Ella llegó aquella mañana de lunes al trabajo aún con los ecos alcohólicos de la noche anterior, en la que sus amigas decidieron festejar su inminente ascenso laboral a base de mojitos. Con paso vacilante emergió de las fauces del metro de Cuzco, con un molesto y persistente rugido de entresijos en su abdomen por lo general plano, pero que en aquel momento ofrecía un aspecto abombado bastante poco atractivo.
Para ocupar su doliente cabeza, dejó vagar sus recuerdos hacia el bar de copas en Huertas donde conoció a aquel muchacho alto, moreno y de acento extraño al que, aprovechando la inmunidad parcial que da el estar bajo los efectos del alcohol, le escribió con pulso vacilante su número de teléfono en una servilleta de papel. Me gustaría que me llamase, aunque espero que hoy no, joder, pensó mientras llegaba a su oficina, sita en una calle anodina de aquel Madrid tan distinto al que conocía, ¿cuántos Madrid diferentes habrá?, filosofó al cruzar el umbral del edificio, su feo templo laboral de cristal y linóleo.
Lo primero que pudo comprobar fue el notable incremento en el, hasta ahora escaso número de sonrisas y genuflexiones que le dispensaban los numerosos agentes de seguridad, señoras de la limpieza y becarios con los cuales se cruzó. La noticia la precedía, era claro. Tanto descaro y entusiasmo de cartón-piedra resultaba patético ante sus ojos.
Aunque nada la pudo preparar para la explosión de hipocresía y palmadas, besos y saludos que la esperaban en la sexta planta, Departamento de Finanzas Corporativas. Aquellos tiburones, aquellos niños de elevada posición social e interminables apellidos que denotaban su rancio abolengo. Todas aquellas corbatas y trajes y cabezas llenas de cifras que hasta ahora la habían mirado como a un pedazo de mierda y que ahora la despellejaban con sus falsas sonrisas que dejaban translucir la idea de que las tornas habían cambiado, y de que ese montón de mierda mandaba ahora más que ellos.Atravesó y se quitó de encima como bien pudo aquel laberinto de Emidio Tucci y se dirigió hacia el enorme despacho del Director, donde aquello fatal que iba a pasar, y que cambiaría su vida para siempre, la estaba aguardando con impaciencia...
Para ocupar su doliente cabeza, dejó vagar sus recuerdos hacia el bar de copas en Huertas donde conoció a aquel muchacho alto, moreno y de acento extraño al que, aprovechando la inmunidad parcial que da el estar bajo los efectos del alcohol, le escribió con pulso vacilante su número de teléfono en una servilleta de papel. Me gustaría que me llamase, aunque espero que hoy no, joder, pensó mientras llegaba a su oficina, sita en una calle anodina de aquel Madrid tan distinto al que conocía, ¿cuántos Madrid diferentes habrá?, filosofó al cruzar el umbral del edificio, su feo templo laboral de cristal y linóleo.
Lo primero que pudo comprobar fue el notable incremento en el, hasta ahora escaso número de sonrisas y genuflexiones que le dispensaban los numerosos agentes de seguridad, señoras de la limpieza y becarios con los cuales se cruzó. La noticia la precedía, era claro. Tanto descaro y entusiasmo de cartón-piedra resultaba patético ante sus ojos.
Aunque nada la pudo preparar para la explosión de hipocresía y palmadas, besos y saludos que la esperaban en la sexta planta, Departamento de Finanzas Corporativas. Aquellos tiburones, aquellos niños de elevada posición social e interminables apellidos que denotaban su rancio abolengo. Todas aquellas corbatas y trajes y cabezas llenas de cifras que hasta ahora la habían mirado como a un pedazo de mierda y que ahora la despellejaban con sus falsas sonrisas que dejaban translucir la idea de que las tornas habían cambiado, y de que ese montón de mierda mandaba ahora más que ellos.Atravesó y se quitó de encima como bien pudo aquel laberinto de Emidio Tucci y se dirigió hacia el enorme despacho del Director, donde aquello fatal que iba a pasar, y que cambiaría su vida para siempre, la estaba aguardando con impaciencia...
Cayetano Gea Martín
2 comentarios:
Ya echaba yo de menos las entregas... jeje
Muchas gracias por seguir ahí, señorita...
Besos retornables
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