sábado, abril 22, 2006

El Viaje, Capítulo III. El señor gordo (3 de 3)

Impacto.
¿Qué pasa? ¿Qué sucede? ¡Todo tiembla!
Impacto.
¡Otra vez! ¡Pero bueno! ¿Qué pasa? ¿Es ca pillao un bache el capitán o qué? Jo, jo, jo. Bueno, me van a oír, tanto bamboleo y tanta ostia. ¡Hala, venga! ¡Esto me pasa por viajar con una compañía extranjera, coño!
Impacto.
¡Joder, qué mareo! ¿Verdad, compañero? ¡Anda! ¡El pasajero del asiento de al lado no está! ¡Pues espero que no laya pillao esta especie de montaña rusa cagando!
Calma.
Bueno, ya paró, joder, qué susto. Pensaba que nos matábamos. ¡Me van a oír! ¡Fuera el cinturón éste de los cojones! ¡Voy a hablar con el capitán de este trasto! Voy a…

I. Paralización
Y cuando se da la vuelta para dirigirse a la cabina del capitán, se encuentra con que el tiempo parece haberse detenido, los gritos de la gente silenciados en su apogeo, como una película en pausa. La cola del avión ha desaparecido. En su lugar, el tremendo agujero que crea la ausencia de la parte trasera deja entrar el sol, el cual reverbera sobre los rostros paralizados de los pasajeros.

II. Situación
Puede ver una ingente cantidad de objetos y sustancias flotando estáticos en el aire: líquidos petrificados surcando el espacio, perlas de sudor y goterones de sangre formando una bella pero terrorífica parálisis pictórica, fragmentos humanos levitando en aquel quieto pandemonio, cristales, bolsas, mochilas, relojes, uñas, vasos, fragmentos de epitelio. Y personas.

III. Observación
La gente yace paralizadamente dispersa: sentadas, en el aire o destrozadas. El terrible fotograma en el que se ha parado la realidad muestra un horror demasiado grotesco como para poder ser explicado, baste fijarnos en aquella señora vomitando sus propias tripas, formando un congelado géiser de rojo y verde, o en la azafata cuyos sesos asoman por su cráneo destrozado.

IV. Globalización
Ahora, alejémonos. Imaginemos el cuadro en toda su magnitud, en todo su horrendo esplendor. Multiplicad vosotros mismos por cien cada visión horrible sobre una muerte petrificada que vuestros cerebros sean capaces de imaginar.

V. Excepción
El sonido también parece haberse detenido, con una salvedad: Jorge puede oír un ruido proveniente del cuarto de baño de algo o alguien que se arrastra.

VI. Visión
Y entonces, me ve. Avanza hacia mí, con paso no muy firme, atravesando el quieto espectáculo que lo rodea. Mi imagen debe de resultarle estremecedora. En medio de aquel congelado caos, un niño de diez años lee tranquilamente Rayuela, agradeciendo el sol que flota a sus espaldas, y que ilumina de ámbar el libro, sobre el capítulo 17. Antes de afrontar a Jorge, con su cara de vaca al matadero, puedo leer “La cosidad es ese desagradable sentimiento de que allí donde termina nuestra presunción empieza nuestro castigo”.

VII. Resolución
Tenía a Jorge ante mí. Su prominente barriga, a la altura de mi rostro, tiembla como un postre de gelatina. Abre la boca para hablar. Le reviento los sesos de un disparo antes de que pueda hacerlo.
Cayetano Gea Martín

2 comentarios:

Marga dijo...

Ufffff genial!! pero... no te has pasado un poco? (jeje, en absoluto!) me han erizado las descripciones pero sobre todo lo de las uñas (aggg, ya ves, sólo una palabra y yo me quedo con ella). Y el puñetero niño y su sentencia... más ufff

Sí señor, me gustó!

Kay dijo...

¡Gracias! Al final, si no hago burradas, no me salen del todo los relatos, jejeje...

¡Dos capítulos más (divididos en tres partes) y terminamos!

Pero esta semana un descansito, je, je...