sábado, abril 29, 2006

Micorrelato malogrado

Nota previa: envié este cuento a un concurso en el que las condiciones necesarias para participar eran,por un lado, que el relato no superase las cien palabras y, por otro, que, supuestamente, contuviese la palabra XXXXX. Tras enviar el cuento recibí un correo advirtiéndome que éste no era válido. En realidad, la palabra XXXXX era ALFOMBRA. Yo había leído las bases del concurso en una página web que no era la oficial del concurso y en esa otra aún no conocían la palabra clave.
Por tanto, para que el microrrelato tenga cierta utilidad, lo cuelgo aquí para entretenimiento del respetable (y ¡qué demonios!, del no respetable).

False friends.

Siempre ha habido entre nosotros una frontera que no hemos sido capaces de transponer. Ayer decidí dar el paso definitivo para atravesarla de una vez por todas. Le escribí una pequeña nota que decía: te xxxxx. Recibí, casi al instante, una nota suya: yo también te xxxxx. Salí de clase ilusionado y pensé: por fin desapareció la frontera.
Dos horas después la vi en el parque, del brazo de otro. Se detuvieron, se miraron a los ojos, se besaron. Es evidente que hablamos distintos idiomas.
Pedro Garrido Vega.

jueves, abril 27, 2006

A propósito de... WILLIAM BLAKE

Siempre me resulta inquietante a la par que difícil tratar de hablar acerca de la obra de algún poeta, y más si, en el caso que nos ocupa, se trata de un autor inglés, al que, y es lo primero que quería decir, hay que leer en su idioma original por razones de fuerza mayor, ya que es preferible entender poco (o nada) que perderse la musicalidad y fuerza compositiva que acompaña siempre a los escritos de ese genio romántico y tan sublime como misterioso que es Blake.

La fama de Blake surge sobre todo de la visión profética de sus escritos, del misticismo que desprende, con ese encanto por la mitología perdida o adquirida tan propio de los románticos británicos, rechazando completamente la ilustración en pos de una vía más orgánica y pasional de la realidad.

Siempre he opinado que los pueblos que no poseen mitología propia se ven forzados a crearlas a partir de otras, lo cual explica la obsesión anglosajona por todo lo que sea mitos, y un claro ejemplo es Blake.

Su biografía es apasionante, pero hay cientos de libros y de páginas web para conocerla. Baste decir que nació en 1757 en Londres, que fue autodidacta toda su vida y que amó con ese impulso feral que sólo un romántico es capaz de materializar. Blake admiraba sobremanera al poeta Milton, aunque rechazaba su puritanismo. Fue también un destacado ilustrador, creando él mismo el diseño de sus libros de poemas.

Blake nos habla de muchos y variados temas, entre los que podemos destacar:

- La imposibilidad de perfección humana: Canciones de experiencia.

- Fuerza creativa como vehículo para alcanzar la inocencia: Canción de inocencia.

- Visiones proféticas y críticas a la tiranía política: Libros proféticos.

- Desarrollo del ideal de que, en palabras del autor, “sin contrarios no hay progreso”: El matrimonio del cielo y el infierno, que incluye los afamados Proverbios del infierno, lo que, personalmente, más he disfrutado de su obra.

- Exploraciones espirituales del alma humana: Milton, Vala, Jerusalén, donde el espíritu humano vence a la razón. Es decir, un tratamiento profundamente romántico.

- Rechazo al estilo imperante en su época, mediante repeticiones rítmicas y un estilo bastante lineal.


William Blake es la clave para entender el movimiento romántico inglés. Sus páginas despliegan más sabiduría y fuerza que corrección poética, que una métrica y una rima cuidadas. Blake escribía con las tripas puestas sobre el papel. Guste o no, la fuerza que consigue transmitir con sus escritos resulta casi aterradora por su unión de poder, romanticismo, mitología, sensualidad e inteligencia.
Transcribo, a continuación, algunos fragmentos de poemas y algunos de sus Proverbs of Hell, increíbles reflexiones que merece la pena leer, saborear, reposar y aprender de ellas. Os dejo, pues, con el maestro, ante el cual me descubro.



Spring

Sound the Flute!
Now it’s mute
Birds delight
Day and Night;
Nightingale
In the dale
Lark in Sky,
Merrily,
Merrily, Merrily to welcome in the Year.

Little Boy
Full of joy,
Little Girl
Sweet and small;
Cock does crow,
So do you;
Merry voice,
Infant noise,
Merrily, Merrily to welcome in the Year.

Little Lamb
Here I am;
Come and lick
My white neck,
Let me pull
Your soft Wool,
Let me kiss
Your soft face;
Merrily, Merrily to welcome in the Year.


The Tiger

Tiger! Tiger! burning bright
In the forests of the night,
What immortal hand or eye
Could frame thy fearful symmetry?

In what distant deeps or skies
Burnt the fire of thine eyes?
On what wings dare he aspire?
What the hand dare seize the fire?

And what shoulder, and what art,
Could twist the sinews of thy heart?
And when thy heart began to beat,
What dread hand? and what dread feet?

What the hammer? what the chain?
In what furnace was thy brain?
What the anvil? what dread grasp
Dare its deadly terrors clasp?

When the stars threw down their spears,
And watered heaven with their tears,
Did he smile his work to see?
Did he who made the Lamb make thee?

Tiger! Tiger! burning bright
In the forests of the night,
What immortal hand or eye
Dare frame thy fearful symmetry?


Love’s Secret

Never seek to tell thy love,
Love that never told can be;
For the gentle wind doth move
Silently, invisibly.

I told my love, I told my love,
I told her all my heart,
Trembling, cold, in ghastly fears.
Ah! she did depart!

Soon after she was gone from me,
A traveller came by,
Silently, invisibly:
He took her with a sigh


Proverbs of Hell


3. The road of excess leads to the palace of wisdom.
...

7. Dip him in the river who loves water.


18. If the fool would persist in his folly he would become wise.


35. The cistern contains; the fountain overflows.

36. One thought fills immensity.

37. Always be ready to speak your mind, and a base man will avoid you.

38. Every thing possible to be believ'd is an image of truth.


41. Think in the morning. Act in the noon. Eat in the evening. Sleep in the night.


46. You never know what is enough unless you know what is more than enough.


48. The eyes of fire, the nostrils of air, the mouth of water, the beard of earth.


56. To create a little flower is the labour of ages.


58. The best wine is the oldest, the best water the newest.


61. The head Sublime, the heart Pathos, the genitals Beauty, the hands & feet Proportion.


64. Exuberance is Beauty.


68. Truth can never be told so as to be understood, and not be believ'd


Cayetano Gea Martín

martes, abril 25, 2006

Silencio y silencio y silencio y silencio


Silencio, silencio y sólo silencio.
Moramos en palacios y en cavernas que
Vuestros ojos de cordero no conciben.
Nos reímos ante vuestros rostros de maniquíes,
De muñequitos de cera.

Alzo mi mano, hacia vosotros,
Oh, dioses de vida ebúrnea,
Despojos de tiempos pasados y
De conceptos futuros.
Me jacto de vuestras riquezas
Y de vuestro poder sobre la tierra.

Mi reino es etéreo, inalcanzable
Y nunca lo comprenderíais, ¡jamás!
Vivo, vivimos, entre vosotros, conejos,
¡En silencio y silencio y silencio!

Entramos en vuestros sueños furtivos.
Os recordamos lo que sois,
Lo que pudisteis ser,
Lo que dejasteis al sol, pudriéndose.
Colocamos impudicias
En la mente de vuestros hijos.
Les obligamos a soñar, a despertarse,
A salir o a entrar,
A unirse, a ser uno,
Uno con el universo.

Volvemos a nuestra cueva, en silencio.
Lejos de vuestras garras frías de ábaco.
Y allí permanecemos, en paz.
Mientras esperamos una nueva ocasión.

¿No nos veis?
¡Estamos aquí!
Disfrazados de vosotros.
Entre vosotros.
Ciegos y sordos y mudos.
En silencio.
Cayetano Gea Martín

sábado, abril 22, 2006

El Viaje, Capítulo III. El señor gordo (3 de 3)

Impacto.
¿Qué pasa? ¿Qué sucede? ¡Todo tiembla!
Impacto.
¡Otra vez! ¡Pero bueno! ¿Qué pasa? ¿Es ca pillao un bache el capitán o qué? Jo, jo, jo. Bueno, me van a oír, tanto bamboleo y tanta ostia. ¡Hala, venga! ¡Esto me pasa por viajar con una compañía extranjera, coño!
Impacto.
¡Joder, qué mareo! ¿Verdad, compañero? ¡Anda! ¡El pasajero del asiento de al lado no está! ¡Pues espero que no laya pillao esta especie de montaña rusa cagando!
Calma.
Bueno, ya paró, joder, qué susto. Pensaba que nos matábamos. ¡Me van a oír! ¡Fuera el cinturón éste de los cojones! ¡Voy a hablar con el capitán de este trasto! Voy a…

I. Paralización
Y cuando se da la vuelta para dirigirse a la cabina del capitán, se encuentra con que el tiempo parece haberse detenido, los gritos de la gente silenciados en su apogeo, como una película en pausa. La cola del avión ha desaparecido. En su lugar, el tremendo agujero que crea la ausencia de la parte trasera deja entrar el sol, el cual reverbera sobre los rostros paralizados de los pasajeros.

II. Situación
Puede ver una ingente cantidad de objetos y sustancias flotando estáticos en el aire: líquidos petrificados surcando el espacio, perlas de sudor y goterones de sangre formando una bella pero terrorífica parálisis pictórica, fragmentos humanos levitando en aquel quieto pandemonio, cristales, bolsas, mochilas, relojes, uñas, vasos, fragmentos de epitelio. Y personas.

III. Observación
La gente yace paralizadamente dispersa: sentadas, en el aire o destrozadas. El terrible fotograma en el que se ha parado la realidad muestra un horror demasiado grotesco como para poder ser explicado, baste fijarnos en aquella señora vomitando sus propias tripas, formando un congelado géiser de rojo y verde, o en la azafata cuyos sesos asoman por su cráneo destrozado.

IV. Globalización
Ahora, alejémonos. Imaginemos el cuadro en toda su magnitud, en todo su horrendo esplendor. Multiplicad vosotros mismos por cien cada visión horrible sobre una muerte petrificada que vuestros cerebros sean capaces de imaginar.

V. Excepción
El sonido también parece haberse detenido, con una salvedad: Jorge puede oír un ruido proveniente del cuarto de baño de algo o alguien que se arrastra.

