Como dije, entré triunfal con mi traje de luces y marcando paquete en la plaza de toros de La República Independiente de Leganés, esperando un recibimiento sonado, en lo cual no me equivoqué. Miles y miles de fans de Iron Maiden abarrotaban la plaza en espera de sus ídolos. Habían conseguido reducir (masacrar) a los cuatro pobres gatos encargados de controlar el evento, y ahora no cabía un alfiler en la plaza.
Creo que fue aquella gorda descomunal con una camisa negra, en la que se podía ver, impresa, la portada del álbum de los Maiden titulado Seventh Son of a Seventh Son, la primera persona en sacudirme. Lo que ya no recuerdo es quién fue la o el que del puñetazo en la garganta con el que me obsequió me hizo caer de bruces al suelo, e inmediatamente una lluvia de pies y manos pugnaban por dejarme un recuerdo inolvidable del concierto.
Empero, las correosas alas volvieron a aparecer en mi espalda (y el dolor esta vez me pareció menor, ya que mi cuerpo ya venía aliñado por las ostias que me propinaban los fans de los Maiden) y me salvaron de morir allí, en la arena de la hermosa plaza de toros de la hermosa República Independiente de Leganés.
Mientras me elevaba con no demasiada seguridad, pude ver a El Pelota agitando el hacha hacia mí con un inútil, aunque espectacular, muestrario de energía. Aprovechando sus fútiles intentos, comencé a hacerle cortes de mangas, a pesar de dolor que sentía por la tormenta de sopapos.
El hecho de que un meteorito impactara contra mi nuca, me empujara de nuevo hacia abajo, me diera la vuelta sin saber cómo, que mi piel ardiera en negros jirones y fuera sustituida por una especie de quitina cristalizada, que se desviara el curso del meteorito debido al impacto y que me dirigiera enganchado al asteroide de nuevo hacia Madrid, me desconcertó bastante…
Creo que fue aquella gorda descomunal con una camisa negra, en la que se podía ver, impresa, la portada del álbum de los Maiden titulado Seventh Son of a Seventh Son, la primera persona en sacudirme. Lo que ya no recuerdo es quién fue la o el que del puñetazo en la garganta con el que me obsequió me hizo caer de bruces al suelo, e inmediatamente una lluvia de pies y manos pugnaban por dejarme un recuerdo inolvidable del concierto.
Empero, las correosas alas volvieron a aparecer en mi espalda (y el dolor esta vez me pareció menor, ya que mi cuerpo ya venía aliñado por las ostias que me propinaban los fans de los Maiden) y me salvaron de morir allí, en la arena de la hermosa plaza de toros de la hermosa República Independiente de Leganés.
Mientras me elevaba con no demasiada seguridad, pude ver a El Pelota agitando el hacha hacia mí con un inútil, aunque espectacular, muestrario de energía. Aprovechando sus fútiles intentos, comencé a hacerle cortes de mangas, a pesar de dolor que sentía por la tormenta de sopapos.
El hecho de que un meteorito impactara contra mi nuca, me empujara de nuevo hacia abajo, me diera la vuelta sin saber cómo, que mi piel ardiera en negros jirones y fuera sustituida por una especie de quitina cristalizada, que se desviara el curso del meteorito debido al impacto y que me dirigiera enganchado al asteroide de nuevo hacia Madrid, me desconcertó bastante…
Cayetano Gea Martín
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