sábado, octubre 28, 2006

¡Vacaciones!

Lamentablemente, hasta el viernes no habrá nuevas entradas, al menos, por mi parte... Sed buenos o se me chivará Pedro...

jueves, octubre 26, 2006

Roma 76

Sale de casa tan bien, tan ducha, café y tostadas, tan sombrero y abrigo, y se entrega a la turbamulta, que le acoge como el mar a una gota de lluvia. Se cuela en un intersticio de la masa y ya forma parte de ella, se desplaza como un todo, su individualidad desvanecida, entregada a propósitos más elevados y sublimes de los que por sí mismo podría alcanzar. Se arroja a una búsqueda del común interés, cerebro entre cerebros, cerebro del cerebro común, y teclea solícito en la máquina de escribir: informes, facturas, partes, denegaciones, justificantes, alegaciones, y después cerveza y tortilla, el cerebro respira y se nutre, y regresa a los informes, las facturas los partes, las denegaciones, los justificantes, las alegaciones y se despide, adusto, todavía en el vientre de la masa, ya un tanto hastiado. Y llega a casa y besa a su mujer, y come y hace el amor y duerme, esas cosas que la masa no hace y que a él, individuo, cerebro, humano, tanto le gustan.

Pedro Garrido Vega.

miércoles, octubre 25, 2006

Paso firme


Encerrado en los deseos profanos,
en las tumba primaria,
se muere el terror sin manos,
criatura solitaria,
destinada a perecer
en el olvido gris de seda

Sólo un momento de rudo poder
y tu paso firme por mi vereda,
podría a la vida devolver
mis manos rotas de pena,
mi vientre plano de sexo,
mi cara blanca sin sentir.

El silencio, el silencio
que nos empeñamos en cubrir
de mentiras sin precio,
estalla los poros al morir,
hacia ese cielo azul
nublado por la pereza.

Y mientras, tú,
rutilante de mortal belleza,
de perder el autobús,
de rodar cabezas,
de la rutina de calles mojadas
de cualquier ciudad menos la tuya.

Y paso a tu lado, mi amada,
y no me ves, dudas,
envuelta en tu charada,
en tu lujuria contenida,
cárcel de pasión insatisfecha,
fanal del muerto arte.

Persigo, gris, tu mecha,
camino de ninguna parte,
en el centro de la rueda,
mientras te veo alejarte
con el paso firme vas
de los suicidas del verbo.

¿A dónde irás?
¿A dónde te llevará tu cerco?
¿De mentiras partirás?
Nunca lo sabré, me lamento,
nunca más te veré en tu gloria,
estrella fugaz de corta memoria.
Cayetano Gea Martín

lunes, octubre 23, 2006

La serpiente

Escruta cada día el horizonte de las páginas de algún libro que cae en sus manos. Se detiene con avidez en cada uno de los caracteres impresos, como si fuesen ilustraciones encadenadas sobre la página y se deleita en su pronunciación a viva voz, manteniendo la cadencia adecuada, deteniéndose en cada coma, en cada punto. Enfatiza los acentos con vehemencia y se deja arrastrar a lo largo de la serpiente de letras que parece huir de él pero que en realidad le incita a proseguir el camino, a perseguirla a través de las páginas y los libros, y los periódicos y los carteles en las calles, y las notas en una servilleta y los cuadernos de los estudiantes en el metro, y los rótulos sobre las camisetas de los jóvenes, y sobre las instrucciones de civismo que figuran, en varios idiomas, en los medios de transporte, y en los pasquines que le entregan cada día anunciando academias, chamanes y restaurantes de cocina exótica. La serpiente huye y él la persigue, consciente de que oculta alguna verdad, de que en su cabeza se encuentran sus respuestas, incluso para aquellas preguntas que jamás se ha formulado. Persigue a la serpiente y, un buen día, la observa detenidamente sobre una página que le es familiar. Contempla atónito su nombre sobre la piel de la serpiente y comprende que ha sido engullido por ella, que también la serpiente es ahora él, que la serpiente no tiene cabeza porque tiene muchas cabezas y que otros, en el futuro, formarán parte de esa misma serpiente, que se extiende sin cesar en busca de otros que graben sus nombres sobre la piel de suave papel.
Pedro Garrido Vega.

