Siempre, cada vez que contemplaba el rostro abotargado de su jefe y superior, la misma sensación de incontenible repugnancia la abatía, debido al número de esperpentos físicos que acumulaba: la barriga enorme, la piel arrugada y cubierta de pliegues y manchas hepáticas que testimoniaban una larga vida de excesos, los nódulos de grasa debajo de su cuello y la opresiva sensación de estar constantemente bajo la vigilante mirada de aquella criatura corporativa, aquel monstruo de las finanzas que coleccionaba estampitas de Escribá de Balaguer, que parecía no salir nunca de su lujoso refugio, que firmaba, aprobaba, despedía, contrataba y que era capaz de conversar hasta en doce idiomas por su siempre ocupada línea telefónica.
Resultaba horrendo a la vez que extrañamente admirable en algunos aspectos, como el observar el colosal volumen de trabajo desplegado por tamaño avatar laboral. En sus gordas pero férreas manos descansaba el tres por ciento del poder y el dinero nacional. Suya era la misión de hacerlo circular y crecer sin despegar ni un centímetro de su enorme corpachón del sillón de cuero y de la mesa de caoba. Una palabra suya, un gesto y una llamada a sus múltiples y poderosos contactos, y no volvías a encontrar trabajo ni de aparcacoches. Y era cruel, oh, sí, frío y cruel. Le encantaba joderle la vida todos los días a alguien, sólo para asegurarse de que seguía teniendo la sartén por el mango. Como toda persona que ostenta el poder, temía perderlo más que a los dos infartos coronarios que había sufrido ya. Además, para mayor sensación de asco por parte de ella y de ellas, era bastante propenso a catar cualquier región femenina que se pusiera a tiro de pellizco, palmada u horripilante lengüetazo.
Tal era el leviatán de obscenas curvas que la observaba en aquel momento. El monstruo replegó sus gruesos labios, mostró su hilera de perfectos y postizos dientes en una sonrisa taimada que la hizo recordar al Gato de Cheshire. Con elegante parsimonia, a pesar de su obesidad mórbida, enarboló su brazo, contempló a Raquel y pronunció con su voz grave: ‘Felicidades’. El principio del fin...
Resultaba horrendo a la vez que extrañamente admirable en algunos aspectos, como el observar el colosal volumen de trabajo desplegado por tamaño avatar laboral. En sus gordas pero férreas manos descansaba el tres por ciento del poder y el dinero nacional. Suya era la misión de hacerlo circular y crecer sin despegar ni un centímetro de su enorme corpachón del sillón de cuero y de la mesa de caoba. Una palabra suya, un gesto y una llamada a sus múltiples y poderosos contactos, y no volvías a encontrar trabajo ni de aparcacoches. Y era cruel, oh, sí, frío y cruel. Le encantaba joderle la vida todos los días a alguien, sólo para asegurarse de que seguía teniendo la sartén por el mango. Como toda persona que ostenta el poder, temía perderlo más que a los dos infartos coronarios que había sufrido ya. Además, para mayor sensación de asco por parte de ella y de ellas, era bastante propenso a catar cualquier región femenina que se pusiera a tiro de pellizco, palmada u horripilante lengüetazo.
Tal era el leviatán de obscenas curvas que la observaba en aquel momento. El monstruo replegó sus gruesos labios, mostró su hilera de perfectos y postizos dientes en una sonrisa taimada que la hizo recordar al Gato de Cheshire. Con elegante parsimonia, a pesar de su obesidad mórbida, enarboló su brazo, contempló a Raquel y pronunció con su voz grave: ‘Felicidades’. El principio del fin...
Cayetano Gea Martín
4 comentarios:
Va, sigue...
Si,si,eso,eso...sigue.
Besos,Kay***
Seguiré, seguiré... Con tales arrebatos erótico-literarios... sure...
Besos
Kay
Bicho, tengo nuevo blog, pásate cuando gustes...
http://lenguasmordidas.blogspot.com
Y sigue, que nos has dejado ahí, perdidas...
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