I. (3 de 3)
Impacto.
Un tremendo impacto.
Un tremendo impacto que sacude por entero el diminuto baño del avión y me hace flotar en el aire durante dos interminables segundos
Mira, mamá, sin manos
en los cuales siento una ingravidez no producida por la carencia de gravedad, sino por un movimiento brusco y de inconmensurable cinética de arriba abajo, la misma sensación de volar que conocen los suicidas del viaducto, sólo que mi suelo no está en la calle Segovia, a cien metros más abajo, sino a apenas ochenta centímetros de mi cabeza, la cual va a su encuentro en cuanto pasan los dos segundos de levitación forzosa.
Mira, mamá, sin dientes
La boca se estrella contra el sucio suelo de linóleo y estalla en una roja burbuja de dolor. La sangre surge como líquido en un pulverizador, segundos antes de comenzar a manar a riadas. El dolor es tan grande que se me olvida gritar mientras me orino encima de los vaqueros, incluso olvido al pandemonio que tiembla de caótica excitación a mi alrededor. Porque el compartimiento estanco que forma el baño del avión parece resquebrajarse por entero, con titánicas sacudidas que me mandan de un sitio para otro, al techo, al suelo, contra las paredes. Dos o tres veces golpeo el espejo del lavabo y cada vez que lo hago, se quiebra más y se cubre más de sangre. El universo gira a mi alrededor, y lo hace de forma ensordecedora, con un estruendo agudo como un grito o un prolongado frenazo. Intento taparme los sangrantes oídos, pero no sé dónde se encuentran éstos ni mis manos. Soy una marioneta con las cuerdas cortadas dando tumbos en una lavadora fuera de control, mientras giro y giro en la más horrible de las montañas rusas. Sólo pienso en que termine, en que muera de una vez, en que mi cuerpo se desintegre y que todo desaparezca. No pasa mi vida delante de mí. No recuerdo a los seres amados ni pienso en el daño que infligí. Sólo deseo que todo termine.
De repente, tan súbitamente como surgió, el movimiento cesa. No se va parando poco a poco, sino que la realidad vuelve a encajarse de golpe en su sitio. Un instante antes estaba saltando en un ruidoso caos sin gravedad y un instante después todo para.
Quietud.
Total y absoluta.
Mi cuerpo, tumbado sobre el suelo lleno de cristales, papel higiénico, fragmentos varios de mampostería y mi sangre, aún posee la inercia de la sacudida y no ha descubierto que todo ha parado. Mis oídos pitan desaforados entre los hilos de sangre que los intentan taponar. Descubro con mi lengua sangrante y mordida que me faltan varias piezas dentales. Una manta de calor cubre mi ojo derecho y parte de la cara. Tengo una pierna torcida hacia el lado contrario de la articulación normal de la rodilla, oh, Dios. No te desmayes, aguanta, mírate, reconócete. Siento al menos tres costillas rotas. Dios, qué dolor. No te desmayes, desgraciado. Completa tu revisión. El brazo izquierdo se encuentra doblado de manera antinatural, y colocado debajo de mi nuca. El hombro se ha salido, siento la cabeza del húmero flota libre entre mi carne y tendones, qué dolor, Virgen Santa, qué dolor más espantoso, aguanta, aguanta y termina. No creo que tenga algún órgano destrozado, aunque es pronto para asegurarse. La pierna izquierda y el brazo derecho parecen intactos, gracias a Dios por estos pequeños detalles, joder. Con éste último palpo todo lo que el dolor me permite mi destrozado cuerpo. Duele, duele, me cago en Dios y en todo el santoral al completo. El vientre parece en su sitio, sin bultos raros. Tanto la polla como los cojones están en su sitio, aunque éstas se encuentran ligeramente entumecidas e hinchadas. A lo peor me quedo como un puto mulo. Curiosa preocupación cuando lo más seguro es que la diñe. Dolor. Sigo tocándome con la mano del brazo bueno hasta llegar a lo que en mi incombustible vanidad más temo: los posibles daños producidos en el rostro. Joder, qué dolor, qué dolor, aguanta, cabronazo. Tengo la barbilla partida por la mitad, noto el hueso destrozado bajo mis dedos. Palpo dentro de mi boca y hago un rápido recuento: he perdido tres molares, un canino, los cuatro premolares. Ningún incisivo perdido, gracias, Señor del universo, oh, duele, duele, me cago en la puta, joder, termina, termina y luego te desmayas, nenaza. Tengo miedo de comprobar el calor ciego que me cubre el ojo derecho, tengo miedo, miedo. Examino primero la nariz. Está rota, el tabique troceado en, al menos, tres partes. Me llevo la mano detrás de la nuca y, milagrosamente, no parece que tenga ninguna brecha en el cráneo. Palpo cristales y sangre, pero nada grave, nada grave, eso parece, duele, duele. Bajo la mano por la frente y descubro, horrorizado, a qué se debe lo de mi ojo derecho: el cuero cabelludo se ha desprendido y me cubre un tercio del rostro. Incrédulo, palpo el cráneo liso, la carne arrancada que cuelga como la más horrible de las persianas y el pelo que le acompaña y que roza mi ojo y mi mejilla.
Creo que ya puedo desmayarme.
Un tremendo impacto.