Bosque


-¿Sabes que día es hoy?- me dijo y me terminó de fulminar con esos dos luceros azules que titilan en la pálida luz del agosto en Hämeenlinna -Hoy es el día final, último, aquél en el cual, y a pesar del dolor que te produce mi amor, tendrás que decidir- y entonces calló, pobrecita, tan poco acostumbrada a hablar, tan alejada de las interminables verborreas latinas, de ese miedo a la muerte que rellenamos los españoles con palabras de paja: taxidermistas del verbo.

El sol intentaba ponerse detrás del eterno muro de bosques desde las cuatro de la tarde, pero en esta tierra lenta, que es hermosa hasta el dolor y extraña hasta la extenuación, ni siquiera los astros van con prisa. El bosque brillaba de oro y verde y moría a los pies del lago, para renacer en la otra orilla, y así hasta el infinito, una constante visión de bosques y lagos alternos. El espectáculo, que me sumergía en un estado de paz e inflamaba mis pulmones de oxígeno sin adulterar, era demasiado bello para contemplarlo con los ojos secos.

El bosque, ahora fresco y rotundo, cargado de vida, se teñiría blanco en dos o tres meses. El bosque me susurraba, pero yo no entendía lo que me quería decir. Y el bosque era ella, en simbiosis consigo misma. Por eso yo no podía entender su idioma, que era el mismo que el del bosque. -Somos pastores de árboles, todos nosotros- me comentó, y sacudió su cabellera dorada al ritmo de esa sonrisa suya sincera y escasa, que encendía todo su ser de pavesas solares -como las criaturas aquellas del libro de Tolkien, el cual, por cierto, se inspiró en nuestra mitología, y, por ende, en los árboles. Todo gira en torno a ellos.

El viento soplaba desde el este, salpicando la atmósfera de los aromas nunca bien recibidos del vecino oriental, aquél que quemó parte del bosque con sus cruentas guerras. -¿No eres capaz de escuchar la voz del bosque?- decía ella, burlona, alzando aún más sus pómulos, aquellos mismos que me moría por besar, morder, lamer. Cuando muera, pensaba para mí, si existiera un paraíso personal para cada ser humano, quisiera que el mío tuviera la forma de dos pómulos de mujer.

-No- contesté -No entiendo que dice el bosque. Oigo, pero no escucho. Me parece que sería capaz de entenderle, pero no lo consigo por mucho que me esfuerce, y eso me llena de angustia. -No temas- me replicó –Yo te enseñaré a interpretarlo, a entenderlo y a amarlo. Y cuando lo consigas, también me amarás a mí.

-¿Sabes que día es hoy?- me dijo y me volvió a robar el alma con la piel blanca y sin vello de sus lindos bracitos de muñeca que se reflejaban en la superficie del lago Lehijärvi -Hoy es el día de que despiertes.
Cayetano Gea Martín

viernes, octubre 20, 2006

Epifanía


El sinónimo del verbo
es el alma de la repetición,
de la doble rutina,
del dos por uno al precio de medio.

Pero, sin embargo, al fin y al cabo,
produce una sinfonía de placeres:
que el hombre no es feliz
sin barro en las manos
que moldear al antojo
de otros más sabios.

En cuanto termine de hundirme,
ascenderé a tu rostro y
lo moldearé como me plazca,
hasta formar aquella
mujer inexistente que persigo
envuelto en noches de mortaja húmeda,
de desafíos calóricos.

Y tú, icor de clítoris,
flotando dentro de la cerveza
que diluyo en mi sangre,
sangre sucia
de pensamientos impuros e inmorales
que amo tanto.

Pero ellos se alzarán, por supuesto:
me supondrán culpable de sus desgracias,
de no ser capaces
de sacarle el corcho
al vino de su propia cosecha.

Me rodearán con sus candados al cuello,
me apalearán y violarán;
para después marchar
en fila de a siete hacia el cementerio,
profanando las tumbas de los santos ateos
con sus pies de plomo.

Y los locos me rondan, me saben uno de ellos.

Y otra noche clónica
detrás de ellos y delante de ellas,
empapando el delantal de rubio,
de trenzas de pan de oro
que ascienden en ráfagas de feromonas.

Otra noche de escalar lunas,
de trepanar cráneos, de abrazar Venus,
de contemplarlas como fenómenos milagrosos,
templos, espumas de diosas.