VI. Visión
Y entonces, me ve. Avanza hacia mí, con paso no muy firme, atravesando el quieto espectáculo que lo rodea. Mi imagen debe de resultarle estremecedora. En medio de aquel congelado caos, un niño de diez años lee tranquilamente Rayuela, agradeciendo el sol que flota a sus espaldas, y que ilumina de ámbar el libro, sobre el capítulo 17. Antes de afrontar a Jorge, con su cara de vaca al matadero, puedo leer “La cosidad es ese desagradable sentimiento de que allí donde termina nuestra presunción empieza nuestro castigo”.

VII. Resolución
Tenía a Jorge ante mí. Su prominente barriga, a la altura de mi rostro, tiembla como un postre de gelatina. Abre la boca para hablar. Le reviento los sesos de un disparo antes de que pueda hacerlo.
Cayetano Gea Martín

jueves, abril 20, 2006

El Viaje, Capítulo III. El señor gordo (2 de 3)

Joder, delante de mí hay un chavalillo que es igual al sobrino de Carlos. ¡Menudo pedazo de libro se está leyendo, el cabrón! Eso está bien, que la juventud lea, coño. Claro que a mí no ma hecho falta para triunfar que conste. Claro que yo fui a la mejor universidad de todas, a la Universidad de la Calle, y saqué Cuni Laude de ésos, jo, jo, jo… Mira sino a Carlos y a Antonio, que tienen muchos títulos y libros y lo pasan igual de mal que cualquiera, ¡nos sa jodido! Hablando de ellos, espero que ya hayan hecho las paces. Sé que lo que pasa es todo mentira, chorradas que no son verdad. Cuando ayer hablé con Antoñito, no me lo podía creer

No me lo podía creer, no podía creer lo que Antonio me estaba contando, con su cara de buena gente ¡y los embustes que me contaba!, diciéndome que sólo podía acudir a mí, que yo era su único amigo, su único apoyo ahora mismo y que, por favor, no despreciara la confianza que depositaba en mí, como si fuera una cuestión de confianza, no, joder, no es eso, es que no me podía creer lo que me contaba, que si sentía no se qué por Elena, la chica de Carlos, y que por favor no lo despreciara, que no quería perder mi amistad, y yo ahí, quieto, flipando con lo que oía, y sin creerlo, no son más que chorradas, Antonio, le dije, déjate de tonterías y vamos a ver el partido, que no son chorradas, Jorge, que no lo entiendes, no, el que no lo entiende eres tú, no paras de decir gilipolleces que no quiero saber, porque no son verdad, son ideas estúpidas que se te han metido en la cabeza y que ahora vomitas sobre mí, me imagino que para reírte un rato a mi costa, como hacéis siempre, así que ahórratelo, amigo, y venga, que llegamos tarde, que hemos quedado con la peña en el bar, y él erre que erre, que si llevaba tiempo saliendo ya con Elena, que si estaba muy enamorado de ella pero que no sabía lo que hacer y que me necesitaba, Dios mío, ¡que me necesitaba!, ja, para poder seguir diciendo paridas, y que le ayudara, por favor, que le ayudara a qué, si todo era una sarta de estupideces, de tonterías propias de él, de él, que es muy crío, coño, que siempre está con lo mismo, que todo le viene por la relación aún no superada con su primera novia, y con que no tiene ni oficio ni beneficio, joder, ¿granjero?, vamos, no me jodas, ¿qué es eso?, ¿en eso quieres currar?, ¡lo que tienes son cientos de pájaros en la cabeza, coño!, céntrate, que es lo que tienes que hacer, apúntate a algo y ponte a currar en serio, y déjate de inventarte afeirs o como se diga en gabacho acerca de la mujer de otro, que no es serio, tío, que lo dejes ya, y él venga y venga, que si Carlos empieza a olerse algo, que si se entera me mata, que si ya sabes el carácter que tiene, y al final la petición, que era lo que estaba esperando, que si se puede quedar en mi casa, ¡en mi casa!, por unos días, hasta que sepa qué hacer, que tiene miedo de Carlos, que no confía en que éste no haga una tontería, y yo le digo que no, que no, que no puede ser, que se deje de mamonadas y que me está empezando a hinchar las pelotas con tantas tonterías y que venga, que mejor que se vaya para casa que se me han quitado las ganas de fútbol, joder, y él que si no me dejes en la estacada, Jorge, por favor te lo pido, te lo ruego, por nuestra a amistad y yo apunto de explotar y de repente le suena el móvil y me dice es Elena, descuelga, hola, ¿qué pasa, cariño?, ¿mañana?, ¿sí?, ok, vale, besos, chao, estás loco, ahora haces como que ella te llama, eres un imbécil, era ella, Jorge, y ya lo sabes, sólo que no quieres saberlo, pues no, no quiero saber nada, me voy a casa, Jorge, que mañana he quedado con Elena en mi pueblo, ya, vale, muy bien, a no ser que me dejes quedarme en tu casa, no, no, mejor vete, vale, adiós, Jorge, adiós, Antonio, anda, y déjate de tonterías, ¿eh?, adiós, adiós, hala, y entonces se va y algo raro me pasa en las tripas, como si el estómago se encogiera y una voz extraña en la cabeza me dice que no volveré a verle, bah, serán los callos, y entonces suena mi móvil y es Elena y me dice que si Antonio ha hablado conmigo y yo le digo que sí, que me ha dicho una serie de gilipolleces sin sentido y ella ajá, bueno, mañana van a hablarlo Carlos y él, tranquilo, todo quedará solucionado mañana, vale, si estoy tranquilo, y no le creas nada, que está pasando una mala racha desde, ya, desde aquello, ya lo sé, besos y gracias mil, Jorge, eres un sol, ese soy yo, no en serio, eres todo un amigo, bueno, me preocupo por los míos, adiós, adiós

Impacto
Cayetano Gea Martín

miércoles, abril 19, 2006

El cerebro de Dios (experimento hipertextual), novena entrega

11.Visita a don Severo Martínez, historiador que niega la existencia del tiempo, y experiencia como voyeurs auditivos de una conversación que nos concierne.

¿Por qué detenerse en la narración de un paseo intrascendente? No nos es necesario. Situemos a Rómulo frente a un edificio vetusto pero señorial. Es la dirección que figura en la tarjeta del catedrático de Historia don Severo Martínez..
Rómulo buscará, en el listín del portero automático, el domicilio que corresponde al que figura en la tarjeta. Llamará. Le contestará una voz grave, que parecerá la misma que atendió al teléfono y de nuevo requerirá de él una presentación, que Rómulo efectuará de forma solícita. Un sonido con timbre artificial será la señal permisiva de acceso al edificio. Rómulo se adentrará en él. El edificio lo acogerá mediante un vestíbulo amplio, que constará, a la derecha, de un espejo de cuerpo entero donde Rómulo se atusará el cabello y se sorprenderá ante la excesiva palidez de su rostro; a la izquierda, un amplio sofá rojo de tres plazas que parecerá haber vivido tiempos mejores; al frente, tres escalones que darán acceso a dos ascensores, uno que conducirá a los pisos pares, el otro, a los impares. A la derecha de la escalinata, la portería, que se encontrará desocupada y a oscuras, si bien la puerta de acceso a ella se encontrará entreabierta. Rómulo se dirigirá hacia los ascensores y escogerá el de la izquierda, el de los pisos pares. Ascenderá hasta el sexto piso y presionará el timbre de la puerta correspondiente a la letra E. La puerta se abrirá y le atenderá un joven mayordomo de fenomenal estatura que impresionará a Rómulo, el cual será invitado a entrar y a sentarse en una pequeña sala repleta de libros. Rómulo ojeará de forma fugaz los volúmenes sobre los anaqueles, la mayoría de historia. Al momento aparecerá un hombre pequeño, con gafas, casi calvo, que le tenderá la mano y se presentará como Severo Martínez.
-Usted dirá- comenzará el historiador (nos permitiremos denominarle así de ahora en adelante).
-Un librero me dio una de sus tarjetas de presentación y me aseguró que usted podría darme alguna información acerca de un autor de ciencia ficción llamado Auguste Blanchard- se arrojará directamente Rómulo al foso.
-Déjeme ver- el historiador se levantará y repasará minuciosamente, arrastrando el dedo índice sobre sus lomos, los volúmenes sobre los anaqueles. Tras los volúmenes que se exponen al observador aún hay más. El historiador extraerá un libro del fondo de uno de los anaqueles.
En el volumen figurará el título:
Gamsura o El extraordinario viaje a través de las máculas del tiempo
por Auguste Blanchard

En la portada, una representación de Blanco sobre blanco de Malévitch.
Algunas reflexiones de Rómulo acerca de la forma del libro:
¿Por qué el libro presenta esta forma que hemos aceptado?¿Por qué no construir, como quería Duchamp, un libro circular?¿O por qué no crear un libro con anillas en el borde superior? De ese modo, cada vez que se pasase de una página a otra tendría que haber una leve pausa para modificar la posición del libro y disfrutar de forma masoquista de esos leves instantes de incertidumbre previos al descubrimiento de la página siguiente, algo que en los libros convencionales tan sólo se disfruta la mitad de las veces.¿Por qué no consensuar esa nueva forma?

