jueves, marzo 23, 2006

El cerebro de Dios (experimento hipertextual), sexta entrega

8.Vigilancia del Libro y algunas reflexiones lingüísticas.

Antes de retomar la narración, visitemos de nuevo el cartapacio:

Mi vida es tu ausencia. Requiero tus pasos junto a los míos y descubro que junto a mí tan sólo camina mi sombra. Cada palabra que intuyo, cada pensamiento que cruza mi mente están dirigidos a ti. Vivo como si actuase en una obra de teatro, representando para ti, buscando la forma de encontrarte. Contemplo en ti mi felicidad, que tiene tu cuerpo, tu voz, tu mirar. Contemplo en ti mi futuro, ansío en ti mi futuro. Y desearía en ti mi pasado, que nunca hubiese existido un comienzo, que hubiésemos sido siempre dos espejos enfrentados. Y perder así el temor al azar del futuro. No es azar ya, no es tampoco destino, es mi inexorable camino hacia la felicidad consuetudinaria.
Breve cita:
Tal vez lo elegante sea vivir en la alegría del presente, que es una forma de sentirnos inmortales.
Paris no se acaba nunca, E. Vila-Matas.

Rómulo avanza a grandes zancadas por la calle. Alguien le sigue. Rómulo no presta atención. Piensa: debo deshacerme del libro ¿dónde dejarlo? aquel banco de allí parece un buen sitio cualquiera es un buen sitio no hay nadie alrededor sí ese tipo ¿de qué me suena? no sé tal vez imaginaciones mías no no pueden ser imaginaciones mías.
Se acerca al tipo que le sigue, que intenta pasar desapercibido entre la gente que observa los escaparates de un centro comercial. Rómulo corre tras él y logra alcanzarlo.
-Oiga, ¿por qué me sigue?...Respóndame, se lo exijo...¿No responde?¿Tendré que llamar a la policía?...Mire, yo ya no quiero el libro, porque es el libro lo que está vigilando, ¿no?...No lo quiero, lléveselo, me iba a deshacer de él, no tengo curiosidad por leerlo...Tómelo. Usted lo coge, se lo lleva, yo me olvido del libro y se lo hace llegar a otro cualquiera...En serio, no lo quiero. Si no lo coge lo voy a tirar en cualquier papelera que encuentre...¿No lo coge?...Bien.
El tipo detiene a Rómulo cuando éste gira para marcharse.
-Son las normas, amigo. No puede deshacerse del libro sin haberlo leído antes. Usted aceptó esas normas, ¿recuerda? No sea testarudo. Márchese a casa, ponga un poco de música y lea. No le permitiremos que se deshaga del libro. Mucho menos que lo destruya.

Colémonos por un momento en el bolsillo interior de la chaqueta de Rómulo. En él se halla un papel plegado que parece reciente:

Documento según el cual el Sr. Rómulo Gea se compromete a cumplir las condiciones expuestas a continuación:
1. Leerá de principio a fin el libro de Emery Blanchard titulado El cerebro de Dios.
2. Evitará en lo posible el deterioro del volumen, así como su extravío.
3. Colaborará en la captación de nuevos lectores del Libro.
4.Mantendrá en secreto, salvo cuando reciba órdenes de no hacerlo, la existencia del Libro.
5.Eludirá cualquier conversación que verse acerca del contenido del Libro.
6.Intentará abrir el maletín que le ha sido entregado cuando haya leído al menos la mitad del Libro.

