10.María.
En algún momento presupuse a María. Preexistió en mí como un arquetipo, como la Ofelia de Shakespeare, como la Helena de Goethe, como la Beatriz de Dante, como la Eterna de Macedonio. Fue siempre mi esperanza y mi temor, la necesidad de adentrarme en lo recóndito, en el anhelo más íntimo y, de una vez por todas, empujar brutalmente al resto de la vida, abrir hueco a su presencia, que no es tal porque la presupongo, que es tal porque sé que existe, que no es tal porque es tan sólo intuición, que es tal porque mis sentidos la perciben.
Rómulo recuerda estas líneas mientras camina hacia una librería cercana en la que le conocen bien. Va a buscar alguna obra de
Auguste Blanchard. Ese puede ser el primer paso para saber algo más acerca de Emery. Todavía le siguen. Él apenas se fija en ello. Sentirse continuamente observado, piensa, debe de ser algo así como creer en Dios, saber que alguien te vigila, que hagas lo que hagas nunca te verás fuera de su campo de visión. Esa continua observación no limita la libertad del individuo pero sí introduce un sentimiento de angustia que condiciona esa libertad, lo que acaso no sea muy diferente del papel que juega
la moral en los ateos. Rómulo llega a la librería, saluda, camina hacia uno de los estantes (conoce de memoria la disposición de los libros en ésta y en la mayoría de las librerías de la ciudad) y se dirige hacia los volúmenes de filosofía. No encuentra lo que busca. Nunca, hasta este día, había oído hablar de Auguste Blanchard.
-Perdone, ¿podría ayudarme?
-Sí, cómo no, dígame.
-Buscaba un libro de un autor poco conocido, Auguste Blanchard. Es hermano de Emery Blanchard, tampoco muy conocido pero sí algo más que él.
-Um, déjeme ver. Creo recordar haber leído algo sobre ese autor...¿conoce alguno de sus títulos?
-No. Tan sólo sé que creó la teoría de las máculas del tiempo. Imagino que debía de ser filósofo.
-¡Ah!, no. Auguste Blanchard fue un escritor de ciencia-ficción pero su teoría, que aplicó a su única novela, se hizo tan famosa que él mismo terminó por creer que era cierta y escribió un ensayo en el que pretendía demostrar su veracidad. Pero nunca leí nada de él. Encontrar alguna de sus obras le va a costar esfuerzo. Le recomiendo que visite alguna biblioteca o a algún bibliófilo generoso que le permita echar un vistazo al libro. Tome esta tarjeta y visite a este hombre. Él podrá ayudarle.
Rómulo coge la tarjeta que le tiende el librero y la guarda, sin siquiera echarle un vistazo. Agradece la ayuda y, como compensación, se marcha con un libro escogido al azar que resulta ser un
mamotreto ruso que ya ha leído en un par de ocasiones.
No nos cansamos de acudir al cartapacio descubierto:
La literatura como plasmación de mi vida. Mi vida como plasmación de la literatura.
Tú, como evocación, como irradiación de literatura. Contemplo y escribo mi vida a través de la tuya.
Rómulo camina sin rumbo fijo, simula a
Horacio Oliveira errante por las calles de París. Le gusta caminar por el parque cercano, allí hay caminos de tierra y un estanque con una pequeña cascada. El monótono rumor del agua permite relajarse y estudiar con detenimiento lo que le ha ocurrido durante el día.
Tan sólo han transcurrido seis horas y he descubierto un libro que probablemente se escriba a medida que vivo, he tratado con varios fanáticos del libro, poseo un maletín que aún no sé cómo abrir y tengo una tarjeta en el bolsillo que tal vez me aporte algún dato acerca del autor de esta maldita obra.
Rómulo permanece sentado durante media hora en un banco de madera próximo a la cascada artificial. Recuerda a Arnsten y a Konsgrüen, también a Eladio Goíbar y a Milton, pero esos son recuerdos lejanos ya, sus conversaciones en La nada, el café de la juventud bohemia de M., que había decidido convertirse al nihilismo de Nagarjuna y dilapidar su vida en tertulias soporíferas, marcadas por un esnobismo literario que era sólo una forma de mostrarse diferente, un carácter que al final les tornaba seres insignificantes y clónicos reunidos en torno a una mesa para discutir sobre una recóndita metáfora de un poema casi desconocido, en una obra apenas leída de un autor prácticamente olvidado. De Arnsten, Rómulo recordaba su pelo rojo, su mirada clara, nítida, desinhibida. De Konsgrüen su impertinencia, su deseo de vivir, su fuerza, su extraordinario parecido con
Samuel Tesler. De Eladio, su tesón, su historia, ese afán por lo simétrico. De Milton, su donosura, su aire bohemio, su lírica.
