martes, febrero 27, 2007

Ascenso, Segunda Parte

Siempre, cada vez que contemplaba el rostro abotargado de su jefe y superior, la misma sensación de incontenible repugnancia la abatía, debido al número de esperpentos físicos que acumulaba: la barriga enorme, la piel arrugada y cubierta de pliegues y manchas hepáticas que testimoniaban una larga vida de excesos, los nódulos de grasa debajo de su cuello y la opresiva sensación de estar constantemente bajo la vigilante mirada de aquella criatura corporativa, aquel monstruo de las finanzas que coleccionaba estampitas de Escribá de Balaguer, que parecía no salir nunca de su lujoso refugio, que firmaba, aprobaba, despedía, contrataba y que era capaz de conversar hasta en doce idiomas por su siempre ocupada línea telefónica.
Resultaba horrendo a la vez que extrañamente admirable en algunos aspectos, como el observar el colosal volumen de trabajo desplegado por tamaño avatar laboral. En sus gordas pero férreas manos descansaba el tres por ciento del poder y el dinero nacional. Suya era la misión de hacerlo circular y crecer sin despegar ni un centímetro de su enorme corpachón del sillón de cuero y de la mesa de caoba. Una palabra suya, un gesto y una llamada a sus múltiples y poderosos contactos, y no volvías a encontrar trabajo ni de aparcacoches. Y era cruel, oh, sí, frío y cruel. Le encantaba joderle la vida todos los días a alguien, sólo para asegurarse de que seguía teniendo la sartén por el mango. Como toda persona que ostenta el poder, temía perderlo más que a los dos infartos coronarios que había sufrido ya. Además, para mayor sensación de asco por parte de ella y de ellas, era bastante propenso a catar cualquier región femenina que se pusiera a tiro de pellizco, palmada u horripilante lengüetazo.
Tal era el leviatán de obscenas curvas que la observaba en aquel momento. El monstruo replegó sus gruesos labios, mostró su hilera de perfectos y postizos dientes en una sonrisa taimada que la hizo recordar al Gato de Cheshire. Con elegante parsimonia, a pesar de su obesidad mórbida, enarboló su brazo, contempló a Raquel y pronunció con su voz grave: ‘Felicidades’. El principio del fin...
Cayetano Gea Martín

lunes, febrero 26, 2007

Una de monstruos



En vista de que no escribo nada me dedicaré a realizar alguna recomendación cultual. Ayer visité la exposición Monstruos devoradores de energía en Casa América (Paseo de Recoletos).

La exposición es un tanto Dadá (no puede dejar de reír con algunas de las obras y con su panfleto inicial) y tampoco está exento de cierta crítica. Pero empiezo por explicar de qué se trata: son cincuenta neveras (General Electrics, Westinghouse, etc) decoradas por cincuenta artistas cubanos. Hay sitio para todo: desde una nevera a modo de confesionario hasta otra con los galones de un militar (la nevera, obviamente es GENERAL Electrics), hasta otra que dice que la Guerra fría se ha terminado (bueno, el chiste es bastante fácil).

La muestra es algo interactiva porque algunas de las neveras pueden abrirse y dentro nos esperan algunas sorpresas.

La exposición, por cierto, comienza con una sala donde se muestran los bocetos de las diferentes obras y en el centro de la sala descansa en paz Rocco, una nevera que sirvió a múltiples generaciones e incluso fue protagonista de alguna película. La sala, claro, no es sino un velatorio en el que nos resume la vida de tan ilustre difunto.

Si no os convence la exposición al menos visitad el edificio, que tiene un jardincito en su parte trasera muy agradable. Por cierto, la entrada es libre.

