La calle Alcalá se abre cual flor y sólo para mí. Mis pasos, largos, me van llevando y yo dejo que me lleven sin rumbo fijo, a la deriva en esta ciudad sin mar, la cual vuelve a reclamar mi alma, como siempre, como a cada instante que se digna a posar sus ojos eternos sobre mí, oh eterna urbe de piedra con remaches de acero, de castaños y sauces que se inclinan ante tus calles, mientras desando hacia Los Jerónimos por la cuesta homónima y descubro que ir hacia el Prado es como ir hacia abajo siempre, siempre, al rato que observo las casetas de libros que antes moraban la Cuesta Moyano y que ahora medran en la calle trinominal, por lo que Moyano ahora resulta burdamente vacía, simple, un mero pasillo entre árboles a la izquierda y edificios a la derecha, que muere precipitadamente cuando el Retiro sale a su encuentro como un amante, como un ángel caído con estatua propia que nos indica el camino hacia el estanque pululante de vida externa: marionetas, mimos, videntes y demás monederos falsos que nos señalan el fastuoso monumento que corona la laguna y que esconde detrás una senda que nos lleva hacia las ostentosas calles que cortan o siguen a lo largo de Goya la hermosa, cuyos rebordes gotean lujo, como un Madrid distinto del resto, tan lejano en el espíritu como cercano en la distancia, con Velázquez como la cúspide de la gloria borbónica, del barroquismo tiznado de verdes abetos de Italia, mientras bajo y me adentro en la zona de los serafines con corbata y bolso de piel que gobiernan La Castellana con castiza esperanza de redención, de redención que se encamina a pasos agigantados hasta Colón, donde la biblioteca mira con la desconfianza que le da la historia hacia Génova y a su rutilante final, Alonso Martínez, donde el universo que es la ciudad se desglosa y se fragmenta, haciendo difícil la elección de hacia dónde ir, aunque siempre termino encaminando los pasos hacia abajo, hacia las calles teñidas de arco iris y de licores ruinosos, hasta el descanso espacial que provoca Gran Vía, que me lleva como siempre abajo, abajo, abajo, hasta que Callao me convence para que cruce los sendos muestrarios de capitalismo con dirección a Sol, a ese rincón popular y populista plagado de carteristas y de ancianos y gentes de lejanas tierras prontos a poner en alquiler su esfínter, pero siempre castizo y hermoso, a la par que peligroso, mientras lo cruzo sin fijarme mucho en lo que se cuece en su interior, hasta que un mar de callejuelas, la esencia de Madrid, me deposita en la Plaza Mayor, y su enorme silencio porticado me despega las pestañas y me hace reconocer a mi pesar que la ciudad donde he nacido es hermosa como pocas sobre la faz de la tierra, mientras paso a través de bailaores, vendedores de barquillos, caricaturistas y la plana mayor del turismo ibérico rindiéndole tributo a mi hogar, y así lo hago yo, desandando los pasos que hombres y mujeres cien veces más sabios borraron siglos antes, y queriendo me sigo perdiendo entre callejuelas, sin hallar mi levedad del ser a pesar de ver el cielo azul brillando sobre los tejados del Madrid de los Austrias, a pesar de contemplar cómo muere el día en rojo sobre las Vistillas, a pesar de la belleza nocturna del Palacio Real y de Sabatini.
No me encuentro, no me encuentro
No me hallo entre calles de mármol
No me conozco y me frustro
Voy muriendo de mala enfermedad
De la peor de todas, la del alma
Perdido, entre nieblas, camino
Entre el bello palacio y la insípida catedral
Contemplo las ruinas de Magerit
Expuestas al público como un trofeo
Contemplo las ruinas y
Salto la verja fría y
Me tiendo entre las ruinas
Las ruinas de Magerit
Y lloro, lloro
Lloro por mi propia ruina
Tan pareja, tan
Hermosa como Magerit,
¡Oh, Magerit!
¡Mis lágrimas mojan tu arcaica piedra!
Y comprendo que te amaré siempre
Con el desespero del amor
Del amor inconcluso hacia algo ya muerto
No me encuentro, no me encuentro
No me hallo entre calles de mármol
No me conozco y me frustro
Voy muriendo de mala enfermedad
De la peor de todas, la del alma
Perdido, entre nieblas, camino
Entre el bello palacio y la insípida catedral
Contemplo las ruinas de Magerit
Expuestas al público como un trofeo
Contemplo las ruinas y
Salto la verja fría y
Me tiendo entre las ruinas
Las ruinas de Magerit
Y lloro, lloro
Lloro por mi propia ruina
Tan pareja, tan
Hermosa como Magerit,
¡Oh, Magerit!
¡Mis lágrimas mojan tu arcaica piedra!
Y comprendo que te amaré siempre
Con el desespero del amor
Del amor inconcluso hacia algo ya muerto
Cayetano Gea Martín
2 comentarios:
Qué bonito!!! Estás d un inspirado últimamente...
La edad, amiga mía, que no perdona... Aunque, en este caso, para bien...
La inspiración me viene de las jarrazas de cerveza que trasego en el J&J, je, je...
Publicar un comentario