Nunca conocieron a María. Tampoco era necesario. De algún modo impreciso, vago, ellos también la percibieron como arquetipo, ¿de qué? es probable que de la heroína literaria que todos ellos buscaban, aquella por la que repasaban una a una todas las grandes novelas en las que figuraba algún aclamado personaje femenino. Finalmente, terminaban por rechazar la candidatura de cualquiera de ellas para ostentar el glorioso título de Heroína literaria por excelencia: Ana Karenina y Ana Ozores, por esa rendición final; el mismo motivo excluía a la Bovary; Helena, por dejarse seducir por el Diablo; Beatriz, por dejarse seducir por Dios; la Eterna, por morirse y dejar tan solo a Macedonio (aunque él tratase de negarlo); la Maga, y tal vez Ofelia,, por su ñoñería infantil; Eva, por condenarnos; Lolita, por desagradecida. Todos ellos confiaban en María como arquetipo. Sin embargo, ninguno de ellos creyó jamás en ella como una María real, con su carne, con sus huesos, con su cerebro, con sus ansias de vivir dentro y fuera de mi imaginación. Creían en la María literaria, con la que Rómulo les abrumaba noche tras noche y les embaucaba en ese viaje misterioso a su
imaginación y a la lírica que María despertaba en él.
Escribió Rómulo en alguna ocasión:
Sólo hay ausencia de ti en la inconsciencia. No dormiría jamás, no soñaría jamás con tal de asegurarme tu presencia perpetua, la felicidad continua de saberte siempre existiendo.
Rómulo llora.
Visitamos una breve nota en un volumen de
Russell:
Estás triste. Me miras con ese gesto que me conmueve sin remedio. En ese momento hay un vértigo de mi felicidad y una tiniebla que amenaza con engullir el mundo, nuestro mundo. Hay una lágrima que se asoma primero y se apresura después, que recorre tu mejilla como un río y cae sobre la almohada, donde se mezcla con el sudor y la saliva que hemos compartido. Hay un pasado que irrumpe en el presente y lo triza, lo magulla, lo despedaza.
Saca la tarjeta del bolsillo y lee: D.Severo Martínez, catedrático de Historia contemporánea. Aparece una dirección y un número de teléfono. Tal vez sea mejor llamar primero y, si se le permite acordar una visita, acudir después. Sale del parque y se dirige hacia una cabina de teléfono. Se sitúa el teléfono entre el hombro y el cuello mientras saca la tarjeta. Al otro lado de la calle puede observar al hombre que le lleva siguiendo durante todo el día, su dios particular, qué afortunado.
¿Don Severo Martínez, por favor?...de Rómulo Gea...no, no me conoce...Sí, espero...(
debo ser cauto, parecer despistado y en algún momento de descuido...)...sí, ¿don Severo Martínez?...Mi nombre es Rómulo Gea y le llamaba por un asunto un tanto insólito, me dio su tarjeta un librero y me aseguró que usted podría ayudarme a buscar cierto libro...si no le importa sería preferible que hablásemos en persona. La consulta que he de hacerle es delicada...¿no tiene problema entonces en que nos veamos?...¿podría ser hoy mismo?...bien, entonces allí estaré, a las cinco en su casa. Muchas gracias, don Severo...Hasta luego.
Se marcha a un restaurante cercano, abre de nuevo la ventana y continúa leyendo hasta este mismo momento. Cierra la ventana.
Aún teme volver la página y descubrir que ya está todo escrito de antemano. Una cosa es saber que todo está ya dicho o escrito (dice un personaje de
Daniele De Giudice:
ya no se pueden escribir libros, yo sólo escribo notas a pie de página); otra, sentirse una nota a pie de página, la obra de un Dios-escritor, una mera ficción tornada realidad.
