miércoles, abril 05, 2006

El Viaje, Capítulo II. La azafata (2 de 3)

¡Hola, nena! ¿Sigues por ahí? Ja, ja, ja… Ya ves, cari. Jo, ¿sabes? Me he topado antes con el tío bueno del 45B, tía. ¡Sí! Espero no haber sido demasiado lanzada, que ya me conoces, ¡los espanto! Ja, ja… ¡Hala, tía, cómo te pasas! Pues ahora el pobre está en el baño, creo que le ha sentado mal el té que le dio mi compa, la fea con ganas. Ja, ja, ja… ¿Eh? ¿Cómo? No, no. Para nada, ya te he dicho. ¿Antonio? ¡Antonio es un gilipollas! ¡Y se merece lo que le pase! ¡Lo que sea que le pase! Yo sólo… ¡No hice nada, tía! ¿Vale? Es decir yo sólo…

Solamente quería que me dejara, que se marchara, que desapareciera de mi vida, de mi cómoda vida que nadie iba a estropear por nada del mundo, y aunque al principio fuera divertido, no lo negaré, y excitante, después se convirtió en un peligro, en una amenaza para el mundo que tanto esfuerzo nos había costado construir a Carlos y a mí, que con tanto tesón y esfuerzo habíamos creado, y con amor, el amor suficiente, el justo, el básico, y su madurez y mi juventud embriagadora que cautivó a Antonio, pero él quería más, lo veía en sus ojillos ansiosos, no se conformaba con un pedazo del pastel, me quería por completo, me quería devorar y destruir mi mundo para colocar el suyo en su lugar, y eso no lo podía permitir ni lo iba a permitir, y nadie me arrebataría mi recién adquirida levedad del ser, y menos él, a pesar de lo guapo qué es, y lo bien que hace el amor, qué pena, qué desperdicio: sabía cómo complacer a una mujer en la cama, eso estaba claro, desde luego, mejor que Carlos, pero Carlos era mi porvenir, mi felicidad, mi coche, mi piso, mi avaricia, mi destino, y Antonio venga, que nos fuéramos, que huyéramos, que él cuidaría de mí, de mí, él, pomposo engreído fabricado a base de mancuernas y libros de poesía, sin ningún conocimiento de la vida real, de las necesidades reales que se extienden más allá de las palabras bonitas, de los buenos deseos y de las promesas de amor, de un amor que es una hoja en blanco, una mera formalidad, un mero trámite para llevarme a la cama, si lo sabré yo, que los conozco, los conozco a todos, y todos son el mismo, el mismo patrón de tío: machistas, eso es lo que son todos, sin distinción, aunque te hablen de igualdad y de que eres su luna, su sol, lo que da sentido a sus vidas, ¡mentira!: sólo se sienten bien cuando poseen, cuando tienen, y cuando pueden fardar de tenerte delante de su clan de osos cavernarios, de mamíferos sin evolucionar: qué pena, qué asco, y yo lo sabía, y se lo expliqué, pero no lo creía, creía que le mentía para protegerle, ¡protegerle, ja!, el no va más del engreimiento masculino, ese deseo de que todo gire en torno a ellos, centros del universo, pelo y carne alrededor de un pene, todos iguales, iguales e iguales, y yo lo sabía y él atentaba mis logros, mis metas y al canalizador de ellas, Carlos, el cual podía cortar el grifo en cualquier momento y, pum, adiós a todo, a todo, y por eso me cité con Antonio, claro, aunque llovía a mares, lo cual le sorprendió, y más que quedara con él en su pueblo, en su pequeño y repugnante pueblo, ya que sólo había ido una vez y basta, gracias, del asco que me daba estar rodeada de catetos, de paletos, de perdedores con un azadón bajo el hombro, como él, con ese aura de misticismo rural, de arcadia pastoril idealizada: ¡un poeta de pueblo, el colmo de un lamentable aspirante a Miguel Hernández!, siempre hablando de los cielos, del olor de la hierba y de chorradas constantes, y de su gimnasio de mierda, de su puto gimnasio cutre de pueblo, y ya no podía más, y nadie me arrebataría lo que era mío por derecho, y por eso quedé en su inmundo villorrio, pero no fui, no, no fui, en su lugar fue otra persona, sí, otra persona que se enteró por alguien, y sospecho por quién, de lo mío con Antonio y fue para allá, a zanjar la situación, y espero que así fuera, porque yo tengo un porvenir, un futuro, un esposo, un trabajo nuevo que empezar y un vuelo que tomar

Impacto.
Cayetano Gea Martín

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