miércoles, abril 19, 2006

El cerebro de Dios (experimento hipertextual), novena entrega

11.Visita a don Severo Martínez, historiador que niega la existencia del tiempo, y experiencia como voyeurs auditivos de una conversación que nos concierne.

¿Por qué detenerse en la narración de un paseo intrascendente? No nos es necesario. Situemos a Rómulo frente a un edificio vetusto pero señorial. Es la dirección que figura en la tarjeta del catedrático de Historia don Severo Martínez..
Rómulo buscará, en el listín del portero automático, el domicilio que corresponde al que figura en la tarjeta. Llamará. Le contestará una voz grave, que parecerá la misma que atendió al teléfono y de nuevo requerirá de él una presentación, que Rómulo efectuará de forma solícita. Un sonido con timbre artificial será la señal permisiva de acceso al edificio. Rómulo se adentrará en él. El edificio lo acogerá mediante un vestíbulo amplio, que constará, a la derecha, de un espejo de cuerpo entero donde Rómulo se atusará el cabello y se sorprenderá ante la excesiva palidez de su rostro; a la izquierda, un amplio sofá rojo de tres plazas que parecerá haber vivido tiempos mejores; al frente, tres escalones que darán acceso a dos ascensores, uno que conducirá a los pisos pares, el otro, a los impares. A la derecha de la escalinata, la portería, que se encontrará desocupada y a oscuras, si bien la puerta de acceso a ella se encontrará entreabierta. Rómulo se dirigirá hacia los ascensores y escogerá el de la izquierda, el de los pisos pares. Ascenderá hasta el sexto piso y presionará el timbre de la puerta correspondiente a la letra E. La puerta se abrirá y le atenderá un joven mayordomo de fenomenal estatura que impresionará a Rómulo, el cual será invitado a entrar y a sentarse en una pequeña sala repleta de libros. Rómulo ojeará de forma fugaz los volúmenes sobre los anaqueles, la mayoría de historia. Al momento aparecerá un hombre pequeño, con gafas, casi calvo, que le tenderá la mano y se presentará como Severo Martínez.
-Usted dirá- comenzará el historiador (nos permitiremos denominarle así de ahora en adelante).
-Un librero me dio una de sus tarjetas de presentación y me aseguró que usted podría darme alguna información acerca de un autor de ciencia ficción llamado Auguste Blanchard- se arrojará directamente Rómulo al foso.
-Déjeme ver- el historiador se levantará y repasará minuciosamente, arrastrando el dedo índice sobre sus lomos, los volúmenes sobre los anaqueles. Tras los volúmenes que se exponen al observador aún hay más. El historiador extraerá un libro del fondo de uno de los anaqueles.
En el volumen figurará el título:
Gamsura o El extraordinario viaje a través de las máculas del tiempo
por Auguste Blanchard

En la portada, una representación de Blanco sobre blanco de Malévitch.
Algunas reflexiones de Rómulo acerca de la forma del libro:
¿Por qué el libro presenta esta forma que hemos aceptado?¿Por qué no construir, como quería Duchamp, un libro circular?¿O por qué no crear un libro con anillas en el borde superior? De ese modo, cada vez que se pasase de una página a otra tendría que haber una leve pausa para modificar la posición del libro y disfrutar de forma masoquista de esos leves instantes de incertidumbre previos al descubrimiento de la página siguiente, algo que en los libros convencionales tan sólo se disfruta la mitad de las veces.¿Por qué no consensuar esa nueva forma?

