos hace falta para continuar con nuestra lucha. Más medios. Y mayor concienciación ciudadana. ¿Más vino, cariño? Está bueno este reserva riojano, la verdad sea dicha. Para los vinos, La Rioja, está claro. Bueno, como decía: nos hacen falta más conciencia de clase. Fijaos en nosotros, por ejemplo. ¿Creéis que unos del PP iban a meter en su casa a una extranjera, como hemos hecho nosotros? Bueno, sí que lo hacen, tienes razón, Carlos; pero los explotan vilmente. ¿Te están gustando las angulas, por cierto? Pues eso, nosotros, la izquierda, tratamos a todo el mundo sin discriminación. Malena, que así se llama la señora que está en nuestra casa, es un cielo. Y está contentísima y muy agradecida de estar aquí. Normal, si con lo que gana en nuestra casa en un día daba allí de comer a toda su

Familia. Añoro mucho a mi familia. Menos mal que mi niña se vino conmigo y nos apoyamos la una en la otra. Pero mi marido, mi otro hijo y mis padres quedaron allá, en Ecuador. Intento enviarles todo el dinero que puedo, pero lo que gano no me da para mucho más que alimentarnos a mi hija y a mí. Si la señora me hiciera el gran favor de interceder por mí para que pudiera conseguir los papeles, las cosas cambiarían bastante. Pero la señora no quiere. Me pregunta si quiero ser esclava del sistema. A lo que yo le respondí que si eso significaba vivir como ella, sí, claro, por supuesto. No debí decirlo. Me regañó tan alto y con palabras tan desagradables que pensé que me pondría en la calle. Su marido no decía nada, menos mal. Que bien sé yo que es él el que manda en esta casa, a pesar de que no se le oiga nunca. No, el seguía haciendo que leía un libro titulado El Anticristo, de un tal Nietzsche, mientras dejaba a su mujer que me gritara. Cuando se calmaron las aguas, el señor se levantó, dejó el libro en la estantería y me dirigió una de sus miradas de reproche que me hacen sentir encima

Culpables somos todos los malditos seres humanos que permitimos que La Rueda siga girando de manera infinita, mientras seguimos dándole pipas al hámster para que no pare, para que no pueda decidir por él mismo. De vez en cuando nos gusta asomarnos a su jaula y jugar un rato con él, hacer que haga el tonto y acariciar su pelo suave. Pero obviamos su existencia a los cinco minutos de la farsa y continuamos con nuestras vidas tan huecas como la suya, dando vueltas y más vueltas en una rueda mucho más

Grande. Grande es el favor que le pensamos hacer a Malena, ¿verdad, Andrés? Queremos que sea la criatura libre que sabemos que puede ser. Liberarla de ese atraso horrible que los Estados Unidos han impuesto en toda Latinoamérica. Para ello, hemos decidido arreglarle los papeles y que sea ciudadana española con todas las de la ley. Qué gran labor ha hecho José Luis con los inmigrantes, qué gran labor. Más de un pepero tiene que estar rabiando, como llevan rabiando desde hace más de un año, claro. Nosotros queremos que Malena se sienta como lo que es, igual que nosotros. Que sepa que soy su amiga, no su jefa, o su ama, o lo que sea que se hagan llamar las pijas del PP. Nosotros creemos en algo más. Creemos en la lucha de clases, en una labor que ha de continuar y seguir. Si no, caeríamos en la hipocresía más descarada. No, nosotros creemos que todos somos iguales, y como tal debemos

Actuar. A la señora se le da muy bien actuar delante de las visitas, dándoselas de caritativa y de solidaria. Es muy fácil serlo cuando se vive como vive ella, claro. Si yo fuera ella, no digo yo que no hiciera lo mismo, pero por lo menos que no me trate de imbécil, que no me dé ese trato de fingida igualdad que sólo denota su superioridad hacia mí. Superioridad que manifiesta constantemente. Hoy, sin ir más lejos, después de la bronca del otro día por lo de mis papeles y lo de la comunión de mi pequeña. Siempre pensé que su falsedad la impediría hacer lo que hizo: amenazarme con llamar al servicio de inmigración. Su desprecio me