El libro será antiguo. Rómulo advertirá de forma instantánea que habrá sido editado por la Editorial Peuchet de París. Lo sabe por el color de la solapa, la tipografía de la portada, sus dimensiones y el papel empleado.
-Me gustaría poder entregárselo pero temo que me sea imposible, pues este es el único ejemplar que poseo y no me gustaría deshacerme de él.
-Comprendo pero ¿podría hojearlo, aunque sólo sea un momento?
-Cómo no.
Rómulo abrirá el libro por cualquier página. En seguida comprenderá que la obra no sólo será una novela de ciencia ficción sino mucho más, será una propuesta estética a la vez que una propuesta filosófica, si es que ambas no suponen lo mismo. El texto, que Rómulo apenas leerá pero en el que la palabra máculas del tiempo y metepsicosis se alternarán sin cesar, estará plagado de espacios en blanco y de letras en cursiva. Los capítulos no serán extensos y los párrafos tenderán a ser breves y construidos con oraciones lacónicas. Volverá al inicio y comprobará el año de la primera edición: 1982. Desechará la idea de que el libro se haya reeditado. Le devolverá el libro al historiador. Preguntará, pues no tendrá otra opción:
-¿De qué trata?
-Si no recuerdo mal, la obra pretende emular el estilo de algunos textos místicos. Gamsura es un estado de meditación que finalmente termina siendo un estado vital permanente que permite la metempsicosis haciendo uso de las máculas del tiempo. ¿No ha oído hablar de las máculas del tiempo?
-Sí, pero no acierto a comprender aún que son.
-Recuerde que estamos tratando con un texto que pretende ser místico. Por tanto, le será necesaria cierta dosis de fe. Si dispone de tiempo puedo explicarle cuál era la idea de Auguste Blanchard.
-A eso he venido.
-Bien. En este libro, Blanchard apenas trata el fundamento filosófico de las máculas del tiempo. No olvidemos que se trata de una novela de ciencia ficción. En él se narra un asesinato que se comete gracias a las metempsicosis que permiten las máculas del tiempo. El problema para el investigador residirá en demostrar la culpabilidad, no del cuerpo que cometió el asesinato, sino del individuo que en ese momento se había transmigrado en él.
-Interesante dilema.
-Sin embargo, no se vendieron muchos ejemplares de la obra. El estilo era excesivamente místico. Toda la obra parecía demasiado real. Los pocos que hemos leído la obra no podemos evitar la sensación de que en ese argumento hay algo real, que no todo es ciencia ficción. Hay cierta perversidad en él. El libro está escrito un poco a la manera de Kafka: desasosegante, aunque no exento de cierta comicidad.
-Sin embargo, tengo entendido que Blanchard escribió un ensayo para demostrar la teoría de las máculas del tiempo.
-Bueno, eso no es del todo cierto. En realidad el ensayo no pasó de unas pocas páginas. Hacía referencia a unos cuantos autores heterogéneos que le ayudaban de forma un tanto tangencial a apoyar su teoría. En resumidas cuentas, lo que proponía era algo próximo a la inexistencia del tiempo. Proponía el mundo como representación, como ilusión. La realidad que percibimos sólo serían estados mentales. Recuerdo poco más de aquellas páginas porque sólo las leí en una ocasión. Sin embargo, tal y como me sucedió al leer la novela, la propuesta me pareció demasiado factible como para ser real. Por eso la deseché. Sin embargo, han quedado en mi pensamiento reminiscencias de aquella teoría, lo que por otro lado, no ha hecho sino crearme numerosos problemas ya que he decidido abolir de mi vida la conciencia del tiempo.
-Pero...es usted historiador.
-Ahí residen mis problemas. No sé cómo explicar que tal vez lo que vivimos no sean sino instantes precisos que se encadenan y entre los cuales hay pequeños momentos en blanco.
-Las máculas del tiempo.
-Eso es.

Rómulo recuerda unas líneas leídas en alguna recóndita obra:
El tiempo, como idea subjetiva, como existencia únicamente percibida, no como existencia per se. No hay tiempo sin causalidad. No hay tiempo sin percepción de la causalidad del mismo modo que no hay color si no existen ojos para percibirlo. Por eso lo que se encuentra a nuestras espaldas carece de color: somos nosotros los que, al dirigir nuestros ojos sobre los objetos, sobre el cielo, sobre el universo, los dotamos de color, de causalidad, de tiempo. De vida.

-Pero según su forma de pensar, ¿existiría la causalidad?
-Buena pregunta. No, no existiría. No creo que sea necesaria la causalidad para entender el mundo, mucho menos para entender la historia. El vínculo entre un acto y otro puede establecerse por muy diversos motivos o, si lo prefiere, causas. La división potencia- acto de Aristóteles, posteriormente completada por Tomás que Aquino, no es más que una falacia en el contexto de las máculas del tiempo. No habría pues una transición gradual de un acto a otro, sino que se darían múltiples, probablemente infinitos actos intermedios, que nosotros percibiríamos como cambios graduales. De ahí lo ilusorio del mundo externo.
-Nagarjuna también propuso algo así, incluso Hume.
-Sin embargo, ellos nunca propusieron la existencia de máculas del tiempo. Pero no me haga mucho caso. Todas estas ideas no son sino extravagancias. Lea, si puede, esas páginas de Blanchard. Como curiosidad son estimulantes.
-Pero, ¡cómo abordar entonces el estudio de la historia desde su teoría del tiempo?
-En esencia el abordaje es muy similar al actual. Tomo el tiempo como un convencionalismo para poder entenderme con el resto de historiadores, aunque yo plantee su inexistencia. Lo que para ellos es una corriente continua para mí son sucesos congelados explicables por sí solos. Yo puedo describir cada uno de esos instantes sin necesidad de buscar causas ni consecuencias. De hecho, ¿es una causa algo absoluto? Estará de acuerdo conmigo en que las causas son interpretaciones. Nos guste o no, la investigación en cualquier campo establece relaciones entre actos en base a interpretaciones. La causa, por tanto, es una interpretación, algo ilusorio, por más objetivos que sean los datos que se analicen. Siempre encontrará ideas enfrentadas al interpretar la relación entre un acto y otro a través de una causa. Lea a Auguste Blanchard, él le dirá que nuestra percepción del mundo no es sino la suma sucesiva de innumerables estados mentales.

Rómulo contemplará los estantes repletos de libros. Los repasará en la distancia con cierta minuciosidad. Se revolverá inquieto en su silla. Se levantará de forma súbita. Habrá tenido una ocurrencia que podrá ayudarle a continuar con sus pesquisas. Agradecerá al historiador su ayuda de forma efusiva. Un historiador que no cree en el tiempo, como esos autores sin libro, que escriben viviendo, pensará.
Se despedirá del monumental mayordomo. Tomará el ascensor y bajará a la planta baja. Allí, a través de la puerta de entrada observará dos siluetas que caminarán hacia el edificio. Se dirigirá rápidamente hacia la portería, donde se esconderá. La puerta se abrirá y escuchará la voz de un hombre:
-Puede que aún continúe en la casa.
-Eso podría venirnos bien, como factor sorpresa- responde una voz de mujer.
Rómulo identificará esas voces al instante: corresponden a la pareja que le abordó en el metro.
Ahora Rómulo evitará hacer cualquier ruido que pueda delatar su presencia en la portería. Escuchará los tacones de ella repicando sobre el suelo y acercándose más y más hacia donde él se encuentra. Se detendrán un momento junto a la portería.
-¿Crees que podrá ser él, por fin?- interroga ella.
-No creo. Es audaz, pero no parece lo suficientemente intrépido como para advertir el juego.
-Yo vi algo en él que me gustó. No le costó demasiado encontrar el libro. Espero que después de hablar con Severo se precipiten los hechos.
-No te apresures, aún queda mucho juego. Recuerda lo que nos ocurrió a ti y a mí.
-Es difícil este juego.
-En efecto.
Los pasos se alejarán hacia los ascensores. La puerta se abrirá y Rómulo escuchará cómo ellos se adentrarán en el ascensor, la puerta se cerrará y el mecanismo de ascensión volverá a ponerse en marcha. Se incorporará, silencioso y se dirigirá con premura hacia la puerta.
Tiene que ver a Milton, a sus versos, a Ulises Alonso, a Georges, a Odile, a Marcel,...
Un futuro narrador.

lunes, abril 17, 2006

El Viaje, Capítulo III. El señor gordo (1 de 3)

Ese soy yo, un tío gordo, y a mucha honra, no te jode. Mi nombre es, pal que le interese, Jorge. Es un buen nombre, creo, acorde con mi personalidad, según dice la gente. Ah, sí, la gente. La gente me quiere, ¿sabéis? Soy así como simpático. El gordote cachondo que no falta en ninguna oficina que se precie, el de los chistes guarros, el que después de tira cinco minutos muerto de la risa, mientras te intenta explicar la gracia, jo, jo, jo.

Soy un tío sanote, campechano. Y feliz, bastante feliz. Felizmente casado, con la parejita de hijos y todo eso. Una familia española como deber ser, no esas cosas raras que están saliendo ahora, que ni son familia ni son ná. Mi mujer se llama María, y es la mejor. Mi compañera de fatigas, mi costilla, mi media naranja, todo eso, no sé. No soy muy bueno con las palabras, ni con pensamientos demasiado elevados, ¿Sabéis? Siempre pensé que la palabra más clara para decir mierda era mierda, jo, jo.

Pero en fin, que no tengo nada en mi vida que no me guste: mujer, hijos, buenos amigos y todo un horizonte de posibilidades futuras, como viajar este verano todos juntos a Costa Rica. Veréis, es que todos empezamos en el mismo grupo de amigos. Fue como conocí a María, claro. Y siempre nos hemos querido todos un montón. Somos un buen puñado de gente, pero el núcleo del grupo lo formamos cinco: dos parejas y Antonio, el eterno soltero, ja, ja… Pobrecillo, la verdad es que desde que rompió hace unos cuantos años ya con su primera ex no levanta cabeza. No para de picotear sin encontrar una que valga realmente la pena. Además, llevan unos días él y Carlos un poco tontos, la verdad. No paran de discutir y apenas se ven. A ver si se soluciona pronto todo, que falta poco ya pal Barcelona-Madrid y quiero poder verlo con mis amigos, como siempre. Bah, seguro que ya se les ha pasado. Es más, hoy quedaban para hablarlo y eso.

¿Sabéis? No me gusta nada ir en avión, no sé, me hace sentir más gordo aún, lo cual ya es decir. Y además, no soporto los tiparracos serios como el que me ha tocado de compañero de viaje. Claro que el pobre hace mala cara, como si algo le hubiera sentado mal. Creo que paso de pedirme un té, aunque mi estómago es a prueba de brebajes, que conste. Tengo un metabolismo privilegiado, aunque con tendencia a acumular grasa, pero no me quejo. Mejor que esos flacuchos con cara de hambre, como Antoñito, que mira que jala y es incapaz de engordar ni un gramo. Bueno, cuando se case verás cómo empieza a tener panza, como todos, no te jode. ¡A ver si os creéis que yo a los veinticinco estaba como ahora! Además, con eso de que no para de currar en el campo, más las mariconadas esas del gimnasio, pues normal que no saque barriga. Mira que se lo dije, que eso de los musculitos hace cal final te se atrofie la minga, ja, ja…

Jo, tenía que haber llamado a María antes de subirme a este supositorio con alas. Bueno, ya llamaré cuando aterrice en Barcelona, aunque seguro que me sale la llamada por un pico, putos polacos. No me malinterpretéis, no soy racista, o senofóbico, o como sea, ¡pero el tres a uno en el Bernabéu no se olvida, coño! Como ayer, que me dice el Rafa, el de mantenimiento, que si yo soy un no se qué porque le dije que mi barrio se estaba llenando de gentuza. ¡Coño, es que son gentuza! No digo yo que todos los moros lo sean, pero los guarros que han puesto un locutorio terrorista de esos enfrente de mi portal pues sí. ¡Haber si ya no va a poder decir uno lo que piensa en este país! Claro que la culpa la tiene el Zetapé de los cojones con tanto pacto y tanta hostia. ¡Más mano dura daba yo! ¡Tanto hablar con asesinos y tanta polla en vinagre! Y eso que a mí el Pepé me la suda también, que todos son iguales, unos chorizos, si lo sabré yo, que mi cuñao es concejal…
Cayetano Gea Martín

viernes, abril 14, 2006

Cien barcos a la deriva

Olas de silencio que adormecen la marea
Reflejado en el agua tu rostro de pez
La marejada de deseos que se alejan
Cada vez más viejo, cada vez
Más cansado de andar y luchar
¡Con el tiempo en contra y en soledad!

