Un señor que contempla el cielo cada noche y que es un convencido panteísta se asombra, en cada una de las ocasiones en las que acude al observatorio que ha dispuesto en el piso superior de su casa, de las inmensidad del espacio exterior. No es este un asombro insólito en este señor y menos aún en el resto de seres conscientes del universo, pues todos los que gozan de tal condición se han sorprendido alguna vez de la incalculable (quizás ya no tanto) magnitud del conjunto de todo lo material existente. Lo insólito es que este señor, como carece de formación acerca de las dimensiones del universo y ni siquiera se plantea estudiarlas (demasiado tiempo, pocas incógnitas desveladas y un número mayor de cuestiones absolutamente novedosas), ha decidido establecer un sistema de coordenadas en el universo que atiende a criterios puramente psicológicos. Ha establecido como origen o punto central su propia persona como ente material, no sólo psicológico, para de una forma más sencilla, poder ubicarse en su particular sistema de coordenadas. Los objetos, por tanto, se desplazan en un sistema de cuatro coordenadas (las tres espaciales y la temporal) constituyendo este señor el referente de todo movimiento en el universo. El señor ha propuesto su sistema formalmente a algunas de sus amistades más estrechas, que pronto se sintieron atraídas por él y admitieron su validez, pero con ciertos matices, como el de que el punto de referencia lo constituyese siempre el observador. Para el señor que contempla cada noche las estrellas este no es un problema grave mientras en su propio mundo él constituya la referencia única y esencial del resto de movimientos del universo. Sería algo así como la conciencia cósmica que propiciaría el existir de las cosas y su causalidad. Bien mirada, la teoría no es del todo descabellada si se toma desde un punto de vista meramente alegórico, metafórico o, en cierto sentido no científico, por supuesto, en términos psicológicos. Es obvio que de cara a un entendimiento científico intersubjetivo y objetivable, este sistema no es el idóneo pues el sistema de coordenadas siempre dependería del observador y probablemente de parámetros más complejos, como la subjetividad, que conducirían a una segura deformación de los ejes de coordenadas. De este modo lo que para nuestro primer señor se encuentra en la coordenada (3,5,5,8) (asignando los tres primeros dígitos a las coordenadas de espacio clásicas y la última a la coordenada de tiempo) para otro señor, esa misma coordenada puede ser (6,4,4,1), en función de lo que esas coordenadas estén reflejando. Un ejemplo de lo que estamos intentando reflejar sería el de una señora al que ambos señores aman: debido a la inercia amorosa (denominada por algunos optimismo) que mueve al señor con el que iniciábamos esta crónica, las coordenadas de esta señora con respecto a él cuando toman una taza de café a la que él, melifluamente la invita, son de (0.3,0.3,0.3,0) o, lo que es lo mismo, se encuentra realmente cerca y en ese preciso instante; sin embargo, el segundo señor, caracterizado por una atávica angustia al enfrentarse con algún sujeto del sexo opuesto (lo que otros llamarían, sin duda, pesimismo), ocupando la misma posición que el primer señor con respecto a la señora que ambos aman, en la misma mesa de la misma cafetería (desde mis coordenadas de observadores imparcial oneutro), situaría a la mujer en las coordenadas (3,3,3, infinito). A veces las matemáticas son muy elocuentes, más aún que las palabras, que sólo dan rodeos en torno a lo que quieren expresar, cuando no existen palabras para ello y sí la abstracción que los números captan de una forma irremisible. La señora, obviamente, ama al segundo señor, para complicar aún más las cosas y los sistemas de referencia, pero es que nadie ha dicho que la física y las matemáticas sean sencillas.
Pedro Garrido Vega.