Si tuviera que nombrarte, serías Epifanía.
Cayetano Gea Martín

Epifanía

jueves, octubre 19, 2006

¡Nuevo blog!

Haciendo caso a la locura, he creado un blog dedicado a la figura de Pierre Menard, donde escribiré mis paranoias sobre este y otros farsantes del arte...

Me gustaría que si tuviérais alguna locura parecida escrita o que os gustara escribir, que la colgárais con entera libertad en el blog...

La idea es hacer una antología ficticia de autores imaginarios...

Pedro, espero que me pases cosas... Ya os diré la contraseña y demás si os interesa la idea y queréis ser miembros del blog...

Un saludo loco de jueves cansado (y lo que me queda de semana, madreee)


Cayetano Gea Martín

miércoles, octubre 18, 2006

Pierradas IX (3 de 3)


La interrupción

“Ella me abrió la puerta, deslumbrante, perla española de rotundas curvas, y me llevó inmediatamente al diván, donde, presa de una pasión arrolladora, intentaba desnudarme a toda prisa. Pensé, pues, que su urgencia sexual era incluso mayor que la mía. Dejándome hacer, me dediqué a relajarme y a centrarme en lo que tenía delante, lo cual, dicho sea de paso, no era ni poco ni nada desdeñable.
Pero cuando el himeneo propiamente dicho estaba a punto de empezar, oí unas llaves dentro de la cerradura de la puerta principal de la vivienda. Temblando de miedo y preocupado por mi integridad física, al ser de natural enclenque, me separé no sin pesar de mi temporal y amatoria compañera, ante sus protestas desabridas, por lo cual deduje que ella no había oído nada, posiblemente ensordecida por el hambre voraz de sexo que la invadía.
Sí oyó, afortunadamente, cuando su marido entró en el recibidor silbando ‘clavelitos de mi corazón’. Aquí debo reconocer la celeridad con la cual ella concibió el plan de disfrazarme con viejas ropas suyas, encerrarme en el cuarto de baño para que me las pusiera, y aparentar ser una amiga de la infancia. A pesar de mi admiración por su inteligencia, fue un craso error.”


La huida

“- Esta es la tercera prima lejana que me presentas en lo que va de mes, querida. Debes pensar que soy tonto – comentó el marido de ella nada más verme vestido de esta lamentable guisa. –No dije nada porque me parece razonable que tengas dos líos mensuales, dado mi poco agraciado físico. Pero creo que esta primita tuya de hoy va a pagar el pato de las otras dos.
Acto seguido, y a pesar de lo razonable de su discurso, el cual aplaudí sin paliativos, haciendo repiquetear la innumerable bisutería que engarzaban mis dedos, el librero español se incorporó, y con paso decidido enganchó una edición bastante gruesa de El Quijote, propinándome con él un tremendo empellón en la cara que por poco me desencuaderna. ¡Oh, cuán irónico me resultó el ser golpeado con mi propia obra!
El mundo comenzó a dar vueltas a mi alrededor, cual aleph borgiano, hasta que otro quijotazo me hundió de cabeza contra el suelo. Allí permanecí, laxo y casi inerte, hasta que, en brazos del librero, me dirigí al balcón. Comprendí, entonces, la urgencia de la situación: ¡el muy pérfido pensaba arrojarme al vacío! En vano me afané, con la voz empastada de sangre, en alabar la noble sangre ibera de mi asaltante: mi destino parecía irrevocable y fatal”.


La salvación

“¿Cómo no alabar a la mujer y ubicarla en el más elevado pedestal de la creación? ¿Cómo no llorar de emoción al observar el superior sentido moral y estético que posee? Cuando creía que todo estaba perdido, cuando presentía mi hora fatal llegar, aquel ángel de olivada piel, aquella criatura de andaluz duende, me salvó de perecer ante la orilla de la laguna Estigia, ensartándole a su marido la oreja con un descomunal cuchillo de cocina, que debiera resultar muy efectivo para cortar vacas en dos y de un solo machetazo. El marido, profiriendo un escalofriante alarido, se giró ciento ochenta grados, es decir, en redondo, según jerga popular, y encaró con furia a su mujer, enarbolando El Quijote a modo de maza.
Aturdido aún, e infinitamente agradecido a mi salvadora, conseguí alcanzar la puerta y seguidamente la calle, ya que nunca me ha gustado meterme en disputas conyugales”.
Cayetano Gea Martín

martes, octubre 17, 2006

Pierradas IX (2 de 3)