Ya no sé que líneas cruzan mi destino
Qué anida en mi pecho aparte de dolor
Si tendré que elegir un camino:
Orgasmos o amor
Hipercor o flor de pascua abierta:
¡Pasteles, pasteles de adormidera!

Antes de esta deriva, el decoro:
La vida regalada, sin estrenar, sin pendiente
Pero mi ilusión murió entre fiebres de verde y oro
¿Y ahora? Corazón de hielo, que se extiende
Enfría el deseo de compartir, de envejecer:
¡Siempre el mismo rostro en cada mismo amanecer!

No sé si soy más sabio o más imbécil
Quizá sólo necesite suelo fértil
Y abandonar de una vez
Cien barcos a la deriva que
¡Nunca llegan a puerto firme!
Cayetano Gea Martín

martes, abril 11, 2006

Éxtasis de verde, oro y rosa

Verde, verde, el color de mi futuro de animales
De mi lejana ancianidad, de pastillas
De enfermeras de blancas faldas sobre sillas
Algodones en fosas nasales, sondas rectales
Revistero descolorido con manchas hepáticas
Reposiciones y partidas de dominó cansado
El tiempo pasando, sin mirar, por mi lado
Me asesina con su homilía y su plática

Oro, oro, el color de mi pasado
De mi cercano y perdido porvenir
Que se aleja, para siempre, de mí
Envuelto en bruma y juguetes mutilados
Caramelos, barcos, imposición de manos
Pliegues de ropa y pies de colosos
Y el rostro, rostro, diminuto y hermoso
De mi recién nacido hermano

Rosa, rosa, el color de mi presente
De mi momento de brillar
Ahora o nunca, he de incinerar
La Rueda y mi orgullo deprimente
El destello ácrata lunar y el sexo
Palpitante, emergente, oscilante
Péndulo de Foucault delirante
Que sólo desea medrar entre tres nexos:

Verde, el color de tu hierba triste
Que devoro, y libo en tu polen
Discípulo de Pan persiguiendo a Circe
Frescor de cuerpo joven
Verdor de vida sin hiel

Oro, el color de tu jalea real
De tus dulces pechos blancos
De tu nuca y de tu arco supraorbital
De tus piernas y pies y ojos y manos
De tu vello tostado al sol

Rosa, el color de tu sexo en flor
Del mío cuando goza al borde del estallido
Nuestro, cuando ambos se juntan en dulce agonía
En mágica comunión, en za-zen, en armonía
En sinfonía, en crescendo, en éxtasis, en rugido
Y en el cálido y rosado rescoldo posterior
Cayetano Gea Martín

lunes, abril 10, 2006

El cerebro de Dios (experimento hipertextual), octava entrega

10.María.

En algún momento presupuse a María. Preexistió en mí como un arquetipo, como la Ofelia de Shakespeare, como la Helena de Goethe, como la Beatriz de Dante, como la Eterna de Macedonio. Fue siempre mi esperanza y mi temor, la necesidad de adentrarme en lo recóndito, en el anhelo más íntimo y, de una vez por todas, empujar brutalmente al resto de la vida, abrir hueco a su presencia, que no es tal porque la presupongo, que es tal porque sé que existe, que no es tal porque es tan sólo intuición, que es tal porque mis sentidos la perciben.

Rómulo recuerda estas líneas mientras camina hacia una librería cercana en la que le conocen bien. Va a buscar alguna obra de Auguste Blanchard. Ese puede ser el primer paso para saber algo más acerca de Emery. Todavía le siguen. Él apenas se fija en ello. Sentirse continuamente observado, piensa, debe de ser algo así como creer en Dios, saber que alguien te vigila, que hagas lo que hagas nunca te verás fuera de su campo de visión. Esa continua observación no limita la libertad del individuo pero sí introduce un sentimiento de angustia que condiciona esa libertad, lo que acaso no sea muy diferente del papel que juega la moral en los ateos. Rómulo llega a la librería, saluda, camina hacia uno de los estantes (conoce de memoria la disposición de los libros en ésta y en la mayoría de las librerías de la ciudad) y se dirige hacia los volúmenes de filosofía. No encuentra lo que busca. Nunca, hasta este día, había oído hablar de Auguste Blanchard.
-Perdone, ¿podría ayudarme?
-Sí, cómo no, dígame.
-Buscaba un libro de un autor poco conocido, Auguste Blanchard. Es hermano de Emery Blanchard, tampoco muy conocido pero sí algo más que él.
-Um, déjeme ver. Creo recordar haber leído algo sobre ese autor...¿conoce alguno de sus títulos?
-No. Tan sólo sé que creó la teoría de las máculas del tiempo. Imagino que debía de ser filósofo.
-¡Ah!, no. Auguste Blanchard fue un escritor de ciencia-ficción pero su teoría, que aplicó a su única novela, se hizo tan famosa que él mismo terminó por creer que era cierta y escribió un ensayo en el que pretendía demostrar su veracidad. Pero nunca leí nada de él. Encontrar alguna de sus obras le va a costar esfuerzo. Le recomiendo que visite alguna biblioteca o a algún bibliófilo generoso que le permita echar un vistazo al libro. Tome esta tarjeta y visite a este hombre. Él podrá ayudarle.
Rómulo coge la tarjeta que le tiende el librero y la guarda, sin siquiera echarle un vistazo. Agradece la ayuda y, como compensación, se marcha con un libro escogido al azar que resulta ser un mamotreto ruso que ya ha leído en un par de ocasiones.

No nos cansamos de acudir al cartapacio descubierto:

La literatura como plasmación de mi vida. Mi vida como plasmación de la literatura.
Tú, como evocación, como irradiación de literatura. Contemplo y escribo mi vida a través de la tuya.

Rómulo camina sin rumbo fijo, simula a Horacio Oliveira errante por las calles de París. Le gusta caminar por el parque cercano, allí hay caminos de tierra y un estanque con una pequeña cascada. El monótono rumor del agua permite relajarse y estudiar con detenimiento lo que le ha ocurrido durante el día.

Tan sólo han transcurrido seis horas y he descubierto un libro que probablemente se escriba a medida que vivo, he tratado con varios fanáticos del libro, poseo un maletín que aún no sé cómo abrir y tengo una tarjeta en el bolsillo que tal vez me aporte algún dato acerca del autor de esta maldita obra.

Rómulo permanece sentado durante media hora en un banco de madera próximo a la cascada artificial. Recuerda a Arnsten y a Konsgrüen, también a Eladio Goíbar y a Milton, pero esos son recuerdos lejanos ya, sus conversaciones en La nada, el café de la juventud bohemia de M., que había decidido convertirse al nihilismo de Nagarjuna y dilapidar su vida en tertulias soporíferas, marcadas por un esnobismo literario que era sólo una forma de mostrarse diferente, un carácter que al final les tornaba seres insignificantes y clónicos reunidos en torno a una mesa para discutir sobre una recóndita metáfora de un poema casi desconocido, en una obra apenas leída de un autor prácticamente olvidado. De Arnsten, Rómulo recordaba su pelo rojo, su mirada clara, nítida, desinhibida. De Konsgrüen su impertinencia, su deseo de vivir, su fuerza, su extraordinario parecido con Samuel Tesler. De Eladio, su tesón, su historia, ese afán por lo simétrico. De Milton, su donosura, su aire bohemio, su lírica.
Nunca conocieron a María. Tampoco era necesario. De algún modo impreciso, vago, ellos también la percibieron como arquetipo, ¿de qué? es probable que de la heroína literaria que todos ellos buscaban, aquella por la que repasaban una a una todas las grandes novelas en las que figuraba algún aclamado personaje femenino. Finalmente, terminaban por rechazar la candidatura de cualquiera de ellas para ostentar el glorioso título de Heroína literaria por excelencia: Ana Karenina y Ana Ozores, por esa rendición final; el mismo motivo excluía a la Bovary; Helena, por dejarse seducir por el Diablo; Beatriz, por dejarse seducir por Dios; la Eterna, por morirse y dejar tan solo a Macedonio (aunque él tratase de negarlo); la Maga, y tal vez Ofelia,, por su ñoñería infantil; Eva, por condenarnos; Lolita, por desagradecida. Todos ellos confiaban en María como arquetipo. Sin embargo, ninguno de ellos creyó jamás en ella como una María real, con su carne, con sus huesos, con su cerebro, con sus ansias de vivir dentro y fuera de mi imaginación. Creían en la María literaria, con la que Rómulo les abrumaba noche tras noche y les embaucaba en ese viaje misterioso a su imaginación y a la lírica que María despertaba en él.
Escribió Rómulo en alguna ocasión:
Sólo hay ausencia de ti en la inconsciencia. No dormiría jamás, no soñaría jamás con tal de asegurarme tu presencia perpetua, la felicidad continua de saberte siempre existiendo.

Rómulo llora.

Visitamos una breve nota en un volumen de Russell:
Estás triste. Me miras con ese gesto que me conmueve sin remedio. En ese momento hay un vértigo de mi felicidad y una tiniebla que amenaza con engullir el mundo, nuestro mundo. Hay una lágrima que se asoma primero y se apresura después, que recorre tu mejilla como un río y cae sobre la almohada, donde se mezcla con el sudor y la saliva que hemos compartido. Hay un pasado que irrumpe en el presente y lo triza, lo magulla, lo despedaza.

Saca la tarjeta del bolsillo y lee: D.Severo Martínez, catedrático de Historia contemporánea. Aparece una dirección y un número de teléfono. Tal vez sea mejor llamar primero y, si se le permite acordar una visita, acudir después. Sale del parque y se dirige hacia una cabina de teléfono. Se sitúa el teléfono entre el hombro y el cuello mientras saca la tarjeta. Al otro lado de la calle puede observar al hombre que le lleva siguiendo durante todo el día, su dios particular, qué afortunado.
¿Don Severo Martínez, por favor?...de Rómulo Gea...no, no me conoce...Sí, espero...(debo ser cauto, parecer despistado y en algún momento de descuido...)...sí, ¿don Severo Martínez?...Mi nombre es Rómulo Gea y le llamaba por un asunto un tanto insólito, me dio su tarjeta un librero y me aseguró que usted podría ayudarme a buscar cierto libro...si no le importa sería preferible que hablásemos en persona. La consulta que he de hacerle es delicada...¿no tiene problema entonces en que nos veamos?...¿podría ser hoy mismo?...bien, entonces allí estaré, a las cinco en su casa. Muchas gracias, don Severo...Hasta luego.