El libro será antiguo. Rómulo advertirá de forma instantánea que habrá sido editado por la Editorial Peuchet de París. Lo sabe por el color de la solapa, la tipografía de la portada, sus dimensiones y el papel empleado.
-Me gustaría poder entregárselo pero temo que me sea imposible, pues este es el único ejemplar que poseo y no me gustaría deshacerme de él.
-Comprendo pero ¿podría hojearlo, aunque sólo sea un momento?
-Cómo no.
Rómulo abrirá el libro por cualquier página. En seguida comprenderá que la obra no sólo será una novela de ciencia ficción sino mucho más, será una propuesta estética a la vez que una propuesta filosófica, si es que ambas no suponen lo mismo. El texto, que Rómulo apenas leerá pero en el que la palabra máculas del tiempo y metepsicosis se alternarán sin cesar, estará plagado de espacios en blanco y de letras en cursiva. Los capítulos no serán extensos y los párrafos tenderán a ser breves y construidos con oraciones lacónicas. Volverá al inicio y comprobará el año de la primera edición: 1982. Desechará la idea de que el libro se haya reeditado. Le devolverá el libro al historiador. Preguntará, pues no tendrá otra opción:
-¿De qué trata?
-Si no recuerdo mal, la obra pretende emular el estilo de algunos textos místicos. Gamsura es un estado de meditación que finalmente termina siendo un estado vital permanente que permite la metempsicosis haciendo uso de las máculas del tiempo. ¿No ha oído hablar de las máculas del tiempo?
-Sí, pero no acierto a comprender aún que son.
-Recuerde que estamos tratando con un texto que pretende ser místico. Por tanto, le será necesaria cierta dosis de fe. Si dispone de tiempo puedo explicarle cuál era la idea de Auguste Blanchard.
-A eso he venido.
-Bien. En este libro, Blanchard apenas trata el fundamento filosófico de las máculas del tiempo. No olvidemos que se trata de una novela de ciencia ficción. En él se narra un asesinato que se comete gracias a las metempsicosis que permiten las máculas del tiempo. El problema para el investigador residirá en demostrar la culpabilidad, no del cuerpo que cometió el asesinato, sino del individuo que en ese momento se había transmigrado en él.
-Interesante dilema.
-Sin embargo, no se vendieron muchos ejemplares de la obra. El estilo era excesivamente místico. Toda la obra parecía demasiado real. Los pocos que hemos leído la obra no podemos evitar la sensación de que en ese argumento hay algo real, que no todo es ciencia ficción. Hay cierta perversidad en él. El libro está escrito un poco a la manera de Kafka: desasosegante, aunque no exento de cierta comicidad.
-Sin embargo, tengo entendido que Blanchard escribió un ensayo para demostrar la teoría de las máculas del tiempo.
-Bueno, eso no es del todo cierto. En realidad el ensayo no pasó de unas pocas páginas. Hacía referencia a unos cuantos autores heterogéneos que le ayudaban de forma un tanto tangencial a apoyar su teoría. En resumidas cuentas, lo que proponía era algo próximo a la inexistencia del tiempo. Proponía el mundo como representación, como ilusión. La realidad que percibimos sólo serían estados mentales. Recuerdo poco más de aquellas páginas porque sólo las leí en una ocasión. Sin embargo, tal y como me sucedió al leer la novela, la propuesta me pareció demasiado factible como para ser real. Por eso la deseché. Sin embargo, han quedado en mi pensamiento reminiscencias de aquella teoría, lo que por otro lado, no ha hecho sino crearme numerosos problemas ya que he decidido abolir de mi vida la conciencia del tiempo.
-Pero...es usted historiador.
-Ahí residen mis problemas. No sé cómo explicar que tal vez lo que vivimos no sean sino instantes precisos que se encadenan y entre los cuales hay pequeños momentos en blanco.
-Las máculas del tiempo.
-Eso es.

Rómulo recuerda unas líneas leídas en alguna recóndita obra:
El tiempo, como idea subjetiva, como existencia únicamente percibida, no como existencia per se. No hay tiempo sin causalidad. No hay tiempo sin percepción de la causalidad del mismo modo que no hay color si no existen ojos para percibirlo. Por eso lo que se encuentra a nuestras espaldas carece de color: somos nosotros los que, al dirigir nuestros ojos sobre los objetos, sobre el cielo, sobre el universo, los dotamos de color, de causalidad, de tiempo. De vida.

