lunes, marzo 06, 2006

El cerebro de Dios (experimento hipertextual), cuarta entrega.

4.Donde Rómulo abre la ventana para observar a Blanchard.

Situémonos en otro escenario, tal vez una cafetería, decórela como más le plazca, coloque en ella, al menos, unas sillas cómodas y un buen café, pues nuestro protagonista va a leer allí el libro de Blanchard. Facilitémosle la lectura, por tanto.
Antes de abrir el libro, Rómulo echa un vistazo por encima del hombro. Busca alguna mirada inquisidora, algún gesto de curiosidad hacia él. Apenas hay tres personas en la cafetería. Ninguna de ellas parece interesada en su persona.
Ahora sí abre la ventana. La segunda página, y el resto de las que conforman el libro, son manuscritos, de ahí el valor del mismo. Hasta ahí todo sería una simple anécdota. En sus viajes por tantas bibliotecas del mundo ha sostenido entre sus manos múltiples manuscritos de los mejores autores universales. Pero la diferencia de éste con el resto es notoria: existen doscientas copias de aquel libro diseminadas por el mundo y, si Ana no le ha mentido, si no le han hecho participar en un juego irracional, aquellas copias son todas manuscritos del propio Blanchard escritas en cada uno de los idiomas de esos países.
Antes de contemplar el mundo a través de la ventana que nos abre Blanchard, colémonos de nuevo en la habitación de Rómulo. Junto a dos volúmenes de antropología encontramos la siguiente nota:
El lenguaje del pueblo papú es muy pobre; cada tribu tiene su propia lengua, y su léxico se empobrece constantemente porque después de cada muerte se suprime alguna palabra en señal de duelo.
Geografía, E.Baron


El universo es un ente activo. Nada en la naturaleza deja de ser causa o consecuencia (elimine, por un momento, sea amable, la hipótesis de Dios). Los seres que habitan la Tierra son activos porque corren, saltan, se alimentan, aman (algunos), destruyen, mueren. Son causa y consecuencia. También lo es una simple piedra: no es algo inerte. La piedra sufre consecuencias y éstas conllevan una serie de causas, no desplegadas de forma directa por la piedra pero expresadas necesariamente gracias a ella. El agua puede abrir un hueco en una enorme roca de una montaña y posteriormente nosotros podremos refugiarnos en ella: esa gruta es la causa de nuestro refugio, la roca que dio cobijo al hombre durante su infancia evolutiva. Pero no pequemos de falta de análisis. La gruta no es la roca, es un espacio vacío que cubre la roca. Recuerde las enseñanzas de Lao Tse:
Treinta agujeros convergen en un solo centro; del agujero del centro depende el uso del carro.
Hacemos una vasija de un trozo de arcilla; es el espacio vacío de su interior el que le da su utilidad.
Construimos puertas y ventanas para una habitación; pero son estos espacios vacíos los que la hacen habitable.
Así, mientras que lo tangible tiene ventajas, es lo intangible de donde proviene lo útil.

Mi actividad mental es la causa del libro que está usted leyendo. En realidad el libro es la causa de su lectura. O puede que no. Otra posibilidad más compleja pero no menos cierta: su lectura es la causa de este libro; al leerlo es usted quien lo reescribe, la obra vuelve a tener un sentido. Pues ¿qué sería de este libro sin usted? La realidad física no se perdería: un lomo de cuero que contiene ciento cincuenta páginas manuscritas, cosidas y encuadernadas, un título en su portada y mi nombre con letras minúsculas. Los trazos de las letras no dejarían de existir, pero sin un lector que los interprete no poseen valor alguno. Este razonamiento me recuerda aquella vieja pregunta sin solución aparente: ¿suena el árbol que cae en mitad de un bosque inhabitado? Yo respondo con una inmensa negación: la realidad física es clara: el árbol cae sobre el suelo, mueve el aire y crea, por tanto, ondas sonoras, pero el estruendo no existe porque nadie lo percibe. Mi actividad mental crea este libro y usted lo rescribe aún cuando yo ya no existo. Piense: está leyendo las palabras que pensó, que escribió un muerto. Sin embargo, yo le escribo desde mi presente hacia su presente, nos comunicamos en un presente que nos torna coetáneos Le escribo desde un presente que es un más allá, que no es el más allá de las creencias religiosas sino ese más allá, más rico, también más denostado, que es la memoria. Escribiré algún día un libro acerca de una factoría donde pueda recuperarse la memoria que se perdió. La idea es desmesurada, pero no menos fascinante.