Se marcha a un restaurante cercano, abre de nuevo la ventana y continúa leyendo hasta este mismo momento. Cierra la ventana.
Aún teme volver la página y descubrir que ya está todo escrito de antemano. Una cosa es saber que todo está ya dicho o escrito (dice un personaje de Daniele De Giudice: ya no se pueden escribir libros, yo sólo escribo notas a pie de página); otra, sentirse una nota a pie de página, la obra de un Dios-escritor, una mera ficción tornada realidad.

Breve nota del autor para su lector: el libro acaso presuponga lo que ocurrirá en el futuro. Recuerde que el principio antrópico propugna que dadas las condiciones actuales del universo, la existencia del hombre es necesaria en él. Si las condiciones no fuesen las actuales no habría posibilidad de que el hombre existiese siquiera. Sin embargo, las condiciones terminarían cambiando para dar cabida al hombre en el universo. Así, digamos que el universo podría haber seguido, desde la creación del primer átomo de hidrógeno, un plan de creación, no ideado por un dios sino como consecuencia lógica de las leyes naturales. En esas condiciones, hallar la ley unificada, esa ley que es más aún que las tablas de la ley de Moisés, permitiría conocer de forma determinística todos y cada uno de los acontecimientos que ocurriesen en el universo: la creación de la Tierra, la aparición del hombre, la derrota de la Armada Invencible, el par de calcetines que se pondrá Rómulo el 3 de marzo de 20.., cuál será el destino de este Libro, qué será de usted y de mí, qué será. Especule pues, si tiene tiempo, y no comparte la misma opinión que mi hermano Auguste Blanchard sobre la soledad, y cito textualmente: La soledad es como un anciano venerable: todos dicen respetarla, nadie desea su compañía.

Existe la posibilidad, piensa Rómulo, de que la vida, lo que llamamos vida, no sea mas que una ficción, un entretenimiento de los dioses, y la verdad, esa verdad que tanto anhela el hombre conocer, no exista. Rómulo se niega a pensar de ese modo. Niega la posibilidad de que María pueda ser irreal, ya sea como imagen en su mente o como realidad corpórea, tangible. Se niega a creer que no es dueño de sus actos, que su libertad es tan sólo un espejismo. Aunque piensa que hasta ahora se sentía libre, autónomo. ¿Por qué ha de cambiar esa situación?¿Modificaría acaso el que su vida estuviese determinada de antemano el hecho de que él pudiera amar, odiar, envilecerse o ver caer el sol de otro modo cada día? Probablemente sí, se responde, pues conocer es el paso decisivo hacia el desasosiego. Alguien le dijo alguna vez que la puerta hacia la angustia existencial se abre gracias al conocimiento: conocer es padecer.

Aléphica nota de Rómulo perdida, cómo no, en un volumen de Withman:
Sin ti, fui ciego espectador del mundo. Porque eres mi mundo, María: la garúa sobre el Ghobi, la marea en Viena, una llama en Siberia, la nieve en Beirut, un beso en Sumatra y una mirada en Roma, una sábana en un pajar, un sueño real, una sílaba tónica, un insecto bailarín, una viuda feliz, un balbuceo consciente, una alborada en Noruega, un ocaso en Suecia, un mundo que es María, un balancín oscilante, una belladona viva, un velero libre.
Dependencia, siempre ya, perpetua de ti. Comprensión de que tu existencia es inherente a la mía, de que los tiempos y espacios en los que nos movemos serán siempre simultáneos. Aceptación de mi sentimiento de necesidad, de subyugado perenne, de sediento, de hambriento, de girasol, de planta carnívora, de felino al acecho, de satélite, de cuerpo sometido a la fuerza de la gravedad, de electrón bailando en torno al núcleo.
Confesión visceral-realista: Deseo conocerte de forma íntima: besar tu hígado, sopesar tus riñones y lamerte el corazón, acariciar tus pulmones, hacer un orificio en ellos y respirar el aire que tú aspiras.

Come una ensalada y salmón a la plancha, una manzana de postre. A partir de ahora debe calcular todos sus pasos con absoluta precisión.
-¡Vaya!- exclama, Rómulo, sentado aún en el restaurante- me olvidé de Milton.
Por la mañana, al entrar en el metro, Rómulo se dirigía al otro extremo de la ciudad para encontrarse con Milton que decía haber descubierto unos versos de uno de esos poetas perdidos que ambos buscaban sin parar, Rómulo motivado por su inagotable sed lectora, Milton, en busca de aquel tema, de aquella forma, de aquel estilo que aún no había logrado hallar. Rómulo pues, se levanta de la mesa, y se dirige hacia un teléfono colgado junto a la barra del restaurante.
-¿Milton? Soy yo.
-...
-Ya, ha ocurrido algo.
-...
-Sí, lo sé, era Ediberto Grete, pero no sabes lo que ha ocurrido.
-...
-La verdad es que no puedo contártelo aquí. Deberíamos vernos.
-...
-Esta vez sí, lo prometo. ¿Recuerdas la secta de los ciegos que aparecía en Sobre héroes y tumbas?
-...
-Pues resulta que existe una similar, pero de adoradores de un libro. No puedo contarte nada más aquí. Podríamos vernos a eso de las...a ver, déjame pensar, alas cinco con el catedrático, a las once con el camarero...,¿ te parece bien a las ocho?
-... ... ...
-Bien, como quieras Milton. Hasta luego.

Rómulo paga y camina hacia la casa del catedrático. Son las tres y media. No cree que tarde más de media hora en llegar caminando. ¿Le siguen? Sí, aún se encuentra allí el tipo, qué perseverancia la suya. Aún no sabe cómo ha arribado a esta situación. El libro es el culpable de todo. No en vano, pronto, desde su infancia, tuvo siempre la certeza de que todos los libros tienen algo de perverso, porque descubren un mundo incompleto, imperfecto, desasosegante. Rómulo jamás ha escrito por ese sencillo motivo, por evitar la perversidad que en sus obras habría de manifestarse. Su idea acerca de la creación dista mucho de la habitualmente empleada. El escritor se expone a la hoja en blanco, que representa el futuro. Sin embargo el escritor no parte de la nada y se adentra en su memoria para crear. El autor pues, crea desde el pasado. Rómulo piensa que esa no es la actitud adecuada. Él desea una creatio ex nihilo real, ser Dios mediante la escritura como los habitantes de Bäusgron mediante las tallas de madera. Para alcanzar esta condición es necesario, piensa, olvidarse de los eternos opuestos y sentir la unidad como única divisibilidad posible, desprenderse de los anhelos y, ante todo, sentirse creador, ser la nada. Esa situación de absoluta soledad es el paso esencial para el acto creativo. Por algo la cábala defiende la génesis del mundo por Dios, como un acto de autismo creativo, la huida de Dios de la soledad. Los artistas chinos son capaces de alcanzar tal condición, pero corren el peligro de no poder distinguir entre la realidad en la que viven y la realidad que han creado. El poeta Li Bo murió ahogado al intentar atrapar en un río el reflejo de la luna que tantas veces había cantado; Wu Daozi desapareció en la bruma de un paisaje que acababa de pintar. Por eso Rómulo propone crear desde la nada para alcanzar, después, la nada. Nacer para morir. Eliminar la pretensión de perpetuidad de la obra es lo que la tornará realmente eterna. Contra el orden el caos, la cosa, el saco infinito. Tal vez por eso decía Valery que la nada es la perfección. Alguna vez leyó Rómulo la siguiente aserción en un libro de un físico un tanto lírico, inspirado tal vez por el apotegma de Valery: la materia está formada en su mayor parte por vacío, por nada: nosotros no somos pues, mas que discontinuidades de la nada, oasis en un desierto de vacío, imperfección. Rómulo no ha sido capaz de alcanzar ese estado logrado por los artistas chinos. No puede escribir, por tanto, por razones de escrupulosa moral literaria. No puede, sobre todo, dejar atrás sus anhelos.

Perdidas, entre algunos textos de filósofos alemanes, las siguientes líneas:
El tiempo dota a los anhelos de cierto cariz insoslayable. Nievan inviernos, florecen primaveras, solean veranos, caen otoños y los deseos persisten en su obcecado afán existencial, que se ve reforzado en tanto que el tiempo niega la expresión del anhelo y contribuye con la acumulación de evidencias que justifican la existencia del mismo. El grado de refutabilidad de esas evidencias, así como la disposición del sujeto para tornar un futuro onírico en un presente veraz son condiciones indispensables para transformar la potencialidad del anhelo en firme certeza de su consecución. Dado este paso esencial el resto es un devenir de los hechos nunca casual que conduce al fin inevitable: la consecución del deseo.
Regresamos a los eternos opuestos: el deseo (la potencialidad de mi ego) como lo unívoco, el amor como lo recíproco. Nunca puede ser amor el sentimiento unívoco (yo hacia ti, tú hacia mí), sino la sensación indiscutible e insustituible de que tú y yo sintamos que
juntos/ somos completos como un solo río,/ como una sola arena, lo individual formado por las partes, el amor-gestalt. De ese modo, el amor no deja de ser otra cosa que un juego perpetuo con el deseo. Afirmas que el amor es lo racional; el deseo, el juego.

Junto a estas líneas, una cuartilla doblada en la que figuran unas sorprendentes instrucciones:

Diversión amorosa de Tántalo:

Instrucciones del juego::
1.Te acercas a mí mientras me miras a los ojos, te aproximas y yo finjo ser estatua. Tus labios cada vez más cerca de conformar un beso con la desinteresada colaboración de los míos. Cuando mis labios preparan el hueco necesario, la curva precisa, te retiras con premura.
2.Ahora tú pasas a ser la estatua y yo el deseo aproximándose. Esperas mi beso (la estatua sonriente: la sonrisa esculpida con nácar, con nieve pétrea). También yo acerco mis labios a los tuyos, también yo me retiro en el mismo instante en el que el deseo corría peligro de extinguirse.
3.A continuación, los dos sobre la cama, nuestra respiración agitada, mis manos recorriendo tu cuerpo sin recorrerlo. Mantengo mis dedos separados ligeramente de tu piel y tan sólo eres capaz de percibir su presencia (su ausencia explícita) mediante la evocación de recuerdos, de anhelos actuales, y mis manos, sin tocarte, son capaces de percibir cómo te estremeces, cómo desde el deseo, anhelas desear aún más.
4.Tú sobre mí, recorriendo mi cuerpo con tu aliento, que explora cada uno de los pliegues de mi piel y me conduce a una realidad donde la única sensación existente es tu aliento, la calima del deseo que se interpone entre tú y yo.
5.Nos olvidamos de Tántalo. Después, ya, lo inevitable, el beso que abre la caja de Pandora, que produce seísmos, el beso que es la expresión de la saciedad, la inexistencia ya del deseo, y bebo tu saliva y como tus labios y es tuyo el cuerpo que adoro, y al que cada día acudo jugando y solicitando la redención de mis pecados.