Breve nota del autor para su lector: el libro acaso presuponga lo que ocurrirá en el futuro. Recuerde que el
principio antrópico propugna que dadas las condiciones actuales del universo, la existencia del hombre es necesaria en él. Si las condiciones no fuesen las actuales no habría posibilidad de que el hombre existiese siquiera. Sin embargo, las condiciones terminarían cambiando para dar cabida al hombre en el universo. Así, digamos que el universo podría haber seguido, desde la creación del primer átomo de hidrógeno, un plan de creación, no ideado por un dios sino como consecuencia lógica de las leyes naturales. En esas condiciones, hallar la ley unificada, esa ley que es más aún que las
tablas de la ley de Moisés, permitiría conocer de forma determinística todos y cada uno de los acontecimientos que ocurriesen en el universo: la creación de la Tierra, la aparición del hombre, la derrota de la Armada Invencible, el par de calcetines que se pondrá Rómulo el 3 de marzo de 20.., cuál será el destino de este Libro, qué será de usted y de mí, qué será. Especule pues, si tiene tiempo, y no comparte la misma opinión que mi hermano Auguste Blanchard sobre la soledad, y cito textualmente:
La soledad es como un anciano venerable: todos dicen respetarla, nadie desea su compañía.
Existe la posibilidad, piensa Rómulo, de que la vida, lo que llamamos vida, no sea mas que una ficción, un entretenimiento de los dioses, y la verdad, esa verdad que tanto anhela el hombre conocer, no exista. Rómulo se niega a pensar de ese modo. Niega la posibilidad de que María pueda ser irreal, ya sea como imagen en su mente o como realidad corpórea, tangible. Se niega a creer que no es dueño de sus actos, que su libertad es tan sólo un espejismo. Aunque piensa que hasta ahora se sentía libre, autónomo. ¿Por qué ha de cambiar esa situación?¿Modificaría acaso el que su vida estuviese determinada de antemano el hecho de que él pudiera amar, odiar, envilecerse o ver caer el sol de otro modo cada día? Probablemente sí, se responde, pues conocer es el paso decisivo hacia el desasosiego. Alguien le dijo alguna vez que la puerta hacia la angustia existencial se abre gracias al conocimiento: conocer es padecer.
Aléphica nota de Rómulo perdida, cómo no, en un volumen de Withman:
Sin ti, fui ciego espectador del mundo. Porque eres mi mundo, María: la garúa sobre el Ghobi, la marea en Viena, una llama en Siberia, la nieve en Beirut, un beso en Sumatra y una mirada en Roma, una sábana en un pajar, un sueño real, una sílaba tónica, un insecto bailarín, una viuda feliz, un balbuceo consciente, una alborada en Noruega, un ocaso en Suecia, un mundo que es María, un balancín oscilante, una belladona viva, un velero libre.
Dependencia, siempre ya, perpetua de ti. Comprensión de que tu existencia es inherente a la mía, de que los tiempos y espacios en los que nos movemos serán siempre simultáneos. Aceptación de mi sentimiento de necesidad, de subyugado perenne, de sediento, de hambriento, de girasol, de planta carnívora, de felino al acecho, de satélite, de cuerpo sometido a la fuerza de la gravedad, de electrón bailando en torno al núcleo.
Confesión visceral-realista: Deseo conocerte de forma íntima: besar tu hígado, sopesar tus riñones y lamerte el corazón, acariciar tus pulmones, hacer un orificio en ellos y respirar el aire que tú aspiras.
Come una ensalada y salmón a la plancha, una manzana de postre. A partir de ahora debe calcular todos sus pasos con absoluta precisión.
-¡Vaya!- exclama, Rómulo, sentado aún en el restaurante- me olvidé de Milton.
Por la mañana, al entrar en el metro, Rómulo se dirigía al otro extremo de la ciudad para encontrarse con Milton que decía haber descubierto unos versos de uno de esos poetas perdidos que ambos buscaban sin parar, Rómulo motivado por su inagotable sed lectora, Milton, en busca de aquel tema, de aquella forma, de aquel estilo que aún no había logrado hallar. Rómulo pues, se levanta de la mesa, y se dirige hacia un teléfono colgado junto a la barra del restaurante.
-¿Milton? Soy yo.
-...
-Ya, ha ocurrido algo.