Duele, siempre duele, por mucho que te hagan creer que el mundo es así y que tienes que acostumbrarte, que para eso eres el tercer mundo, coño, así que a tragar, que luego morirás y estarás a la derecha de Dios mientras el cabrón del señorito se quema en la gran parrillada del infierno. Así que a joderse, que así son las cosas y nadie las va a cambiar. Y nada de soñar con un mundo mejor lejos de la miseria de casa. No existen los paraísos terrenales para los hijos de dioses menores. Lo que es, lo que existe se llamaba antes esclavismo, aunque ahora se le busquen nuevos nombres que suenen mejor. Así que déjalo todo y vente para Europa, donde por el mismo precio que te cobrará la mafia de tu país para que llegues aquí tendrás una carretilla o una fregona que empujarás como si te fuera la vida en ello. Pero, ey, la situación será siempre mejor que como era en tu tierra, por lo que te conformarás y resignarás. ¡Lo conseguiste! ¡Ya eres uno más! ¡Bienvenido!

Cayetano Gea Martín

viernes, mayo 20, 2005

Los paraísos perdidos, 2 de 2

Me bajé, pues, en mi parada (Gregorio Marañón, para los puristas de las localizaciones) con mi cuerpo de apenas veintiséis años proyectando la sombra de un anciano sobre aquel anuncio de vuelos a Alemania, Berlín, por 35 euros. Miré para atrás, intentando localizar a esa luz que se me iba para no volver jamás, cuando, oh, sorpresa, atisbé su pelo entre la gente que bajaba del vagón (de nuestro vagón, de la única habitación que compartimos).

¿Cómo describir la felicidad de drogadicto que sentí al volver a ser poseído por su luminosidad? ¿Cómo enumerar los infantiles planes que mi mente elucubraba a toda mecha? Decidí seguirla, sí, seguirla y atreverme a decirle algo. Abrirle la puerta de la salida del metro, esperar ahí, sujetándola e intentando esgrimir mi sonrisa más atractiva, o en su defecto, de niño bueno, de persona en la que se puede confiar.

Allí estaba, por allí se venía. Esplendorosa. Ahora, además, la veía caminar con unos ligeros y decididos saltitos de colegiala. Una diosa, una diosa entre cerdos que nos revolcamos envueltos en nuestros ordenadores, en nuestros libros, en nuestros DVDs. Ella avanzaba hacia mí. Y cada paso era un poema, una oda. Cada zancada podría crear un universo infante dedicado a la contemplación y al estudio de su cuerpo. Si estuviera terminando una carrera de ciencias (o cualquier carrera, ya puestos) tendría seguro sobre qué haría mi tesis. ¡Oh, qué rotundamente hermosa era! Sería su esclavo sin poner pegas. Ahora mismo, ya. ¿Dónde están mis cadenas? Oh, cruel ama…

Un empujón violento y sin paciencia me sacó de mi ensimismamiento adolescente. Indignado, alcé la vista para observar al ejemplar más feo de mujer que jamás he visto. Ante mí se alzaba una mole tocinera y calva de edad indefinida, aunque por las pintas supuse que no sería muy mayor, lo cual me aterraba, ya que no llegaba a concebir a aquella criatura en un estado peor. Lo más terrible fue contemplar la ristra de tatuajes con simbología nazi que recorría su cuerpo. Mi increiblemente deductora mente proyectó ante mis ojos el anglicismo skinhead, por lo que procuré dejar de mirarla con tan descarada cara de asco.

Mejor aún, decidí fijarme sólo en el ángel que tenía delante de mí y que, oh, fortuna, ¿acaso me sonreía? Su boca se iba ensanchando cada vez más, hasta que con los ojitos reverberando en llamas de felicidad, me dijo: “¿Qué pasa, so guarra?”, en una voz ronca, masculina y chabacana. Cuando acto seguido se abrazó a la bulldozer fascista que me empujó, y comenzaron a juguetear sus lenguas, deduje brillantemente que a lo mejor no era a mí a quién sonreía. Abandoné lo más rápido que pude la escena, sin poder evitar escuchar a la antaño diosa y madre de mis hijos proferir las palabras más soeces que jamás se oyeran en este universo.

