lunes, octubre 23, 2006

Bosque


-¿Sabes que día es hoy?- me dijo y me terminó de fulminar con esos dos luceros azules que titilan en la pálida luz del agosto en Hämeenlinna -Hoy es el día final, último, aquél en el cual, y a pesar del dolor que te produce mi amor, tendrás que decidir- y entonces calló, pobrecita, tan poco acostumbrada a hablar, tan alejada de las interminables verborreas latinas, de ese miedo a la muerte que rellenamos los españoles con palabras de paja: taxidermistas del verbo.

El sol intentaba ponerse detrás del eterno muro de bosques desde las cuatro de la tarde, pero en esta tierra lenta, que es hermosa hasta el dolor y extraña hasta la extenuación, ni siquiera los astros van con prisa. El bosque brillaba de oro y verde y moría a los pies del lago, para renacer en la otra orilla, y así hasta el infinito, una constante visión de bosques y lagos alternos. El espectáculo, que me sumergía en un estado de paz e inflamaba mis pulmones de oxígeno sin adulterar, era demasiado bello para contemplarlo con los ojos secos.

El bosque, ahora fresco y rotundo, cargado de vida, se teñiría blanco en dos o tres meses. El bosque me susurraba, pero yo no entendía lo que me quería decir. Y el bosque era ella, en simbiosis consigo misma. Por eso yo no podía entender su idioma, que era el mismo que el del bosque. -Somos pastores de árboles, todos nosotros- me comentó, y sacudió su cabellera dorada al ritmo de esa sonrisa suya sincera y escasa, que encendía todo su ser de pavesas solares -como las criaturas aquellas del libro de Tolkien, el cual, por cierto, se inspiró en nuestra mitología, y, por ende, en los árboles. Todo gira en torno a ellos.

El viento soplaba desde el este, salpicando la atmósfera de los aromas nunca bien recibidos del vecino oriental, aquél que quemó parte del bosque con sus cruentas guerras. -¿No eres capaz de escuchar la voz del bosque?- decía ella, burlona, alzando aún más sus pómulos, aquellos mismos que me moría por besar, morder, lamer. Cuando muera, pensaba para mí, si existiera un paraíso personal para cada ser humano, quisiera que el mío tuviera la forma de dos pómulos de mujer.

-No- contesté -No entiendo que dice el bosque. Oigo, pero no escucho. Me parece que sería capaz de entenderle, pero no lo consigo por mucho que me esfuerce, y eso me llena de angustia. -No temas- me replicó –Yo te enseñaré a interpretarlo, a entenderlo y a amarlo. Y cuando lo consigas, también me amarás a mí.

-¿Sabes que día es hoy?- me dijo y me volvió a robar el alma con la piel blanca y sin vello de sus lindos bracitos de muñeca que se reflejaban en la superficie del lago Lehijärvi -Hoy es el día de que despiertes.
Cayetano Gea Martín

2 comentarios:

Marga dijo...

Pues cierra los ojos y no lo hagas!! yo me quedaría allí más tiempo...

Besosssss arbolados, señor caye

Kay dijo...

El problema, cara amiga, es que los abrí...

Besos talados, señora Margarita...