Milton plantea la creación desde un punto de vista opuesto al de Rómulo. Él cree en Poe, en Raymond Roussell, en Duchamp, que eran esencialmente racionales, que descartaban todo atisbo de intuición o de emotividad del acto creativo y revestían cada una de sus creaciones de un aura intelectual que nada tenía en común con los cantos de Mallarmé, de Valery o del esotérico Novalis. Rómulo busca libros y ya ha encontrado el Libro. Milton busca versos, anhela encontrar el Verso. Rómulo emprende su búsqueda desde la nada, Milton lo hace desde el infinito. Y por ello, Rómulo le reconviene siempre con las mismas palabras: hablar del infinito es obsceno, tratar de entenderlo desde la finitud, un acto de grosera vanidad.
Konsgrüen, por el contrario, se siente cómodo entre ambas posiciones y de ese modo crea sus obras pictóricas, desvelando un Universo ambiguo donde sombra y luz se confunden, afirma él, citando a su admirado Tanizaki.

Rómulo sospecha que la combinación del maletín está relacionada con el episodio del hallazgo del Libro. No puede aún, sin embargo, establecer la relación entre ambos. Debe estar atento.

Me sigue aún, piensa Rómulo, he de huir de él y ganar algo de tiempo, que no sepan qué hago o qué digo. Son las cuatro. Entra en un centro comercial cercano y camina rápidamente, perdiéndose entre los compradores que a esas horas abarrotan ya los pasillos del gigantesco edificio. No conoce bien el lugar. Tal vez eso constituya una ventaja, pues su tránsito será caótico e impreciso, no sabrá hacia dónde dirigirse. Debe buscar otra puerta diferente a la de entrada para obligar a su perseguidor a entrar en el centro comercial y seguirle. Echa la vista atrás. Allí se encuentra. Rómulo busca las zonas del edificio donde se reúne más gente y se adentra entre la masa humana casi como si se lanzara a una piscina. De vez en cuando se gira para comprobar su ha perdido a su perseguidor. Aún continúa tras su rastro. No tiene mucho tiempo. Rómulo comienza a correr, desesperado ya por el férreo seguimiento del tipo, mientras el otro trata de correr tras él pero lo hace con más dificultades. Poco a poco, Rómulo ve cómo se aleja del tipo. Una puerta al fondo del pasillo. Corre hacia ella. Sale a la calle y corre hasta la siguiente esquina, donde descansa y aguarda la salida del tipo que le sigue. Por fin le ve salir mirando a su alrededor. Parece confundido. Parece que va a acercarse hacia donde se encuentra Rómulo, pero decide caminar en sentido opuesto. Ese es el momento que Rómulo elige para correr de nuevo y alejarse aún más de su perseguidor. Lo ha perdido. Ahora se siente libre. Comienza la búsqueda.

Aunque, en cierto modo, su búsqueda concluyó antes de descubrir el libro.
Leamos, no me resisto a mostrarlas, unas líneas que son muestra de esa búsqueda parcial finalizada.
Escribir te amo siempre no es retórica, es la forma más precisa de mostrarte mi estado perpetuo, mi presente dependiente del tuyo. Es hacerte partícipe y protagonista del más probable sentido de mi vida.
Escribir te amo siempre expresa mi conciencia permanente de tu existencia, de tu ser otro. Es de algún modo la forma de proclamar mi propia negación para ser por completo consciente de tu existencia, de tu capacidad para percibir, para sentir, es adentrarme en una percepción de una nada inexistente, de un vacío que no puede ser tal porque tu presencia es inextinguible en mi vida.
Escribir te amo siempre es sentir cómo mis dedos se aventuran sobre tu rostro para conocerte, nunca para reconocerte. Contigo la memoria se desvanece. No es posible, por tanto, el olvido. Mis dedos sólo perciben el presente (la suavidad de tu mejilla, los ojos cerrados, el labio trémulo, la ceja fina).
Escribir te amo siempre es restringir mi existencia al presente. Los tiempos pasados y por venir ya no tienen sentido. Vivo la maravilla de tenerte a mi lado en este preciso instante y esa idea me sorprende a cada momento, como un hecho insólito: al caminar por la calle, al comprar en la tienda de la esquina, al leer un libro; ahí te encuentras, de repente, saliendo de una inexistencia previa y relegando al olvido a cualquier otro pensamiento que en ese instante ocupase mi mente, tomo conciencia de tu existencia única y absoluta, de tu exclusiva presencia, lo que hace que me sienta Adán cada día me sumerja en una revirginidad perpetua de la maravilla, donde lo insólito toma ventaja siempre sobre lo común, y hace de mi vida una pléyade de sucesos ineluctables para mi condición de perpetuo ser naciente.
Escribir te amo siempre es la negación taxativa de la discontinuidad de mi tiempo y, por tanto, de mi memoria. No hay contigo intervalos, no hay instantes de tiempo, no es mesurable éste: es la eternidad en el presente. Si acaso, la única concesión, el intervalo desde Adán (mi despertar cada día) hacia la nada (el sueño, la inconsciencia, mi único vacío). Sólo en el sueño encuentro la inexistencia del tiempo, una nada previa a mi continuo nacer, que es el despertar
Escribir te amo siempre es escribir, sencillamente, que te amo siempre. Y escribir que escribir te amo siempre es sencillamente que te amo siempre, es sencillamente escribir que te amo siempre. Y así sucesivamente.
Escribir te amo siempre es ver: la vida como tu presencia; la muerte como tu ausencia; el sueño, como pérdida momentánea, como ausencia temporal, como evocación mínima de la muerte; la vigilia, como asombro continuo.
Escribir te amo siempre es manifestar, por fin, la convicción de mi existencia, de que por fin vivo. Esa convicción de la existencia de mi propio ser ha tornado explícita la sentencia de Berkeley: sólo la percepción puede garantizar el ser. Sé que estoy vivo, que siento, que formo parte del tiempo, que he despertado por fin del letargo de una vida sin vida, que ha nacido mi mundo y que quiero gritarlo a las estrellas que ahora veo brillar, por fin, vivas, al sol que por fin me baña con sus dedos de oro, a esta poética que ahora me empuja a desnudarme del cuerpo y ser sólo alma, sentimiento, vida emancipada de la existencia material, posesión inevitablemente tuya, María.
Pedro Garrido Vega.

viernes, abril 07, 2006

A propósito de...El círculo de los escritores asesinos, de Diego Trelles Paz

Si me preguntasen qué libro me gustaría haber escrito, nombraría , en primer lugar, El Quijote. En segundo, seguramente figuraría esta extraordinaria obra de un joven peruano que apunta excelentes maneras. El primer párrafo de la obra ya es una declaración de intenciones, y lo transcribo de forma literal porque ya desde ese momento supe que éste iba a ser un gran libro: ¿La emoción o las palabras, qué viene primero? Lógicamente no existiría la emoción sin un medio para expresarla, no podríamos ni pensarnos sin una convención previa de signos, porque los humanos no estamos hechos de órganos, huesos o carne, sino de códigos lingüísticos, de formas siniestras que aparentan ordenar el caos de nuestra naturaleza salvaje. Las palabras son primero. Dios, o cualquier otro de esos visionarios inmorales, creó el signo antes que el mundo dándole un poder apenas perceptible y, por lo mismo, absoluto. Nada es anterior al alfabeto.
De forma resumida el argumento es el siguiente: la obra está formada por cuatro manuscritos que pertenecen a cuatro escritores que formaban parte de un grupo, El Círculo. Mediante estos manuscritos, cada uno de ellos trata de mostrar su inocencia en el asesinato de un crítico literario que destrozó una iniciativa del grupo en forma de revista literaria. Todo ello, con las notas a pie de página del editor de la obra, que también formó parte del Círculo.
La obra es, ante todo, metaliteraria. Figuran innumerables citas y menciones a autores, cineastas y músicos, que se entremezclan en la trama. Y en la segunda página del libro, dos frases que ya terminaron de convencerme de que esta sería una obra genial: Porque, díganme, ¿cómo se reemplaza el Quijote?¿Con qué? Esta pregunta la realiza el primero de los escritores, Ganivet (un seudónimo como lo eran también Larrita, el Chato, Casandra y Alejandro Sawa), que se encuentra preso por la muerte del crítico y lee cada tarde El Quijote a los demás presos de la cárcel ante el temor de que cuando concluya su lectura los presos lo maten.
El estilo es dinámico. No en vano la primera dedicatoria del libro es para Bolaño y en todo él se deja entrever un aire del difunto escritor. También se aprecia una clara influencia de Vila-Matas. No me parece algo a criticar: al menos sus influencias provienen de excelentes escritores.
Toda la obra es una continua búsqueda de la creación, una afirmación de que el mundo no podría existir sin la ficción porque éste en sí mismo una ficción. De la conclusión del libro rezuma esa aserción. Párrafo perdido en mitad de la obra: Ajeno al amor de una mujer diferente a mamá, me convencí de que el mundo era la cosa más cruel que alguien había podido idear y que, de haber Dios en algún sitio, era un anciano perverso disfrutando de las debilidades de sus criaturas mientras las empujaba a caer. Esta dependencia sólo podía romprese de dos maneras: 1) no creyendo ni en él ni en nada (cosa que hice) y 2) siendo Dios uno mismo en el mundo de la ficción. Como no podía ser de otra forma, asocié casi automáticamente mi felicidad a la literatura y, así como el Quijote, ajeno a todo lo que se manifestaba real, aprendí a sobrevivir.

