viernes, septiembre 08, 2006

Acefalia.

Un señor sale de su casa sorprendido porque al levantarse por la mañana su cabeza ya no es una suerte de esfera ostensible sobre su torso. El asunto es harto más complicado si consideramos que este señor acéfalo es capaz de pensar y hasta de expresar sus pensamientos en voz alta. Decimos que es harto más complicado si tenemos en cuenta que, por lo que nos dicen esos señores tan listos (es cierto, unos más, otros menos) denominados científicos, el cerebro (por mucho que sea grande o pequeño) es necesario para pensar (mucho o poco, eso en este momento de la narración es irrelevante) y hasta para expresar los propios pensamientos en voz alta. El señor camina por la calle y discurriendo llega a la conclusión de que tal vez no sea un hombre acéfalo sino un hombre con la cabeza invisible, aunque, en cierto modo, ¿cómo podría diferenciarse una cosa de la otra? Él mismo se responde con el famosísimo cogito ergo sum, término este último que no sabemos si se refiere sólo al cerebro, sólo al cuerpo, o a las múltiples realidades que, afirman algunos (no es cuestión de excluir opiniones), conforman al ser humano. De hecho, y todo esto según Descartes, no vayan a tildarme de anacrónico cronista, si el señor carece de cabeza también, por consiguiente, carecerá de glándula pineal. Y no dormirá bien, se apresurará algún lector instruido en las facultades de esta glándula que hoy prefiere que la llamen epífisis (eso de estar siempre por encima, que a algunos les gusta mucho), pero mi digresión, claro está, va en otra dirección, que el lector no tan apresurado como el anterior seguramente otee en el horizonte de estas líneas y que es el siguiente: si el hombre carece de epífisis, carecerá de alma (nota que espero no resulte pedante: Descartes emplazó al alma humana precisamente en esta glándula de la que ahora nos ocupamos, o más bien de la ausencia de ella) y por tanto, no sabemos ya si este señor es un ser humano o sólo una prisión, como diría Platón, la sombra de algo mucho más importante que ya no podría ser. Pero sin embargo, ya que piensa y puede expresar sus pensamientos en voz alta, es posible que también posea alma ¿qué se lo impide, acaso somos nosotros quién para decirlo, para sustraer a este señor el derecho a poseer un alma como todo ser humano? El señor se convence de que tiene alma y no quiere ni oír hablar a quien le dice que si no tiene cabeza no tiene alma. Pero no nos preocupemos por él porque se siente bien, animado, podríamos incluso decir que feliz, si no fuese por esa ausencia que muchos ven como algo anómalo y que él sólo ve como un inconveniente pasajero al que pronto se acostumbrarán los que le rodean. Sin embargo ya hay quien ha puesto el grito en el cielo (o, mejor, que es más eficaz, en el infierno) y ha pedido a las altas instancias (las bajas, sin embargo, como ya hemos dejado claro, son más eficientes) que se retire a ese hombre de las calles pues los niños se asustan al ver un cuerpo sin cabeza y los perros no hacen más que ladrar a su paso. Aunque la situación, podríamos afirmarlo sin temor a caer en equívocos subjetivos, neutrales como somos en esta condición de meros cronistas, no es como los detractores de este señor han proclamando, ya que a este hombre le gusta pasear por la noche y se organiza una algarabía tremenda entre los gritos de admiración de los niños que casualmente (como si del acéfalo de Hamelin se tratase) esperan su paso por la calle pegados a los cristales de las ventanas de sus casas, y los ladridos interminables de los perros que, junto a sus respectivas casetas, esperan la llegada de la noche para saludar al hombre acéfalo, que ningún daño hace a nadie, que a todos, amigos y enemigos, saluda con una sonrisa, les desea que pasen un buen día y enarca las cejas en señal de cariñosa despedida.
Pedro Garrido Vega.

1 comentario:

Marga dijo...

Yo también enarco las cejas ante tu relato... será leve no tener cabeza?

Saludos, Pedro