Un escritor (que lo es por el hecho de escribir y de pensar lo que escribe aunque no lo plasme en una página de papel, o en la pantalla de un ordenador, o en una tablilla de arcilla, o en un papiro, o en una roca, algo que ya dejamos claro hace algunas líneas) tiene un modo muy particular de ser escritor. Es un caso exótico pues tan sólo principia sus obras y nunca las concluye, aunque eso no ha sido óbice para que este autor posea una extensa obra de gran calidad (no publicada aún debido a los inexplicables escrúpulos de los editores de su país). Sus obras, por tanto, frente a lo que suele ser habitual, está compuesta por creaciones que ocupan unas líneas, algunas cuartillas, o, en casos de extrema ambición literaria, tres o, a lo sumo, cuatro capítulos. Después cesa su actividad y comienza una nueva tarea, del todo diferente a la anteriormente emprendida, que nunca más recuperará, ni ocupará un solo instante del tiempo posterior en su siempre agitada sesera. Varios podrían ser los motivos que diesen cuenta del extraño carácter creativo de este autor pero ninguna podría satisfacernos completamente. En la memoria de muchos lectores tal vez aparezcan ahora, de súbito, esa novela que nunca finalizaba, de Macedonio Fernández, o esa otra, que eran muchas que comenzaban, de Ítalo Calvino, o aquellas jamás escritas por Bénabou. Las tres eran excelentes ejercicios de estilo, que desafiaban a los ciclos y las tumbas y los paquetes envueltos. Si preguntásemos al autor acerca de su extraño comportamiento podría respondernos que su literatura es un intento por eludir la muerte (de un modo metafórico, claro) y no de eludirla, sino más concretamente de eludir el modo de morir pues afirmaría que no es morir (y la nada consiguiente) lo que le preocupa del mero hecho de morir, sino los aspectos nimios de la muerte, como el momento en que ésta acaecerá y cómo acaecerá. El final de un relato, nos podría decir el autor, es la muerte del relato, que lo relega al olvido, a la conclusión que lo hace completo, pero al mismo tiempo, un objeto acabado e imposible de modificar, al contrario que el relato inacabado, que siempre podrá enriquecerse de aquello que aún no posee, que nunca estaría completo porque nunca finalizaría, pero nosotros podríamos responderle que eso ya se consigue con el final abierto, a lo que él podría respondernos que el final abierto no es más que un burdo artificio de aquel que no sabe cómo concluir su obra de un modo verosímil, afirmación ante la cual nosotros no responderíamos por no conocer cómo funcionan las mentes de aquellos autores empeñados en el uso de ese artificio y de si la generalidad empleada por este autor sería aplicable a todos los sujetos que hiciesen uso de tal recurso. El autor podría intentar convencernos con esas razones pero probablemente no le creeríamos, suspicaces como somos y por no sentirnos intimidados por la supuesta valía de un hombre al que denominan autor. Ante nuestro fruncir las cejas en gesto de honda desaprobación el autor podría verse cercado y cazado como una pobre gacela y confesar que sus obras sólo comienzan porque él es incapaz de finalizarlas, porque nunca ve el final y sus relatos son sólo imágenes que de cuando en cuando se fijan en su mente como fotogramas estáticos, de los que poco puede decirse, salvo apenas tres frases que se extiendan a lo largo de unas líneas, cuartillas o capítulos...
Pedro Garrido Vega.
5 comentarios:
Te aseguro que a mí me pasa eso...siempre lo atribuí a la falta de una verdadera vocación de escritora,sobre todo después de leer a Bukowski,que decía que el escritor escribe como sea, donde sea, aún en las peores situaciones, y de eso él sabía bastante.
Y King dice en ese librito genial que se llama "Mientras escribo"que la cosa, el misterio radica en que hay que sentarse ante el ordenador y esciribir aunque la inspiración no llegue.Currar disciplinadamente.
Pero mira por donde tú me acabas de definir a la perfección lo que sucede:tengo algún fotograma medianamente interesante que a lo sumo ha dado para poco más de un folio y entre fotograma y fotograma algo parecido a la materia oscura del universo, que se sabe que está ahi,pero ignorando qué contiene,si es que contiene algo;)
Un beso, cazador nocturno*
si si si, me ha encantado este post que...que me gusta! que no quiero justificar porque a veces pasa eso! nos gusta leer, regodearnos en la palabra! como diria mi amiga del alma, Clarice L.: "me gusta la palabra gacela y me drtengo y la delineo y la ejecuto en su acto de seda y espalda, gacela...el significante me gusta" estoy asi en este momento como me has hecho recordar de golpe y de un bocado la obra que lei de Felisberto...decime si no tiene algo de lo que aca planteas....hermoso recuerdo tambien el de la novela de la eterna....ayayayayyayaya....PASAME UNA BIBLIOTECA EN CASTELLANO!!!! te quiero! UN BESO ENORME
Mmm... ¿Disciplina o genio? Depende... Gracias por volver...
Pedro genio: descreo de escribir como trabajo. Tampoco me pasa eso de detenerme a elegir las palabras.por eso salen solas,y las mías no toman formas tan buenas como las tuyas.Pero en mi caso es al leer igual que al escribir: intuitivo,impulso puro,re-conocerme en lo que escribo. Y ,al leerte,sentir lo que siento ante el arte: respeto y placer-
Me siento abrumado ante tanto halago. A partir de ahora creo que escribir va a ser para mí un reto extraordinario.
Me alegra ver que hay mundo más alláde un par de lectores asiduos. Muchas gracias a todos los que nos visitáis y a Kay por hacer esfuerzos por mantener este blog que tengo un poco olvidado (por cuestiones ajenas a mi voluntad, eso sí)
Besos y abrazos varios donde más os gusten.
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