A pesar de lo que la gente piense, soy un tío positivo y optimista, y decidí, después de años de tratamiento con electroshocks, sacarle partido a la experiencia. Ya que no otra cosa, los hechos narrados me sirvieron para no volver a juzgar, para bien o para mal, a la gente por su aspecto físico. Ah, también aquella mañana fue cuando mi adolescencia murió del todo, en aquel andén de Gregorio Marañón, línea diez, dirección Fuencarral.

Por la noche, una de las señoras de la limpieza barrió mi recién fenecida adolescencia con su enorme escoba y la depositó en un contenedor de color gris, que es donde se separan para su posterior reciclaje (para fabricar relojes, llaves, insomnios y tranquilizantes) las ilusiones perdidas que mueren a los pies de la monotonía.
Cayetano Gea Martín

jueves, mayo 19, 2005

Estar Güars, Epichode Tré

Hoy no puedo evitarlo... el frikismo me vence y sólo puedo pensar en Revenge of the Sith...

Voy a ducharme y irme cagando mistos al cine a ver el estreno...

PD: Aunque Pedro no lo reconozca, está tan friki hoy como yo... Espero que les esté restregando bien restregado a los de su labo que tiene entradas, jur, jur...

Hale, a los cines en masa y esperemos que no nos decepcione...

martes, mayo 17, 2005

Los paraísos perdidos, 1 de 2

Aquella mañana la mochila donde llevaba la comida que me nutriría a media mañana y la carpeta con los apuntes de inglés (malditos phrasal verbs, que se los lleven todos los demonios) me golpeaba las costillas con mayor frecuencia de la deseada. Las oscilaciones a las que me sometía el reluciente vagón de la línea diez del Metro de Madrid (¡vuela!) fomentaban esta singularidad con respecto ayer a la misma hora.

El resto de mis sensaciones eran las mismas, así como la situación de colapso humano que me hacía pensar en estrechas arterias/vías suburbanas que necesitarían urgentemente disminuir su nivel de colesterol/personas. Lo cierto es que las masas humanas, esas masas de las que nunca nos creemos formar parte, atraen y poseen mi imaginación como pocas cosas en este absurdo universo. La masa se comporta como su número la define acertadamente, es decir, en singular, como un ente pluricelular dotado de conciencia propia.

En esa especie de mitocondrias aborregadas que nos convertimos por las mañanas, en esa masa en la que se permite a cada uno de sus componentes dedicarse a una cosa distinta,

a saber: hablar, leer, escuchar música o mirar a los demás

a sabiendas de que a la hora de la verdad (es decir, a la hora de moverse), se van a comportar todos al unísono, en ese grupo, en fin, se encontraba ella aquella mañana.

No diré aquí, aunque lo piense, que refulgía por encima del resto como una diosa entre mortales, o que un aura de colores iridiscentes la distinguían de las mujeres y hombres grises de su alrededor, u otra cursilada semejante. No lo diré, aunque lo haya dicho para negarlo. Pero lo cierto es que mi mirada se desvió del libro que intentaba leer envuelto en aquel mar de cuerpos hacia ella. Cierto es también que para conseguir distraerme de mi ejemplar de la Eneida hubiera bastado la más mínima distracción, pero no quisiera quitarle importancia a aquella hermosa muchacha.

Lo primero que me llamó la atención fue que estuviera tan radiante tan temprano, cuando los biorritmos del resto de la gente están barriendo el suelo. Ella aparecía fresca cual lechuga en aquel mar de legañas y de gente con pocas ganas de vivir.

Lo segundo en lo que me fijé fue en su sonrisa, en una linda sonrisa que llenaba de brillo los ojos, y de los ojos, el resto del cuerpo. Cuerpo nada despreciable, por otra parte, o así dejaba traslucir su veraniego atuendo en la rápida y furtiva ojeada que efectué con disimulo.