Un tremendo impacto que sacude por entero el diminuto baño del avión y me hace flotar en el aire durante dos interminables segundos
Mira, mamá, sin manos
en los cuales siento una ingravidez no producida por la carencia de gravedad, sino por un movimiento brusco y de inconmensurable cinética de arriba abajo, la misma sensación de volar que conocen los suicidas del viaducto, sólo que mi suelo no está en la calle Segovia, a cien metros más abajo, sino a apenas ochenta centímetros de mi cabeza, la cual va a su encuentro en cuanto pasan los dos segundos de levitación forzosa.
Mira, mamá, sin dientes
La boca se estrella contra el sucio suelo de linóleo y estalla en una roja burbuja de dolor. La sangre surge como líquido en un pulverizador, segundos antes de comenzar a manar a riadas. El dolor es tan grande que se me olvida gritar mientras me orino encima de los vaqueros, incluso olvido al pandemonio que tiembla de caótica excitación a mi alrededor. Porque el compartimiento estanco que forma el baño del avión parece resquebrajarse por entero, con titánicas sacudidas que me mandan de un sitio para otro, al techo, al suelo, contra las paredes. Dos o tres veces golpeo el espejo del lavabo y cada vez que lo hago, se quiebra más y se cubre más de sangre. El universo gira a mi alrededor, y lo hace de forma ensordecedora, con un estruendo agudo como un grito o un prolongado frenazo. Intento taparme los sangrantes oídos, pero no sé dónde se encuentran éstos ni mis manos. Soy una marioneta con las cuerdas cortadas dando tumbos en una lavadora fuera de control, mientras giro y giro en la más horrible de las montañas rusas. Sólo pienso en que termine, en que muera de una vez, en que mi cuerpo se desintegre y que todo desaparezca. No pasa mi vida delante de mí. No recuerdo a los seres amados ni pienso en el daño que infligí. Sólo deseo que todo termine.
De repente, tan súbitamente como surgió, el movimiento cesa. No se va parando poco a poco, sino que la realidad vuelve a encajarse de golpe en su sitio. Un instante antes estaba saltando en un ruidoso caos sin gravedad y un instante después todo para.
Quietud.
Total y absoluta.
Mi cuerpo, tumbado sobre el suelo lleno de cristales, papel higiénico, fragmentos varios de mampostería y mi sangre, aún posee la inercia de la sacudida y no ha descubierto que todo ha parado. Mis oídos pitan desaforados entre los hilos de sangre que los intentan taponar. Descubro con mi lengua sangrante y mordida que me faltan varias piezas dentales. Una manta de calor cubre mi ojo derecho y parte de la cara. Tengo una pierna torcida hacia el lado contrario de la articulación normal de la rodilla, oh, Dios. No te desmayes, aguanta, mírate, reconócete. Siento al menos tres costillas rotas. Dios, qué dolor. No te desmayes, desgraciado. Completa tu revisión. El brazo izquierdo se encuentra doblado de manera antinatural, y colocado debajo de mi nuca. El hombro se ha salido, siento la cabeza del húmero flota libre entre mi carne y tendones, qué dolor, Virgen Santa, qué dolor más espantoso, aguanta, aguanta y termina. No creo que tenga algún órgano destrozado, aunque es pronto para asegurarse. La pierna izquierda y el brazo derecho parecen intactos, gracias a Dios por estos pequeños detalles, joder. Con éste último palpo todo lo que el dolor me permite mi destrozado cuerpo. Duele, duele, me cago en Dios y en todo el santoral al completo. El vientre parece en su sitio, sin bultos raros. Tanto la polla como los cojones están en su sitio, aunque éstas se encuentran ligeramente entumecidas e hinchadas. A lo peor me quedo como un puto mulo. Curiosa preocupación cuando lo más seguro es que la diñe. Dolor. Sigo tocándome con la mano del brazo bueno hasta llegar a lo que en mi incombustible vanidad más temo: los posibles daños producidos en el rostro. Joder, qué dolor, qué dolor, aguanta, cabronazo. Tengo la barbilla partida por la mitad, noto el hueso destrozado bajo mis dedos. Palpo dentro de mi boca y hago un rápido recuento: he perdido tres molares, un canino, los cuatro premolares. Ningún incisivo perdido, gracias, Señor del universo, oh, duele, duele, me cago en la puta, joder, termina, termina y luego te desmayas, nenaza. Tengo miedo de comprobar el calor ciego que me cubre el ojo derecho, tengo miedo, miedo. Examino primero la nariz. Está rota, el tabique troceado en, al menos, tres partes. Me llevo la mano detrás de la nuca y, milagrosamente, no parece que tenga ninguna brecha en el cráneo. Palpo cristales y sangre, pero nada grave, nada grave, eso parece, duele, duele. Bajo la mano por la frente y descubro, horrorizado, a qué se debe lo de mi ojo derecho: el cuero cabelludo se ha desprendido y me cubre un tercio del rostro. Incrédulo, palpo el cráneo liso, la carne arrancada que cuelga como la más horrible de las persianas y el pelo que le acompaña y que roza mi ojo y mi mejilla.
Creo que ya puedo desmayarme.
Cayetano Gea Martín
2 comentarios:
Una descripción tan desagradable como el tipo... te has pasado!!! jajajaja (que le vayan dando!! así se le caiga el cráneo!)
Por lo demás.... me gusta!!! continuará, no? please
Si, continuará, continuará... Pero cambiaremos de narrador... Le toca el turno a la azafata... y ya no puedo contar más, jeje
Publicar un comentario