Pedro Garrido Vega

El Viaje, Capítulo II. La azafata (3 de 3)

Impacto.
¿Qué?
Impacto, impacto.
¿Qué, hola?
Impacto, impacto, impacto.
¡No te oigo! ¡No, ah! ¡Nooo! ¡Socorrooo! ¡QUE ALGUIEN ME AYUDE, POR EL AMOR DE DIOS, SOCORROOOO!
Impacto. Pum. Impacto. Avión que oscila. Caos. Ruido.
¡Estamos cayendo! ¡Capitán! ¡ESTAMOS CAYENDO! ¡VAMOS A MORIIIIR!
Caos. Caos. Caos a su alrededor. Gente volando.
¡OhDiosmíoohDiosmíoohDiosmíoooh! ¡OH, OH, OOOH!
Terror. Caos. Bum. Crash. Setenta y siete grados de inclinación. Gente golpeada, arrastrada, diezmada, muerta.
¡Oh, aah! ¡Sujetarmeee! ¡Sujetarme a algo! ¡Ya! ¡Aquí! ¡Oh! ¡Sí! ¿No? ¿Barra? ¡Sí! ¡Barra! ¡Barra! ¡Aquí! ¡Aaah!
Caos, terror. Ochenta y tres grados. Manos se cierran. Objeto metálico. Seguro. Seguro. Vida en descenso. Probabilidad tiende a cero. Tendones de antebrazo en tensión. Alguno estalla. Cuerda de guitarra. Poing. Caos. Hasta luego, cocodrilo.
¡Oh! ¡No! ¡No puedo! ¡Me resbalo! ¡Oh, Dios! ¡Ayúdame! ¡Dios! ¡Capitán! ¡Dios! ¡Me resbalo! ¡Duele! ¡Oh! ¡Demasiado! ¡Me resbalo! ¡MEEE RESBALOOOO!
Poing, caos, terror. Sin cuerdas la guitarra. Presión cero. Nos vemos, caimán. No te olvides de escribir. Caos. Discordia.
¡CAIGOOO! ¡CAIGOOO! ¡AAAAAAH! ¡CAI…
Golpe, caos. Golpe, golpe, golpe. Mortal. Golpe mortal. Golpe más mortal igual a muerte, ja. Golpe. Golpe como un, sí, como un coco. Crac. Blop. Masa encefálica. Muerte de coco. Coco de muerte. ¡Qué viene el coco! Crac. Adiós.

No pero puedo aunque se que no puedo y veo cuartos y habitaciones muchas y cada vez más pequeñas y ya no quepo ya no quepo Dios Buda Alá Anubis puto triunvirato de oh pequeña muy pequeña niña parque parque lluvia error error system failure Carlos Antonio Jorge María alabado sea que se oiga vamos negro negro negra muerte y donde donde oh desaparezco desaparezco y no hay nada padre Padre Felipe mentía solo muerte negro telón mala película mal final orgasmo mortal el último el peor blando agusanado cariado lívido esqueleto puto estudiante de Salamanca habitación nimia tiende a cero a cero absoluto adiós compañeros adiós si lo hubiera sabido levedad oh oh levedad existencia efímera no más planos ni encima ni reencarnación ja risa ja mentiras miedo a la pálida oh solo muerte oh no pierdo oh no muerte muerte
Muerte.
Cayetano Gea Martín

miércoles, abril 05, 2006

El Viaje, Capítulo II. La azafata (2 de 3)

¡Hola, nena! ¿Sigues por ahí? Ja, ja, ja… Ya ves, cari. Jo, ¿sabes? Me he topado antes con el tío bueno del 45B, tía. ¡Sí! Espero no haber sido demasiado lanzada, que ya me conoces, ¡los espanto! Ja, ja… ¡Hala, tía, cómo te pasas! Pues ahora el pobre está en el baño, creo que le ha sentado mal el té que le dio mi compa, la fea con ganas. Ja, ja, ja… ¿Eh? ¿Cómo? No, no. Para nada, ya te he dicho. ¿Antonio? ¡Antonio es un gilipollas! ¡Y se merece lo que le pase! ¡Lo que sea que le pase! Yo sólo… ¡No hice nada, tía! ¿Vale? Es decir yo sólo…

Solamente quería que me dejara, que se marchara, que desapareciera de mi vida, de mi cómoda vida que nadie iba a estropear por nada del mundo, y aunque al principio fuera divertido, no lo negaré, y excitante, después se convirtió en un peligro, en una amenaza para el mundo que tanto esfuerzo nos había costado construir a Carlos y a mí, que con tanto tesón y esfuerzo habíamos creado, y con amor, el amor suficiente, el justo, el básico, y su madurez y mi juventud embriagadora que cautivó a Antonio, pero él quería más, lo veía en sus ojillos ansiosos, no se conformaba con un pedazo del pastel, me quería por completo, me quería devorar y destruir mi mundo para colocar el suyo en su lugar, y eso no lo podía permitir ni lo iba a permitir, y nadie me arrebataría mi recién adquirida levedad del ser, y menos él, a pesar de lo guapo qué es, y lo bien que hace el amor, qué pena, qué desperdicio: sabía cómo complacer a una mujer en la cama, eso estaba claro, desde luego, mejor que Carlos, pero Carlos era mi porvenir, mi felicidad, mi coche, mi piso, mi avaricia, mi destino, y Antonio venga, que nos fuéramos, que huyéramos, que él cuidaría de mí, de mí, él, pomposo engreído fabricado a base de mancuernas y libros de poesía, sin ningún conocimiento de la vida real, de las necesidades reales que se extienden más allá de las palabras bonitas, de los buenos deseos y de las promesas de amor, de un amor que es una hoja en blanco, una mera formalidad, un mero trámite para llevarme a la cama, si lo sabré yo, que los conozco, los conozco a todos, y todos son el mismo, el mismo patrón de tío: machistas, eso es lo que son todos, sin distinción, aunque te hablen de igualdad y de que eres su luna, su sol, lo que da sentido a sus vidas, ¡mentira!: sólo se sienten bien cuando poseen, cuando tienen, y cuando pueden fardar de tenerte delante de su clan de osos cavernarios, de mamíferos sin evolucionar: qué pena, qué asco, y yo lo sabía, y se lo expliqué, pero no lo creía, creía que le mentía para protegerle, ¡protegerle, ja!, el no va más del engreimiento masculino, ese deseo de que todo gire en torno a ellos, centros del universo, pelo y carne alrededor de un pene, todos iguales, iguales e iguales, y yo lo sabía y él atentaba mis logros, mis metas y al canalizador de ellas, Carlos, el cual podía cortar el grifo en cualquier momento y, pum, adiós a todo, a todo, y por eso me cité con Antonio, claro, aunque llovía a mares, lo cual le sorprendió, y más que quedara con él en su pueblo, en su pequeño y repugnante pueblo, ya que sólo había ido una vez y basta, gracias, del asco que me daba estar rodeada de catetos, de paletos, de perdedores con un azadón bajo el hombro, como él, con ese aura de misticismo rural, de arcadia pastoril idealizada: ¡un poeta de pueblo, el colmo de un lamentable aspirante a Miguel Hernández!, siempre hablando de los cielos, del olor de la hierba y de chorradas constantes, y de su gimnasio de mierda, de su puto gimnasio cutre de pueblo, y ya no podía más, y nadie me arrebataría lo que era mío por derecho, y por eso quedé en su inmundo villorrio, pero no fui, no, no fui, en su lugar fue otra persona, sí, otra persona que se enteró por alguien, y sospecho por quién, de lo mío con Antonio y fue para allá, a zanjar la situación, y espero que así fuera, porque yo tengo un porvenir, un futuro, un esposo, un trabajo nuevo que empezar y un vuelo que tomar

Impacto.
Cayetano Gea Martín

lunes, abril 03, 2006

El Viaje, Capítulo II. La azafata (1 de 3)

¿Hola? ¿Qué, cómo estás, bicheja? ¿Cómo que quién soy? Ja, ja, ja. Adivina. Una amiga tuya que ha empezado a viajar mucho, ja, ja, ja. ¿Aún no caes? ¡Venga ya! ¿Cómo? ¡Claro que es un número raro, tía! ¡Te llamo desde el avión! ¿No sabes que no se pueden utilizar móviles? ¿Nunca has volado, cateta? Ja, ja… Sí, jo, estoy mazo de ilusionada. ¡Por fin llegó el momento del primer vuelo! ¡Buf! ¡Qué nervios! ¿Cómo? No, bien. No, al final no hablé con él. Pasé de avisarle, bah, que le jodan, es un niñato. ¿Qué dices? No, tía, no creo que me pasara con él. Créeme, se merece eso y mucho más, de verdad. Es un gilipollas. ¡Claro que lo tengo superado! Además, no veas que pedazo de tío ha subido al avión. Y no me quita el ojo, nena. Quién sabe… Ja, ja… ¡Tú sí que eres una pendona, no te digo! Mira quién fue hablar. ¿O tengo que recordarte lo de Jorge? Ja, ja, ja. Ya, claro, habla la santa, ja, ja… Además, a ti te gustan jovencitos, ja, ja… Pues mira, hay por aquí un niño de doce añitos con la cara pegada a un libraco que a lo mejor te iba, pedazo de pederasta, ja, ja…¡Tú sí que eres perra! Perdona un segundo.

Nada, ya estoy aquí. Nada, la ogro que me ha tocado de compañera, que no me deja en paz. Se cree que soy imbécil. Pero bueno, se cree obligada a enseñármelo todo como si no me hubiera comido año y medio de prácticas, ¿sabes? Es la típica fea amargada que no entraría en un buen vestido ni con calzador. ¡Fea y con un tipo horrible! Ja, ja… Además, ¡se ha atrevido a llevarle un té al tío bueno que te digo! ¡Casi se lo come, la muy desesperada! Bueno, ¿y tú el finde qué tal? ¿Fuiste a aquél pub? Ajá. Sí. Ajá. ¡No me digas! ¡Le viste! ¿Y tú que…? ¿Te liaste con él? ¡No me digas! Jo, nena, ¡luego soy yo la guarra!, ja, ja… Jo, no para de mirarme el macizo del que te hablo, tía. ¿Cuántos? No sé. Treinta y pocos, parece. La edad ideal, ya sabes, ja, ja. Estoy cansada de niñatos como el gilipollas de… No. No… ¡No! ¡Es que es un gilipollas! ¡Y no, no creo que me pasara! ¿Tú que hubieras hecho? ¿Permitir que alguien pusiera así en peligro… todo? Es un imbécil y me alegro. Que sufra como sufrí yo. ¿Qué? ¡No! ¡Pero…! ¡Sí, pe…! Sí… No… Joder, tía, no tienes ni idea, ¿vale? Yo sé por qué… Vale, vale. Cambiemos de tema, ¿vale? Jo, cómo me mira, tía, ja, ja, ja… ¡Me ha sonreído! ¡Oh! Creo que luego le voy a llevar algo. Mierda, espera un segundo. ¿Sí? Dime. Vale, vale, ya estoy allí. Te tengo que dejar, cari, que me toca explicar lo de los salvavidas y todo eso. Creo que se lo voy a dedicar por entero a mi admirador del asiento 45B ventanilla, ja, ja… Luego te llamo si puedo, chiqui. Un besoteee. Chao, chao.
Cayetano Gea Martín

sábado, abril 01, 2006

Tras tu silencio

Sabes que no hay motivo, no hay recuerdo
Apenas un silencio muerto detrás de tus ojos
Sabes que, acaso, moro detrás de tu alero
Escondido, huidizo, con el perfume de los locos