Era ella, en fin, guapa, radiante y sonriente. Pensé que debía ser una persona que realmente mereciera la pena. Me imaginé colgado de su brazo, o llamándola para decirle qué tal te va hoy en el trabajo, cariño. ¿Yo? Mucho lío, como siempre. Esta noche te veo a la hora de la cena, Un beso, mi niña. ¿Qué hombre no sería feliz con una mujer así? Sin conocerla de nada, me daban ganas de quererla, de abrazarla, de protegerla, de dar todo por ella, y por qué no reconocerlo, de hacer el amor con ella.

La vida, esa carretera tan monótona que de repente se desparrama en curvas, está siendo más bien insulsa conmigo, para qué negarlo. Hasta los mayores placeres se convierten en monotonía con excesiva frecuencia. Aquel monótono día de mi monótona vida creí estar ante un atisbo de otro destino posible. Como tímido que soy (y los que me conocen lo saben), nunca he entendido del todo las reglas básicas del flirteo a las que se aplican el resto de la humanidad como a materia estudidada, por lo que no sabía bien cómo reaccionar ante la visión esplendorosa que quemaba todo a su alrededor, consumiendo vida, tiempo y carne.

Lo cierto es que el otrora lento hoy rápido metro llegaba a mi parada ya. No quería bajarme, en serio. Quería acercarme, hablar con ella, decirle hola, aunque fuera. Decirle que creía que realmente nos caeríamos bien, que seguro que tenía mil cosas en común conmigo, que se atreviera a descubrirlas, que yo podría hacerla feliz si ella quisiera, que volcaría todas mis fuerzas en hacerla sonreír. Este maldito mundo adulto al que todavía no sé si pertenezco anímicamente no me permite lo que deseo. El pudor congénito, las normas, el miedo social a la comunicación, siempre temerosos de los locos, de los desaprensivos, ese miedo que utilizan para tenernos sumisos y bien marcados, todos eso, en fin, me impidió acercarme a ella. No pasa nada, me dije, vuelve a tu vida de libros, de relatos cortos, de trabajos precarios y de carencias afectivas con la cabeza bien alta. Era para romper a llorar o suicidarse. Supongo que como el resto de la humanidad, elegiré el suicidio pasivo de ver morir los días vacíos, con la sensación cada vez más tenue de que alguien me ha tomado el pelo descaradamente.
Cayetano Gea Martín

lunes, mayo 16, 2005

El holandés errante, Capítulo Siete

Como recordará aquél que me lea, corté, sin que fuera esa mi intención, abruptamente el capítulo anterior, justo cuando el demonio se negaba en redondo a la petición de Manuel VanHerden, alegando que no estaba autorizado a realizar algo tan atroz. La conversación restante, continúa así:

MANUEL.- Lamento que encuentre tan negativa mi petición, amigo mío. Pero creo que no ha quedado claro que no se lo estoy pidiendo, se lo estoy ordenando.

AZAZEL.- No está usted en condiciones de exigir nada, señor VanHerden. No tengo porqué cumplir con sus designios.

MANUEL.- Oh, sí que tiene que hacerlo, señor diablo. Si se niega a obedecer, se quedará confinado en la jaula por toda la eternidad.

AZAZEL.- ¿Cree usted realmente que no soy capaz de escapar de aquí si no quiero? ¡Infeliz! Si usted me ha capturado es porque así lo he querido yo.

MANUEL.- ¿Con qué intención?

AZAZEL.- ¡Para poder entregar su alma a los círculos superiores del infierno! Alguien de su categoría se cotiza muy alto aquí abajo. Por eso, no puedo permitir que destruya de esa forma su espíritu.

MANUEL.- Dice usted que puede escapar cuando quiera. Inténtelo, por favor.

AZAZEL.- Nada más sencillo, mi ignorante amigo. Observe.

(Azazel comienza a liberar energía de color rojo y desaparece de súbito tras una corta implosión. A los dos segundos reaparece de nuevo dentro de la jaula)

AZAZEL.- ¿Qué truco es este?