-Pero según su forma de pensar, ¿existiría la causalidad?
-Buena pregunta. No, no existiría. No creo que sea necesaria la causalidad para entender el mundo, mucho menos para entender la historia. El vínculo entre un acto y otro puede establecerse por muy diversos motivos o, si lo prefiere, causas. La división potencia- acto de Aristóteles, posteriormente completada por Tomás que Aquino, no es más que una falacia en el contexto de las máculas del tiempo. No habría pues una transición gradual de un acto a otro, sino que se darían múltiples, probablemente infinitos actos intermedios, que nosotros percibiríamos como cambios graduales. De ahí lo ilusorio del mundo externo.
-Nagarjuna también propuso algo así, incluso Hume.
-Sin embargo, ellos nunca propusieron la existencia de máculas del tiempo. Pero no me haga mucho caso. Todas estas ideas no son sino extravagancias. Lea, si puede, esas páginas de Blanchard. Como curiosidad son estimulantes.
-Pero, ¡cómo abordar entonces el estudio de la historia desde su teoría del tiempo?
-En esencia el abordaje es muy similar al actual. Tomo el tiempo como un convencionalismo para poder entenderme con el resto de historiadores, aunque yo plantee su inexistencia. Lo que para ellos es una corriente continua para mí son sucesos congelados explicables por sí solos. Yo puedo describir cada uno de esos instantes sin necesidad de buscar causas ni consecuencias. De hecho, ¿es una causa algo absoluto? Estará de acuerdo conmigo en que las causas son interpretaciones. Nos guste o no, la investigación en cualquier campo establece relaciones entre actos en base a interpretaciones. La causa, por tanto, es una interpretación, algo ilusorio, por más objetivos que sean los datos que se analicen. Siempre encontrará ideas enfrentadas al interpretar la relación entre un acto y otro a través de una causa. Lea a Auguste Blanchard, él le dirá que nuestra percepción del mundo no es sino la suma sucesiva de innumerables estados mentales.

Rómulo contemplará los estantes repletos de libros. Los repasará en la distancia con cierta minuciosidad. Se revolverá inquieto en su silla. Se levantará de forma súbita. Habrá tenido una ocurrencia que podrá ayudarle a continuar con sus pesquisas. Agradecerá al historiador su ayuda de forma efusiva. Un historiador que no cree en el tiempo, como esos autores sin libro, que escriben viviendo, pensará.
Se despedirá del monumental mayordomo. Tomará el ascensor y bajará a la planta baja. Allí, a través de la puerta de entrada observará dos siluetas que caminarán hacia el edificio. Se dirigirá rápidamente hacia la portería, donde se esconderá. La puerta se abrirá y escuchará la voz de un hombre:
-Puede que aún continúe en la casa.
-Eso podría venirnos bien, como factor sorpresa- responde una voz de mujer.
Rómulo identificará esas voces al instante: corresponden a la pareja que le abordó en el metro.
Ahora Rómulo evitará hacer cualquier ruido que pueda delatar su presencia en la portería. Escuchará los tacones de ella repicando sobre el suelo y acercándose más y más hacia donde él se encuentra. Se detendrán un momento junto a la portería.
-¿Crees que podrá ser él, por fin?- interroga ella.
-No creo. Es audaz, pero no parece lo suficientemente intrépido como para advertir el juego.
-Yo vi algo en él que me gustó. No le costó demasiado encontrar el libro. Espero que después de hablar con Severo se precipiten los hechos.
-No te apresures, aún queda mucho juego. Recuerda lo que nos ocurrió a ti y a mí.
-Es difícil este juego.
-En efecto.
Los pasos se alejarán hacia los ascensores. La puerta se abrirá y Rómulo escuchará cómo ellos se adentrarán en el ascensor, la puerta se cerrará y el mecanismo de ascensión volverá a ponerse en marcha. Se incorporará, silencioso y se dirigirá con premura hacia la puerta.
Tiene que ver a Milton, a sus versos, a Ulises Alonso, a Georges, a Odile, a Marcel,...
Un futuro narrador.

2 comentarios:

Martuki dijo...

Dioses, x eso te gustan los cuadernos con las anillas en la parte superior? Mañana me lo leo entero, he ido leyendo x encima y me he encontrado con eso, y no he podido evitar comentarlo.

Marga dijo...

Las máculas del tiempo me están enganchando!! aysss y me ha encantado eso del historiador perdido sólo en los instantes!! el colmo de la paradoja! jajajaja.

Me pierde el tema del tiempo, como percepción claro, desde todas sus variantes!! y Rómulo sigue por ahi...

Saludosssssss