Rómulo comprende que debe leer el Libro. Nadie le obliga, ni siquiera ese papel que lleva en la chaqueta. Es tan sólo una obligación moral. ¿Pero acaso existe la moral? No es lo que negaba Blanchard en su decálogo? Rómulo no se siente capaz aún de dar ese salto. Lo que es válido para la literatura no tiene por qué serlo para la vida.
Rómulo no se marcha a casa. El mismo tipo le sigue aún, esta vez sin ocultarse. Rómulo dilata el tiempo para no tener que verse delante del libro. Teme abrirlo y no poder ya levantar la vista de él. Se le ocurre una idea. Después la pondrá en práctica. Ahora piensa en las traducciones, en la dificultad que debió suponer para Blanchard escribir el mismo libro en doscientos idiomas diferentes (si es que lo hizo y no lo hace a cada instante, lo cual sería aún más extraordinario, si bien menos probable). La dificultad, piensa Rómulo, se encuentra en observar un mismo hecho desde una situación lingüística diferente, lo que no implica tan sólo pensar en ese idioma sino establecer los esquemas mentales adecuados para pensar en ese idioma. En español, piensa, si dejo caer en este instante el libro, Emery escribiría: el libro cae. El ruso no se plantearía la existencia del artículo y diría simplemente libro cae, lo que en este caso, y pensando desde el español, sería tal vez más apropiado; en latín ocurriría lo mismo. Un indio kwakiutl debería indicar en la oración si alguien está observando o no la caída del libro en el momento de describirla y si dicho narrador se encuentra cerca o lejos de ella. Los chinos, siempre más pragmáticos, escribirían libro caer. Rómulo piensa que el título del libro de Blanchard variará dependiendo del idioma en el que se halle escrito. En algunas lenguas ni siquiera podrá ser traducido, como en el caso de los indios lakulktil, que carecen del concepto de divinidad y viven en esa extraordinaria comunidad con la naturaleza a la que aspiran budistas y taoístas, que elimina las incertidumbres que genera la muerte y la necesidad de crear divinidades omnipotentes. Según el decálogo de Blanchard, los lakulktil podrían traducir el título del libro como La Humanidad, concepto que no entenderían los habitantes de la pequeña aldea lapona de Bäusgron, en la que todos sus habitantes, desde edades tempranas, son iniciados en el mundo del arte (para ellos el arte consiste en la talla de escenas cotidianas sobre fragmentos de madera que una vez expuestos al resto de habitantes son arrojados al fuego, curiosa coincidencia con las tesis artísticas de Tinguely). Esta iniciación al arte convierte a todos los habitantes de Bäusgron en pequeños dioses, que tienen la creencia de que sus antepasados crearon todo lo existente, por lo que en su caso el libro bien debiera titularse Los cerebros de los Dioses, término que no entenderían un grupo reducido de tribus de Papúa en cuya lengua no existe el plural pues no han alcanzado la capacidad de abstracción necesaria para crear el número. De hecho, no serían capaces de crear términos indefinidos como todo o varios ya que para ellos cada existencia es plena por sí misma y jamás podrá haber dos realidades exactamente iguales, pues serían la misma realidad y eso sería admitir como posibilidad algo imposible. Tanto es así que cada existencia tiene un nombre (si vemos dos perros juntos no habrá un perro y otro perro sino, algo así como un perro y un perrom). Ser un erudito en estas tribus es tarea harto memorística y creativa, fascinante también. En uno de sus templos, un antropólogo cinceló hace mucho tiempo la famosa sentencia de Heráclito: nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Imposible traducir la sentencia al idioma de aquellas tribus.

Rómulo se marcha al café de Leónides. Piensa: debo leerlo. Pondré en marcha el experimento.

Nueva nota, esta vez perdida entre las páginas de un libro de Dostoievsky:
Te contemplo mientras me contemplas, la mirada ya es una y me atrevo a jugar al masoquismo: cierro los ojos y permito que el tiempo transcurra (una hoja se posa con suavidad en una acera de París, la muerte serena visita a un hombre en Hanzou, la muerte violenta sorprende a un hombre en Oslo, la dentellada de un tigre sobre el cuerpo inerte de una gacela en Kenya, ondas concéntricas en un lago vivo en Tokio, una caricia que abre una puerta en alguna conciencia, la lectura de un pasaje de ese libro que muestra una escalera inédita). Abro los ojos ante el temor de no encontrarte ya más frente a mí. Y ahí te encuentras: serena, bella siempre, mirándome fijo.

¿Quién?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Los enlaces, dentro de poco. Mientras tanto, se admiten sugerencias.
Un saludo a todos.

Martuki dijo...

Por qué será q lo q más me gusta son las notas escritas x el Lector q nos encontramos desperdigadas entre sus libros?

Kay dijo...

¿Sugerencias para los enlaces? Todas y cada una de las culturas que nombras, así como una foto detallada de Rómulo Gea, de su perseguidor, y un último enlace al Ulises, explicando cómo sin gustarte tu estilo es tan parecido, jejeje...

Marga dijo...

La cita de Vila-Matas, los saltos a los bolsillos de Rómulo, lo que es válido para la literatura no lo es para la vida, los idiomas y su antropología, la falta de números y por tanto la abstracción, tallas al fuego (minimalismo vital: todo al fuego!), instantes simultáneos y por supuesto... Heráclito!!! uffffffff. Como una batidora me deja tu experimento!!

Saludos, sorpréndenos con tus enlaces, no me atrevo con las sugerencias... ummm demasiado particular y deben ser honor del autor