(Lo intenta otra vez con idéntico resultado. Desesperado, comienza a intentar arrancar los barrotes con los brazos, a patadas, a mordiscos. Todo en vano)

AZAZEL.- ¡Imposible! ¡Imposible!

MANUEL.- Nada es imposible, mi mefistofélico amigo. Usted debería saberlo.

AZAZEL.- ¿Cómo lo ha logrado?

MANUEL.- Esta jaula anula por completo las energías demoníacas. Cualquier intento de utilizarlas, sólo valdrán para dejarle a usted exhausto.

AZAZEL.- ¡No es posible!

MANUEL.- Oh, mucho me temo que sí. Está aquí, atrapado. Como yo en este infierno que ha hecho materializarse a nuestro alrededor, podrá usted aducir. La diferencia es que yo deseo mi muerte, por lo que el hecho de permanecer encerrado aquí me la trae al pairo. Pero usted, mi querido amigo, permanecerá conmigo, encerrado en esa jaula hasta el fin de los tiempos, ya que sólo se abrirá su candado energético cuando yo muera. Así que, ¿qué va a ser?
Cayetano Gea Martín

viernes, mayo 13, 2005

Alice

Alice apareció en mi vida cuando menos me lo esperaba. Nuestros caminos se cruzaron al azar aquella semana en que Madrid se vio cubierta de nieve, como el color alabastrino de la piel de Alice.

¿Qué podría decir? Sus tretas y sus encantos consiguieron volverme sumiso y manejable. Yo, siempre tan orgulloso y altivo, fui apenas un pelele entre sus manos y piernas durante aquellos cuatro benditos/malditos días.

¡Qué de promesas vanas me hizo! ¡Qué de juramentos vacuos de niña mimada y mimosa de las antípodas! Y yo, incapaz de manifestar lo que sentía por ella de forma total y completa, debido a mi dominio no absoluto de su idioma.

Me llamaréis débil, pero ¿quién no se dejó arrastrar alguna vez tras cantos de sirena? ¿Quién, en esa mala hora, en esa hora triste de desesperación en la que la cama se nos antoja demasiado grande y solitaria, quién, digo, no ha cedido a las quimeras de una noche de pasión?

Recuerdo a Alice subiendo las escaleras hacia mi buhardilla, donde se encuentra este ordenador del que ahora mismo surgen estas palabras digitales. La recuerdo sentarse a mi lado, con las mejillas doradas por la luz de la lámpara, con los hermosos ojos verdes y su blanca piel que traía perfumes de lejanas tierras, el aroma a planicie australiana cargada de rubio heno.

Recuerdo nuestras lenguas jugando entre ellas. Recuerdo alzarla de la silla y encerrarme con ella en mi lecho. Recuerdo contemplar el contraste de color entre nuestros cuerpos. Recuerdo una noche muy larga y apasionada. Recuerdo gemidos bilingües. Recuerdo un amanecer de abrazos. Recuerdo una despedida a la francesa.

Reconozco los dos o tres días posteriores de duelo. Pero al fin de cuentas, nuestro amor era imposible, máxime cuando nunca hubo amor, al menos, por su parte. Por la mía aún dudo. Pero haciendo inventario con el corazón (acaso el único inventario que merezca la pena) , debo ser agradecido con Alice. Me ha devuelto la seguridad y la confianza en mí mismo. Como una hermosa y joven ave de paso, desplegó sus alas y me cubrió con ellas apenas una noche. Suficiente.

¡Oh, hermosa Alice! Gracias, en parte, a tí puedo encarar los cuatro años que me restan de veintena con optimismo. Pensaba ya que serían una cuesta abajo por la que iría rodando de cabeza hasta los treinta.