-...
-Sí, lo sé, era Ediberto Grete, pero no sabes lo que ha ocurrido.
-...
-La verdad es que no puedo contártelo aquí. Deberíamos vernos.
-...
-Esta vez sí, lo prometo. ¿Recuerdas la secta de los ciegos que aparecía en Sobre héroes y tumbas?
-...
-Pues resulta que existe una similar, pero de adoradores de un libro. No puedo contarte nada más aquí. Podríamos vernos a eso de las...a ver, déjame pensar, alas cinco con el catedrático, a las once con el camarero...,¿ te parece bien a las ocho?
-... ... ...
-Bien, como quieras Milton. Hasta luego.
Rómulo paga y camina hacia la casa del catedrático. Son las tres y media. No cree que tarde más de media hora en llegar caminando. ¿Le siguen? Sí, aún se encuentra allí el tipo, qué perseverancia la suya. Aún no sabe cómo ha arribado a esta situación. El libro es el culpable de todo. No en vano, pronto, desde su infancia, tuvo siempre la certeza de que todos los libros tienen algo de perverso, porque descubren un mundo incompleto, imperfecto, desasosegante. Rómulo jamás ha escrito por ese sencillo motivo, por evitar la perversidad que en sus obras habría de manifestarse. Su idea acerca de la creación dista mucho de la habitualmente empleada. El escritor se expone a la hoja en blanco, que representa el futuro. Sin embargo el escritor no parte de la nada y se adentra en su memoria para crear. El autor pues, crea desde el pasado. Rómulo piensa que esa no es la actitud adecuada. Él desea una
creatio ex nihilo real, ser Dios mediante la escritura como los habitantes de Bäusgron mediante las tallas de madera. Para alcanzar esta condición es necesario, piensa, olvidarse de los eternos opuestos y sentir la unidad como única divisibilidad posible, desprenderse de los anhelos y, ante todo, sentirse creador, ser la nada. Esa situación de absoluta soledad es el paso esencial para el acto creativo. Por algo la cábala defiende la génesis del mundo por Dios, como un acto de autismo creativo, la huida de Dios de la soledad. Los artistas chinos son capaces de alcanzar tal condición, pero corren el peligro de no poder distinguir entre la realidad en la que viven y la realidad que han creado.
El poeta Li Bo murió ahogado al intentar atrapar en un río el reflejo de la luna que tantas veces había cantado; Wu Daozi desapareció en la bruma de un paisaje que acababa de pintar. Por eso Rómulo propone crear desde la nada para alcanzar, después, la nada. Nacer para morir. Eliminar la pretensión de perpetuidad de la obra es lo que la tornará realmente eterna. Contra el orden el caos, la cosa, el saco infinito. Tal vez por eso decía
Valery que la nada es la perfección. Alguna vez leyó Rómulo la siguiente aserción en un libro de un físico un tanto lírico, inspirado tal vez por el apotegma de Valery:
la materia está formada en su mayor parte por vacío, por nada: nosotros no somos pues, mas que discontinuidades de la nada, oasis en un desierto de vacío, imperfección. Rómulo no ha sido capaz de alcanzar ese estado logrado por los artistas chinos. No puede escribir, por tanto, por razones de escrupulosa moral literaria. No puede, sobre todo, dejar atrás sus anhelos.
Perdidas, entre algunos textos de filósofos alemanes, las siguientes líneas:
El tiempo dota a los anhelos de cierto cariz insoslayable. Nievan inviernos, florecen primaveras, solean veranos, caen otoños y los deseos persisten en su obcecado afán existencial, que se ve reforzado en tanto que el tiempo niega la expresión del anhelo y contribuye con la acumulación de evidencias que justifican la existencia del mismo. El grado de refutabilidad de esas evidencias, así como la disposición del sujeto para tornar un futuro onírico en un presente veraz son condiciones indispensables para transformar la potencialidad del anhelo en firme certeza de su consecución. Dado este paso esencial el resto es un devenir de los hechos nunca casual que conduce al fin inevitable: la consecución del deseo.
