ALBERTO. Entonces, fue ella la que dio el primer paso, ¿no?
CARLOS. Sí, exacto. El primero, y, para ser del todo sincero, los siguientes. Yo me sentía incapaz de nada que no fuera contemplarla embelesado, extasiado. ¡Oh, cómo dolía tan sólo mirarla! ¡Cómo sufría de amor con un sencillo parpadeo suyo!
ALBERTO. Pues el día que follaras con ella por vez primera te debió de dar un infarto, ¿no?
CARLOS. (Se levanta y, fuera de sí, comienza a increpar a Alberto. El agente de policía que custodia la puerta camina hacia él) ¡No le consiento que hable así de ella! ¡No se lo consiento! ¡No se lo consiento! ¡Cerdo! ¡Puto policía de…!
(Alberto se incorpora y le propina un puñetazo en la nariz a Carlos con todas sus fuerzas, antes de que éste pueda terminar frase. Carlos se tambalea hacia atrás debido a la inercia del golpe y permanece dolido y aturdido. Al cabo de un minuto, Alberto le hace un gesto con la mano al policía para que vuelva a su puesto y comienza a hablar de nuevo)
ALBERTO. ¿Estás mejor ya? ¿Sí? Bien, cojonudo. Dicho esto, me gustaría recordarte dónde te encuentras, si es que la ostia no te lo ha recordado ya. Esto es una comisaría, amigo mío. Y a no ser que quieras pasar hoy la noche con todos los yonkis sidosos que tenemos en las celdas, te aconsejaría que no lo olvidaras, ¿estamos?
CARLOS. Sí… Pero no me gusta lo que ha dicho.
ALBERTO. (Furioso) ¡Puedo decir lo que me venga en gana, ¿estamos?! ¡Acabas de confesar que la mataste! ¡Que la mataste! ¿Y aún así tienes la poca vergüenza de hablar de respeto, gilipollas?
CARLOS. La maté por…
ALBERTO. Sí, sí, ya te he oído. ¿Y sabes qué? Llevamos sentados aquí media hora y no he obtenido nada. ¡Nada! Y a mí no me pagan por horas, ¿sabes? Si crees que puedo perder mi tiempo escuchando cómo un niñato empollón de tres al cuarto que se cree que está en posesión de la vida y del destino de los demás me cuenta una serie de milongas que me importan cuatro huevos ¡estás muy equivocado!
CARLOS. Pero…
ALBERTO. ¡Que te calles! (Le lanza otra golpe, esta vez, en el mentón) ¡Que te calles, he dicho! ¡Los tipejos como tú siempre habláis pero nunca escucháis! ¡Estoy harto! ¡Se acabó! Quiero que me digas nombres de implicados. Quiero saber si participó alguien más. Y no me digas que nadie más está metido en el fregado porque sé que no es verdad. Quiero saber el móvil, ¿de acuerdo? Pero deja de contarme tu puta vida de pe a pa o te prometo que tendrás una noche movidita, ¿estamos?
CARLOS. (Medio grogui por el segundo puñetazo) Sí…
ALBERTO. Bien. Muy bien. Cojonudo. Y ahora dime: ¿quién más está implicado? (Carlos guarda silencio y mira con odio a Alberto) ¿No dices nada? ¡Te he preguntado que quién más está implicado! (Carlos permanece en silencio) ¿Sigue sin querer hablar? Bien, bien. (Alberto se dirige al policía de la puerta) ¡Fermín! Mételo en la suite presidencial y encárgate tú personalmente de ablandarlo un poco esta noche.
(Fermín coge de los sobacos a Carlos y lo saca cual fardo de la sala. Cierra la puerta a su espalda).
ALBERTO. (Mirando hacia la puerta, desafiante y con el rostro teñido por el desprecio) Nos vemos mañana, Señor Otero.
CARLOS. Sí, exacto. El primero, y, para ser del todo sincero, los siguientes. Yo me sentía incapaz de nada que no fuera contemplarla embelesado, extasiado. ¡Oh, cómo dolía tan sólo mirarla! ¡Cómo sufría de amor con un sencillo parpadeo suyo!
ALBERTO. Pues el día que follaras con ella por vez primera te debió de dar un infarto, ¿no?