¡Oh, rotunda Alice! ¡Qué bella eres! Hermosa y vacía al mismo tiempo. Eres como un puzzle de sublimes piezas, pero careces de conjunto. Por ello, te dedico estas malas líneas. Con ellas te absuelvo de mi vida. Como dice Serrat, me gusta todo de tí… pero tú no.
Cayetano Gea Martín

martes, mayo 10, 2005

Los restos del naufragio

¿Qué nos quedará después, ahora que el barco se hunde?
¿Quiénes sobreviviremos?
¿Qué nos queda?

Los restos del naufragio
quedaron esparcidos
o desaparecidos
o rotos.
Enrique Bunbury

Cayetano Gea Martín

miércoles, mayo 04, 2005

El holandés errante, Capítulo Siete

Como recordará aquél que me lea, corté, sin que fuera esa mi intención, abruptamente el capítulo anterior, justo cuando el demonio se negaba en redondo a la petición de Manuel VanHerden, alegando que no estaba autorizado a realizar algo tan atroz. La conversación restante, continúa así:

MANUEL.- Lamento que encuentre tan negativa mi petición, amigo mío. Pero creo que no ha quedado claro que no se lo estoy pidiendo, se lo estoy ordenando.

AZAZEL.- No está usted en condiciones de exigir nada, señor VanHerden. No tengo porqué cumplir con sus designios.

MANUEL.- Oh, sí que tiene que hacerlo, señor diablo. Si se niega a obedecer, se quedará confinado en la jaula por toda la eternidad.

AZAZEL.- ¿Cree usted realmente que no soy capaz de escapar de aquí si no quiero? ¡Infeliz! Si usted me ha capturado es porque así lo he querido yo.

MANUEL.- ¿Con qué intención?

AZAZEL.- ¡Para poder entregar su alma a los círculos superiores del infierno! Alguien de su categoría se cotiza muy alto aquí abajo. Por eso, no puedo permitir que destruya de esa forma su espíritu.

MANUEL.- Dice usted que puede escapar cuando quiera. Inténtelo, por favor.

AZAZEL.- Nada más sencillo, mi ignorante amigo. Observe.

(Azazel comienza a liberar energía de color rojo y desaparece de súbito tras una corta implosión. A los dos segundos reaparece de nuevo dentro de la jaula)

AZAZEL.- ¿Qué truco es este?

(Lo intenta otra vez con idéntico resultado. Desesperado, comienza a intentar arrancar los barrotes con los brazos, a patadas, a mordiscos. Todo en vano)

AZAZEL.- ¡Imposible! ¡Imposible!

MANUEL.- Nada es imposible, mi mefistofélico amigo. Usted debería saberlo.

AZAZEL.- ¿Cómo lo ha logrado?

MANUEL.- Esta jaula anula por completo las energías demoníacas. Cualquier intento de utilizarlas, sólo valdrán para dejarle a usted exhausto.

AZAZEL.- ¡No es posible!

MANUEL.- Oh, mucho me temo que sí. Está aquí, atrapado. Como yo en este infierno que ha hecho materializarse a nuestro alrededor, podrá usted aducir. La diferencia es que yo deseo mi muerte, por lo que el hecho de permanecer encerrado aquí me la trae al pairo. Pero usted, mi querido amigo, permanecerá conmigo, encerrado en esa jaula hasta el fin de los tiempos, ya que sólo se abrirá su candado energético cuando yo muera. Así que, ¿qué va a ser?
La vida es una buena película con un mal final.
Cayetano Gea Martín
Cayetano Gea Martín

domingo, mayo 01, 2005

Mater



Dedicado a Néstor, por mostrarme la locura espiroforme de Junji Ito…

Loca. Desde que la conocí lo supe. Loca de atar. Obsesionada. Quería tener hijos. Lo deseaba, lo necesitaba. Mataría por tenerlos, me decía temblando de deseo. Por ello me vaciaba como un frasco. Me obligaba a fornicar con ella seis, siete veces diarias. Me repugnaba siquiera tocarla. Enorme. Loca. Obsesionada. Estéril. Fue lo que dijo el ginecólogo. Es usted estéril, señora. Plantéese la adopción. Estallido de furia. Mesa de ginecólogo volando por los aires. ¡Maldito cabrón, no vuelvas a decir digas eso! ¡Quiero procrear, necesito un hijo! ¡Quiero sentir la vida latiendo dentro de mí! ¡De mí! ¡De mí!