(Funes, sin embargo, nunca haría uso de esa factoría, ni aquel paciente de Luria)

Escribir es una forma de obsesión. Dice un personaje de un libro de Piglia que la obsesión nos hace perder el sentido del tiempo. Pocas veces he leído una sentencia más eficaz. La escritura, y la lectura (que es causa y consecuencia de la primera), no dejan de ser un ejercicio de evasión del tiempo. Si es usted el Lector comprenderá a qué me refiero, pues la sensación es inefable. Uno simplemente se sienta, comienza a leer y todo se desvanece. Le propongo un ejercicio de evasión: piense en la siguiente novela: una narración a la manera de una muñeca rusa: la historia de un escritor y, en el texto, intercalados, relatos de ese autor ficticio que narran lo siguiente: la historia de un Escritor y, en el texto, intercalados, relatos de ese autor que narran lo siguiente: la historia de un eScritor y en el texto, intercalados, relatos de ese autor que continúan la sucesión de forma indefinida. Piense: cada uno de esos relatos es una realidad independiente, una pequeña obsesión donde la identidad del autor es irrelevante, usted se deja llevar y lee cada uno de ellos como individualidades sin conexión aparente. Sin embargo, todos ellos, en conjunto, formarán una supraestructura formal a modo de fractal que contendrá todas las narraciones posibles compendiadas en un único espacio (infinito, claro).

Breve receso en la narración de la narración. Nueva nota, perdida en un volumen que intenta compendiar la historia de la psicología:
Amarte, cada día, desde este plano mío de la realidad (mi plano, Rómulo n-dimensional) no es sino la expresión más superflua y fragmentaria de lo que en realidad evocas en mí: astillamiento de sensaciones, imposibilidad de un sentimiento holístico (me veo inmerso en una pléyade de sentimientos-microcosmos-evidencia del fracaso de la gestalt).
Percibirte de un modo fragmentario acaso sea otra de las razones para no prever tus sucesivas transformaciones.
Unicidad sensación-tiempo (sólo amarte, sólo odiarte, nunca amarte y odiarte al mismo tiempo). Sensaciones latentes, manifiestas pero contenidas voluntariamente para alejarme del terror simultáneo al todo y la nada que supone alcanzar lo sublime, el éxtasis de sensaciones, mi universo definitivo y mi fin último: tú.

La literatura es éxtasis y como tal la presento. Le habrán preguntado, supongo, por Heidegger, por Withman, por Dunne, por algunos otros. Seguramente no nombraron a Juan Filloy, siempre olvidándolo, qué pena el pobre Filloy, que entendió mejor que nadie los ejercicios de evasión del tiempo.

(Recuerdo aquella frase de Caterva: Es difícil cronometrar el éxtasis. Los segundos tienen en él la eternidad del cosmos)

La literatura está tejida con hilos del pasado. No en vano las Musas eran hijas de la Memoria. Toda interpretación de una obra necesita de la memoria para expresarse. La obra maestra es aquella capaz de evocar más eficientemente nuestra sensibilidad, nuestra memoria.

(Esa es la razón de que todas y cada una de las obras de Shakespeare sean obras maestras)

Una voz que se interpone entre la luz que entra por la ventana de Blanchard y Rómulo:
-¿Desea algo más, caballero?
-Nada más, gracias...o, mejor sí, un sándwich mixto y otro café.

El camarero se marcha. A Rómulo le parece haber observado una mirada más interesada de lo normal en el libro.
Diremos, por cierto, (estos renglones son para el lector ávido del conocimiento del todo) que la cubierta del libro no es diferente de la de un libro convencional. Tiene un color amarillo pálido, con la reproducción de un cuadro de Kandinsky en la portada y los caracteres que anuncian el título y el autor son negros y con un tipo de letra convencional. No es, por tanto, un libro que pueda llamar la atención por su aspecto. En una biblioteca sería algo así como la aguja del pajar. Sólo una búsqueda ardua de la aguja nos conduciría a ella. Ignorar la existencia de la aguja conduciría casi seguramente a la pérdida irremisible de ésta en la eternidad.

Se acerca el camarero. En una bandeja, un sándwich y una taza de café. Señala el libro:
-¿Sabe? Yo ya lo leí, y veo que tiene ahí el maletín. ¿Lo ha abierto ya?

Pedro Garrido Vega.

2 comentarios:

Kay dijo...

Dios, cuánto daño te hizo el libro de "La vida, instrucciones de uso", con esos catálogos de cuadros en portadas de libros y cajas de cerillas con litografías chinas, o yo que sé, jejeje...

Bromas aparte, vas consiguiendo picarme con la historia, nene...

PD: Entre bastidores, te diré que tenemos que ir a ver la peli de La Fiesta del Chivo

Hail 4 ya!

Anónimo dijo...

Probad a leer el experimento de marras con fiebre y ya me direis de muñecas rusas!!! uffff

Desde mi extraña lucidez alucinada... genial! las conexiones, posibilidades y enlaces siguen siendo infinitos (umm, me quedo esta vez con el fractal) y también cacé el de funes (ya sé, era fácil... jeje)

Saludos