Interior de una comisaría cualquiera de Madrid. La escena representa la sala de confesiones de ésta. Mobiliario austero: Una mesa y dos sillas de aluminio. En el fondo de la pared, dos enormes espejos de metacrilato sugieren la idea de que los ocupantes están siendo observados desde fuera. Una puerta de acero es todo lo que hay a la izquierda del escenario. La pared de la derecha se encuentra desnuda. Las paredes poseen un tono gris metalizado, acorde con el resto de la sala. La iluminación es blanca, monocromática, y surge de dos potentes tubos de neón paralelos ubicados justo en el centro de la escena. Su luz tiene que iluminar por completo la mesa y los dos personajes que se encuentran sentados alrededor de ella, uno en frente del otro. Cercano al lado izquierdo, a la puerta, se halla CARLOS OTERO, el detenido, con las manos esposadas visibles; y en el lado opuesto, se encuentra el detective ALBERTO MOLINOS, con un vaso de agua y un dossier de unas diez hojas delante de él. El conjunto se cierra con un agente de policía custodiando la puerta y que no debe parar en ningún momento de mirar al sospechoso.
ALBERTO debe mostrar cierta relajación en su cuerpo cuando comience a increpar a CARLOS, el cual, por el contrario, mostrará un ligero abatimiento y crispación nerviosa.
ALBERTO. La amabas, ¿no es cierto?
CARLOS. Más que a la luna, más que al sol y más que a todas esas chorradas comparativas romanticotas de siempre. La amaba, ¿comprendes? Más que a mi vida.
ALBERTO. Ésa es otra comparativa romanticota.
CARLOS. Pero cierta. ¿Alguna vez has amado así? ¿Tanto que serías capaz de dar tu vida? Pero de darla de verdad, no de boquilla. Capaz de suicidarte por ella…
ALBERTO. Sí, conozco la situación. Uno es capaz incluso de matar, ¿cierto?
CARLOS. Sí. Incluso de matar.
ALBERTO. Entonces, ¿reconoces tu crimen? ¿Confiesas tu culpa?
CARLOS. Eso son dos preguntas. La respuesta a la primera es sí y a la segunda no.
ALBERTO. Vayamos por partes, si no te importa.
CARLOS. (Lanza un hondo y sonoro suspiro) Lo que quiero decir es que sí, reconozco haber matado, como ya le dije a tu compañero. Era, pues, innecesario haberte llamado a ti para que me acogiera a tu piedad y confesara, oh, poli bueno. Pero no confieso mi culpa. Créeme, no tuve culpa ninguna. La maté, sí, pero soy inocente.
ALBERTO. ¿No te parece una paradoja? ¿Una contradicción?
CARLOS. En absoluto. Pero, además, ¿a ti qué te importa? Ya tenéis mi confesión, ¿no? Ya se la di al poli malo, como te dije. ¿Qué más quieres?
ALBERTO. (Con calma y paciencia, como si se dirigiera a alguien muy simple) Creo que no lo has contado todo, amigo. Mi misión es conseguir de ti todo lo que sabes: cómo fue, cuál fue el móvil, quiénes estaban implicados, etc. Ah, y amenazarte con llamar al poli malo si te niegas a cooperar. O incluso comentarte de pasada lo que les hacen a los asesinos de mujeres en la cárcel si éstos no cantan.
CARLOS. (Con evidente rigidez en el rostro) Comprendo.
ALBERTO. Entonces, estamos listos. Dada que la primera pregunta ya ha sido respondida, vayamos a la segunda. Ah, y mi importa una mierda cómo te consideres, o sea que no necesito tu justificación para nada, ¿vale?
CARLOS. Sí.