Pedro Garrido Vega.

viernes, febrero 23, 2007

Ascenso, Primera Parte

Ella llegó aquella mañana de lunes al trabajo aún con los ecos alcohólicos de la noche anterior, en la que sus amigas decidieron festejar su inminente ascenso laboral a base de mojitos. Con paso vacilante emergió de las fauces del metro de Cuzco, con un molesto y persistente rugido de entresijos en su abdomen por lo general plano, pero que en aquel momento ofrecía un aspecto abombado bastante poco atractivo.
Para ocupar su doliente cabeza, dejó vagar sus recuerdos hacia el bar de copas en Huertas donde conoció a aquel muchacho alto, moreno y de acento extraño al que, aprovechando la inmunidad parcial que da el estar bajo los efectos del alcohol, le escribió con pulso vacilante su número de teléfono en una servilleta de papel. Me gustaría que me llamase, aunque espero que hoy no, joder, pensó mientras llegaba a su oficina, sita en una calle anodina de aquel Madrid tan distinto al que conocía, ¿cuántos Madrid diferentes habrá?, filosofó al cruzar el umbral del edificio, su feo templo laboral de cristal y linóleo.
Lo primero que pudo comprobar fue el notable incremento en el, hasta ahora escaso número de sonrisas y genuflexiones que le dispensaban los numerosos agentes de seguridad, señoras de la limpieza y becarios con los cuales se cruzó. La noticia la precedía, era claro. Tanto descaro y entusiasmo de cartón-piedra resultaba patético ante sus ojos.
Aunque nada la pudo preparar para la explosión de hipocresía y palmadas, besos y saludos que la esperaban en la sexta planta, Departamento de Finanzas Corporativas. Aquellos tiburones, aquellos niños de elevada posición social e interminables apellidos que denotaban su rancio abolengo. Todas aquellas corbatas y trajes y cabezas llenas de cifras que hasta ahora la habían mirado como a un pedazo de mierda y que ahora la despellejaban con sus falsas sonrisas que dejaban translucir la idea de que las tornas habían cambiado, y de que ese montón de mierda mandaba ahora más que ellos.Atravesó y se quitó de encima como bien pudo aquel laberinto de Emidio Tucci y se dirigió hacia el enorme despacho del Director, donde aquello fatal que iba a pasar, y que cambiaría su vida para siempre, la estaba aguardando con impaciencia...
Cayetano Gea Martín

lunes, febrero 19, 2007

Para Guillermo

Es curioso, extraño: nunca te había escrito hasta ahora, jamás te he dedicado una línea, jamás un relato, una memoria, un verso; cuando todo lo que tengo y todo lo que soy te pertenece más que a nadie en este mundo, cuando te quiero tanto que me duele, que el temor a no tenerte me atenaza el corazón y lapida mis emociones.

Será por vergüenza, quizá; será porque creo que te conozco como si te hubiera parido; será porque llevo contigo desde el mismo instante en que naciste y he asistido a todas tus transiciones, a todos tus cambios; será porque nunca he encontrado las palabras que sean capaz de reflejar lo obvio que es la certeza de saber que te quiero más que a nadie en este mundo, que por ti, y sólo por ti, sería capaz de dar mi vida.

Ahora que la vida me aleja de tu hogar, sólo quiero que sepas que siempre estaré ahí, que no importa lo que pase, con quien esté yo o estés tú, que nada ni nadie me separá jamás de ti.

Eres la persona más excelente, en todos y cada uno de los sentidos, que conozco. Nadie se puede acercar a lo que siento por ti. Nadie. Sólo quería que lo supieras. Acepta estas pobres palabras de amor como regalo de tu décimo noveno cumpleaños.

Te quiero mucho, hermano.
Cayetano Gea Martín

jueves, febrero 15, 2007

(Otro) nuevo blog.

Como el que escribe estas líneas es un poco esquizoide y tiene tendencias en dos direcciones aparentemente opuestas (yo creo, sin embargo, que no lo son) ha emprendido la aventura de iniciar un nuevo blog con temática científico-escéptica que espero que, aunque sólo sea por deferencia por algún buen rato que os haya hecho pasar, visitéis al menos una vez. Por supuesto, seguiré participando en este blog al que tengo un cariño especial por ser el primero en el que participé. La cadencia de las entradas que publique será similar a la actual (lo sé, poca producción, ojalá no durmiese nunca, aunque hago lo posible por limitar esa mala costumbre que tenemos los seres vivos), pero sé que Kay cuidará bien del blog.
Un saludo a todos. Mi nuevo blog se llama "El cerebro deDarwin" y la dirección es esta:
http://www.cerebrodarwin.blogspot.com/

Hasta pronto.