La pasión

-Se preguntará usted, amigo mío, a qué se debe mi estrafalario aspecto. La respuesta, como todos los grandes enigmas de la vida, no puede ser más sencilla. La pasión, querido colega, la pasión me ha llevado a comparecer ante usted vestido de mamarracho. Esperaba ser capaz de encerrarme en mi casa y quitarme todo sin que nadie me reconociera. Por ende, le felicito por demostrar, una vez más, su fina sagacidad sherlockiana. Permítame, pues, relatarle mi historia con la mayor brevedad posible, ya que los afeites y ungüentos que nublan mi rostro comienzan a provocarme cierta comezón en el mismo.


La tentación

“¡Oh, cómo detesto que me vea usted así, en esta fémina mortaja que me sirve de justo castigo por ceder ante la lujuria desenfrenada! ¡Oh, carne débil!, eres incapaz de contener las riadas de concupiscencia que brotan por cada poro de mi cuerpo! Y es que debo confesarle, caro amico, que después de nuestro encuentro en tierras escandinavas, y de promulgar mi célebre 'Disertación o sentencia empírica sobre la inferioridad del pensamiento nórdico en comparación directa con el francés', me entró tamaño dolor de cabeza que me desmayé en el navío que me trajo de vuelta a Francia. Entre espasmos de inconcebible dolor, pude reconocer a mi vieja enemiga, la jaqueca, que venía a recordarme, una vez más, que todos somos prisioneros de nuestro finito cuerpo mortal”.


La curación

“No sé si recordará usted cuál es el único remedio que me auto-prescribo para mis jaquecas; la única solución efectiva al punzante dolor que me paraliza cuerpo y mente. Permítame refrescar su memoria: el sexo. Por ello, y debido al aspecto paliativo-curativo-terapéutico que la actividad sexual produce en mi cabeza, me lanzo cual sátiro perseguidor de ninfas a por todo lo que lleve falda. Este defecto, tanto en mi carácter como en mi metabolismo, me ha provocado no pocos quebraderos de cabeza, como se puede usted imaginar. Indeed, mi aspecto actual es el resultado del último de éstos, el cual paso a relatarle a continuación con la celeridad que me caracteriza”.


La explicación

“Juntando en una sola pasión tanto mi amor por la literatura como por los pecados veniales, decidí camelarme a la ibérica esposa del librero, la cual, dicho sea de paso, de un tiempo a esta parte la notaba receptiva a mis sutiles alegatos. Creo que fue al undécimo ramo de flores, con sus correspondientes bombones y profilácticos, cuando al final cedió, cual Madame Bovary andaluza, ante mi natural encanto.
Concertamos, pues, de mutuo acuerdo, la que debería ser la primera de innumerables citas. Así, me presenté como un pincel en su domicilio, aprovechando la ausencia de su cónyuge, que se hallaba visitando a un hermano suyo sito en la hermosa y soleada Madrid. ¡Bendito cuñado, pues, el de ella, que me proporcionaba indirecta e involuntariamente el mayor de los placeres y el alivio a mi fatigada cabeza! O así, tan dulcemente, me lo plantee yo”.
Cayetano Gea Martín

lunes, octubre 16, 2006

Pierradas IX (1 de 3)


El encuentro

Cierto día de otoño, descansando en un café parisino mi fatigado cuerpo de los rigores estivales a los que Pierre Menard me sometió en Finlandia, pude observar, sorprendido, a una mujer de idénticas trazas que las de mi mentor y amigo. No era solamente una vaga similitud en la complexión, por otra parte bastante patizamba, de Monseur Menard, sino que ambos rostros hacían pensar en la posibilidad de que hubiera descubierto a su hermana gemela o siamesa: la misma nariz aguileña a la par que ancha, los labios finos, la frente en huida hacia la coronilla, los ojos chicos en los cuales brillaba el mismo engañoso destello de inteligencia; en resumen, la señora en cuestión poseía un calco idéntico del rostro de Pierre.
Decidí armarme de valor y, a pesar de ser enemigo de entrometerme en la vida de los demás y, por ende, poco dado al abordaje de la burbuja personal que a cada uno nos ha concedido Dios, me acerqué a la fémina.
A pesar de mis dificultades por mantener la verticalidad, debido a la ingesta ligeramente abundante de cerveza rubia de malta, conseguí mantenerme eréctil, con perdón, cuando interrogué a la, que ya me lo figuraba sin ninguna duda, hermana de Pierre Menard.
Su identidad era, no obstante y como se ve a continuación, bien distinta.


