Si me preguntasen qué libro me gustaría haber escrito, nombraría , en primer lugar, El Quijote. En segundo, seguramente figuraría esta extraordinaria obra de un joven peruano que apunta excelentes maneras. El primer párrafo de la obra ya es una declaración de intenciones, y lo transcribo de forma literal porque ya desde ese momento supe que éste iba a ser un gran libro: ¿La emoción o las palabras, qué viene primero? Lógicamente no existiría la emoción sin un medio para expresarla, no podríamos ni pensarnos sin una convención previa de signos, porque los humanos no estamos hechos de órganos, huesos o carne, sino de códigos lingüísticos, de formas siniestras que aparentan ordenar el caos de nuestra naturaleza salvaje. Las palabras son primero. Dios, o cualquier otro de esos visionarios inmorales, creó el signo antes que el mundo dándole un poder apenas perceptible y, por lo mismo, absoluto. Nada es anterior al alfabeto.
De forma resumida el argumento es el siguiente: la obra está formada por cuatro manuscritos que pertenecen a cuatro escritores que formaban parte de un grupo, El Círculo. Mediante estos manuscritos, cada uno de ellos trata de mostrar su inocencia en el asesinato de un crítico literario que destrozó una iniciativa del grupo en forma de revista literaria. Todo ello, con las notas a pie de página del editor de la obra, que también formó parte del Círculo.
La obra es, ante todo, metaliteraria. Figuran innumerables citas y menciones a autores, cineastas y músicos, que se entremezclan en la trama. Y en la segunda página del libro, dos frases que ya terminaron de convencerme de que esta sería una obra genial: Porque, díganme, ¿cómo se reemplaza el Quijote?¿Con qué? Esta pregunta la realiza el primero de los escritores, Ganivet (un seudónimo como lo eran también Larrita, el Chato, Casandra y Alejandro Sawa), que se encuentra preso por la muerte del crítico y lee cada tarde El Quijote a los demás presos de la cárcel ante el temor de que cuando concluya su lectura los presos lo maten.
El estilo es dinámico. No en vano la primera dedicatoria del libro es para Bolaño y en todo él se deja entrever un aire del difunto escritor. También se aprecia una clara influencia de Vila-Matas. No me parece algo a criticar: al menos sus influencias provienen de excelentes escritores.
Toda la obra es una continua búsqueda de la creación, una afirmación de que el mundo no podría existir sin la ficción porque éste en sí mismo una ficción. De la conclusión del libro rezuma esa aserción. Párrafo perdido en mitad de la obra: Ajeno al amor de una mujer diferente a mamá, me convencí de que el mundo era la cosa más cruel que alguien había podido idear y que, de haber Dios en algún sitio, era un anciano perverso disfrutando de las debilidades de sus criaturas mientras las empujaba a caer. Esta dependencia sólo podía romprese de dos maneras: 1) no creyendo ni en él ni en nada (cosa que hice) y 2) siendo Dios uno mismo en el mundo de la ficción. Como no podía ser de otra forma, asocié casi automáticamente mi felicidad a la literatura y, así como el Quijote, ajeno a todo lo que se manifestaba real, aprendí a sobrevivir.
Pedro Garrido Vega
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2 comentarios:
Guauuuu, me lo apunto! para más adelante, ahora estoy en una de esas etapas en las que sólo me cabe en los ojos poesía pero... tiene un pinta de aupa!! y sí, señor, buenas influencias...
No sé si el comentario de Diego Trelles es auténtico. Si lo es, vaya por adelantada mi sorpresa y mi alegría por la lectura de este pequeño comentario. Si no lo es, bueno, me quedo aun así con la ilusión de que lo sea.
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