miércoles, febrero 14, 2007

Discípulo de epicúreo rostro maldito


Y si no es a ti no es a nadie, y así ya me preguntan, me acechan, me destrozan y me sangran en tu altar, y todo por nada, sin sentido, no lo hay, no lo busques, solamente soy yo, aquí, tecleando a velocidad de vértigo, sin pensar en lo que escribo ni en nadie, a solas con el torrente de estupideces que he de vomitar para no reventar por los cuatro costados, para no anclarme en mi presente, en mi monotonía, esa que amo tanto como la odio, esos clavos en caja de madera y ese silencio boscoso que se adentra enarbolando cuchillos de plata hasta mi refugio animal, parado en un segundo eterno de sangre deliciosa que se derrama por la comisura de mis labios, el sabor alcalino en mi boca cuando muerdo la manzana y me entrego sin reparos a la serpiente.


Cayetano Gea Martín

lunes, febrero 12, 2007

Negra luz de luna


Una negra luz ilumina mi ser,
De tal modo que me ciega,
Y en este dichoso no ver
Sufro una dulce condena.
Me restrinjo a la celada
Que en su silencio encuentro,
Las caricias olvidadas,
Y de su ser hago mi centro.
Pues no hay perfume tal
Como aquel que exhalo
Si con la luna estoy
Navegando en el coral
De su cuerpo sin reparo,
Y, suavemente, me voy.
Cayetano Gea Martín

(Humildes) Recomendaciones culturales.

Ayer, en un día cultural sin precedentes me animé a visitar la exposición organizada por el Thyssen que lleva por título El espejo y la máscara. A los que os guste la pintura no dejéis de visitarla porque es fantástica, con una amplia representación de estilos y una cuidada selección de obras (desde Gauguin o Van Gogh, hasta Saura o Andy Warhol, pasando, claro, por Picasso o Munch). Una de esas ocasiones prácticamente irrepetible.
También tuve ocasión de visitar el nuevo museo de la Biblioteca Nacional. Se trata de un museo al estilo moderno, interactivo y con muchas pantallas y luces diferentes, que nos muestran la historia del libro, desde la aparición del papel y la escritura hasta la imprenta y los nuevos sistema de almacenamiento de datos. Lo más interesante, poder ver ediciones facsímiles del Mío Cid o de códices en griego del Antiguo Testamento.
También en la Biblioteca Nacional se puede visitar una exposición temporal de dibujos de los niños durante la Guerra Civil que sobrecogen y asquean al mismo tiempo, imagino que sabréis por qué. Muchos de los dibujos muestran bombardeos y gente muriendo, pero me pareció especialmente interesante el adoctrinamiento de esos niños durante los años de la guerra y, de hecho, es muy curiosa una serie de dibujos sobre las dos españas realizada por niños adoctrinados por el bando republicano.
Por último, vi una de esas películas que no sabes muy bien por qué las ves porque sabes que cuando termines de verla vas a odiar el mundo en el que vives. Sin embargo, son relatos necesarios. La película en forma de documental es "La pesadilla de Darwin", que muestra las condiciones de vida de los pescadores del lago Victoria en Tanzania. Alguien introdujo hace varias décadas una nueva especie en el lago, la perca del Nilo, que es depredadora y ha acabado con al menos dos centenares de especies acuáticas que vivían en el lago. Se pescan alrededor de 500 toneladas de esta perca al cabo del día y al lago llegan aviones procedentes de Europa para recogerlas. Mientras tanto se nos muestra la gran cantidad de personas infectadas de SIDA en la región y las condiciones de hambruna en las que viven. De hecho, su alimentación consiste sobre todo en las cabezas y las raspas de los pescados que se envían a Europa, ya que los filetes de esos pescados son extremadamente caros para ellos. Además, claro, se muestra la incompetencia de los políticos del país, a los que no parece importarles la degradación del lago ni las condiciones de vida de los habitantes de su país y lo único que parece importarles es hacer de Tanzania un lugar propicio para el turismo y la exportación de su pescado. Por cierto, los aviones que vienen a recoger el pescado no vienen vacíos: muchos de ellos portan armas con las que seguir manteniendo los conflictos bélicos africanos. En fin, que da todo mucho asco.

