LA DAMA DE LAS SOMBRAS
Acostumbrada a no ser libre, se sentía incapaz de soportar tanta cantidad de luz y de aire. Como aquél que sólo conoce un estrecho mundo del tamaño de sus limitadas aspiraciones, ella rechazaba a priori toda aquella pirotecnia de libertad.
La refulgente realidad que suponía Madrid en verano laceraba sus ojos y enturbiaba el resto de sus sentidos, demasiado embotados para traducir tanta información. Como en las convalecencias prolongadas, que dejan sin vida (sin hermosas miofibrillas rosadas abrazándose, pulsantes de vida) las piernas, los brazos y el resto de los habitáculos del cuerpo en los que reina el músculo, así se encontraban los atrofiados y laxos sentidos de Laura aquella mañana en la que recuperó una libertad no deseada, una libertad que llegaba demasiado tarde.
Entonces, empieza a recordar con negra nostalgia los momentos anteriores, cuando la hicieron subir a un vehículo (supone que la misma furgoneta que la raptó), cuando éste comenzó a traquetear por las calles rumbo a su liberación, tras haber pagado su familia el indecente, por cuantioso, rescate.
Mientras entornaba los desacostumbrados ojos para enfocar y contemplar mejor a las estatuas broncíneas de dioses griegos que coronan las cúpulas de pizarra de los blancos edificios la Gran Vía madrileña, comprendió con absoluta certeza que, después de todo lo vivido (o desvivido), se había transformado en una criatura de la oscuridad, en una dama de las sombras.
Golpe.
Calle Serrano. Puerta de la gestoría. Cigarrillo, volutas de satisfacción. Buen trato. Celebración. Tarde en casa. Un chico, quizás. Bang.
Golpe.
Furgoneta. Rostro hinchado. Hombres. Humo y ceniza amarga. Vaharadas de machos cabríos. Toqueteos. Golpes.
Golpe.
Agujero. Ratas. Humedad y suciedad. Ratas, ratas. Cántaro con agua negra. Ratas, ratas, ratas. Voz dulce, distinta, espanta-ratas. Condiciones y proposición. Acuerdo y precio.
Golpe.
Risas. Pasos. Violación. Dolor. Sangre. Violación. Risas. Violación. Golpes.
Golpe.
Golpes. Violación. Sangre. Golpes. Risas. Violación. Muerte, muerte que no llega. Golpes. Violación. Risas. Roturas. Costuras. Sellos. Corazón. Tinieblas. Punto de no retorno. Metamorfosis inversa. De mariposa a gusano. Sombra, sombra, sombra.
Golpe.
Transporte. Venda. Patada. Caída. Ojos. Cielo. Luz. Luz en calles. Sombra en alma. Sombra sin alma.
Después de los abrazos sonoros y de la prensa sorda, después de pronunciar palabras huecas rodeada de odiosos flashes y micrófonos, después de los gordos titulares en arial black que rezaban cosas como “LAURA CANDEÑA EN LIBERTAD”, sin saber que Laura murió lejos, en el mundo de las tinieblas, en una antesala del infierno, y que ahora sólo queda sombra que proyecta sombra, un nuevo (viejo) ser, incapaz de sentir nada por nadie y que sólo quiere morir.
Su hijo es el único que se ha dado cuenta de que aquella criatura coronada de nubes negras no es su madre. En su mente de cinco años, la verdad se abre paso como un escalpelo. Su madre está muerta, y la dama sabe que no hay amor filial ni tratamiento psicológico capaz de resucitarla, puesto que nada de ella queda, salvo negras lágrimas de ceniza.
Acostumbrada a no ser libre, se sentía incapaz de soportar tanta cantidad de luz y de aire. Como aquél que sólo conoce un estrecho mundo del tamaño de sus limitadas aspiraciones, ella rechazaba a priori toda aquella pirotecnia de libertad.
La refulgente realidad que suponía Madrid en verano laceraba sus ojos y enturbiaba el resto de sus sentidos, demasiado embotados para traducir tanta información. Como en las convalecencias prolongadas, que dejan sin vida (sin hermosas miofibrillas rosadas abrazándose, pulsantes de vida) las piernas, los brazos y el resto de los habitáculos del cuerpo en los que reina el músculo, así se encontraban los atrofiados y laxos sentidos de Laura aquella mañana en la que recuperó una libertad no deseada, una libertad que llegaba demasiado tarde.
Entonces, empieza a recordar con negra nostalgia los momentos anteriores, cuando la hicieron subir a un vehículo (supone que la misma furgoneta que la raptó), cuando éste comenzó a traquetear por las calles rumbo a su liberación, tras haber pagado su familia el indecente, por cuantioso, rescate.
Mientras entornaba los desacostumbrados ojos para enfocar y contemplar mejor a las estatuas broncíneas de dioses griegos que coronan las cúpulas de pizarra de los blancos edificios la Gran Vía madrileña, comprendió con absoluta certeza que, después de todo lo vivido (o desvivido), se había transformado en una criatura de la oscuridad, en una dama de las sombras.
Golpe.
Calle Serrano. Puerta de la gestoría. Cigarrillo, volutas de satisfacción. Buen trato. Celebración. Tarde en casa. Un chico, quizás. Bang.
Golpe.
Furgoneta. Rostro hinchado. Hombres. Humo y ceniza amarga. Vaharadas de machos cabríos. Toqueteos. Golpes.
Golpe.
Agujero. Ratas. Humedad y suciedad. Ratas, ratas. Cántaro con agua negra. Ratas, ratas, ratas. Voz dulce, distinta, espanta-ratas. Condiciones y proposición. Acuerdo y precio.
Golpe.
Risas. Pasos. Violación. Dolor. Sangre. Violación. Risas. Violación. Golpes.
Golpe.
Golpes. Violación. Sangre. Golpes. Risas. Violación. Muerte, muerte que no llega. Golpes. Violación. Risas. Roturas. Costuras. Sellos. Corazón. Tinieblas. Punto de no retorno. Metamorfosis inversa. De mariposa a gusano. Sombra, sombra, sombra.
Golpe.
Transporte. Venda. Patada. Caída. Ojos. Cielo. Luz. Luz en calles. Sombra en alma. Sombra sin alma.
Después de los abrazos sonoros y de la prensa sorda, después de pronunciar palabras huecas rodeada de odiosos flashes y micrófonos, después de los gordos titulares en arial black que rezaban cosas como “LAURA CANDEÑA EN LIBERTAD”, sin saber que Laura murió lejos, en el mundo de las tinieblas, en una antesala del infierno, y que ahora sólo queda sombra que proyecta sombra, un nuevo (viejo) ser, incapaz de sentir nada por nadie y que sólo quiere morir.
Su hijo es el único que se ha dado cuenta de que aquella criatura coronada de nubes negras no es su madre. En su mente de cinco años, la verdad se abre paso como un escalpelo. Su madre está muerta, y la dama sabe que no hay amor filial ni tratamiento psicológico capaz de resucitarla, puesto que nada de ella queda, salvo negras lágrimas de ceniza.
Cayetano Gea Martín
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