Ella se encontraba esperando la segunda oleada, con sus hermosos ojos sorbiendo las dulces perlas de sudor que flotaban en el cálido aire compartido. La espera se alargaba ronroneante, sobre las olas que besaban su lujuriosa orilla, susurrándole cositas bellas en el oído de porcelana.
Pensó que la podía ver allá, a lo lejos, en el rosado amanecer del desvelo amoroso. Le pareció que la oleada titilaba lejos, muy lejos aún, pero si cerraba los ojos, si dejaba que los sentidos y nada más dominaran su cuerpo, creía sentir cómo ésta se iba acercando lentamente. Pero las oleadas siempre se habían comportado con ella de forma traicionera: si se concentraba en ellas, si intentaba apresurar su venida, éstas se alejaban de la costa, burlándose de ella. Sin embargo, cuando todo su ser se concentraba solamente en el ahora, en el momento presente, en la sensación de placer constante, cálida, perversa, juguetona, lacerante, entonces las oleadas, curiosas, pues tal es su naturaleza, se aproximaban raudas, atraídas por las sentidas runas tatuadas en la piel.
Y la espera concluía, empapándose en cuerpo y alma de la dulce espuma de las aguas más profundas de su propio océano.
Cayetano Gea Martín
lunes, julio 31, 2006
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6 comentarios:
Lo haces condenadamente bien :)
Debo advertirte, disgregadora, que no soy inmune a los cumplidos :)
Estoy con Dalia!!! (claro, que siempre estoy con ella en todo, jeje)
Deberé, pues, responder con lo mismo, arriesgándome a que el color carmín manche mis vergonzosas mejillas...
Besos para ambas sendas dos, ¡muack!
¡Qué derroche de sensibilidad!
Jajaja... Muchísimas gracias, Catuxa... Creo que me suenas de algo, no sé, jejejeje
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