Es un señor muy serio, tan serio que nunca en su vida ha reído, ni siquiera cuando era tan sólo un bebé, ni siquiera cuando sus tíos le hicieron cosquillas, ni cuando fue con sus hermanos a ver a los payasos al circo. No sufría por ello porque la privación a veces no se sucede de la necesidad, especialmente si no existe tal privación porque nunca se ha poseído aquello de lo que se le puede a uno privar. No es lo mismo que decir que a un señor se le ha privado de su dinero cuando alguna vez lo tuvo, o que otro señor se levantó una mañana y al contemplarse en el espejo vio que ya no tenía cabeza. A este señor le es igual no haber reído porque no sabe lo que es. Digamos que es como aquel otro señor que nunca jamás probó las drogas mientras muchos a su alrededor las probaban- y reían también- mientras él se mantenía inapetente ante tales ofrecimientos. El señor muy serio que nunca ha reído y que, hasta ahora, ha sido un hombre solitario, ha conocido hace un mes a un señor con el que comparte ciertas preferencias y algún tiempo, lo que se llama un amigo, en suma. Los dos charlan animosamente en torno a una mesa de una cafetería cada tarde y el señor protagonista de nuestra histeria le confiesa con cierto pudor al otro, al que ahora también otorgaremos un papel predominante en estos hechos narrados, que él jamás ha podido reír, a lo que el segundo señor le contesta que él jamás ha podido llorar, por mucho que lo ha intentado (porque él sí siente cierta envidia al comprobar cómo los demás pueden enjugarse las lágrimas y ver desbocarse sus sentimientos entre llantos mientras él tiene que contentarse con un gesto entre lastimoso y deforme que sólo le conduce a una más honda desolación al ser consciente de que es incapaz de llorar cuando lo necesita, sabiendo que ese algo que necesita existe y que a él no le es dado disfrutarlo). El primer señor comienza a sentirse un poco como el segundo señor. Le intriga el porqué de la risa de los demás y de su necesidad de ella. Él cree no haberla necesitado nunca pero tal vez si la prueba una vez, si en alguna ocasión consigue reír, es posible que ya no pueda vivir sin ello y que toda su vida se convierta en una búsqueda continua de la risa. Así pues los dos señores intentan idear algún método que les permita a ambos conseguir sus respectivas aspiraciones: el segundo señor propone al primero leer libros de chistes, ver espectáculos cómicos en la televisión, beber incontroladamente y reunirse con él en algún lugar y charlar de todo y nada; el primero propone al segundo que piense en enfermedades, en familiares difuntos, en algún antiguo amor fracasado (por eso lo de antiguo, le responde el otro), que piense en esos bultos que hay debajo de las calles y que nadie sabe cómo eliminar. Cada uno sigue los consejos del otro, pero todo esfuerzo resulta infructuoso y, mientras uno se queda tan sólo en la sonrisa, sin conseguir que las carcajadas se asomen de una vez, el otro anda todo el día compungido y desolado, como un fantasma silencioso ahogado en su dolor, pero sin ser capaz de hacer aflorar una sola lágrima de sus tristes ojos. Y al cabo del tiempo se encuentras de nuevo en la cafetería y al verse, uno y otro, desolados como están, se alegran de verse y se sorprenden de lo insólito de su situación, de la comienzan a hablar, a discutir, y ambos comienzan sonreír sin parar, hasta que estallan en carcajadas, que ascienden en sonoridad y duración y que terminan en un llanto compartido, y ambos se miran y se abrazan, sabiendo que no les faltaba la risa ni el llanto sino el amigo con quien compartirlos.
Pedro Garrido Vega.
2 comentarios:
Espero q sepas q a ti no te falta.
No me hizo reir ni llorar pero se me escapó una sonrisa cómplice.
Saludos, señor Pedro
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