miércoles, octubre 18, 2006

Pierradas IX (3 de 3)


La interrupción

“Ella me abrió la puerta, deslumbrante, perla española de rotundas curvas, y me llevó inmediatamente al diván, donde, presa de una pasión arrolladora, intentaba desnudarme a toda prisa. Pensé, pues, que su urgencia sexual era incluso mayor que la mía. Dejándome hacer, me dediqué a relajarme y a centrarme en lo que tenía delante, lo cual, dicho sea de paso, no era ni poco ni nada desdeñable.
Pero cuando el himeneo propiamente dicho estaba a punto de empezar, oí unas llaves dentro de la cerradura de la puerta principal de la vivienda. Temblando de miedo y preocupado por mi integridad física, al ser de natural enclenque, me separé no sin pesar de mi temporal y amatoria compañera, ante sus protestas desabridas, por lo cual deduje que ella no había oído nada, posiblemente ensordecida por el hambre voraz de sexo que la invadía.
Sí oyó, afortunadamente, cuando su marido entró en el recibidor silbando ‘clavelitos de mi corazón’. Aquí debo reconocer la celeridad con la cual ella concibió el plan de disfrazarme con viejas ropas suyas, encerrarme en el cuarto de baño para que me las pusiera, y aparentar ser una amiga de la infancia. A pesar de mi admiración por su inteligencia, fue un craso error.”


La huida

“- Esta es la tercera prima lejana que me presentas en lo que va de mes, querida. Debes pensar que soy tonto – comentó el marido de ella nada más verme vestido de esta lamentable guisa. –No dije nada porque me parece razonable que tengas dos líos mensuales, dado mi poco agraciado físico. Pero creo que esta primita tuya de hoy va a pagar el pato de las otras dos.
Acto seguido, y a pesar de lo razonable de su discurso, el cual aplaudí sin paliativos, haciendo repiquetear la innumerable bisutería que engarzaban mis dedos, el librero español se incorporó, y con paso decidido enganchó una edición bastante gruesa de El Quijote, propinándome con él un tremendo empellón en la cara que por poco me desencuaderna. ¡Oh, cuán irónico me resultó el ser golpeado con mi propia obra!
El mundo comenzó a dar vueltas a mi alrededor, cual aleph borgiano, hasta que otro quijotazo me hundió de cabeza contra el suelo. Allí permanecí, laxo y casi inerte, hasta que, en brazos del librero, me dirigí al balcón. Comprendí, entonces, la urgencia de la situación: ¡el muy pérfido pensaba arrojarme al vacío! En vano me afané, con la voz empastada de sangre, en alabar la noble sangre ibera de mi asaltante: mi destino parecía irrevocable y fatal”.


La salvación

“¿Cómo no alabar a la mujer y ubicarla en el más elevado pedestal de la creación? ¿Cómo no llorar de emoción al observar el superior sentido moral y estético que posee? Cuando creía que todo estaba perdido, cuando presentía mi hora fatal llegar, aquel ángel de olivada piel, aquella criatura de andaluz duende, me salvó de perecer ante la orilla de la laguna Estigia, ensartándole a su marido la oreja con un descomunal cuchillo de cocina, que debiera resultar muy efectivo para cortar vacas en dos y de un solo machetazo. El marido, profiriendo un escalofriante alarido, se giró ciento ochenta grados, es decir, en redondo, según jerga popular, y encaró con furia a su mujer, enarbolando El Quijote a modo de maza.
Aturdido aún, e infinitamente agradecido a mi salvadora, conseguí alcanzar la puerta y seguidamente la calle, ya que nunca me ha gustado meterme en disputas conyugales”.
Cayetano Gea Martín

2 comentarios:

Marga dijo...

Ummm leí las tres de un tirón para terminar con un Quijote en la oreja y un cuchillo en la cabeza, no sé, no era así, o sí?

Pierre puede conmigo, casi siempre... jeje. Besosssssss desbaratados

Kay dijo...

Jejeje... Casi, casi... No sé, con Pierre comienzo las historias, pero no sé cuándo ni cómo van a acabar...

Creo que siempre que me pongo a escribir en un tono humorístico me sale la vena Eduardo Mendoza, no puedo evitarlo. Dios, adoro a ese tío...

Besos gabachos