Pedro Garrido Vega.

viernes, febrero 09, 2007

Guiño lunar



Mientras se acercaba a su destino, pudo comprobar, asustado, que la luna le guiñaba un ojo. Su padre, que en paz descanse, siempre le había dicho que era en ese momento cuando un hombre es, al fin, dueño de su destino. Fue en aquel entonces cuando comenzó a dar crédito a las palabras de su difunto progenitor, y se preguntó cuántas otras reflexiones y moralinas paternas y maternas serían también verdad, si el crédito popular que se le daba a todos los consejos que los padres tendría sentido, al fin y al cabo. ¿Sería realmente perjudicial meterse en el agua justo después de comer? ¿Es cierto que te orinas en la cama si antes de dormir juegas con fuego? ¿Lo que pica cura?

Tales pensamientos cruzaron por su mente en medio de dos respiraciones, que fue el tiempo transcurrido entre comprobar que la luna le guiñaba un ojo y el poder llamar al timbre de la puerta de ella, la cual apareció como en un mal soneto, apoyada en el quicio de la misma, con cara de pocos amigos, sospechando algo turbio en los ojos de él, como si su mirada hubiera sido robada por la imagen de otra mujer. Algo de cierto había en sus sospechas (la imbatible intuición femenina, que desmonta las burdas tretas del hombre a lo largo de toda su existencia, ya sea a modo de madre, novia, amiga, esposa o hija), pero él aún estaba siendo fiel, hasta que la luna le guiñó un ojo.

No fue él el que decidió darse tiempo, ese estúpido e inútil

Intervalo para destacar y conocer lo obvio, la certeza de un sentimiento fugaz por parte de ella, el deseo femenino de no atarse jamás, jamás, equivocando siempre compromiso con carencia de libertad, felicidad con cadenas, como si él la hubiera obligado alguna vez a algo, pero ella se ahoga igualmente, y siempre la misma historia de mujer del siglo veintiuno, de aquella especie de latifundio del corazón, de feminismo militante consistente en cometer los mismos errores que los hombres, de miedo, incertidumbre y un démonos tiempo desaforado, triste bolero de años perdidos...

Pero ella leyó otra cosa en sus ojos, oh, ella vio una mujer en sus pupilas, no una luna. Y así, le cerró la puerta en sus narices, justo antes de murmurar un recio hemos terminado, ni siquiera el consolador aunque (casi) siempre falso podemos ser amigos...

... Y él se perdió en la noche de verano, entregando su corazón a la luna llena que seguía guiñándole sus ojos de plata...
Cayetano Gea Martín

jueves, febrero 08, 2007

La conjura de los necios


Dedicado, con todo el cariño del mundo, al colectivo de profesoras y profesores de este país, incluyendo, los primeros de la lista, a María del Pilar Martín Timón y Cayetano Gea Bermejo, mis padres.

Es la tercera vez en lo que va de semana que el profesor de Lengua me echa de clase por escuchar música con mi I-Pod. Me da igual, bah, ¿quién se cree que es? A veces pienso que daría dinero con tal de que le atropellara un tren o sufriera un infarto.

Oh, y abría ido al funeral, vaya que sí. Con todo el rostro del mundo, me dedicaría a pasear mi culo delante de su viuda, en el caso de que semejante momia barbuda tuviese una mujer que lo llorase, claro. Para mí que es maricón, si no de qué tanta manía que le tiene a mi churri, a ver... Porque el muy cerdo también la toma con el pobre Rubén. Nos tiene manía a los dos porque somos jóvenes y nos queremos y follamos y no andamos todo el día como él, matándose a pajas, seguro, en los baños de los profesores.

Maldito viejo asqueroso. Odio cómo nos mira el guarro a mí y a las chicas. Normal que Rubén se cabreara y le pinchara las ruedas. A ver si no va a poder uno ni defenderse, no te jode.
Pero hoy ya me he cansado de tanta persecución. En cuanto llegue a casa se lo cuento a mami para que le ponga las peras al cuarto. ¿Quién coño se creerá que es? Él está ahí para soltar su rollo, no para ser un sargento. Qué asco le tengo, joder, cómo odio al puto viejo de los cojones. Que no me lo encuentre a la salida, me cago en Dios, que le monto un cirio que capaz soy de matarlo, por éstas que son cruces. ¡Mal fin tenga!
Cayetano Gea Martín

martes, febrero 06, 2007

De las perlas del oído


De la perlas del oído
Y del mundo el corazón
Cuando pierdo al razón
Al ritmo de tus latidos
Y en la pena, el ruido
De caer a tu vera
Y ante tanta espera
Me muero de olvido
Al compás de tus caderas
Me pierdo en la furia
De tu alma de astracán
Mientras pierdo la espera
Del amor de penurias
De mi pobre carne mortal
Cayetano Gea Martín

lunes, febrero 05, 2007

Desde algún lugar, un villancico lograba filtrarse hasta un rincón remoto de su mente...

