miércoles, marzo 15, 2006

Pierradas V


Entropía del imperativo categórico o la muerte kármica

Con este título comenzaba una de las más famosas disertaciones filosóficas de Pierre Menard. Y no famosa en el sentido positivo de la palabra, ya que la crítica no entendió nunca el concepto definitivo de nihilismo que albergaba, y comenzó a proferir epítetos bastante descalificativos contra la misma, contra el autor e, incluso, contra la familia de éste.

El hecho que más enfurecía a los críticos, y por el cual se desató la polémica, era la brevedad del ensayo, y entendían por ende que Pierre les había tomado descaradamente el pelo. Yo, como cronista y biógrafo suyo, no puedo estar en más desacuerdo. Bien es cierto que la obra es realmente escasa, pero ahí mismo reside su complejidad y grandeza. Inútil es disertar en estas líneas o intentar defenderla, por lo que, bajo permiso explícito del autor, transcribo a continuación la totalidad del ensayo, para que el lector juzgue por sí mismo y no influido por el pensamiento retrógrado de aquellos críticos incapaces de reconocer que lo que Monsieur Menard hace, básicamente, es romper las barreras clasistas que asfixian el arte.


Entropía del imperativo categórico o la muerte kármica, por Pierre Menard

Siendo consciente, aún a mi pesar, de mi incapacidad para
a) Superar con maestría el poderoso título de este ensayo, y
b) Entender lo que éste significa
Me veo en la necesidad de dar por terminada mi disertación



Venecia

Siempre recordaré aquella ocasión en la cual acompañé a Pierre Menard a Venecia, la hermosa. Mi afamado amigo y maestro había sido invitado por la Organizzazione per Antichi Esperti a pronunciar un discurso acerca de los beneficios de ingerir kiwis con asiduidad en personas mayores. Emocionado por tal honor, y siendo como es, un ferviente defensor del consumo de dicha fruta neocelandesa, no dudó en acudir a la cita.

El discurso fue conmovedor, perfecto en ejecución y entrega. Incluso provocó alguna que otra lágrima entre el respetable, si bien un señor holandés bastante grosero me dijo que se le habían quitado las ganas de volver a probar un kiwi en toda su vida.

Después del acto, fuimos agasajados con una bien surtida cena en honor de Pierre. A la conclusión de dicho ágape, y visiblemente influido por el dulce candor del vino italiano, Monsieur Menard pronunció unas palabras que, en el cómputo general de la historia, acabarían resultando más famosas que el discurso original.

Mi amigo y maestro se alzó y dijo: “¡Ah, Venecia, Venecia! Tus hermosos e inmortales canales me hacen pensar en mi propia e indigna obra, la cual, aunque paupérrima en comparación con tus columnatas, diques, góndolas y plazas, bien puede inspirar e iluminar a las almas humanas. Mis obras, mis relatos, mis ensayos, mis poemas, son como mis propios canales que me recorren y que dejan entrar al mar de fuera. ¡Oh, sí, venturosas obras mías! ¡Sois los canales inundados de mi psique, puesto que sois altivos, clásicos, vetustos, históricos, eternos!”

Lo que pasaría a los anales de la historia no sería, en todo caso, el discurso de mi amigo, sino la réplica que vino en forma del mismo señor holandés grosero de los kiwis. Éste se incorporó (mientras una sonrisa afloraba en el rostro de todos y cada uno de los comensales), encaró a Pierre Menard y le dijo: “En verdad, se puede comparar vuestra obra con un canal veneciano, ya que ambos apestan”.
Cayetano Gea Martín

2 comentarios:

Marga dijo...

Jajajajaja, me encanta el señor Pierre!!

Kay dijo...

El sentimiento es mutuo... Hablé con él y disfruta con tu blog, jeje...