Regresamos a los eternos opuestos: el deseo (la potencialidad de mi ego) como lo unívoco, el amor como lo recíproco. Nunca puede ser amor el sentimiento unívoco (yo hacia ti, tú hacia mí), sino la sensación indiscutible e insustituible de que tú y yo sintamos que juntos/ somos completos como un solo río,/ como una sola arena, lo individual formado por las partes, el amor-gestalt. De ese modo, el amor no deja de ser otra cosa que un juego perpetuo con el deseo. Afirmas que el amor es lo racional; el deseo, el juego.
Junto a estas líneas, una cuartilla doblada en la que figuran unas sorprendentes instrucciones:
Diversión amorosa de Tántalo:
Instrucciones del juego::
1.Te acercas a mí mientras me miras a los ojos, te aproximas y yo finjo ser estatua. Tus labios cada vez más cerca de conformar un beso con la desinteresada colaboración de los míos. Cuando mis labios preparan el hueco necesario, la curva precisa, te retiras con premura.
2.Ahora tú pasas a ser la estatua y yo el deseo aproximándose. Esperas mi beso (la estatua sonriente: la sonrisa esculpida con nácar, con nieve pétrea). También yo acerco mis labios a los tuyos, también yo me retiro en el mismo instante en el que el deseo corría peligro de extinguirse.
3.A continuación, los dos sobre la cama, nuestra respiración agitada, mis manos recorriendo tu cuerpo sin recorrerlo. Mantengo mis dedos separados ligeramente de tu piel y tan sólo eres capaz de percibir su presencia (su ausencia explícita) mediante la evocación de recuerdos, de anhelos actuales, y mis manos, sin tocarte, son capaces de percibir cómo te estremeces, cómo desde el deseo, anhelas desear aún más.
4.Tú sobre mí, recorriendo mi cuerpo con tu aliento, que explora cada uno de los pliegues de mi piel y me conduce a una realidad donde la única sensación existente es tu aliento, la calima del deseo que se interpone entre tú y yo.
5.Nos olvidamos de Tántalo. Después, ya, lo inevitable, el beso que abre la caja de Pandora, que produce seísmos, el beso que es la expresión de la saciedad, la inexistencia ya del deseo, y bebo tu saliva y como tus labios y es tuyo el cuerpo que adoro, y al que cada día acudo jugando y solicitando la redención de mis pecados.
Milton plantea la creación desde un punto de vista opuesto al de Rómulo. Él cree en
Poe, en
Raymond Roussell, en
Duchamp, que eran esencialmente racionales, que descartaban todo atisbo de intuición o de emotividad del acto creativo y revestían cada una de sus creaciones de un aura intelectual que nada tenía en común con los cantos de
Mallarmé, de Valery o del esotérico
Novalis. Rómulo busca libros y ya ha encontrado el Libro. Milton busca versos, anhela encontrar el Verso. Rómulo emprende su búsqueda desde la nada, Milton lo hace desde el infinito. Y por ello, Rómulo le reconviene siempre con las mismas palabras:
hablar del infinito es obsceno, tratar de entenderlo desde la finitud, un acto de grosera vanidad.
Konsgrüen, por el contrario, se siente cómodo entre ambas posiciones y de ese modo crea sus obras pictóricas,
desvelando un Universo ambiguo donde sombra y luz se confunden, afirma él, citando a su admirado
Tanizaki.Rómulo sospecha que la combinación del maletín está relacionada con el episodio del hallazgo del Libro. No puede aún, sin embargo, establecer la relación entre ambos. Debe estar atento.
Me sigue aún, piensa Rómulo, he de huir de él y ganar algo de tiempo, que no sepan qué hago o qué digo. Son las cuatro. Entra en un centro comercial cercano y camina rápidamente, perdiéndose entre los compradores que a esas horas abarrotan ya los pasillos del gigantesco edificio. No conoce bien el lugar. Tal vez eso constituya una ventaja, pues su tránsito será caótico e impreciso, no sabrá hacia dónde dirigirse. Debe buscar otra puerta diferente a la de entrada para obligar a su perseguidor a entrar en el centro comercial y seguirle. Echa la vista atrás. Allí se encuentra. Rómulo busca las zonas del edificio donde se reúne más gente y se adentra entre la masa humana casi como si se lanzara a una piscina. De vez en cuando se gira para comprobar su ha perdido a su perseguidor. Aún continúa tras su rastro. No tiene mucho tiempo. Rómulo comienza a correr, desesperado ya por el férreo seguimiento del tipo, mientras el otro trata de correr tras él pero lo hace con más dificultades. Poco a poco, Rómulo ve cómo se aleja del tipo. Una puerta al fondo del pasillo. Corre hacia ella. Sale a la calle y corre hasta la siguiente esquina, donde descansa y aguarda la salida del tipo que le sigue. Por fin le ve salir mirando a su alrededor. Parece confundido. Parece que va a acercarse hacia donde se encuentra Rómulo, pero decide caminar en sentido opuesto. Ese es el momento que Rómulo elige para correr de nuevo y alejarse aún más de su perseguidor. Lo ha perdido. Ahora se siente libre. Comienza la búsqueda.