La hipótesis

-Excusez-moi, mademoiselle –ataqué al oxigenado clon de mi mentor- ¿Por ventura no será usted hermana del famoso escritor Pierre Menard?
La expresión de sorpresa que se dibujó en el rostro de la dama, me hizo pensar en la hipótesis de que quizá ella no fuera consciente de tener un hermano, y que podría ser su existencia, real y palpable (aunque no me atreví a tal) por otra parte, fruto de una aventura out of marriage, lo que la convertiría en hermanastra y no en hermana al cien por cien; pero aún así, creía que mi amigo tenía derecho a saberlo, y quería proceder de inmediato a ponerme en contacto con Pierre.
Me lamenté del poco tacto a la hora de abordar a la hermanastra de mi mentor, pero hay que tener en cuenta la aguda dipsomanía, como ya comenté, que embotaba mi sistema nervioso central.
Sin embargo, como dije antes, todas mis teorías se fueron al traste en poco segundos.


El travestido

-No se extrañe de verme de tamaña guisa, mi buen amigo. La necesidad, y no otra menester, me ha abocado a esta suerte de travestismo.- Me soltó en voz baja Pierre Menard, pues de él de trataba en realidad, y no de una presunta hermanastra ilegítima.
¡Cuánta razón tenía mi difunto padre al decirme que la razón más lógica suele ser la verdadera! Sabias palabras a las que, empero, en esta ocasión y en otras precedentes, he aplicado el axioma de toda generación posterior, consistente en hacer caso omiso de los preceptos paternos.
Efectivamente, resultó ser mi mentor el esperpento vodevilesco que dañaba mis retinas, inclinadas más hacia lo bello que al astracán. Por fortuna, Pierre se explicó rápido, al percatarse, como gran conocedor de las idiosincrasias del alma humana que era, de que mi estupor dejaría pronto paso a la chufla. Así, Monsieur Menard relató lo siguiente...
Cayetano Gea Martín

viernes, octubre 13, 2006

Feliz


Hoy, que le hablo a tus manos y les digo que hoy soy feliz, que la lujuria me gana, que mis sentidos estallan, que estoy cansado de trabajar pero feliz, feliz, feliz en mi juventud y en mi vida. Feliz, feliz y solo. Solo y feliz, por fin lo conseguí: ser feliz con mi corazón a tus pies, a vuestros pies...
Os amo

Cayetano Gea Martín

lunes, octubre 09, 2006

Palabras sueltas de sexo con/sin amor

Ayer te pude ver en tu balcón de azucenas muertas, trenzándole huesos nonatos a la gris melena de los asexuales años perdidos.

Pensar, llorar, escribir, caer, caer, caer de pie, morir de pie. Mejor morir de pie que abrazado y eréctil a tus dolorosamente hermosas rodillas.

Es que no hay hueco, rincón, parte, porción que me guste más que tu centro de nácar. El universo se pliega ante ti. Tú conviertes la existencia en carne rosa.

Vendrán los días grises, el pelo gris, el alma gris, el sexo gris. Cuando las hormonas mueran de inanición y las mariposas que aletean sobre mí emigren a otro pubis más estival.

Flor de otoño, gran reserva.

Tantas vueltas que das para seguir en el punto de partida, amor. Tantos años necios, olvidados, de camisas rotas y pétalos verdes. De la floración a la inevitable flaccidez, un paso, una vida.

Aún no sabes lo que quiero, envuelta en la mortaja de mis vanas metáforas: quiero tocarte, besarte, entrar.

Pasaré raudo, en esta vida cruel que sólo me permite rozar el infinito cuando navego entre tus trémulas aguas y me ciega el inmenso placer de ese segundo eterno que alcanzo sin ser yo, desaparecido de la realidad. Después, la cálida y húmeda laxitud me envuelve y me recuerda que tarde o temprano seré humus.