Tres meses después. Locura en fase creciente. Acunando osos de peluche, intentando que mamen de su seco pecho. Ruidos de los vecinos. Algarabía. ¡La vecina ha tenido un niño rubio, precioso! ¡Se oye a la madre y al padre llorar de felicidad! ¡Injusticia!, proclamó ella a voces, ¡injusticia del destino! ¡Sólo deseo tener un hijo! ¡Ella no se lo merece! ¡No, esa estúpida zorra que tengo por vecina, no! ¡Esa alegría debería ser mía por justicia! ¡Justicia!

Internamiento. Frenopático. Un año de tratamiento psiquiátrico. Vuelta al hogar. Tranquila, ojerosa, drogada. La siento en su sillón. Bajo un segundo a ingresar un cheque. Supongo que estará bien, quieta, sedada. Beso en la frente pálida. Hasta ahora. Puerta que se cierra. Clonc. Vecinos. Vecinos, vecinos. Los oigo. Se ríen. Se ríen de mí. Saben que no puedo, que estoy seca. Se ríen. Yerma. Hijos de puta. Lo necesito, oh, buen Dios. Un niño. Un niño dentro de mí, hijos de puta. Se ríen. Lo necesito, ¡oh, cuánto lo necesito! Un niño dentro de mí. Dentro de mí, dentro de mí, ¡de mí!

Subo la escalera. Premonición. Sillón vacío. Gemidos en el baño. Sangre. Rastros de sangre. Me detengo ante la puerta entreabierta. Siento miedo y frío. La oigo llorar de dolor y de felicidad. Ya soy madre, dice. Me estremezco y envejezco dos años. Cinco años más cuando abro la puerta y contemplo. Horror. Espectáculo nefando. Creo desmayarme. Ahí está. Ahí está ese monstruo maldito, esa imposible madre. Tirada en el suelo, rodeada de coágulos de sangre. A su lado, una bola de sebo amarillo cubierta de rojo. Y ella sonriente y sudorosa. Y su vientre hinchado, hinchado. Su vientre, partido en dos por una cicatriz. Enorme cicatriz que nace en el pecho y muere en el pubis. En canal. En canal. Cicatriz reciente, herida cerrada con una grapadora. No cabía, dice. No cabía mi bebé dentro de mí… tuve que sacarme la grasa de mi barriga para que entrara. Me duele mucho, mucho, pero ¡soy tan feliz! ¡Tengo un bebé! ¡Un bebé! A un lado veo un montoncito de ropa. Ropa de niño pequeño. De niño de un año. ¡Ella no se lo merecía!, dice. ¡Yo deseaba un bebé más que nada! ¡Sentir vida dentro de mí! ¡Ahora lo siento! ¡Lo siento! Miro su barriga. Algo se mueve dentro de su barriga. Algo que gime y sufre. Horrorizado, voy de su hinchado vientre a los ojos del monstruo. El monstruo me mira y su sonrisa de dolorosa felicidad se ensancha. Pero algo hace que, poco a poco, la pierda. Ahora tiembla de miedo y balbucea. N… no que… quería… Sólo quería un bebé... Lo metí dentro de mí... Pero no quería hacerle daño… Me saqué la grasa… Aún no cabía… Aún no cabía… Que Dios me perdone… El monstruo se desmaya o se muere entre lágrimas. Reparo por vez primera en la bañera. Lo que veo me desbarata la mente. Dos pares de bracitos y piernas. Veo dos pares de brazos y piernas de niño tiradas en la bañera. Parecen arrancadas de cuajo. Contemplo la barriga del monstruo. El niño se agita en su tormento. El niño llora de sufrimiento eterno. El niño de la vecina, engullido por la barriga del monstruo que es mi mujer, ¡con los brazos y las piernas segmentados mientras continúa moviéndose dentro y profiriendo los más horribles gemidos que nadie escuchó jamás!