Aunque, en cierto modo, su búsqueda concluyó antes de descubrir el libro.
Leamos, no me resisto a mostrarlas, unas líneas que son muestra de esa búsqueda parcial finalizada.
Escribir te amo siempre no es retórica, es la forma más precisa de mostrarte mi estado perpetuo, mi presente dependiente del tuyo. Es hacerte partícipe y protagonista del más probable sentido de mi vida.
Escribir te amo siempre expresa mi conciencia permanente de tu existencia, de tu ser otro. Es de algún modo la forma de proclamar mi propia negación para ser por completo consciente de tu existencia, de tu capacidad para percibir, para sentir, es adentrarme en una percepción de una nada inexistente, de un vacío que no puede ser tal porque tu presencia es inextinguible en mi vida.
Escribir te amo siempre es sentir cómo mis dedos se aventuran sobre tu rostro para conocerte, nunca para reconocerte. Contigo la memoria se desvanece. No es posible, por tanto, el olvido. Mis dedos sólo perciben el presente (la suavidad de tu mejilla, los ojos cerrados, el labio trémulo, la ceja fina).
Escribir te amo siempre es restringir mi existencia al presente. Los tiempos pasados y por venir ya no tienen sentido. Vivo la maravilla de tenerte a mi lado en este preciso instante y esa idea me sorprende a cada momento, como un hecho insólito: al caminar por la calle, al comprar en la tienda de la esquina, al leer un libro; ahí te encuentras, de repente, saliendo de una inexistencia previa y relegando al olvido a cualquier otro pensamiento que en ese instante ocupase mi mente, tomo conciencia de tu existencia única y absoluta, de tu exclusiva presencia, lo que hace que me sienta Adán cada día me sumerja en una revirginidad perpetua de la maravilla, donde lo insólito toma ventaja siempre sobre lo común, y hace de mi vida una pléyade de sucesos ineluctables para mi condición de perpetuo ser naciente.
Escribir te amo siempre es la negación taxativa de la discontinuidad de mi tiempo y, por tanto, de mi memoria. No hay contigo intervalos, no hay instantes de tiempo, no es mesurable éste: es la eternidad en el presente. Si acaso, la única concesión, el intervalo desde Adán (mi despertar cada día) hacia la nada (el sueño, la inconsciencia, mi único vacío). Sólo en el sueño encuentro la inexistencia del tiempo, una nada previa a mi continuo nacer, que es el despertar
Escribir te amo siempre es escribir, sencillamente, que te amo siempre. Y escribir que escribir te amo siempre es sencillamente que te amo siempre, es sencillamente escribir que te amo siempre. Y así sucesivamente.
Escribir te amo siempre es ver: la vida como tu presencia; la muerte como tu ausencia; el sueño, como pérdida momentánea, como ausencia temporal, como evocación mínima de la muerte; la vigilia, como asombro continuo.
Escribir te amo siempre es manifestar, por fin, la convicción de mi existencia, de que por fin vivo. Esa convicción de la existencia de mi propio ser ha tornado explícita la sentencia de Berkeley: sólo la percepción puede garantizar el ser. Sé que estoy vivo, que siento, que formo parte del tiempo, que he despertado por fin del letargo de una vida sin vida, que ha nacido mi mundo y que quiero gritarlo a las estrellas que ahora veo brillar, por fin, vivas, al sol que por fin me baña con sus dedos de oro, a esta poética que ahora me empuja a desnudarme del cuerpo y ser sólo alma, sentimiento, vida emancipada de la existencia material, posesión inevitablemente tuya, María.