Cayetano Gea Martín

viernes, octubre 06, 2006

Rendición


Simplemente ocurrió que, cual cobarde rastrero, según tú, decidí tirar la toalla, ¿sabes? Demasiado esfuerzo, joder, y demasiadas pocas recompensas que recoger. No merece la pena, te lo digo yo. ¿Tanto pa qué? Al final todo se va al garete, tío, al sumidero gris de... no sé, he perdido el hilo de la metáfora, nunca me salieron bien.

Pues eso, que me rendí, que me dije, ¡eh, que ya está bien!, que esta vida es una gena, y además, que no se puede estar luchando todo el rato contra la naturaleza de uno, que no es sano, tío, que a lo mejor te crees muy íntegro, pero que a la larga se nota, que se te carga la espalda de estar tol puto día arrastrao, que no somos perros, coño.

Y nada, que no quieres, que no te consigo convencer. Tú mismo. Cucha, no es rendirse, ¿vale? No lo mires así. Es soltar el timón, no tienes que aferrarte demasiao, que no es bueno tampoco, que estás obsesionado con mantenerte firme, macho. Además, que lo que te va a pasar si lo dejas está de puta madre, que es un cambio a mejor, joder. Que te vas a promocionar, tío. Mírame, ostias, lo bien que visto. ¿Has visto cuánta elegancia? ¡Compararás!

¿Qué coño venderse al sistema ni que niño muerto? Desengáñate, esto sólo tiene dos salidas. Si te mantienes en tus trece nada cambiaría, todo igual, ¿sabes? Morirás como tó quisque, pero muy orgulloso de tu encabezonamiento de mierda, eso sí. No es sano, tronco, no es sano, que te estás negando tu propósito en la vida, pa lo que estás aquí.

Ná, que no consigo nada de ti, está visto. Pues hale, tú ahí, empreña, empreña, que acabarás jodido. Lo que estás haciendo va contra natura, ya lo sabes, ¿no? Te estás matando, tío. Nada, erre que erre. Bueno, allá te las compongas, es tu vida no la mía. Pero reconocerás que no es normal. ¿Qué? ¡Claro que no es normal, leche! ¿Te parece a ti normal que un gusano de seda decida no hacer el capullo pa ser mariposa? ¡Amos, no me jodas!

Cayetano Gea Martín, extracto del capítulo VII de su libro imaginario ‘Memorias de un gusano de seda madrileño’

jueves, octubre 05, 2006

El autor principiante.

Un escritor (que lo es por el hecho de escribir y de pensar lo que escribe aunque no lo plasme en una página de papel, o en la pantalla de un ordenador, o en una tablilla de arcilla, o en un papiro, o en una roca, algo que ya dejamos claro hace algunas líneas) tiene un modo muy particular de ser escritor. Es un caso exótico pues tan sólo principia sus obras y nunca las concluye, aunque eso no ha sido óbice para que este autor posea una extensa obra de gran calidad (no publicada aún debido a los inexplicables escrúpulos de los editores de su país). Sus obras, por tanto, frente a lo que suele ser habitual, está compuesta por creaciones que ocupan unas líneas, algunas cuartillas, o, en casos de extrema ambición literaria, tres o, a lo sumo, cuatro capítulos. Después cesa su actividad y comienza una nueva tarea, del todo diferente a la anteriormente emprendida, que nunca más recuperará, ni ocupará un solo instante del tiempo posterior en su siempre agitada sesera. Varios podrían ser los motivos que diesen cuenta del extraño carácter creativo de este autor pero ninguna podría satisfacernos completamente. En la memoria de muchos lectores tal vez aparezcan ahora, de súbito, esa novela que nunca finalizaba, de Macedonio Fernández, o esa otra, que eran muchas que comenzaban, de Ítalo Calvino, o aquellas jamás escritas por Bénabou. Las tres eran excelentes ejercicios de estilo, que desafiaban a los ciclos y las tumbas y los paquetes envueltos. Si preguntásemos al autor acerca de su extraño comportamiento podría respondernos que su literatura es un intento por eludir la muerte (de un modo metafórico, claro) y no de eludirla, sino más concretamente de eludir el modo de morir pues afirmaría que no es morir (y la nada consiguiente) lo que le preocupa del mero hecho de morir, sino los aspectos nimios de la muerte, como el momento en que ésta acaecerá y cómo acaecerá. El final de un relato, nos podría decir el autor, es la muerte del relato, que lo relega al olvido, a la conclusión que lo hace completo, pero al mismo tiempo, un objeto acabado e imposible de modificar, al contrario que el relato inacabado, que siempre podrá enriquecerse de aquello que aún no posee, que nunca estaría completo porque nunca finalizaría, pero nosotros podríamos responderle que eso ya se consigue con el final abierto, a lo que él podría respondernos que el final abierto no es más que un burdo artificio de aquel que no sabe cómo concluir su obra de un modo verosímil, afirmación ante la cual nosotros no responderíamos por no conocer cómo funcionan las mentes de aquellos autores empeñados en el uso de ese artificio y de si la generalidad empleada por este autor sería aplicable a todos los sujetos que hiciesen uso de tal recurso. El autor podría intentar convencernos con esas razones pero probablemente no le creeríamos, suspicaces como somos y por no sentirnos intimidados por la supuesta valía de un hombre al que denominan autor. Ante nuestro fruncir las cejas en gesto de honda desaprobación el autor podría verse cercado y cazado como una pobre gacela y confesar que sus obras sólo comienzan porque él es incapaz de finalizarlas, porque nunca ve el final y sus relatos son sólo imágenes que de cuando en cuando se fijan en su mente como fotogramas estáticos, de los que poco puede decirse, salvo apenas tres frases que se extiendan a lo largo de unas líneas, cuartillas o capítulos...
Pedro Garrido Vega.