- ¡Ah, qué frío! ¡Qué frío! ¡Ojalá pudiera volver!
- Y que lo digas… Yo también quiero volver… A ese sitio tan cálido…
- Sí… Flotando en el líquido amniótico se estaba tan bien…
- Quiero volver al útero de mamá.
- ¡Ahí es donde mejor se está!

Junji Ito - Uzumaki
Cayetano Gea Martín

jueves, abril 28, 2005

El holandés errante, Capítulo Seis

Dichosos aquellos ojos que jamás tuvieron que contemplar lo que los desafortunados míos vieron aquel día eterno en mi destrozada memoria.

Como queda dicho, Manuel encaró en final de su conversación con el demonio con el fin de procurarse una muerte definitiva, eterna y atemporal. Con esto en mente, continuó su plática:

AZAZEL.- ¿Y qué me quería usted pedir, si puede saberse?

MANUEL.- Bien. Llegamos al momento de la praxis. Escuche atentamente…

AZAZEL.- Le escucho.

MANUEL.- Lo que yo quiero pedirle es realmente simple e irrisorio para alguien de su potencial mefistofélico, para alguien de su grandeza demoníaca…

AZAZEL.- Empieza a agotar mi de por si poca paciencia, amigo mío. ¿Qué me quería pedir? ¡Pare quieto de una vez y dígamelo!

MANUEL.- Está bien, ahí va: Quiero que haga naufragar el barco mercante que, años ha, trajo a mi abuelo a las costas de esta ciudad.

AZAZEL.- Pero, entonces…

MANUEL.- Exacto. Si mi abuelo no llega a Barcelona, no conoce a mi abuela y por consiguiente, yo no nazco.

AZAZEL.- Querido amigo, ¡usted busca su completa y absoluta destrucción! ¡Busca una no-existencia en tiempo y espacio!

MANUEL.- Correcto. Será como si nunca hubiera existido, que es lo que quiero: el no haber existido jamás.

AZAZEL.- Eso es imposible e irrealizable. Si yo lo hago y consigo que usted no haya existido nunca, ¿cómo habré tenido entonces esta conversación con usted? Nunca la hubiera tenido y por lo tanto, usted no me hubiera pedido nada, porque no existiría, con lo cual se crearía un bucle espacio-temporal que haría peligrar los cimientos mismos de la realidad.

MANUEL.- No estoy de acuerdo. Si yo no existo, esta conversación y todo lo relativo a mi persona desaparecerá, se borrará de las mentes de todos, como de mis amigos aquí presentes. Nunca podrán afirmar que me conocieron, porque nunca habré existido. Éso es lo que quiero. Éso es lo que le exijo.

AZAZEL.- Es algo muy peligroso, señor VanHerden, jugar así con el tiempo. Las implicaciones se elevan siempre al infinito y rompen la cohesión temporal. No sólo le atañe a usted, sino a todo el universo. Si yo le hago desaparecer del plano de la existencia, usted desaparecería de la mente de sus amigos, con lo que éstas se verían modificadas también. A su vez, aquellas personas que no le conocen pero que han oído hablar de usted por terceros también sufrirían cambios. Y así se va agrandando el círculo hasta sacudir a toda la creación. Es como tirar una piedra en el estanque del universo. ¡No estoy autorizado a realizar algo tan atroz!

__________

Lamento la interrupción en la narración. Las drogas que me han dado hace un rato comienzan a favorecer tanto al sueño como a la producción de saliva, y me resultaría desagradable que este cartón en el que escribo se convirtiera en un charco de babas, por lo que continuaré cuando pueda. Eso sí, intentaré escribir lo que me queda de un tirón.

Añado ahora una cita de un libro que me leí hace poco… Siempre queda bien fardar de entendido.

Buenas noches.


Pues a través del frágil cristal de mi ojo, el universo entero estaba en mí, y todos sus astros brillaban en mí como si yo hubiera sido el infinito.
Leopoldo Lugones, “Ensayo de una cosmogonía en diez lecciones”.
Cayetano Gea Martín