Se encontraron en la niebla. Ella había perdido una llave y él un pañuelo. No se veían el uno al otro. Sus manos quedaron entrelazadas. A partir de entonces, la mano de uno señalaba la presencia del otro. Él no veía las lágrimas de ella, corriendo, felices por su mejilla. Ella no veía la sonrisa plena de él. Juntos, de la mano, se encaminaban sin rumbo fijo, sin saber hacia dónde dirigirse, o dónde detenerse. No importaba. Lo importante era que al otro lado de la niebla estaba ese otro al que, sin necesidad de verlo, sólo tocándolo, habían esperado durante tanto tiempo.
Su única preocupación ahora es que la niebla se disipe y ellos puedan contemplarse sin el velo que impone. Por eso pasan horas junto a la radio deseando que el hombre del tiempo diga de una vez por todas que esa niebla no va a desaparecer...en fin, que el resto de sus vidas será siempre así.
Su única preocupación ahora es que la niebla se disipe y ellos puedan contemplarse sin el velo que impone. Por eso pasan horas junto a la radio deseando que el hombre del tiempo diga de una vez por todas que esa niebla no va a desaparecer...en fin, que el resto de sus vidas será siempre así.
Pedro Garrido Vega.
2 comentarios:
A veces, sin embargo, me encanta la niebla.Cubre las cosas que no quiero ver;)
Besos, Kay.***
Que no se levante la niebla...
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