Alice apareció en mi vida cuando menos me lo esperaba. Nuestros caminos se cruzaron al azar aquella semana en que Madrid se vio cubierta de nieve, como el color alabastrino de la piel de Alice.
¿Qué podría decir? Sus tretas y sus encantos consiguieron volverme sumiso y manejable. Yo, siempre tan orgulloso y altivo, fui apenas un pelele entre sus manos y piernas durante aquellos cuatro benditos/malditos días.
¡Qué de promesas vanas me hizo! ¡Qué de juramentos vacuos de niña mimada y mimosa de las antípodas! Y yo, incapaz de manifestar lo que sentía por ella de forma total y completa, debido a mi dominio no absoluto de su idioma.
Me llamaréis débil, pero ¿quién no se dejó arrastrar alguna vez tras cantos de sirena? ¿Quién, en esa mala hora, en esa hora triste de desesperación en la que la cama se nos antoja demasiado grande y solitaria, quién, digo, no ha cedido a las quimeras de una noche de pasión?
Recuerdo a Alice subiendo las escaleras hacia mi buhardilla, donde se encuentra este ordenador del que ahora mismo surgen estas palabras digitales. La recuerdo sentarse a mi lado, con las mejillas doradas por la luz de la lámpara, con los hermosos ojos verdes y su blanca piel que traía perfumes de lejanas tierras, el aroma a planicie australiana cargada de rubio heno.
Recuerdo nuestras lenguas jugando entre ellas. Recuerdo alzarla de la silla y encerrarme con ella en mi lecho. Recuerdo contemplar el contraste de color entre nuestros cuerpos. Recuerdo una noche muy larga y apasionada. Recuerdo gemidos bilingües. Recuerdo un amanecer de abrazos. Recuerdo una despedida a la francesa.
Reconozco los dos o tres días posteriores de duelo. Pero al fin de cuentas, nuestro amor era imposible, máxime cuando nunca hubo amor, al menos, por su parte. Por la mía aún dudo. Pero haciendo inventario con el corazón (acaso el único inventario que merezca la pena) , debo ser agradecido con Alice. Me ha devuelto la seguridad y la confianza en mí mismo. Como una hermosa y joven ave de paso, desplegó sus alas y me cubrió con ellas apenas una noche. Suficiente.
¡Oh, hermosa Alice! Gracias, en parte, a tí puedo encarar los cuatro años que me restan de veintena con optimismo. Pensaba ya que serían una cuesta abajo por la que iría rodando de cabeza hasta los treinta.
¡Oh, rotunda Alice! ¡Qué bella eres! Hermosa y vacía al mismo tiempo. Eres como un puzzle de sublimes piezas, pero careces de conjunto. Por ello, te dedico estas malas líneas. Con ellas te absuelvo de mi vida. Como dice Serrat, me gusta todo de tí… pero tú no.
¿Qué podría decir? Sus tretas y sus encantos consiguieron volverme sumiso y manejable. Yo, siempre tan orgulloso y altivo, fui apenas un pelele entre sus manos y piernas durante aquellos cuatro benditos/malditos días.
¡Qué de promesas vanas me hizo! ¡Qué de juramentos vacuos de niña mimada y mimosa de las antípodas! Y yo, incapaz de manifestar lo que sentía por ella de forma total y completa, debido a mi dominio no absoluto de su idioma.
Me llamaréis débil, pero ¿quién no se dejó arrastrar alguna vez tras cantos de sirena? ¿Quién, en esa mala hora, en esa hora triste de desesperación en la que la cama se nos antoja demasiado grande y solitaria, quién, digo, no ha cedido a las quimeras de una noche de pasión?
Recuerdo a Alice subiendo las escaleras hacia mi buhardilla, donde se encuentra este ordenador del que ahora mismo surgen estas palabras digitales. La recuerdo sentarse a mi lado, con las mejillas doradas por la luz de la lámpara, con los hermosos ojos verdes y su blanca piel que traía perfumes de lejanas tierras, el aroma a planicie australiana cargada de rubio heno.
Recuerdo nuestras lenguas jugando entre ellas. Recuerdo alzarla de la silla y encerrarme con ella en mi lecho. Recuerdo contemplar el contraste de color entre nuestros cuerpos. Recuerdo una noche muy larga y apasionada. Recuerdo gemidos bilingües. Recuerdo un amanecer de abrazos. Recuerdo una despedida a la francesa.
Reconozco los dos o tres días posteriores de duelo. Pero al fin de cuentas, nuestro amor era imposible, máxime cuando nunca hubo amor, al menos, por su parte. Por la mía aún dudo. Pero haciendo inventario con el corazón (acaso el único inventario que merezca la pena) , debo ser agradecido con Alice. Me ha devuelto la seguridad y la confianza en mí mismo. Como una hermosa y joven ave de paso, desplegó sus alas y me cubrió con ellas apenas una noche. Suficiente.
¡Oh, hermosa Alice! Gracias, en parte, a tí puedo encarar los cuatro años que me restan de veintena con optimismo. Pensaba ya que serían una cuesta abajo por la que iría rodando de cabeza hasta los treinta.
¡Oh, rotunda Alice! ¡Qué bella eres! Hermosa y vacía al mismo tiempo. Eres como un puzzle de sublimes piezas, pero careces de conjunto. Por ello, te dedico estas malas líneas. Con ellas te absuelvo de mi vida. Como dice Serrat, me gusta todo de tí… pero tú no.
Cayetano Gea Martín
2 comentarios:
Gracias, nen...
Bad moment for many things...
Lo que provoca que las musas salten por la ventana en plan suicida y sin despedirse...
Resucitaré como el fénix, pero por ahora toy sosaina...
Gracias por estar
Un abrazo
Pobrecito Kay, q le utilizan... Claro q él se deja, no?
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