Como a diario, caminaba por los túneles apenas consciente de sus giros y vueltas, perdida su vista entre los apretados caracteres de algún libro en edición de bolsillo, y aún menos consciente de la multitud que acompañaba sus pasos, cada uno perdido en los renglones de su propia vida. El último giro le había conducido a un corto túnel, prácticamente una arcada, que desembocaba en el estrecho andén de la vieja estación. Aquel rincón remoto de su mente captó más rostros desconocidos hacinados en éste de lo que era habitual, lo que le llevó a levantar inconscientemente la mirada, buscando la familiar leyenda: "Último tren pasó...", y

La vieja esfera de cristal del reloj estaba ennegrecida por el paso de los años, y múltiples grietas ajaban su superficie, pero aún se podían ver con claridad las grandes agujas de metal negro, señalando la una las nueve y la otra, más larga, algo más de las doce. El tiempo se había detenido para ese reloj a las Nueve y Cuatro Minutos de algún día lejano e ignoto. Y su memoria tuvo a bien brindarle un recuerdo. Una vez, dos años atrás, en otras navidades, otras circunstancias, y quizás en otra vida, su mirada se había detenido en ese mismo reloj, en esas mismas agujas, petrificadas ya entonces a las Nueve y Cuatro. ¿Cuántos giros no habían dado esas agujas en ese tiempo? ¿Cuántos minutos y horas habían dejado de señalar mientras las mareas de humanidad se precipitaban a su alrededor? ¿Cuántas personas, como él mismo, se habrían percatado de ese estático pasar de días? Y cuántas, como él, se habrían preguntado, súbitamente indignados: ¿Qué he hecho yo con todo ese tiempo?¿Cuántas de esas horas han sido, también para mí, horas perdidas?¿Qué

una ráfaga de aire anticipó la llegada del tren. Gente saliendo. Gente entrando. Los rostros desconocidos copaban los asientos. En pie, perdió de nuevo la mirada en el interior de su libro. Sólo ese rincón remoto de su mente percibió el silbato de salida y el cerrar de puertas.


Francisco Javier Ruiz Moreno

viernes, febrero 02, 2007

En el Metro (I): puede que el amor tan sólo sea un engaño.

