domingo, septiembre 25, 2005

Domingo

Abro mis ojos color avellana y permito que la suave luz del atardecer los bañe de rojizo fulgor. Hoy ha sido uno de esos extraños días de paz, de no salir de casa y de sentir cómo la calma me rodea, de cómo mi reloj vital se ralentiza al ritmo de una balada de jazz; así, el corazón se acompasa con la batería y late lento pero infinitamente poderoso.

Todo va bien. Hoy no había nada que hacer, salvo leer, releer y escribir. Con calma. Sin prisas. El sol se pone por su lugar común mientras saco a mi perro y huelo el primer aire del otoño que mece mi pelo en lentas oleadas castañas.

A la vuelta, una copa de vino, una película y una cena generosa me esperan con impaciencia. Doy buen provecho de las tres con calma, apurando los restos del día mientras fuera, más allá de las colinas, algunos se afanan todavía con sus maletines llenos de corbatas de papel y sueñan con días como éste.

Pienso en la felicidad que me provocan los días así, los días en lo que me detengo a escuchar el rumor de olas que anida en mi pecho. En estos días, como el de hoy, hago cuentas de lo andado, de lo bueno y de lo malo, y todavía me sale positivo el extracto. Me duermo acunado por la luz de Selene con una sonrisa en los labios.
Cayetano Gea Martín

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