CARLOS. (Se levanta y, fuera de sí, comienza a increpar a Alberto. El agente de policía que custodia la puerta camina hacia él) ¡No le consiento que hable así de ella! ¡No se lo consiento! ¡No se lo consiento! ¡Cerdo! ¡Puto policía de…!
(Alberto se incorpora y le propina un puñetazo en la nariz a Carlos con todas sus fuerzas, antes de que éste pueda terminar frase. Carlos se tambalea hacia atrás debido a la inercia del golpe y permanece dolido y aturdido. Al cabo de un minuto, Alberto le hace un gesto con la mano al policía para que vuelva a su puesto y comienza a hablar de nuevo)
ALBERTO. ¿Estás mejor ya? ¿Sí? Bien, cojonudo. Dicho esto, me gustaría recordarte dónde te encuentras, si es que la ostia no te lo ha recordado ya. Esto es una comisaría, amigo mío. Y a no ser que quieras pasar hoy la noche con todos los yonkis sidosos que tenemos en las celdas, te aconsejaría que no lo olvidaras, ¿estamos?
CARLOS. Sí… Pero no me gusta lo que ha dicho.
ALBERTO. (Furioso) ¡Puedo decir lo que me venga en gana, ¿estamos?! ¡Acabas de confesar que la mataste! ¡Que la mataste! ¿Y aún así tienes la poca vergüenza de hablar de respeto, gilipollas?
CARLOS. La maté por…
ALBERTO. Sí, sí, ya te he oído. ¿Y sabes qué? Llevamos sentados aquí media hora y no he obtenido nada. ¡Nada! Y a mí no me pagan por horas, ¿sabes? Si crees que puedo perder mi tiempo escuchando cómo un niñato empollón de tres al cuarto que se cree que está en posesión de la vida y del destino de los demás me cuenta una serie de milongas que me importan cuatro huevos ¡estás muy equivocado!
CARLOS. Pero…
ALBERTO. ¡Que te calles! (Le lanza otra golpe, esta vez, en el mentón) ¡Que te calles, he dicho! ¡Los tipejos como tú siempre habláis pero nunca escucháis! ¡Estoy harto! ¡Se acabó! Quiero que me digas nombres de implicados. Quiero saber si participó alguien más. Y no me digas que nadie más está metido en el fregado porque sé que no es verdad. Quiero saber el móvil, ¿de acuerdo? Pero deja de contarme tu puta vida de pe a pa o te prometo que tendrás una noche movidita, ¿estamos?
CARLOS. (Medio grogui por el segundo puñetazo) Sí…
ALBERTO. Bien. Muy bien. Cojonudo. Y ahora dime: ¿quién más está implicado? (Carlos guarda silencio y mira con odio a Alberto) ¿No dices nada? ¡Te he preguntado que quién más está implicado! (Carlos permanece en silencio) ¿Sigue sin querer hablar? Bien, bien. (Alberto se dirige al policía de la puerta) ¡Fermín! Mételo en la suite presidencial y encárgate tú personalmente de ablandarlo un poco esta noche.
(Fermín coge de los sobacos a Carlos y lo saca cual fardo de la sala. Cierra la puerta a su espalda).
ALBERTO. (Mirando hacia la puerta, desafiante y con el rostro teñido por el desprecio) Nos vemos mañana, Señor Otero.
Cayetano Gea Martín
2 comentarios:
Como no nos veamos mañana (o en un tiempo prudencial, señor Kay) con la continuación del relato mandaré hordas de ácaros incordiantes que devorarán sus libros y papeles...
(Leí que empezaba los relatos pero que no tenía por costumbre terminarlos. Es no más por "animarle")(no, no es maldad, lo juro, señor juez)
Saludos
Cierto es que tengo fama (merecida)de inconstante a la hora de escribir relatos largos, pero puedo asegurar que, en este caso, no será así: esta historia cuenta de tres actos, divididos cada uno en tres entregas, y que sé lo que ocurre en todos y cada uno de ellos, y que lo primero que se me ocurrió fue el final...
Eso sí, entre medias de entrega y entrega meto otra cosa para no aburrir demasiado, así que... ¡paciencia! Je, je...
Besos
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