Estaba sentado en el metro. El vagón, cómo no, estaba a esas horas atestado de gente escuchando música o leyendo el periódico, o escuchando la música del adolescente que no se sentía en absoluto intimidado por una más que probable hipoacusia temprana, o leyendo sobre el hombro del vecino el periódico gratuito que había recogido de una papelera, o mirando al infinito a través de las ventanas pero viéndose tan sólo a sí mismos, o haciendo alguna mueca aderezada con la clásica sonrisa bobalicona (habría que estudiar ese efecto fisiológico inevitable) al niño recostado en el carrito un metro más allá.
Yo escuchaba aquello de ¿quién le mandaba flores por primavera? a un volumen relativamente moderado, lo suficiente como para que los demás no pudiesen intuir siquiera la cursilada con la que todos los días me alegraba el camino al trabajo y porque yo sí tenía, a diferencia del adolescente, conciencia de la construcción de ladrillo que comenzaba a erigirse ante mis tímpanos. Leía un libro cuyo título prefiero no desvelar, no porque lo considere un tesoro innombrable sino porque mencionar su título sería conseguir una carcajada del lector que no le permitiría proseguir el cuento de una forma natural.
Tengo costumbre, cada vez que paso una página del libro que leo en el metro, de levantar la vista un instante, hacer repaso de los nuevos viajantes y regresar a mi mundo literario (en este caso no sé si podría ser calificado como tal). Así, en una de esas ocasiones, al regresar la vista hacia las páginas del libro observé que había alguien a mi lado, parecía una chica joven, sus manos la delataban, que contemplaba unas fotografías que poco a poco extraía de un sobre. Las pasaba rápidamente pero se detuvo a observar una de ellas. Se veía la fachada principal de la capilla Pazzi, sin duda. Las seis columnas, el arco de medio punto y la bóveda cónica delataban la obra de Brunelleschi en Florencia. Conocía el edificio porque cinco años atrás yo mismo lo había visitado y me habían fotografiado abrazado a Julia. Cuando iba a regresar a mi lectura observé con más detenimiento la fotografía (el último vistazo antes de volver a mi erudita ocupación) y descubrí que dos bultos de colores, que parecían personas, se encontraban ante la puerta de dicha capilla. Poco a poco fui descubriendo mi suéter azul, mis vaqueros, la camisa de cuadros de Julia y sus pantalones azules. No había tenido ocasión de contemplar el rostro de quien observaba aquella fotografía en la que aparecíamos Julia y yo hace ya tanto tiempo. Al levantar la vista la sorpresa fue mayúscula, si bien la lógica pedía que todo sucediese así.
-¿Julia?
Ella me miró, desconcertada, sorprendida, contempló un instante la fotografía y me respondió:
-¿Mario?
Olía igual que entonces y su voz no había cambiado un ápice. Pero yo no era Mario. Soy...bien, no puedo decir cómo me llamo pero en absoluto me llamo Mario. Aún así proseguí como si nada estuviese mal.
-¿Qué tal?¿Qué haces aquí?
-Pues ya ves, al trabajo, de algo hay que vivir.
-Claro. No sabes qué ilusión volver a verte. He visto la fotografía y...
-Ya, la verdad es que es una coincidencia...
El diálogo prosiguió entre interjecciones, frases incompletas y convencionalismos durante un buen rato. A medida que hablaba con ella me daba cuenta de que no era Julia y de que ella percibía que yo no era el tal Mario al que ella había interpelado. Pero un instante después la miraba y me decía: es imposible. Porque las únicas posibilidades que se me ofrecían, y se me siguieron mostrando incesantes, días después, cuando ya había cenado con ella en tres ocasiones y habíamos hecho el amor (y he de decir que, en ese sentido, era exactamente idéntica a la Julia que conocí), eran las siguientes: una simple confusión de nombres que no acertamos a resolver en su momento y que ya era demasiado tarde para enmendar; la existencia, por su parte y por la mía, de hermanos gemelos con los que cada uno de nosotros habríamos mantenido una relación amorosa cinco años atrás (efectivamente, en eso no estaba equivocado, la fotografía tenía exactamente cinco años como después ella me aseguró), pero esta posibilidad era poco verosímil pues yo no tenía conciencia de la existencia de tal hermano por mi parte y no parece que fuese posible, dado que mis padres fueron sometidos a un tercer grado intenso y exhaustivo cuyos resultados no apuntaban en esa dirección y sí en la de echarme de casa por hacer preguntas impertinentes; otra posibilidad más esotérica, sin duda, era la de que existiesen dos personas exactamente iguales a nosotros que nos habrían conocido y habrían mantenido una relación con cada uno de nosotros y quién sabe si no se habrían encontrado también cinco años después, en algún otro vagón de metro atestado de gente; la última posibilidad, a mi juicio inverosímil, era la de una amnesia extraña en la que ninguno de los dos sería capaz de recordar el nombre del otro.No he llegado aún a ninguna conclusión al respecto. Lo único de lo que estoy seguro en este momento es de que quiero a Julia (o como quiera que se llame) y de que seguramente ella me quiera a mí (a pesar de que no me llame Mario). Nos queremos a pesar de no ser nosotros mismos. Pero seguimos adelante con este engaño que nos fascina y nos seduce, en el que todo parece un misterioso juego. Ahora tan sólo pensamos en casarnos pronto y deseamos, cada uno por nuestro lado pero sin confesárnoslo, que a nuestros dobles les vaya tan bien como a nosotros, que puedan tener esa segunda oportunidad que se nos ha ofrecido como si estuviésemos al otro lado del espejo.

Pedro Garrido Vega.