Tras los cristales de tu silencio pleno
Tras la ignominia de mis pecados
Un monstruo de azul de etileno
Un vidrio roto, un vientre helado

Entre tus senos y mi coseno
Te sales siempre por la tangente
Y la luna, luna sucia de viento

Acaso menos que mi muerte inconsciente
Acaso más que tu vida y tu recuerdo
Caigo, peno, sufro con tu olor entre mis dientes
Cayetano Gea Martín

La culpa

El último trabajo, me ha dicho antes de colgar el teléfono. Lo prometo, ha dicho. No le creo. Ya lo ha prometido en otras ocasiones y aquí estoy, otra vez, esperando a cumplir este último trabajo.
Soy asesino profesional. Trabajo es sinónimo de muerte, dice Carlos, a veces, riéndose. Sabe que soy un buen tirador, el mejor. En cuanto tiene ocasión recuerda aquel trabajo en Moscú: le acerté a aquel tipo desde quinientos metros y con aquel viento terrible soplando de costado. Y si no, recuerda ese otro trabajo en Glasgow: allí casi nos cazan, pero estuvimos rápidos.
Me ha enviado todos los datos esta mañana en un correo electrónico cifrado. Figuraba una dirección, la de esta habitación que alquiló hace una semana. El cuarto es minúsculo, unos siete metros cuadrados pobremente iluminados, las paredes necesitan una mano de pintura y por muebles hay una cama y un pequeño armario empotrado. Nada más. Enfrente de la puerta se encuentra la ventana. Me acerco a ella y observo: es la esquina que aparece en el plano que me ha enviado Carlos. El tipo tiene que aparecer sobre las 12:30 subiendo por la calle R. para cruzar hacia D. A esa hora no habrá mucho tráfico. Eso facilitará el trabajo. Debo asegurarme de que nadie vigila desde el edificio de enfrente: siempre hay algún curioso que puede delatarme. Los juicios están repletos de curiosos que presenciaron asesinatos y que ya no pueden dormir por la noche. La curiosidad genera insomnes.
Son las 10:00. Abro el maletín y preparo con esmero el arma. Limpio cada una de las piezas para que encajen a la perfección. Cualquier imperfección en el arma me puede hacer errar el tiro. Sin embargo, Lucy, mi semiautomática rusa, nunca me ha fallado. Las rusas no fallan. O valen o no valen, pero las que valen jamás fallan. Compra una americana, me dice a menudo Carlos. Él no sabe disparar: fija un punto y dispara, como si el acto de matar fuese algo rutinario, mecánico. Matar es un ritual. No debe apuntarse y disparar. Disparar es un acto pasivo: es el arma quien dispara. El tirador es el medio que el arma emplea para realizar su naturaleza homicida.
Nunca siento remordimientos. El acto de levantar el arma y disparar es inexorable: una vez comenzado ya no hay retorno posible. Sólo yo soy responsable de mis actos. El único instante en el que me puedo volver atrás es aquel en el que me cargo el arma al hombro. Ese es el punto de no retorno. Sin embargo Carlos cree en el destino. Y cree que esa creencia le exime de cualquier culpa. E identifica la necesidad con el destino. Alguien está destinado a morir, por tanto es necesario que alguien ejecute ese designio. La libertad no es posible: ni la mía ni la del finado, asegura.
Termino de enroscar el silenciador. Si se piensa, el silenciador no es más que un elemento compasivo. Cuando la muerte se proporciona de forma rápida y eficaz ésta ha de ser silenciosa. Odio esas muertes atroces, vulgares, en las que el tipo se desangra con lentitud y grandes aspavientos. Esas muertes merecen ser ruidosas. Yo sólo otorgo una muerte rápida y silenciosa.
En la calle, poco a poco, el tráfico deja de ser tan denso. Observo a la gente que camina a grandes pasos por la calle R. Me encuentro en un segundo piso, por lo que no será difícil salir rápido de aquí cuando haya ejecutado el trabajo. Aun así tendré que correr hacia la calle y verificar que el tipo ha muerto. Nunca he fallado. Por eso Carlos me encarga estos trabajos sólo a mí. Junto al semáforo que regula el paso de la calle R. a la calle D., una mujer se detiene más tiempo del necesario. No parece sospechosa. Ni siquiera levanta la vista hacia los balcones de esta zona de la calle. Por fin cruza la calle y su silueta se pierde entre la multitud que camina junto a los escaparate de las tiendas de la calle D. Sin embargo, algo no va bien.
En el cuarto vecino al mío se oyen risas. Son dos señoras mayores, no hay por qué preocuparse. Abajo, en la calle, analizo el escenario. Si el tipo camina a buen paso tan sólo tendré unos treinta segundos para disparar. El ángulo de tiro no es el más idóneo, pero Carlos confía en mi destreza, y no sólo eso, el hecho de que el disparo se efectúe desde un punto anormal facilita la huida. Nadie sospechará que el disparo que acabe con el tipo salió de aquí.
Me retiro de la ventana y recuerdo el mensaje. El tipo vestirá un traje oscuro, camisa azul y corbata algo más oscura. Le reconoceré porque portará un maletín de pequeñas dimensiones en su mano izquierda. Es zurdo, por tanto. Eso me agrada.
Abro una botella de agua que traigo en la mochila y echo un par de tragos. Está tibia. El calor es asfixiante y yo ni siquiera puedo abrir la ventana. He de esperar. No hay nada que hacer hasta que aparezca el tipo. Son sólo las 10:30. Sé que algo no va bien.
Recuerdo la conversación con Carlos de hace dos días. Nunca le vi igual. Borracho, agónico, inconsciente de todo, se dejó llevar y me confió intenciones que yo no querría haber escuchado jamás. No sé cómo seguir viviendo. Clara se ha marchado, me dijo. Puedo enfrentarme a cualquier dificultad, lo sabes, me decía, puedo perderme en la selva colombiana, nadar durante varios kilómetros en el Yantzé o incluso esconderme en un camión refrigerado durante horas, pero si hay algo que me considero incapaz de hacer es vivir sin Clara. Carlos lloraba y balbucía palabras que yo apenas podía comprender. Intenté convencerlo: piensa que es lo mejor. Clara es policía, ya ha permitido bastante, no puedes pretender que los demás carezcan de moral. Miraba a un lado y a otro, frenético, desesperado. No es eso. Soportaría que me abandonase por cuestiones morales, pero ese no es el problema. ¿Y cuál es el problema?, inquirí yo. Que no me quiere.
Me asomo de nuevo a la ventana. En el piso de enfrente una mujer tiende la colada. No hay nadie más en el resto de ventanas. El sol cae a borbotones sobre la calle poblada de sombras que proyectan sombras. Sigo pensando que algo no va bien.
¿Cómo aconsejar nada a Carlos? Clara me sorprendió aquel día. Sus piernas, sus manos. Nunca había contemplado nada igual. Desde la primera mirada ya ambos sabíamos que tendría que suceder. Y sucedió. Mirarla fue como coger el arma. Ya no había vuelta atrás. Pasamos un buen rato. Ella aún no sabía que yo trabajaba para Carlos, me creía más decente que él, con más escrúpulos. Creo que nunca llegó a saber quién era yo realmente.
En el pasillo se oyen pasos apresurados. Dos niños corretean. No hay peligro. Pero sé que algo no va bien.
Prometimos no contárselo a Carlos. Esa noche, al despedirse de mí, Clara me dijo: te amo, recuérdalo bien. Su voz sonó melancólica, apagada. Nunca lo olvidé.
Son las 11:30. Son las 11:35. Son las 11:40. Son las 11:45. Son las 11:50. Son las 11:55.
Son las 12:00. Me aproximo de nuevo a la ventana y la abro con cuidado. Yo me echo a un lado y, protegido por la pared, escruto la esquina por la que ha de aparecer el tipo. Ya no suelto a Lucy. Cualquier distracción puede malograr el trabajo.
No sé quién es el tipo. Nunca lo sé. A veces me entero por los periódicos del día siguiente, pero prefiero no saberlo. Tal vez sea ese el motivo de mi carencia de remordimientos, el hecho de ver al tipo como a un blanco en movimiento al que disparar, una diana como las empleadas en las prácticas de tiro.
Lucy está preparada para trabajar, lo sabe, la siento inquieta entre mis manos, conoce su cometido a la perfección. Son las 12:15. Ya no dejo de mirar por la ventana. De vez en cuando un vistazo al piso de enfrente y un barrido rápido por la calle en busca de coches de policía, de vagabundos, de ociosos. Todo tranquilo.
Son las 12:25. Ahí está. Baja por la calle R. Lucy ya se encuentra sobre mi hombro, suave, a la espera, ávida. El tipo es alto, fuerte. Desde aquí no veo su cara. Me recuerda a Carlos en su forma de andar. Recuerdo ahora a Clara, siempre ocurre lo mismo. El tipo sigue avanzando y Lucy y yo le seguimos, yo a través de su mirilla, ella con su cañón. Pasan dos coches blancos por delante de él. En el piso de enfrente no hay nadie en las ventanas. Ahora es el momento. Se para en la esquina mira un momento hacia donde estoy. Disparo.
El tipo se ha desplomado. Dos personas corren hacia él. Desmonto rápido a Lucy y corro hacia la esquina de R. con D. Ya hay diez personas rodeando al tipo. Tengo que asegurarme de que haya muerto. Me abro paso entre los curiosos. El tipo está muerto, eso es seguro. Cuando llego a él sé de una vez por todas que algo no va bien. ¿Cómo no lo supe?, me digo, contemplando el cuerpo inerte de Carlos.
Tres coches de policía aparecen en ese momento. Demasiado pronto. Aún puedo huir. Sin embargo, acepto formar parte de esta tragedia urdida por Carlos. Sería una desconsideración hacia él no hacerlo. De uno de los coches sale, cómo no, la tragedia no tendría éxito si no fuese así, Clara. Primero me ve, luego se inclina sobre el cuerpo un instante después comprende el argumento de la obra. Viene hacia mí. Es el momento de su papel protagonista. Una lágrima corre por su mejilla. Me susurra, te quiero, nunca lo olvides, y en un tono más autoritario, más cruel: queda usted arrestado por la muerte de este hombre.

Pedro Garrido Vega.