miércoles, octubre 04, 2006

El nido

Navego por el décimo mes del calendario,
De este octubre nuevo sin sentir tus piernas.
Huelo la lluvia de nuevo, con su aroma olvidado,
No cargada de la melancolía vacua de los poetas,
Si no con el olor de las cosas nuevas,
De un comienzo y de una prueba.

Nuevas sendas se abren a ambos lados,
Carreteras secundarias, raeduras, grietas.
Y nunca he estado más asustado
Ni más entusiasmado por andar a ciegas.
Nuevas sendas sin ti, corazón de hielo,
Dama de las sombras, nihilista de mis anhelos.

Hace tiempo que no ha, ni acontece
Mis síntomas de dejadez sin remedio,
Mi acostumbrada y catastrofista molicie,
Que me obliga a sumirme en tedio.
Ya no, ahora sólo estoy latente,
Absorto ante los prodigios nacientes.

Abandono el nido con dolor mudo,
Con el dolor del desarraigo inerme,
De lo inconmensurable del mundo,
Pero con la esperanza de deshacerme
De lo material anclado a mis secretos,
Y de tu olor en mi boca y en mi sexo.

lunes, octubre 02, 2006

Uno


Tanto el deseo como la consecución de éste deberían ir de la mano, en según qué casos, por supuesto. Yo, por ejemplo, hombre culto de miradas inquietas, peregrino de horizontes eternamente nuevos, cazador de la sabiduría allá donde ésta se halle, debo tener, debido a mi condición de superhombre Nietszcheniano, acceso inmediato a todo aquello que mi corazón o mi cerebro anhelen.

Sé que algunos no comparten esta idea. Sé incluso que hay quienes no me consideran digno de tales deseos. Sé que han intentado (y seguirán haciéndolo) atentar contra mi persona. Bueno. Allá ellos. Si sus amenazas son tan efectivas como hasta ahora, me imagino que viviré más de cien años.

Jamás he entendido porqué no se me permite llevar a cabo mis deseos, cuando éstos son beneficiosos, irónicamente, para aquellos que primero osan alzar su mano hacia mi. Lo que yo anhelo es siempre pensando en los demás, en ayudar a esa masa informe demasiado absorta en sus quehaceres mundanos como para decidir acerca de su vida.

Yo les libro de la imposible carga que supondría para ellos ser los que llevaran las riendas. La masa no puede, no debe y no quiere tales responsabilidades. Yo lo hago, con sumo gusto. A cambio, sólo pido respeto ante mis deseos, por absurdos que éstos puedan llegar a parecer. Creo que me he ganado el derecho, tras tantos años al servicio de la gente, a ser algo estrafalario o refinado en mis apetencias.
Soy lo más parecido a un dios que camina sobre la tierra. Y la masa no se da cuenta, ingrata, desconfiada, me da la espalda, me aborrece. Y como todo aquel que ostenta el poder, tengo miedo de perderlo.
Cayetano Gea Martín