miércoles, enero 25, 2006

A propósito de...Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante

Dejemos a un lado ideas políticas y de índole personal sobre el autor y centrémonos en lo que interesa, la literatura de Cabrera Infante, que quizá deba más a lo racional (no de forma tan exagerada, claro, como Raymond Roussel) que a lo pasional. Olvidémonos de su altanería y su esnobismo. Fijémonos en su literatura. Y más allá. Olvidémonos de que está muerto y contemplémoslo vivo, en sus obras, que es otra forma de vida más plácida y agradecida.
Tres tristes tigres es ante todo, experimentación y juego. Procede de esa época, los dorados años 60, en la que se escribieron muchas de las mejores novelas en lengua castellana del siglo pasado. Aunque este libro está escrito en cubano, y Cabrera Infante lo advierte en una nota al inicio del mismo.
Los primeros capítulos son de una maestría absoluta: Cabrera Infante domina todos los registros lingüísticos del cubano con una maestría pasmosa, algo así como si un escritor español fuese capaz de introducir a un gaditano, un asturiano y un catalán en una conversación, con todos los matices que caracterizan sus lenguas castellanas respectivas. Por si esto no fuese poco- avanzo varios capítulos y eludo de forma consciente algunos de suprema importancia-su registro del cubano llega hasta los escritores cubanos más importantes, y en una pequeña subregión de la novela aparece el asesinato de Trotsky en Cuba narrado por los más importantes escritores cubanos (Carpentier, Lezama Lima y otros). Estos capítulos juegan un doble papel: el de juego y el de homenaje, algo similar a lo que de vez en cuando ha practicado Cayetano en esta página con Cortázar, con Poe o, sobre todo, con Eduardo Mendoza (aunque esto último es inevitable, ¿qué tendrá ese estilo para ser tan fácilmente asimilable?).
En cuanto al argumento de la obra, claro, lo adivinaréis ya, no existe de una forma definida y clara. Si me obligasen a punta de pistola a definir en pocas palabras el argumento de esta novela, me decantaría por describirla como una fotografía, distorsionada hacia la lírica y el erotismo, de la noche cubana. Los subcapítulos titulados Ella cantaba boleros se intercalan en el texto y allí aparecen personajes inolvidables, especialmente el de la Estrella una cantante de mastodónticas dimensiones que se niega a cantar acompañada de músicos: “Era una mulata enorme, goda gorda, de brazos como muslos y de muslos que parecían dos troncos sosteniendo el tanque del agua que era su cuerpo”. Lo mejor, en mi opinión, el estilo de estos capítulos, ese estilo dinámico, en el que prácticamente no existen los puntos y aparte y las conversaciones se extienden y se enredan y nos enredan y que tratan, desde las mejores cremas para cuidar el rostro de una mujer hasta la importancia de los conceptos metafísicos de tiempo y espacio. Saramago ha aprendido mucho de este estilo que tanto cultivaron los hispanoamericanos en aquellos años (aunque algunos, como Sábato, lo repudiaron. Merece la pena ver la imitación que hace de este estilo, a modo de crítica, en Abbadón el exterminador).
Y llego al núcleo de la obra, el capítulo en el que se describe a Bustrófedon, un tipo obsesionado con el lenguaje y que juega con él sin parar. La fantasía lingüística de Cabrera Infante se desata en este capítulo y juega y juega y juega. Merece la pena la novela (o lo que quiera que esta creación sea, siempre hay que denominarla de algún modo) aunque sea tan sólo por ese capítulo de extraordinaria lucidez, tal vez más cercano a las concepciones poéticas (hablo en el plano creativo, claro) que a las prosísticas. Se encuentran palíndromos, aliteraciones sin fin deformando una y otra vez las palabras y los nombres propios, caligramas y cualquier tipo de recurso que se nos pueda ocurrir. Prácticamente desde el comienzo del capítulo empieza e juego: “Él era Bustrófedon para todos y todo para Bustrófedon era él. No sé de dónde carajo sacó la palabrita- o la palabrota. Lo único que sé es que yo me llamaba muchas veces Bustrófoton, o Bostrófotomatón o Busnéforoniepce, depende, dependiendo y Silvestre era Bustrofénix o Bustrolfeliz o Bustrofitzgerald...”
Un único problema. Encontrar el libro es difícil y, cuando se hace, descorazonador: cuesta 24 euros, pero la inversión merece la pena. Esta obra, como sólo algunas otras, cobra valor con el tiempo.
Pedrófedon BustróGarrido Vega.

4 comentarios:

Kay dijo...

Ya sabes que ese libro es una de mis lagunas... Lo tienes fácil este año de cara a mi cumpleaños...

...Claro que hay otros entendidos de literatura que no han leído aún el Ulises, y que ése puede ser también su regalo, je, je...

Anónimo dijo...

Tanto entusiasmo casi me convence para leerlo, no sé, siempre me cayó gordo ( ya sé, no es una razón para perderse joyas literarias pero a veces no puedo evitar caer en esas tontunas)

Ahora estoy con otro cubano, Jesús Díaz, del que he decidido no saber nada para no contaminarme. Se llama "Las palabras perdidas". Puede decirse que comparte con Cabrera el interés por el lenguaje y La Habana. Tal vez menos excesivo, tambien es cierto que ya no estamos en los 60. En cualquier caso, y sin probablemente llegar a ser imprescindible (algo lo es?) merece la pena ser leído. Su lenguaje te arrastra y se bebe.

Saludos

Anónimo dijo...

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Gonzalo Del Rosario dijo...

UN libro extraordinario