ALBERTO. La segunda pregunta es: ¿Por qué la mataste? ¿Qué fue lo que te llevó a hacerlo? ¿Cuál es tu historia? (Saca de su bolsillo derecho del pantalón una pitillera con un paquete arrugado y casi vacío de cigarrillos y lo deposita sobre la mesa) Tengo todo el tiempo del mundo, así que, comienza a cantar, pajarito, o si no vendrá mi compañero y etcétera, ¿ok?
CARLOS. Entendido.
ALBERTO. ¿Vas a hablar, pues?
CARLOS. Sí.
ALBERTO. Maravilloso. Estoy esperando…
ALBERTO debe mostrar cierta relajación en su cuerpo cuando comience a increpar a CARLOS, el cual, por el contrario, mostrará un ligero abatimiento y crispación nerviosa.
ALBERTO. La amabas, ¿no es cierto?
CARLOS. Más que a la luna, más que al sol y más que a todas esas chorradas comparativas romanticotas de siempre. La amaba, ¿comprendes? Más que a mi vida.
ALBERTO. Ésa es otra comparativa romanticota.
CARLOS. Pero cierta. ¿Alguna vez has amado así? ¿Tanto que serías capaz de dar tu vida? Pero de darla de verdad, no de boquilla. Capaz de suicidarte por ella…
ALBERTO. Sí, conozco la situación. Uno es capaz incluso de matar, ¿cierto?
CARLOS. Sí. Incluso de matar.
ALBERTO. Entonces, ¿reconoces tu crimen? ¿Confiesas tu culpa?
CARLOS. Eso son dos preguntas. La respuesta a la primera es sí y a la segunda no.
ALBERTO. Vayamos por partes, si no te importa.
CARLOS. (Lanza un hondo y sonoro suspiro) Lo que quiero decir es que sí, reconozco haber matado, como ya le dije a tu compañero. Era, pues, innecesario haberte llamado a ti para que me acogiera a tu piedad y confesara, oh, poli bueno. Pero no confieso mi culpa. Créeme, no tuve culpa ninguna. La maté, sí, pero soy inocente.
ALBERTO. ¿No te parece una paradoja? ¿Una contradicción?
CARLOS. En absoluto. Pero, además, ¿a ti qué te importa? Ya tenéis mi confesión, ¿no? Ya se la di al poli malo, como te dije. ¿Qué más quieres?
ALBERTO. (Con calma y paciencia, como si se dirigiera a alguien muy simple) Creo que no lo has contado todo, amigo. Mi misión es conseguir de ti todo lo que sabes: cómo fue, cuál fue el móvil, quiénes estaban implicados, etc. Ah, y amenazarte con llamar al poli malo si te niegas a cooperar. O incluso comentarte de pasada lo que les hacen a los asesinos de mujeres en la cárcel si éstos no cantan.
CARLOS. (Con evidente rigidez en el rostro) Comprendo.
ALBERTO. Entonces, estamos listos. Dada que la primera pregunta ya ha sido respondida, vayamos a la segunda. Ah, y mi importa una mierda cómo te consideres, o sea que no necesito tu justificación para nada, ¿vale?
CARLOS. Sí.
ALBERTO. La segunda pregunta es: ¿Por qué la mataste? ¿Qué fue lo que te llevó a hacerlo? ¿Cuál es tu historia? (Saca de su bolsillo derecho del pantalón una pitillera con un paquete arrugado y casi vacío de cigarrillos y lo deposita sobre la mesa) Tengo todo el tiempo del mundo, así que, comienza a cantar, pajarito, o si no vendrá mi compañero y etcétera, ¿ok?
CARLOS. Entendido.
ALBERTO. ¿Vas a hablar, pues?
CARLOS. Sí.
ALBERTO. Maravilloso. Estoy esperando…
Cayetano Gea Martín
2 comentarios:
Mmmmm, Pedro y el Capitán, pero en vez de decir No dice Si. Curioso. Espero.
Yo también lo espero, jejeje... Que ya sabes que empiezo y no termino...
Aunque esta vez conozco el final, lo que me permite jugar...
Publicar un comentario